El Madrid dispara al aire
El equipo de Ancelotti mantiene vivo hasta el final un partido en el que mereció golear al Shakhtar. Rodrygo convence como segundo punta y Vinicius continúa desatado.
En año de Mundial de guantes y bufanda todo ahorro energético es bienvenido. Suena a recomendación gubernamental, pero al fútbol llegó antes el eslogan. Y Ancelotti ya tiene su plan, que este año pasa por la Champions. El italiano intuye que esta vez no habrá escapada en la Liga y que es la competición europea la que le ofrece la oportunidad de repartir el gasto. Ganando puntos se compra descanso, que está igual de caro lo uno que lo otro. Así que el Madrid salió ante el Shakhtar a mano armada, con el mejor equipo posible menos el lesionado Courtois y sin Modric, que merece cuidados intensivos, por su edad y por su relevancia en el equipo. Ancelotti sabe que el camino hacia Cibeles exige no dejar cabos sueltos y al croata le quiere de punta en blanco para las últimas escenas.
El Shakhtar intenta disimular su drama. Procura no jugar como un equipo en medio de una guerra, exiliado o amenazado según salta de una competición a otra, pero con la fuga de sus brasileños se ha quedado en la mitad. Se vio desde el comienzo. Ese Shakhtar descarado que tuvo al Madrid en vilo en las dos últimas visitas se ha convertido en un equipo encogido, sin salida, sin la pelota, que le duró un suspiro, extraordinariamente sometido. Así que los de Ancelotti dominaron a placer poniendo rumbo a Vinicius. El equipo se vence a la izquierda de modo instintivo porque no hay cortafuegos que le resista y moldea su figura a gusto del brasileño. Así, Valverde ocupó esta vez la derecha y Rodrygo se estableció como segundo punta para reordenar el equipo en un 4-4-2 y ampliar el frente de ataque ante un adversario muy empobrecido por el conflicto que azota al país.
Rodrygo y Vinicius
Tampoco ayudó al equipo ucraniano encajar un gol antes del primer cuarto de hora de forma casi accidental. Rodrygo quiso pasar por donde no cabía un alfiler y acabó encontrando una pared involuntaria en Stepanenko. Como vive con el dedo en el gatillo aprovechó el rechace para marcar desde la frontal con un tiro que pareció al alcance de Trubin.
El partido era y siguió siendo del Madrid ante un adversario inexistente en los dos lados del campo: invisible en ataque, transparente en defensa. Y a esa extrema debilidad ucraniana se sumaba la enorme precisión del Madrid. El segundo gol fue buen ejemplo de fútbol relámpago. Valverde, Benzema, Rodrygo y Vinicius desmontaron a un toque la defensa del Shakhtar. El último puso el broche. Cuatro goles en cinco partidos al equipo ucraniano, con el que la tiene tomada. Ese es el gran cambio de Vinicius: ha pasado de amenizar los partidos a decidirlos.
A partir de ahí el Madrid se volvió torrencial. Al propio Vinicius, Benzema y Valverde se les fueron ocasiones clarísimas, hasta que de tanto gustarse el equipo acabó descuidándose. Zubkov recortó distancias con una acrobacia imperfecta: acabó voleando de espinilla ante una defensa de brazos caídos. El resultado, por ajustado tras un festival blanco (17 disparos en el primer tiempo), era tan inexplicable como la dejadez del Madrid en la jugada.
Esperando a Benzema
En la segunda parte menguaron los blancos y asomó Mudryk, un exterior muy por encima de la media de su equipo. Ni lo uno ni lo otro sirvieron para equilibrar un partido en el que todo pasaba por un jugador: Vinicius. El brasileño desbordaba una y otra vez a una defensa permisiva a la espera de que alguien desenfundase. Ese alguien debía ser Benzema, pero algo le separa del gol este año: un primer control impreciso, un remate demasiado centrado, un portero listo, una décima de segundo de retraso. Todo se le queda en un casi aunque, remate aparte, anduvo impecable. Tiene malacostumbrado al personal.
En cierto modo, Rodrgyo es su contrapunto. Aparece menos, participa menos, pero va al grano. Cada intervención suya acabó en remate. Quizá por directo y sencillo pasa más inadvertido que Vinicius, pero está cargado de dinamita. Una lástima que se fuera tocado.
Ancelotti quitó entonces a Tchouameni, el antidisturbios, para meter a Camavinga, que como pivote juega al filo de lo imposible. Y el Shakhtar quiso aprovechar esa rendija. El runrún, para entonces, había invadido el Bernabéu, que empezaba a creerse más al marcador que al equipo. Se quedó en eso porque el Shakhtar anda justo de artillería. No todos los que pasen por el Bernabéu llegarán tan desarmados.