Australia, el próximo rival de Argentina: un equipo defensivo que hace culto al contraataque
Cede la iniciativa y juega a defenderse; no tiene jerarquía individual pero, aún así, ganó dos partidos y se enfrentará el sábado al seleccionado
La gesta australiana tiene nombres propios. El principal es Graham Arnold, el entrenador de un plantel de futbolistas cuya máxima virtud es no tenerle miedo a nada. Los oceánicos saben que ya hicieron historia y que la cosecha futura es todo ganancia. No le temen ni a reventar el balón rumbo a la tribuna. No les asusta jugar al pelotazo. Ni volver todos en bloque y atacar a toda velocidad cuando huelen sangre y ven al rival desguarnecido. Eso fue lo que ocurrió en el gol que les dio el pasaporte a octavos: Matthew Leckie, uno de los veteranos, recibió en tres cuartos de cancha con los daneses en retroceso. Se hamacó para un lado, para el otro y definió de zurda. La pelota terminó pegada al palo izquierdo de Kasper Schmeichel. Un gol que valió una clasificación.
Australia tiene en Leckie y en Matthew Ryan a sus dos estandartes. Acaban de llegar a nueve presencias mundialistas, las mismas que dos referentes históricos del equipo amarillo: Mark Bresciano y Tim Cahill. Si juegan el sábado, ellos también harán historia y serán los únicos con 10 partidos en Copas del Mundo. Nada mal para un país que no tiene al fútbol como su deporte principal y que apenas lleva seis participaciones en citas ecuménicas.
Más allá de esos dos nombres propios, Australia suple la falta de jerarquía individual con el espíritu de equipo. Cuatro de sus once titulares ante Dinamarca juegan en equipos de ascenso. Ni siquiera forman parte de las elites en los países donde se ganan la vida como futbolistas profesionales. Sin embargo, corren, meten, se prodigan por el compañero y son un equipo solidario. ¿Talento? Escaso. Australia lo tiene en Aaron Mooy, un mediocampista central que en lugar de pelo, en su cabeza tiene el mapa de la cancha. De sus pies parten los (pocos) pases verticales. Australia, de hecho, perdió la batalla por la pelota en los tres partidos que disputó. Contra Dinamarca fue goleada: el equipo oceánico tuvo el balón apenas un 28% del tiempo.
El gol de la clasificación de Australia
Arnold arma su formación pensando en que el rival no lo descifre. La defensa es un muro, con Harry Souttar (nacido en Escocia, jugador de Stoke City, de Inglaterra) como la torre más alta de la última línea. Mide casi dos metros y casi nunca se equivoca al saltar. Si su rival le opone el juego profundo por las bandas y el centro a la cabeza del 9, lo más probable es que fracase. Su compañero de zaga, Kye Rowles, también es alto: 1,85 centímetros. Ambos se apoyan en dos laterales vehementes, sobre todo Aziz Behich, quien va por la izquierda. Milos Degenek, nacido en Croacia y emigrado junto a su familia en 2000, va por la otra banda. Y fue el encargado de dar la última arenga en el estadio Al Janoub, antes del partido que los clasificó a octavos de final.
Australia es un equipo tan compacto y rocoso que Dinamarca, repleto de talento y futbolistas que juegan en las principales ligas de Europa, no pudo vulnerarlo. Tuvo la pelota en los pies de Christian Eriksen, su capitán y director de orquesta. Pero la administró mal y se topó con los defensores y mediocampistas vestidos de amarillo. Los Socceroos tienen mucho más músculo que neuronas, por lo que para hacerles un gol hay que dejarlos en el camino más de una vez. No se rinden. Prueba de ello es que tenían el camino más largo hacia Qatar 2022: habían quedado terceros en su grupo dentro de las eliminatorias asiáticas, detrás de Arabia Saudita y Japón. Debían ganar el repechaje de su confederación y, más tarde, el mundial. Dos partidos con la soga al cuello.
En ambos, los dirigidos por Graham Arnold (disputó él mismo el repechaje rumbo a Estados Unidos 1994 ante la Argentina) dieron cuenta de dos entrenadores argentinos: primero Rodolfo Arruabarrena (Emiratos Árabes) y más tarde Ricardo Gareca (Perú), el día del recordado bailecito del arquero suplente Andrew Redmayne en la definición por penales ante los peruanos bajo el cielo de Al Rayyan.
“Sacrificio y esfuerzo” son dos palabras que definen a los futbolistas australianos. El que no se prodigue por el compañero ve el partido siguiente desde el banco de suplentes. Lo dijo el propio entrenador en sus palabras a BBC Sport tras el encuentro: “¡Estoy tan orgulloso por el esfuerzo de los jugadores! Dado el poco tiempo de descanso que teníamos, el esfuerzo fue increíble. En esto hubo mucho de convencimiento y de trabajo duro. Los jugadores tienen las ideas claras: trabajamos en creer, en la energía y en enfocarnos durante cuatro años seguidos. Esta noche vi en sus ojos que estaban listos”.
Así, con el esfuerzo como bandera y un 4-3-3 que en realidad se hace más defensivo en función del rival (llega a ser 4-5-1), Australia hizo historia y ganó por primera vez dos partidos en una Copa del Mundo. E igualó su mejor actuación en un Mundial: en 2006 ya había llegado a los octavos de final. En Alemania, los Socceroos se enfrentaron con Italia y perdieron 1-0. Los italianos terminaron levantando el trofeo y se coronaron campeones en aquella recordada final del cabezazo de Zinedine Zidane a Marco Materazzi. Australia va por la revancha. Y quiere llegar aún más lejos.