Bobby Fischer: a 50 años de la consagración ante Spassky, su abrazo a la gloria y el comienzo de su ocaso
Se convirtió en el 11° campeón mundial oficial tras vencer a su rival por 12,5 a 8,5, en el duelo bautizado como el Match del Siglo realizado en Islandia. Se alejó de los tableros y regresó 20 años después, errático, fóbico y paranoico
El 1 de septiembre, Reikiavik (la capital de Islandia) amaneció con un radiante sol y una brisa amable; el ámbito animó al por entonces campeón mundial, el ruso Spassky a dar un último paseo por los alrededores del hotel Saga. Había pasado toda la noche y la madrugada en el búnker soviético del 7° piso, analizando junto a su equipo de colaboradores y con línea telefónica permanente con el Club de Ajedrez de Moscú, la posición suspendida de la 21ª partida frente a Fischer sin encontrar respuesta satisfactoria alguna. No tenía consuelo; a tres juegos del final del duelo pactado a 24 partidas -Fischer se imponía por 11,5 a 8,5- y una nueva victoria del americano sellaría su suerte. Todo había terminado…
Alrededor de las 10, la casualidad cruzó los destinos de Spassky y del fotógrafo escocés Harry Benson (del semanario Life); mantenían una relación de admiración y respeto mutuo. Sin cambiar la marcha, Spassky apenas se detuvo para extender su mano para el saludo formal y soltó junto a una media sonrisa una frase de sólo cuatro palabras: “Hay un nuevo campeón”. El ajedrecista siguió su rutina pero el artista quedó absorto. Su primera reacción fue llamar al 22322, el teléfono de la habitación de Fischer en el hotel Loftleidir. “¿Estás seguro, es oficial?”, lo interrogó Bobby sorprendido y acezante mientras aguardaba la reanudación de la partida, prevista para las 15, en el Pabellón de Exposiciones Laugardalshöll; la sede del encuentro desde el 11 de julio.
Fischer acostumbrado a llegar con varios minutos de retraso a todas las partidas (incluso en la 2da ni siquiera se presentó por desacuerdos con los organizadores), ese día, su figura alta y desgarbada ataviada de traje rojo púrpura, se presentó con 15 minutos de antelación. Más de 2500 espectadores -habían pagado 5 dólares por cada entrada- colmaban la sala a la espera del desenlace pese a que esa hora el rumor del abandono de Spassky se había disparado por toda la isla. A las 14.47, el árbitro del encuentro, el alemán Lothar Schmid se posicionó en el centro del escenario y realizó el anuncio oficial: “Damas y caballeros, el Sr. Spassky ha abandonado por teléfono a las 12.50. Es una forma típica y legal de abandono. El Sr. Fischer ha ganado la partida número 21, y es el vencedor del campeonato mundial de ajedrez”. A continuación extendió su mano y felicitó al flamante rey; Bobby apenas atinó a mover su cabeza de manera torpe para agradecer el cerrado aplauso que brotó de toda la platea y salió disparado hacia la salida. Quería evitar cualquier contacto con la prensa. El Encargado de Negocios EE.UU. en Islandia, Theodore Tremblay y Víktor Jackovich -único diplomático norteamericano que hablaba ruso-, lo aguardaban con la puerta abierta y el motor en marcha en un Ford Maverick. Detrás en un Mercedes Benz estaban William Lombardy (ayudante de Fischer) y Saemi Palsson (Yudoca, chofer y guardaespaldas de Bobby). Todos partieron hacia la base militar Keflavik; el nuevo campeón mundial sería homenajeado con una cena a base de pescados. En tanto al hotel Loftleidir -alojamiento de la delegación norteamericana- llegaba un telegrama del presidente Richard Nixon, con las felicitaciones por el triunfo.
Dos días después, el domingo 3 de septiembre, se realizó la ceremonia de clausura del Mundial; en el salón Laugardalshöll se organizó un banquete con temática vikinga para 1200 personas que abonaron u$s22, por cubierto. También hubo lugar para la reventa y una entrada se cotizó hasta u$s100. Los camareros, que portaban sobre sus cabezas cascos vikingos, desfilaban con bandejas de lechón y corderos asados, regados con Sangre Vikinga (un brebaje, con mezcla de vino, coñac, jugo de naranja y limonada). A las 19 comenzó el acto, Spassky, junto a su esposa Larisa, se sentó a la izquierda del Dr. Max Euwe, a la derecha del presidente de la federación internacional de ajedrez (FIDE), la silla destinada para Fischer permanecía vacía. En la misma mesa estaban el árbitro Schmid, el organizador islandés, Gudmundur Thorarinsson, y el ministro de economía, Halldor Sigurdsson. Acaso por precaución, el presidente de Islandia Kristjan Eldjarn y el alcalde, Geir Hallgrimsson, que padecieron el desplante de Bobby el 1 de julio, el día de la inauguración del match, esta vez no participaron del evento. Con una hora de retraso Fischer hizo su aparición; lucía sonriente y vestía un traje de terciopelo lila -hecho a medida por Colin Porter, un sastre inglés que vivía en Islandia-. El Dr. Euwe de inmediato se dirigió al escenario y a continuación del himno de la FIDE comenzó con su discurso. Fischer estaba molesto que todas las miradas apuntaban hacia él, de pronto se levantó y ocupó la silla vacía de Euwe; ahora, sentado junto a Spassky sacó de uno de sus bolsillos un juego de ajedrez de viaje y armó la posición de la última partida suspendida y comenzó a explicarle las distintas variantes que había analizado y que todas conducían con su victoria. Spassky lo siguió con atención aunque su esposa no podía contener su rostro de asombro. Finalmente Bobby fue llamado al escenario, le colocaron la corona de laureles y le entregaron el sobre con el premio. Revisó de inmediato el contenido, se trataba de un cheque por valor de 76.123 dólares (además, una transferencia por la misma cantidad ya había sido girada por el mecenas inglés, James Slater, a su cuenta en Estados Unidos); Bobby no realizó comentario alguno. Cuando reaccionó y extendió su mano en agradecimiento, el Dr. Euwe le colgó una medalla dorada que sostenía en su otra mano. Y otra vez Fischer se detuvo y la observó con cautela. De pronto lo miró al presidente y le recriminó “Ey, no tiene mi nombre”. Frente al profundo silencio, el dirigente holandés respondió con picardía y firmeza: “Es que no sabíamos que ibas a ser el ganador”. Ahora Bobby soltó una sonrisa y abrazó emocionado al dirigente.
La fiesta continuó con un baile que se extendió hasta la medianoche (en septiembre en Reikiavik el sol se pone alrededor de las 21.30), Fischer bailó junto a dos jóvenes islandesas Anna Thorsteindottir, de 18 años y su amiga, Inga. Luego los tres se escaparon hasta la habitación de Fischer para escuchar música rock. A la mañana siguiente un grupo de periodistas esperaban a las jóvenes para conocer algunos detalles de la fugaz relación. A dúo negaron cualquier tipo de romance. “Ha sido muy amable con nosotras; se nota que sólo está enamorado del ajedrez”.
El lunes 4, en la residencia oficial del presidente islandés Eldjarn, se realizó una nueva recepción de la que participaron los funcionarios de ambas embajadas; Fischer y Spassky se verían las caras por última vez en Islandia. “¿Volveremos a jugar?”, le preguntó sutilmente el soviético. “Quizás” contestó el americano. “¿Cuándo?”, le consultó Spassky. “Tal vez en un año, si la propuesta económica me satisface”, respondió Fischer con una sonrisa astuta. Luego planearon juntos una serie de actividades para el día siguiente, pero a última hora Spassky canceló el encuentro; se marcharía temprano hacia Copenhague con destino final a Moscú. Aunque a Fischer le desagradó el desplante eso no impidió que a través de su amigo Saemi Palsson, le enviara al ex campeón un regalo: una cámara de fotos, la misma que Benson le había regalado a Fischer durante el match en Reikiavik y que a Bobby no le gustaba. “Spassky se emocionó con el presente; nunca había visto a un hombre tan contento. Es uno de los tantos y gratos recuerdos que tengo del match”, contó el guardaespaldas Palsson, el mismo que 33 años después ayudaría a Fischer a conseguir la ciudadanía islandesa para salir de la cárcel en Japón en 2005.
La profecía de Spassky
Boris Spassky que sabía a lo que se exponía en su vuelta a la URSS (aunque nunca pensó en desertar), dejo una frase antes de abandonar Reikiavik. Sus palabras sonaron como una profecía hacia Fischer sin embargo pudo ser un pensamiento en voz alta: “Será una época difícil para él; ahora se cree un Dios, que no tendrá problemas. Aparecerán amigos, la gente lo idolatrará y la historia lo obedecerá. Pero no es así; en estos lugares altos hace frío y son solitarios. La depresión pronto se apoderará de él. Lo aprecio y tengo miedo con lo que le vaya a pasar”.
A su regreso a la URSS, Spassky fue señalado como el abanderado de la derrota y de la pérdida del título mundial; fue castigado con la prohibición de viajar al extranjero durante 9 meses y la baja del 40% del salario. La crisis se llevó su segundo matrimonio. Tres años después conoció a Marina Shcherbacheva, ciudadana francesa, que lo invitó a su departamento en Moscú. El inmueble fue saqueado y desaparecieron varios objetos personales del ex campeón, entre ellos la cámara de fotografía regalada por Fischer. En 1976, Boris y Marina consiguieron mudarse a París.
En tanto Bobby llegó a Nueva York el 15 de septiembre de 1972, disfrutó de sus días de gloria: fue homenajeado por el Alcalde John Lindsay con una ceremonia de 1000 asistentes en las escalinatas del Ayuntamiento frente a un enorme cartel: “Bienvenido Bobby Fischer, Campeón Mundial de Ajedrez”, en el dorso aún podía leerse el saludo a la tripulación de la Apolo 16, tras el regreso en abril de ese año. Bobby rechazó el tributo de “las llaves de la ciudad”. ¿Llaves, para qué? Yo vivo en esta ciudad, contestó el rey del ajedrez. En cambio lució orgulloso una medalla dorada que decía “El más grande de todos los maestros”. Exultante Fischer habló en público por primera vez tras la conquista del título: “Quiero desmentir un rumor malicioso que creo que salió de Moscú. No es cierto que Henry Kissinger me llamara por las noches para dictarme los movimientos”. Y agregó: “Estoy feliz porque nunca imaginé que el ajedrez estuviera en todas las portadas de aquí y reducido a sólo un párrafo en el Pravda (publicación oficial del Partido Comunista entre 1918-1991)”.
Pero como un cuento de hadas aquel momento de felicidad huyó como el verde en otoño. Con la casa puesta como un caracol Fischer se trasladaba por distintos puntos de la geografía del país y del extranjero para no ser contactado y rechazando cualquier ofrecimiento que recibiera. “La gente sólo quiere explotarme” repetía a diario. Según su abogado Paul Marshall recibió propuestas por más de 10 millones de dólares y las rechazó a todas. Warner Bross le ofreció u$s1.000.000 por la creación de unos discos con su voz enseñando las reglas básicas del ajedrez; Hilton Corporation de Las Vegas otro millón para un match revancha con Spassky; un empresario de Texas con la misma propuesta ofreció hasta 1,5 millón. La misma suerte corrieron una editorial que le propuso una pequeña fortuna a cambio de un libro con los detalles del match, un productor de TV por hacer anuncios en largometrajes y una concesionaria que le ofreció 75 mil dólares, más los derechos residuales y un auto OK por anunciar que él sólo conducía ese auto (Bobby no sabía manejar). En 1974, el gobierno de Zaire, tras la pelea de Alí con Foreman ofreció 5 millones de dólares para el duelo con Karpov, estimado en un mes de duración. “Cómo voy a ganar lo mismo que Alí en una noche. Además él (Ali) me robó “el más grande”, yo lo soy desde antes que él”. Fue la respuesta de Fischer.
Entre enero y noviembre de 1974, Anatoly Karpov se adjudicó el torneo Candidatura (venció a Polugaievsky, Spassky y Korchnoi) y se consagró en aspirante al título mundial. En abril de 1975 vencía el plazo para la firma de los contratos. Fischer elevó a la FIDE un escrito con 179 exigencias para la defensa del título. Le rechazaron sólo dos: el número ilimitado de partidas (Bobby exigía jugar hasta que alguno alcanzara 10 victorias), y que el empate favorecía al campeón (Fischer pidió que con la igualdad en 9 puntos, el match fuera declarado empate y el campeón retenía la corona). El gobierno filipino del dictador Ferdinand Marcos garantizaba 5 millones de dólares en premios por ese match. No hubo acuerdo. El 3 de abril, la FIDE tomó la decisión de quitarle el título y por primera vez en el historial de este juego se consagró a un campeón mundial sin ejecutar un solo movimiento.
A fines de los setenta Fischer seguía desojando margaritas. Rechazó hacer una película -él y Spassky serían los actores, rememorando el duelo de Islandia- con el director Milos Forman. Ya llevaba más de seis años sin jugar profesionalmente y sin nuevos ingresos. Fue perdiendo sus ahorros: más de 100 mil dólares los donó a la Iglesia Universal del Reino de Dios. Aunque más tarde denunció al pastor Herbert Armstrong de ser un falso profeta. Viviendo en la orfandad en 1981 fue detenido por la policía de Pasadena; lo confundieron con un vagabundo y ladrón de bancos. Como un sobreviviente, vestido con ropa ajada que alguna vez estuvo de moda como él se paseaba por los barrios marginales de Los Ángeles, cerca de Mac Arthur Park. Su hermana Joana junto a su marido Russel Targ y sus tres hijos lo recibieron en su casa en Palo Alto. La convivencia duró un suspiro, por sus desvaríos y odios a los judíos le pidieron que se marchara.
En 1992 decidió salir de la jungla; una joven amante húngara, Zita Rajcsanyi lo contactó con Janos Kubat que organizó una reunión con Jezdimir Vasiljevic, presidente del banco Jugoskandic, y Fischer firmó un contrato por 5 millones de dólares para un match revancha ante Spassky, ahora, en Yugoslavia, curiosamente con fecha de inauguración del 1 de septiembre. Veinte años después de la hazaña en Reikiavik. En la ceremonia inaugural hizo caso omiso (escupió en público el memorándum) a la advertencia del Departamento de Estado de percibir un premio en metálico sobre una nación (Yugoslavia) sobre la que pesaba un embargo comercial. Durante doce años estuvo prófugo del FBI hasta que fue detenido en el aeropuerto en Japón. Pero esa es otra historia.
Hoy el recuerdo es a Bobby Fischer, a los 50 años de su escalada a la gloria y a medio siglo de su descenso al infierno.