NBA | ANÁLISIS / El peor plan de jubilación: la decadencia de Gregg Popovich
Tras 22 temporadas consecutivas en playoffs y 5 anillos, Popovich afronta sus últimos años en unos Spurs sin aspiraciones y condenados por sus propios errores.
Es innegable que los Warriors estaban en una clara dinámica ascendente en este tercer periodo, pero el adiós a Kawhi minó tanto la moral de los Spurs, que un encuentro que dominaron por más de 20 puntos lo acabaron perdiendo de 2. El 113-111 final supuso también el fin de una era, aunque eso todavía no se sabía. Tim Duncan se había despedido un año antes y Manu Ginóbili y Tony Parker eran cada vez más mayores y estaban cada vez más cansados. Kawhi era el relevo lógico, la estrella incipiente que era el futuro pero también el presente. El hombre llamado a dominar una competición a la que tenía capacidad de adaptarse como figura atemporal, esa capaz de jugar como antes, y no perder coba con el estilo de ahora. Sin embargo, esa lesión, potenciada por Pachulia, estropeó los planes de un Popovich a cuyos equipos siempre le habían respetado los problemas físicos y los reveses de última hora. Ese salto de Kawhi y ese pie de Pachulia lo cambiaron todo. Y, en ese momento, empezó el camino a la perdición.
Kawhi, problemas con los médicos mediante, forzó a los Spurs a una situación imposible, incluso poniendo a alguien como Popovich en su contra. El pragmatismo del técnico de cara hacia fuera, sin grandes críticas jamás a nadie y con una capacidad para cuidar a sus estrellas digna de encomio, provocó que las cosas se vieran de otra manera en los Spurs. Ya no era esa franquicia modélica que era capaz de asegurar la continuidad constante de sus estrellas durante una cantidad ingente de años. El funcionamiento interno se resquebrajó por la acción de un jugador impertérrito a la par que hermético, que hizo un uso cuestionable del empoderamiento del jugador, apadrinó el load managment y puso en un primer plano eso que ahora está en boga dentro de las nuevas generaciones: el entorno. Esa palabra que tiene tanto poder o más que el jugador para forzar traspasos y decidir, por qué no, el futuro de un proyecto determinado.
En ese traspaso, el de Kawhi, no quedó patente solo el error de los Spurs al intentar constuir un nuevo proyecto en torno a DeMar Derozan y LaMarcus Aldrige, dos talentos incuestionables que estaban incuestionablemente por debajo de las estrellas anteriores. También la animadversión de los Spurs en general y de Popovich en particular hacia los Lakers. Ciertos sectores de San Antonio celebraron el traspaso que acabó con el sainete Kawhi Leonard, que pondría rumbo a Toronto y no a Los Ángeles, esa ciudad enemiga que genera unos sentimientos para nada recíprocos. Al fin y al cabo, para rivalidad, los de púrpura y oro ya tienen a los Celtics, mientras que los Spurs se quedaron con un premio muy cuestionado en ese traspaso (el ya mencionado DeRozan), en el que iniciaron una caída paulatina que acabó, coronavirus aparte, con 22 temporadas consecutivas en playoffs. Todo, claro, tiene su explicación, y muchos se acordaron de cómo en 1999, Phil Jackson, que utilizaba como nadie el juego psicológico, dirigió su consabida verborrea hacia los Spurs. El Maestro Zen quitó importancia al anillo de los texanos ese año, el primero de la dinastía, temporada del primer lockout que provocaba un acortamiento de la temporada, definiéndolo como el año del asterisco (se jugaron 50 partidos y no hubo All Star). Popovich jamás se lo perdonó.
Del todo a la nada
En 22 años, Popovich batió casi todos los récords posibles. Se quedaron a una participación en playoffs de la marca más absoluta, y comparten el tope con los Nationals/76ers, que hicieron lo propio entre 1950 y 1971. En ese tramo ganaron cinco anillos (los mismos que los Lakers), sumando más victorias que nadie en playoffs (170) y regular season (1.228). En ese periodo de tiempo, los Spurs superaron las 50 victorias en 19 de sus primeras 20 participaciones, siendo la única ocasión en la que no llegaron a esa cifra precisamente en la temporada del lockout, algo que habría sido imposible (37-13). Sí lo hicieron en la 2011-12, a pesar de contar solo con 66 duelos (50-16). Las 60 victorias se superaron otras seis veces, Tim Duncan ganó dos MVPs, Kawhi dos premios a Mejor Defensor, Ginóbili uno a Mejor Sexto Hombre... Y siempre estuvieron en faena: además de los cinco anillos jugaron seis Finales y 10 finales de Conferencia. Un éxito constante en un periodo de tiempo enorme en el que establecieron una de las mejores dinastías de la historia, fueron cuna del mayor aperturismo que la NBA ha experimentado y fueron candidatos de manera objetiva y constante.
Todo eso se ha evaporado: los Spurs consiguieron a LaMarcus Aldrige procedente de Portland, a DeRozan de los Raptors y a un envejecido Pau Gasol, procedente de los Spurs. Movimientos que se dieron en 2015, 2018 y 2016 respectivamente. Pero ninguno fraguó a largo plazo y el juego colaborativo del que Popovich disfrutó en los últimos años de éxitos, empezó a brillar por su ausencia. Ginóbili se retiró, Parker puso rumbo a los Hornets antes que a la clandestinidad y la mujer del técnico murió, provocando un sentimiento de añoranza enorme que ya apareció con el adiós de Duncan en 2016, pero que se agravó con todas esas pérdidas. Pero él decidió seguir ahí, inamovible, liderar a un grupo con menos talento a los playoffs en 2018 y 2019 (47 y 48 victorias respectivamente) e incluso tener oportunidades reales de pasar a segunda ronda por la parte fácil del cuadro en 2019, la última vez que llegaron a la fase final: 2-1 arriba y séptimo partido ante los Nuggets en Colorado. Y em semifinales estaban los Blazers. ¿Hasta dónde podrían haber llegado? En fin. Nunca lo sabremos.
En los últimos años, los Spurs se han quedado sin playoffs, pero no han renunciado a nada ni han tankeado como para hacerse con puestos altos en el draft. En 2016 llegó Dejounte Murray, un hombre con gran talento que es la cara de un futuro que no llega. Desde entonces, Derrick White, Lonnie Walker, Keldon Johnson, Devin Vassell... Un botín bueno pero insuficiente para ganar posiciones en una Conferencia Oeste siempre competitiva. Joshua Primo, selección número 12 del presente draft, apenas ha disputado 3 partidos y ya no hay veteranos que se congracien con los jóvenes tras las salidas de Aldrige y DeRozan, que tuvieron buenos números pero nunca cuadraron al 100% con la idiosincrasia del lugar en el que se encontraban. Ni, claro, tenían la calidad de sus antecesores. Los contratos no han sido abusivos ni lo son en este momento, y Murray y White, con 48 y 69 millones garantizados para los próximos años, son los que más cobran de una plantilla que era la más veterana de la NBA hace unos año y ahora es la novena más joven, con 25,3 años de media.
Y entre medias de todo ello, Gregg Popovich sigue a lo suyo. Imperecedero, ha pasado por la selección de Estados Unidos para liarla en un Mundial y ganar unos Juegos Olímpicos. Una página más de un currículum envidiable, pero que se enfrenta a un plan de jubilación un poco triste. Unos años en los que se dedicará a iniciar una reconstrucción que terminará, si todo va bien, una Becky Hammond que lleva mucho tiempo esperando su oportunidad. Una etapa final que representa el ocaso para un hombre que cobra 11,5 millones por temporada, más que ningún otro entrenador. Y del que LeBron James dijo que era el mejor técnico de todos los tiempos al haber dominado y ganado en tres épocas diferentes: la era de los hombres altos (balón dentro-fuera), la del pick and roll y la de los triples. Un legado objetivamente inabarcable con un final amargo. El crepúsculo y la decadencia, en una carrera que abarca ya 26 años, es una cuestión de estadística. E incluso los más grandes lo sufren. Pero eso no quita, claro, que Gregg Popovich es eterno. Un genio.