US Open: Serena Williams logró exorcizarse y “el viaje más increíble” de su vida terminó aun mejor que lo que proyectó
Dominante pero irascible, no siempre fue querida por todos, pero la estadounidense se mostró en Nueva York sensible y terrenal como nunca, y se despidió del tenis a lo grande
Pero en apenas cuatro días, luego de dos partidos estupendos en el Arthur Ashe, en el horario central, con entradas agotadas y celebridades de todo tipo en las butacas, una parte del tenis empezó a pensar en voz alta si era factible que el cuento terminara con la ex número 1 ganando –con casi 41 años– el 24º trofeo de Grand Slam e igualando el récord de Margaret Court. Hoy, un absurdo deportivo que sólo podía generar una leyenda como ella. Pero la agradable noche del viernes neoyorquino les dio un cachetazo a aquellos que, al menos por un rato, se ilusionaron con esa opción de película: la victoria de Ajla Tomljanovic, compatriota de Court, cerró la maravillosa aventura de la menor de las hermanas Williams. Pero hasta el final, los 24.000 espectadores gritaron en cada punto mientras Serena –mucho más ágil, lúcida y peligrosa que lo esperado– competía con fiereza frente a una rival once años menor.
La despedida de Williams se produjo en la misma cancha en la que ganó, con 17 años, el primero de sus 23 títulos grandes (en 1999). Pero también en el court donde su carácter indomable le había jugado en contra, siendo protagonista de capítulos reprochables, como el de la final de 2018, ante Naomi Osaka, cuando montó un escándalo contra el umpire portugués Carlos Ramos. Y como nueve años antes, en la semifinal frente a Kim Clijsters, cuando una jueza de línea le cobró falta de pie y ella la amenazó: “Si pudiera, agarraría esa pelota y te la metería por la garganta”, dijo Williams según la autoridad. La parte más salvaje y soberbia de Serena provocó que, en distintas etapas, no todos la quisieran. Más allá de los repugnantes actos racistas que sufrió en algunas ciudades, una porción del tenis la rechazó por algunas actitudes de arrogancia. Pero todo ello quedó atrás.
Serena logró exorcizarse esta semana de muchos malos momentos que la vinculaban con el Abierto de Estados Unidos (y otros certámenes). A diferencia de lo fría y distante que se había mostrado en Wimbledon, Toronto y Cincinnati (los tres torneos en los que jugó antes del major neoyorquino), bajó la guardia en Nueva York. Sonrió. Disfrutó (e hizo disfrutar). Compitió con orgullo. Se emocionó. Agradeció. Se quebró en público. Se mostró terrenal. Y se marchó (¿se marchó?) por la puerta grande, con leyendas como LeBron James, Roger Federer, Tiger Woods, Rafael Nadal, Michael Phelps, Billie Jean King y Magic Johnson declarándoles su fascinación.
“Ha pasado mucho tiempo. He estado jugando al tenis toda mi vida, así que… Es un poco pronto como para hacer un análisis de más de 25 años. Pero también estoy feliz porque esto es lo que quería. Mis lágrimas no son de tristeza, ¿saben? Es como… Ni siquiera sé cómo describirlo. Lo que más me enorgullece de estas semanas es que ni siquiera rompí ninguna raqueta, así que eso fue una ventaja [sonrió]. Y tuve una buena actitud”, narró Serena durante su última rueda de prensa.
Le resultó difícil anticipar qué haría el día después de la despedida en el US Open, pero tenía una idea: “Descansaré y luego pasaré un tiempo con mi hija”, aludió a Olympia, de 4 años. “Soy una mamá superpráctica. He estado con ella todos los días de su vida, menos dos o tres. Mi carrera ha sido muy difícil para ella. Así que será bueno pasar un tiempo juntas, hacer cosas que nunca he hecho. También tengo una suerte de ventaja porque sucedió lo del Covid-19. Todos se encerraron durante un año y llegamos a ver cómo serían nuestras vidas si no estuviéramos jugando al tenis. Luego me lesioné, el año pasado, así que salí literalmente un año. Y pude ver, de nuevo, cómo sería cada día al despertarme y no tener que ir al gimnasio. Así que no lo sé. Creo que voy a estar varios días en el karaoke con mi hija”.
Ganar Roland Garros 2015. Ése fue el logro que Serena eligió como uno de los motivos de mayor “orgullo” en su carrera. “Aquella vez sentí que casi me moría. Pero de alguna manera gané. Fue bastante impresionante”, sorprendió, aludiendo al triunfo en tres sets ante checa Lucie Safarova, por entonces 13ª. Si bien en un ensayo, publicado en la revista Vogue el mes pasado, escribió que estaba alejándose del tenis para dedicarse ciento por ciento a ser madre, con la idea de buscar un segundo hijo, al hablar con la prensa en Flushing Meadows, si bien no alteró el plan, dejó una puertita abierta, un ambiguo y pequeño margen de maniobra futura.
“¿Qué haría falta para que volvieras a jugar?”, escuchó la tenista que este mes cumplirá 41 años. Y expresó: “No estoy pensando en eso. Sin embargo, siempre me encantó Australia [sonrió]. Recorrí un largo camino desde el año pasado en Wimbledon. Y se necesita mucho trabajo para llegar hasta aquí. Claramente, todavía soy capaz. Pero se necesita mucho más que eso. Estoy lista para ser mamá, explorar una versión diferente de Serena. Todavía soy muy joven, así que quiero tener un poco de vida mientras siga caminando”.
Haya sido su última función o no, Serena logró un estado de nirvana en los courts y fuera de ellos que permanecerá por siempre. Tantas veces camaleónica, se fue sin reproches, amiga del deporte que su padre, Richard, le impuso desde chica. Expulsó todo demonio escondido. Y todavía pisando el cemento de Nueva York, con los ojos humedecidos y la voz de Tina Turner cantando “simply the best” (”simplemente, la mejor”), se conmovió: “Fue el viaje más increíble que he tenido en mi vida”.