Haití, un país marcado por la tragedia, las catástrofes naturales y las crisis políticas
Tras una larga saga de violencia y sangre, el pequeño país caribeño acaba de sufrir un magnicidio y un posterior terremoto que amenazan con sumirlo nuevamente en el caos. ¿Cuáles son las raíces históricas y las perspectivas en esta sufrida excolonia francesa?
El historiador francés Christophe Wargny, periodista de Le Monde Diplomatique, escribió un artículo, luego convertido en libro, que se tituló “Haití no existe: doscientos años de soledad (1804-2004)”. En él, remarcaba la tragedia de ese querido país, al que estamos ligados por nuestros valores comunes de libertad e independencia, por los cuales esta tierra pagó un precio desmedido en los últimos dos siglos.
DE REBELIÓN DE LOS ESCLAVOS A LA INDEPENDENCIA
Hagamos un poco de historia. La colonia francesa de Saint-Domingue era la principal productora de materias primas, que enriquecieron a la metrópoli. La Revolución francesa terminó por impulsar allí una rebelión, que venía gestándose lentamente en una población de más de 500.000 esclavos. El 14 de agosto de 1791, se lanzó la gran revuelta negra, que fue sofocada. Sin embargo, con machetes y azadas como armas, los sobrevivientes conformaron una fuerza libre, conducida por George Biassou. A él se unió Toussaint Bredá, un esclavo de 45 años que tomó las riendas de la organización y desarrolló audaces operaciones militares. En una de ellas, recibió el apodo de “Louverture”.
Los mulatos, por su parte, se acomodaron en Croix de Bouquets, al mando de André Rigaud y Louis-Jacques Beauvois, veteranos del ejército francés de la guerra por la independencia de EE. UU. Este grupo logró victorias importantes y obligó a la Asamblea local a firmar un acuerdo, que no fue ratificado por París. Desde allí, mandaron comisarios que arribaron junto a tropas estadounidenses para cercar al ejército negro. Toussaint no tenía otra posibilidad que luchar por su libertad e inició las tareas para crear un verdadero ejército, instruido en tácticas de guerrillas, y se dio para sí el grado de brigadier general.
Mientras tanto, en Francia, la revolución se radicalizó: se produjo el asalto al Palacio de las Tullerías, el rey fue arrestado y se proclamó la República. En Saint-Domingue, el ejército francés debió entonces proteger las costas de los enemigos monárquicos y los esclavos tuvieron un respiro para organizarse y crecer. España, enemiga de Francia, albergó a los negros en el otro lado de la isla y se convirtió en su aliada. Los mulatos, mientras tanto, se unieron al comisionado francés Sonthonax.
El 29 de agosto de 1793, se abolió la esclavitud en Saint-Domingue, pero Toussaint Louverture exigió que el decreto fuera ratificado por la Asamblea de París. La Convención declaró abolida la esclavitud en las colonias el 4 de febrero de 1794. En ese momento, Toussaint aceptó unirse a las tropas francesas.
Mientras tanto, el Reino Unido, enemigo de Francia, decidió invadir la isla. Toussaint, ya indiscutido conductor, enfrentó también a los españoles, hasta que el Tratado de Basilea reconoció a Francia la parte este de la isla. Solamente los mulatos lo enfrentaban, con el afán de mantener sus plantaciones y esclavos, pero serían derrotados en 1796. Fue en ese momento cuando el comisionado francés Sonthonax nombró a Toussaint comandante en Jefe y gobernador de Saint-Domingue. En coordinación con el ejército mulato, su ejército avanzó sobre las posiciones inglesas, que ya habían perdido 80.000 hombres. En agosto de 1798, los ingleses pidieron una tregua y evacuaron la isla.
En diciembre de 1801, Napoleón envió una expedición para recuperar sus dominios, al mando del general Leclerc, pero fueron derrotados por el calor, las enfermedades y el coraje de los antiguos esclavos. Toussaint fue engañado por Leclerc con un ardid, arrestado con su familia y enviado a Francia, donde murió en prisión en 1803. Sus lugartenientes, Jean-Jacques Dessalines y el mulato Alexandre Pétion, se levantaron en armas contra los franceses y los obligaron a evacuar la isla. El 31 de diciembre de 1803, declararon la independencia, adoptaron el nombre de “Haití” para la nueva nación y cambiaron la bandera por una que rezaba “Libertad o muerte”. Nació, así, la primera república de América Latina.
UNA SUCESIÓN DE INVASIONES, DICTADURAS Y DESGRACIAS
Luego de 13 años de lucha sin cuartel, los haitianos lograban su libertad. Francia reconoció su independencia en 1825, con el compromiso de pagar un tributo, que se terminó de saldar en 1939. Sin embargo, con el reparto de las grandes plantaciones entre los generales de la independencia, Haití se convirtió en un país con una gran inequidad, donde la burguesía se enriqueció mientras la población se mantuvo en un estado de pobreza endémica. La inestabilidad política fue constante, así como el deterioro económico y las carencias propias de la pobreza y la violencia.
Las potencias más importantes intervinieron en Haití de todas las maneras posibles. En el siglo XX, entre invasiones y dictaduras sanguinarias, los haitianos no conocieron épocas de tranquilidad hasta que EE. UU. aplicó la Doctrina Monroe, que alejó a los europeos de la isla. Luego siguió la política del “Gran Garrote” para disciplinar a la burguesía y al pueblo haitianos. Después de varias incursiones, que se sucedieron desde 1850 hasta 1915, EE. UU. ocupó el país con sus Marines y permaneció allí hasta 1934, sosteniendo a las empresas que explotaban las riquezas del territorio.
Al retirarse, dejaron en el poder a gobiernos obedientes que mantuvieron la situación controlada. En 1957, hubo un intento de establecer un gobierno independiente, pero fue rápidamente derrocado por el Ejercito. Al fin, luego de elecciones fraudulentas, se estableció un gobierno de tintes populares, bajo el mandato de François Duvalier. Conocido como “Papá Doc”, el autócrata mandó a reprimir, torturar y asesinar a los opositores, y estableció un régimen feroz. En 1971, tras su muerte, tomó el poder su hijo Jean-Claude Duvalier, conocido como “Baby Doc”, quien continuó la política de su padre y mantuvo su alianza con EE. UU., que de esa forma se aseguraba de que el comunismo no entrara en la isla. Tan pobres eran los habitantes que vendían sus órganos, y el tráfico de sangre se convirtió en un negocio.
Luego de 29 años de dictadura, en 1986, Duvalier y su familia huyeron a París. Entre 1987 y 1990, una sucesión vertiginosa de episodios sórdidos terminó cuando el ex sacerdote salesiano Bertrand Aristide fue elegido presidente. En 1991, un golpe militar liderado por el general Raoul Cedrás lo derrocó. Miles de haitianos huyeron a las montañas, y la OEA y la ONU presionaron para conseguir el regreso a la legalidad. En 1994, apoyado por el presidente estadounidense Bill Clinton, Aristide regresó y completó su mandato. Su sucesor, René Préval, gobernó durante el siguiente periodo constitucional (1995-2000). Aristide fue elegido nuevamente como presidente en el año 2000, esta vez con una baja asistencia de votantes y denuncias de fraude. La esperanza se diluyó en promesas, populismo y corrupción.
LA LLEGADA DE LOS CASCOS AZULES Y LA RECONSTRUCCIÓN
A fines de 2003, la ayuda internacional estaba interrumpida por el desenfreno de la violencia, los asesinatos políticos y el pillaje. Aristide, finalmente, huyó del país y se hizo cargo del gobierno el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Boniface Alexandre. Posteriormente, se nombró como primer ministro a Gérard Latortue, elegido por un Consejo de Sabios, cuerpo colegiado de asesoramiento convocado para avanzar en la reconciliación nacional. En el Palacio Nacional, se firmó luego el “Consenso para la Transición Política”, un compromiso de las autoridades provisionales para combatir la inseguridad, desarmar a las bandas ilegales, mejorar la organización de la Policía Nacional, crear el Consejo Electoral Provisional y sentar las bases para las elecciones de 2005.
La Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití (Minustah) desplegó 6700 cascos azules y 1622 policías civiles. El entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, designó personalmente al embajador chileno Juan Gabriel Valdés como su representante especial. La comandancia fue asumida por Brasil y el segundo comandante se fue rotando entre Argentina, Chile y Uruguay. Valdés y un notable equipo de administradores y asesores políticos, en conjunción con una operación ejecutada por militares latinoamericanos, serían claves para conducir un proceso exitoso que recuperó la seguridad y llevó nuevamente la democracia a Haití. René Préval fue elegido presidente en 2006 y se renovaron también el Parlamento y los municipios. Gobernó apoyado y sostenido por los representantes latinoamericanos, en un contexto cargado de acechanzas.
La institucionalidad volvió a Haití, pero la incipiente estabilidad política se vio sacudida por el terremoto de enero de 2010, un fenómeno de tal magnitud que destruyó casi totalmente la infraestructura edilicia de Puerto Príncipe, mató a casi 300.000 personas, dejó otros 300.000 heridos y destruyó las viviendas de otras 800.000 personas. Casi todos los edificios públicos fueron destruidos, entre ellos el Palacio Presidencial y la Catedral católica. Sin llegar a esa magnitud, el terremoto de agosto de 2021, con epicentro 150 kilómetros al oeste de Puerto Príncipe, provocó más de 2200 muertos y 12.000 heridos.
EL REGRESO DE LA VIOLENCIA POLÍTICA Y LA INESTABILIDAD
Sin embargo, el peor efecto del sismo de 2010 fue que favoreció el acceso al poder de un cantante de rap, Claude Martelly, que no solo malversó la ayuda que la comunidad internacional envió, sino que oscureció el ambiente político con sus prácticas inescrupulosas. Su sucesor, Jovenel Moïse, continuó con sus actividades corruptas, en alianza con los dueños de las grandes fortunas, las bandas dedicadas a la delincuencia que habían sido minimizadas con el trabajo de la Minustah y, se sospecha, con el narcotráfico. Otra oportunidad perdida.
El reciente asesinato del presidente Moïse es un episodio más en esta larga saga de sufrimiento. El magnicidio sorprende por la modalidad. Sin embargo, la situación que vive el país es un caldo de cultivo para más desgracias. Moïse se llamaba a sí mismo el sucesor de Dios, gobernaba sin oír al Parlamento, se negó a entregar el poder cuando correspondía y se encaminaba hacia una dudosa reforma constitucional.
Su gobierno dilapidó millones de dólares enviados por Venezuela, en la llamada “diplomacia del petróleo”. El Estado perdió nuevamente el monopolio de la violencia legítima: la policía, que tanto costó regenerar, se rindió frente a las pandillas que acechan Puerto Príncipe, y el nuevo Ejército no ha llegado a consolidarse. Es difícil conocer al autor intelectual de semejante crimen, pero la historia que hemos reseñado puede dar alguna explicación.
En el mundo de la pandemia, las tragedias se multiplican: Haití no ha conseguido vacunar a su población y la atención sanitaria es funesta. Reaparece el temor a que un país tan querido se disuelva. El verdadero afecto que siento por los haitianos no puede expresarse verdaderamente en letras de molde y merecen que los apoyemos una vez más. Es momento de que las potencias más poderosas y nosotros, los países hermanos, afirmemos: ¡Haití existe!