LONGSTAFF: “Nos vamos a Wembley, díselo a mamá...”
El último trofeo que Newcastle tuvo el privilegio de celebrar fue la Copa de Ferias de la UEFA, allá por 1969. La final de la Carabao Cup le abre la posibilidad de ganar su primer título en 24 años.
Es importante destacar el concepto de ciudad. Porque en Londres tienen un puñado de equipos, en Liverpool están los reds y el Everton, en Manchester está el United y el City. Incluso en Sheffield está el United, el Wednesday y los dos clubes más antiguos de la historia, el Sheffield FC y el Hallam. Pero en Newcastle solo está el United. Una ciudad unida en torno a su equipo de fútbol. Entregada, apasionada. Una geografía industrial, dura. Con carácter, ruda y amable a la vez. La ausencia principal son los éxitos balompédicos. Pese al tremendo apoyo que recibe el club.
54 años sin títulos equivale a un buen puñado de generaciones obligadas a sentirse satisfechas con cualquier cosa que pudan llevarse a la boca. La década de los 90 ofreció optimismo a St James’ Park. Dos subcampeonatos de liga, otros dos más de FA Cup, y participaciones en la Liga de Campeones que aún se recuerdan con cariño hoy en día. Pregúntenle a cualquier geordie que se topen, les hablará de Faustino Asprilla y del Barcelona con toda probabilidad. Fue la década en la que las estrellas nacían en Newcastle y querían vestir las franjas negras y blancas. Ninguna brilló más que Alan Shearer, que se convirtió en capitán, estandarte y máximo goleador en la historia del club.
Pero siguió la sequía. Tan cerca y tan lejos. La década que sucedió a su última final copera, en 1999, vio cómo las urracas, lejos de seguir alzando el vuelo, se estancaban en la mitad de tabla. Hasta el descenso a segunda en 2009. Un añito en el infierno y vuelta a la zona tibia de la Premier League, hasta caer nuevamente al pozo en 2016. La decepción hecha rutina. Hasta esta temporada, la primera bajo propiedad saudí. En Newcastle vuelven a soñar. Toda la ciudad. Vuelven a disfrutar con su equipo, y vuelven a celebrar a sus vecinos.
Uno de ellos fue el héroe el martes por la noche. Cumplió el sueño de cualquier persona nacida a orillas del río Tyne. A los cuatro minutos de juego, Bruno Guimaraes inició el ataque con un brillante juego de pies. Cambió la pelota de dirección y se apoyó en Sean Longstaff. El centrocampista pasó a Kieran Trippier y siguió avanzando, hasta que el exlateral del Atlético le devolvió el esférico, ya dentro del área. Longstaff nació un año y medio antes de la última final copera del Newcastle United. Aunque seguro que esto no se le pasó por la cabeza cuando se encontró frente al portero del Southampton. Disparó duro, marcó e inició una carrera hacía la esquina. Brazo en alto, elevado. Como Alan Shearer. Como miles de criaturas han hecho durante los últimos 30 años después de marcar en parques, patios de escuela y cualquier lugar en el que hayan podido patear una pelota.
Hubo un segundo tanto de Longstaff poco después. Para certificar el pase a la final de la Copa de la Liga, para hacer dudar a quienes, como en las primeras líneas de este texto, siempre esperan el tropezón porque es a lo que están acostumbrados. Quizá ya no vaya a ser así. Quizá ahora sí. Newcastle volvió a cantar unida, como suele ser habitual. Lo que cambió es que su habitual “Dile a mamá que no iré a cenar”, fue honesto y sincero. Nunca más una ilusión. “Nos vamos a Wembley, díselo a mamá”.