“Oro de Moscú”: cuando Stalin le robó a España toneladas de lingotes durante la guerra, como hoy Putin saquea a Ucrania
En 1936, en plena guerra civil, el gobierno permitió el traslado del oro guardado en el Banco de España para “salvaguardar el tesoro español, llevándolo a lugar más seguro” y financiar la ayuda militar soviética. Cuando las toneladas llegaron a Moscú, Iósif Stalin hizo un banquete y dijo: “Los españoles no verán su oro nunca más”. El saqueo de brillantes, obras de arte y hasta el clavo de Cristo
Al día siguiente, durante su entierro, Antonio Goicoechea, miembro de su partido y amigo de Benito Mussolini, pronunció un sentido y severo discurso: “No te ofrecemos que rogaremos a Dios por ti; te pedimos que ruegues tú por nosotros” y culminó con un “vamos a vengar tu muerte y salvar a España”.
El 18 de julio de 1936 un importante número de generales se levantó contra Manuel Azaña Diaz, el presidente de la Segunda República, dando comienzo a la Guerra Civil española. El bando nacionalista será conducido por Francisco Franco Bahamonde, el general más joven de Europa (después de Bonaparte). Desde Tetuán, África del Norte, Franco proclama: “Este es un movimiento nacional, español y republicano que salvará a España del caos en que se pretendía hundirla. No es el movimiento de defensa de determinadas personas; por el contrario, mira especialmente por el bienestar de las clases obreras y humildes”.
Tras la sublevación militar contra el gobierno de la Segunda República, varios países entraron a participar activamente de la guerra civil. Alemania e Italia se inclinaron por el bando nacionalista de Francisco Franco (fue proclamado Caudillo en octubre de 1936) y la Unión Soviética apoyó a Manuel Azaña Díaz, titular del gobierno con fuerte preeminencia comunista, socialista, sectores obreros y otras agrupaciones de ultraizquierda.
Tras arduos debates, presididos por el canciller argentino Carlos Saavedra Lamas (pro-nacionalista), la agonizante Sociedad de las Naciones no logró inclinar al organismo internacional en favor del apoyo de Azaña Diaz y el fin del conflicto. Primó el “neutralismo”. Para garantizar la vida de sus ciudadanos y realizar tareas humanitarias varios países mandaron buques de rescate. La Argentina fue uno de ellos, también Alemania, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y Portugal.
El gobierno de Agustín P. Justo envió a España dos navíos de guerra: al crucero ARA 25 de Mayo y luego al destructor ARA Tucumán. El primero llegó a Alicante el 22 de agosto de 1936 y luego fue reemplazado por el ARA Tucumán en noviembre, hasta fines de junio de 1937. Durante sus permanencias en el puerto fueron fondeados en las cercanías de dos buques de guerra alemanes. El 13 de octubre de 1936, a las 23.23 horas, en una hora poco usual, un grupo de oficiales argentinos visitaron el acorazado Deutschland. Lo mismo sucedió más tarde con el Admiral Graf Spee. Al mando del destructor ARA Tucumán estaba el capitán de Fragata Mario Casari y su segundo comandante era el capitán de Corbeta Eduardo Aumann, quien sería el último que hablo a solas con el capitán de Navío Hans Langsdorff, comandante del Graf Spee, quien se suicidó en Buenos Aires tras la batalla del Río de la Plata en diciembre de 1939.
El ARA 25 de Mayo rescató 250 personas aproximadamente y el ARA Tucumán, por su parte, logró auxiliar 1.240 personas en una docena de viajes entre los puertos de Alicante y Marsella (Francia). No solo le salvó la vida a ciudadanos argentinos, también se prestó a rescatar a muchos españoles de uno y otro de los bandos en pugna. Por ejemplo al progermano concuñado de Franco, “el cuñadísimo” Ramón Serrano Suñer, que más tarde ocuparía las carteras de Interior, Gobernación y Asuntos Exteriores, fue embarcado disfrazado con uniforme de marinero y “lucía” borracho para que no hablara. También a Niceto Alcalá Zamora, ex Presidente de España (1931-1936). De entre los cientos de mujeres que rescataron, es recordada Clara Campoamor Rodríguez, política defensora de los derechos civiles de la mujer y Republicana. También logró salvar el 15 de octubre de 1936 a Juan Cansino Avecilla y su hija Elisa, casada con el argentino Jaime Devesa (ambos acompañaron a Carlos Gardel en sus películas). El otro hijo de Juan se llamaba Eduardo y vivía en Nueva York donde se casó con la bailarina Volga Hayworth. Lo que muchos ignoran es que Juan era el abuelo y Elisa y Davisa serían los tíos de una mujer llamada Margarita Carmen Cancino y el planeta entero la conocería como Rita Hayworth.
El 13 de septiembre de 1936 se dictó un decreto firmado por el presidente de la República Azaña Diaz y por el ministro de Hacienda Juan Negrín López, por el que se permitía el embargo del tesoro guardado en el Banco de España y su posterior traslado a diversos lugares del extranjero. La medida se tomaba con la intención de “salvaguardar el tesoro español, llevándolo a lugar más seguro” y financiar la ayuda militar soviética.
El 14 de septiembre de 1936, se celebró una reunión secreta en Moscú para organizar los envíos de armas a España. El conclave se realizó en el siniestro edificio de la Lubianka, sede de la NKVD, con la presencia entre otros de Yagoda a quien solo le quedaban dos días al frente de la Policía Secreta y sería reemplazado por Nikólai Yezhov. Así comenzaba la historia del “oro de Moscú”.
En aquel entonces España ocupaba el cuarto lugar mundial en cuanto a reservas de oro luego de los Estados Unidos, Francia y el Reino Unido y la mayor parte permanecía a resguardo en los sótanos del Banco de España en Madrid. El Decreto decía así: “Ministerio de Hacienda. Excmo. Sr.: Por su excelencia el Presidente de la República, y con fecha 13 del actual, ha sido firmado el siguiente Decreto reservado de este Departamento ministerial. La anormalidad que en el país ha producido la sublevación militar aconseja al Gobierno adoptar aquellas medidas precautorias que considere necesarias para mejor salvaguardar las reservas metálicas del Banco de España”. El Artículo 1º decía: “Se autoriza al Ministerio de Hacienda para que en el momento que lo considere oportuno, ordene el transporte, con las mayores garantías, al lugar que estime de más seguridad, de las existencias que en oro, plata y billetes hubiera en aquel momento en el Banco de España en Madrid”.
A la hora del juicio de la historia cada personaje del gobierno de la República deslindó responsabilidades. Azaña sostendrá que no sabía nada, pues se enteraba de las noticias por los diarios. El socialista Francisco Largo Caballero, presidente del Consejo de Ministros, a quien se lo llamaba “El Lenín español”, y Juan Negrín, titular de Hacienda, con sus cómplices, aparecen como los decisivos.
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El mismo 14 de septiembre un centenar de Carabineros y Milicias tomaron el Banco de España, entraron en la cámara del tesoro ubicado a 35 metros de la superficie y en no más de 30 días sacaron 10.000 cajas de setenta y cinco kilos cada una conteniendo lingotes y monedas de oro y trasladaron los efectivos de “la Motorizada”, el tesoro, vía tren de Madrid a la base naval de Cartagena, la más custodiada de la República.
Cuenta la historia que el cajero principal del banco al observar cómo vaciaban las cajas blindadas de la institución, ante su impotencia, se suicido en su despacho. A fines de octubre gran parte del tesoro fue cargado en los buques soviéticos Neva, Kim, Volgoless y Juso con destino final el puerto de Odessa. En cada barco se trasladaba un funcionario del banco español.
Cuando Iósif Stalin se enteró de la llegada del oro realizó un gran banquete con los altos jerarcas del Partido Comunista de la Unión Soviética y en su discurso afirmó: “Los españoles no verán su oro nunca más, como tampoco ven sus orejas”. Para evitar testigos incómodos, los cuatro funcionarios españoles que atestiguaron la entrega y la valoración de lo que se enviaba no pudieron salir de la Unión Soviética hasta dos años más tarde, bajo la condición de que no regresaran a España ( Arturo Candela, Abelardo Padín, José González y José Velasco se instalaron en Estocolmo, Buenos Aires, Washington y México). Los funcionarios rusos que atestiguaron la entrega del oro y el embajador soviético en Madrid, Marcel Rosenberg, fueron fusilados.
¿Cuál fue el destino del tesoro que se debía resguardar? En 1957, el diario oficial Pravda, tras la muerte de Negrín, sostuvo que no solo se había agotado sino que España todavía debía 50 millones de un crédito solicitado por 80 millones de dólares. “Una broma macabra”, al decir de un historiador español. El socialista Indalecio Prieto Tuero, Ministro de Defensa de la República, en su libro “Convulsiones de España”, dice: “El Kremlin, silencioso frente a tanta algazara, ha hablado meses después para decir que el medio millar de toneladas de oro lo gastó íntegramente, sin dejar un gramo, la República Española, y que la URSS, lejos de adeudar nada es acreedora, pues el Gobierno republicano quedó a deberle cincuenta millones de dólares. Consiguientemente, en Madrid se rindieron honores a un papel mojado. Aunque para nada intervine en el depósito ni en la administración del oro conducido a Rusia, estoy segurísimo de que es falsa la afirmación difundida por Pravda de que el importe de las quinientas toneladas de oro transportadas de Cartagena a Odesa se consumieron por la República. Estamos en presencia de un colosal desfalco”.
Pero no solo desapareció el oro español en tiempos de la guerra civil. En febrero de 1939, cuando faltaban solo dos meses para la victoria de Francisco Franco llegó a Veracruz, México, el yate “Vita”, adquirido en el Reino Unido por un testaferro de Negrín, cargado de oro, brillantes y valiosos cuadros robados en museos y colecciones privadas. También el yate trasladaba tesoros religiosos como el clavo de Cristo y el manto de las 50.000 perlas de la Virgen del Sagrario de la Catedral de Toledo que hoy, desaparecidos, forman parte de colecciones particulares.
Ucrania hoy, España ayer, nada nuevo bajo el sol, exclamo el rey Salomón. Como se informó en Infobae hace escasos meses, las tropas rusas de Vladimir Putin tras la invasión a Ucrania procedieron a saquear varios museos. Basta citar los de Kherson, Mariúpol, Melitópol y Kajokva. En lo que también se considera un crimen de guerra, los soldados rusos se robaron objetos antiguos de oro, plata, estatuas y obras de arte del acervo cultural de Ucrania de valor incalculable.