Stephen Curry es el mejor tirador de la historia y ganaba campeonatos, pero nunca el premio MVP de la final de la NBA: un día el básquetbol hizo justicia
Postergado en las otras tres coronaciones de Golden State Warriors, el goleador de 34 años logró el gran lauro que le faltaba a su carrera; números, emoción y la idolatría de los compañeros
El MVP de una final. En la conquista de 2015 se lo había quedado Andre Iguodala, un poco sorpresivamente. En las de 2017 y 2018, Kevin Durant, una estrella de brillo similar al de Curry en la constelación NBA. Y en los tres casos la distinción fue merecida. Pero esta vez, el básquetbol hizo justicia a una carrera brillante: Golden State Warriors venció a Boston Celtics por 4-2 en la serie final y el número 30 recibió el trofeo Bill Russell al mejor jugador de la serie. “¡MVP! ¡MVP! ¡MVP! ¡MVP!”, gritaron sus compañeros cuando se supo que Steph era el ganador. Lo idolatran.
También los hinchas, claro. Por ahora es un “one club man”: siempre jugó en Golden State, y lleva 13 temporadas con la camiseta azul y amarilla. A los 34 años, no parece que vaya a cambiar alguna vez. Y aunque sabía cómo era eso de ser campeón, la emoción lo superó. Le pesó tanto que lo hizo desplomarse cuando quedaban unos segundos de juego en el Garden de Boston para el 103-90 definitivo. Y Curry se quedó ahí, sentado en ese parquet cuadriculado histórico. Filmado, respetado, sin que alguien se interpusiera en sus sensaciones.
Se levantó y la cara estaba desfigurada por el llanto. Llanto feliz, porque Steph da y recibe alegría. Es el tipo que más sonrisas saca cuando juega, a cualquier aficionado: emboca carradas de esos tiros imposibles, larguísimos, con marca, sin tiempo para armar el lanzamiento. Hace festejos insólitos, gestos cómplices con el público. Vive con naturalidad el básquetbol de máxima exigencia, como se vio cuando se acomodó el protector bucal antes de disparar una de sus bombas frente a Boston. Y no es todo goleo propio: como base –aunque un base nada europeo o argentino, claro–, hace jugar a sus compañeros. Anota pero también pasa la pelota. ¿Defiende? No tanto, es cierto. Lo suyo es atacar. Y divertir. Y ganar.
Resumen de la producción de Curry en la serie final
Cae bien, además, porque es familiero. Sus padres siempre están en las plateas. Celebra con ellos. También, con su señora, con quien se besó varias veces en la cancha antes de la premiación. En algún partido de esta final fue a mirarlo un rival especial: Seth Curry, su hermano menor, jugador de Dallas Mavericks. Buen jugador. No tanto como este monstruo, por supuesto.
Que dejó números bien de MVP en esta serie decisiva contra la franquicia más histórica de la NBA: 31,2 puntos, 48% de eficacia entre dobles y triples, 6 rebotes, 5 asistencias, 2 robos. No en su mejor actuación, sino de promedio. Le permitieron ponerse a la par de algunos próceres en un par de estadísticas. Steph Curry es el octavo basquetbolista que reúne premios MVP en finales, premios MVP de temporadas y títulos de máximo anotador, a la par de Kareem Abdul-Jabbar, Durant, Kobe Bryant, LeBron James, Jordan, Shaquille O’Neal y Wilt Chamberlain. Y es el sexto Jugador Más Valioso de una final con 34 años de edad o más, miembro de un grupo que integran Jordan, Abdul-Jabbar, James, Chamberlain y John Havlicek. Uff, qué nombres.
Hace dos temporadas Warriors quedó con el peor registro de triunfos y caídas de la liga. Minado por lesiones, ganó 15 encuentros y perdió 50. Su 23,1% de efectividad, casi ridículo para semejante franquicia y semejante plantel, tuvo una explicación: Steph jugó apenas cinco partidos, lesionado y operado en una mano, y su compadre Klay Thompson no protagonizó ni uno, por una rodilla. Tampoco lo hizo en el torneo siguiente, pero por un tendón de Aquiles cortado. Golden State no llegó ni a los playoffs tampoco esa vez, en la 2020/2021.
Ahora, hoy mismo, es campeón. Ganó tres capítulos seguidos en la serie frente a una camiseta pesada en la liga y se coronó en una catedral de la NBA. Con un líder, en lo deportivo y en lo humano, que a pesar de conseguir ese trofeo dorado que le faltaba, el único importante que no poseía, ni siquiera habló de él cuando se le preguntó en el podio por el premio, con el mundo escuchándolo. “Cuando llegamos a los playoffs no estábamos en el radar de nadie”, advirtió. Lo plural sobre lo individual. Stephen Curry tiene claro de qué se trata el deporte colectivo. Y el cariño que le tienen los que ocupan el mismo vestuario no nace sólo de la admiración por cómo juega.