La estrategia de guerra convencional de Washington puede no tener éxito si no considera nuevas tácticas de la guerra irregular
El Departamento de Defensa se está preparando para una guerra con China que se parece a la Segunda Guerra Mundial pero con mejor tecnología, el problema es que tal inversión no será relevante ante un escenario improbable ya que Xi Jinping no invadirá Taiwán, al menos no lo hará al estilo Putin en Ucrania
La no tan sorpresiva invasión de Putin a Ucrania de febrero de 2022, no tomó por sorpresa a Estados Unidos ni a la OTAN, la información de que ello podía suceder era conocida por Washington y sus socios, y estaban dados todos los elementos como para que esa operación militar fuera ejecutada por Rusia. Sin embargo, la administración Biden cree que la reacción contra el Kremlin pudo ser mejor y más completa en distintos aspectos.
Desde esa experiencia, el proyecto de Defensa Global dirigido por el Pentágono ordenó a sus grupos de expertos enfocarse en la tarea de desarrollar estrategias basadas en evidencia y pruebas concretas en orden a las conductas de oponentes potenciales como puede ser China y Corea del Norte. En esa dirección es que el Departamento de Defensa debe estudiar y presentar un programa amplio y con alternativas sobre cómo imponerse contra China, Rusia y otros potenciales oponentes en una “contienda estratégica” en caso de que la crisis entre Beijing y Taipéi escale y se convierta en una guerra real.
No obstante, puede que la administración del presidente Joe Biden esté enfocando erróneamente su buena intención, por ejemplo, la de proteger a Taiwan y es aquí donde surge el problema ya que una operación militar China a gran escala difícilmente suceda, Xi Jinping no invadirá, al menos no lo hará al estilo Putin en Ucrania, por lo cual si el presidente Biden está basando su pedido al Departamento de Defensa tomando la experiencia ucraniana, podría estar considerando una lección equivocada, más aún si lo hace pensando en un escenario militar similar, dado que eso no ocurrirá.
Desde el ataque ruso a territorio ucraniano todas las acciones y reacciones, tanto políticas como militares han considerado en todo momento el aprendizaje que dejo la Guerra Fría, todas las partes saben que la confrontación entre las grandes potencias nucleares pone en riesgo al planeta ante lo que inexorablemente sería una Tercera Guerra Mundial, por ello Estados Unidos y las demás potencias de la OTAN evitaron poner sus tropas de manera directa sobre el terreno del conflicto.
Es claro que la propia naturaleza de la guerra es su escalada y nadie quería otro Sarajevo de 1914 en pleno Siglo XXI, menos aún con arsenales nucleares y armas tácticas disponibles en los potenciales contendientes en pugna. Luego de la caída de la ex-URSS ambos bandos mantuvieron grandes fuerzas convencionales y sus arsenales nucleares como elementos de disuasión, pero la lucha real se llevó a cabo a través de guerras irregulares, como las guerras asimétricas y distintos conflictos por el poder político. Por esas razones fueron creadas Fuerzas Especiales del Ejército y la Armada estadounidense y conocimos los avances en la industria de armas, cómo los misiles Stinger que en en los años de la ocupación soviética de Afganistán mostraron la vulnerabilidad de las fuerzas de la ex-URSS, de igual modo que los misiles anti-tanque Javelin que hoy son la respuesta devastadora a la invasión de Ucrania por parte de la Federación de Rusia.
Sin embargo, la dirigencia occidental y sus expertos en defensa continua defeccionado actualmente al no comprender que “la competencia y la superioridad estratégica se gana a través de la guerra irregular”, lo cual no deja de ser un error de apreciación peligroso si los potenciales actores de una guerra en Taiwán perciben la confrontación como una guerra convencional y según parece buscan recrear la Batalla de Midway en el Estrecho de Taiwán, pero con portaaviones de clase Ford y F-35. El problema actual es que si se produce un conflicto allí, probablemente se tornaría en nuclear en pocas horas o días, Putin es repudiado por muchos en la comunidad internacional por sus bombardeos contra civiles pero Xi Jinping puede ser mucho más complicado que el líder ruso en una situacion crítica, de alli que planificar una guerra convencional prolongada en un potencial conflicto entre China y Taiwán es no conocer los contendientes y una absoluta fantasía.
Los expertos en políticas de defensa aconsejan a los tomadores de decisiones ampliar el presupuesto de defensa, Washington contempla para el año 2023 una disponibilidad para defensa de entre 750 a 800 mil millones de dólares, fuentes del Pentágono indicaron extraoficialmente que se lleva adelante una abrumadora cifra de compra de armamento de guerra convencional (como aviones de combate y barcos para la armada) mientras se ignoran las capacidades de la guerra irregular. El presupuesto para el Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos, que supervisa a todos los operadores especiales estadounidenses en todas partes del mundo es el 80 % del costo de un portaaviones y la administración Biden ha ordenado la construcción de tres a razon de 13 mil millones de dólares por barco y tiene planeado construir otros dos más. Los presupuestos son documentos económicos pero también morales e inalterables y no mienten. El Departamento de Defensa se está preparando para una guerra con China que se parece a la Segunda Guerra Mundial pero con mejor tecnología, el problema es que tal inversión no será relevante ante un escenario improbable.
No obstante hay una creciente discrepancia de políticos estadounidenses pertenecientes al partido republicano e identificados con el ex-presidente Donald Trump que cuentan con predicamento y ascendencia dentro de las fuerzas armadas. Estados Unidos no es un país del tercer mundo, no es una nación latinoamericana o africana. En Washington el sistema democrático es observado y estrictamente respetado por los políticos y los militares, no hay posibilidad alguna de interpretar un boicot a su propio país como sí sucede a menudo en otras naciones subdesarrolladas. La política estadounidense y las fuerzas armadas trabajan subordinadas a su constitución y cada enmienda de ella es respetada a rajatabla. Sin embargo, las criticas que buscan revitalizar sus capacidades de guerra irregular suelen ser rechazadas por políticos liberales. Ellos se manifiestan en contra de los grupos de operaciones especiales, no les agrada aquello de patear puertas y cazar terroristas, aunque los propios gobiernos que los han criticado se han valido de esas tácticas y operaciones más de una vez. No obstante, eso es una parte pequeña pero inevitable de lo que define a la guerra irregular y es también lo que se ha exigido de no pocos combatientes irregulares en los últimos 20 años. De allí que como lo entienden varios altos oficiales del Pentágono -que deberían ser escuchados por la administración Biden-, Washington necesita una estrategia de previsión de combate diferente y que vaya más allá de los juegos de guerra de salón para enfrentar los desafíos de los conflictos modernos.
La creación del Centro para Estudios de Seguridad para la Guerra Irregular por parte del Congreso estadounidense es un acierto en materia de Defensa Nacional, más aún considerando que ella ha sido un tópico que no estaba del todo claro en la administración Biden que, incluso en 2 años de gestión aún no muestra una plan completo y definido de su Estrategia de Defensa. El centro es una buena herramienta y será muy útil para dar respuestas y unificar criterios entre el liderazgo político estadounidense y los países socios de Estados Unidos, y en la medida que haga bien su trabajo podrá mejorar no solo la comprensión de las guerras irregulares sino lo más importante, las capacidades de respuesta para confrontar con ellas. Después de todo, la guerra irregular requiere más cerebro que potencia de fuego y exige mucho más esfuerzo intelectual que una carga de infantería o caballería mecanizada y si no, que lo digan las tropas rusas de su experiencia en Ucrania.