La “traición” de Metallica: cómo se transformó en la banda más grande del mundo y llevó el heavy metal a las masas
A 30 años del lanzamiento del aclamado “Album Negro”, un recorrido por los inicios de la banda estadounidense que pasó de ser de culto a llenar estadios, y que se adelantó a la explosión del grunge
Desde que el guitarrista Ray Davies tajeó con una hoja de afeitar su amplificador para lograr el sonido característico del máximo éxito de la carrera de The Kinks, You really got me de 1964, el rock and roll fue profundizando su veta más distorsionada y cruda. Cinco años después, Paul McCartney llevó a The Beatles al extremo con Helter Skelter, que terminaba con Ringo Starr gritando que tenía ampollas en los dedos: en su vida había tocado con tanta fuerza.
En los ‘70, Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath –la Santa Trinidad del rock duro- sentaron las bases de un estilo que a lo largo de la década desarrolló diferentes vertientes, pero siempre manteniendo los mismos elementos en común: una base rítmica machacante, guitarras sucias a todo volumen y potencial vocal importante, ya sean alaridos, gritos o voces guturales.
Para los ‘80, el heavy metal se había vuelto demasiado colorido para las clásicas huestes de negro. El glam o hair metal convirtió esta música en una parodia de sí misma. Tomó elementos del pop y cambió el look oscuro por exceso de maquillaje y spray. Las letras no cuestionaban el statu quo ni apelaban al shock –ya ni siquiera asustaban-, sino que hacían culto de los excesos, pero también del amor. La aparición de las llamadas power ballads, baladas con un tempo lento con un alto contenido emocional que van creciendo en intensidad, les permitió a estas bandas sonar en la radio y vender millones de discos.
Metallica, pese a ser contemporáneos al glam metal, optaron por un camino distinto, no comercial y, por lo tanto, más difícil. Fundada en 1981 en Los Ángeles por el cantante y guitarrista James Hetfield y el baterista Lars Ulrich, fueron artífices de un nuevo subgénero, el thrash metal, que fusionaba las complejas estructuras creadas por la nueva ola de heavy metal británico de fines de la década anterior (Iron Maiden, Mötorhead) con la velocidad del hardcore californiano, la versión más acelerada, agresiva y nihilista del punk. Junto a Megadeth, Slayer y Anthrax, crearon un estilo que cautivó a los fanáticos más acérrimos del rock duro, lejos de la música popular de la época. Las canciones eran extensas y rápidas, llenas de solos y riffs y, sobre todo, muy pesadas, pero también tocaban temas que el glam ignoraba, como las adicciones, la depresión, la alienación, el pesimismo y la corrupción política.
En 1986, Bon Jovi alcanzó la fama mundial de la mano de su tercer álbum, Slippery When Wet, el que tiene los clásicos You give love a bad name y Livin’ on a prayer. Ese trabajo dejaba atrás las convenciones clásicas del rock pesado y sumergía las guitarras estridentes en el universo del pop de las FM. Al mismo tiempo, Metallica publicó Master Of Puppets, considerado la obra definitiva del trash metal. A pesar de su nula difusión, fue disco de oro a tres semanas de su lanzamiento y al mes se coló en el puesto 29 del ranking estadounidense. Finalmente, se habían convertido en referentes de un público que buscaba en el heavy metal una forma de exorcizar sus demonios, una audiencia para nada desdeñable, que podía llenar salas de buen tamaño. Los años en el underground difundiendo su música en cassettes grabados artesanalmente y el boca en boca habían dado sus frutos.
Sin embargo, las ambiciones del cuarteto no se limitaban a convertirse en los máximos exponentes de un movimiento que, si bien había crecido muchísimo, distaba de ser masivo. Tal como señalan Paul Brannigan e Ian Winwood en Nacer. Crecer. Metallica. Morir (Malpaso, 2018): “Como los Clash con el punk o Nirvana con el grunge, Metallica procedía del thrash metal, pero nunca estuvo plenamente integrada en el género. El grupo aspiraba a conseguir la intensidad que caracterizaba al estilo, pero no estaba en absoluto dispuesto a someterse a ninguna sus restricciones creativas”.
Su expansión sonora fue más evidente en el siguiente álbum, …And Justice For All (1988), aún más complejo que su antecesor, con canciones tan extensas que por momentos se acercan al rock progresivo. El himno antibélico One los hizo acreedores de su primer Grammy y les demostró que, pese al duro golpe que habían recibido dos años antes, habían sabido sobreponerse. Este cuarto LP fue el primero sin el bajista Cliff Burton, que falleció en un accidente en Suecia durante el tramo europeo de la gira presentación de Master Of Puppets. Al parecer, el conductor del micro que los trasladaba se quedó dormido y volcó en la ruta en medio de la noche y Burton fue la única víctima fatal. Su lugar lo ocupó Jason Newsted, que nunca terminó de sentirse cómodo, y abandonó la banda en 2001.
Con …And Justice For All habían llegado al límite de su capacidad como instrumentistas. En vivo, los temas requerían de una gran concentración y destreza que los obligaba a mantener distancia del público. “¿Por qué debo estar aquí preocupadisimo para que salgan perfectas estas canciones de nueve minutos?”, dijo en su momento Ulrich a la revista Kerrang! A lo que agregó en la publicación Decibel: “Cada noche se convertía en un intento de no pifiarla, nuestro objetivo principal era no meter la pata. Al final decidimos que eso era una estupidez. Por primera vez accedíamos a las grandes salas de conciertos y estábamos tocando con la cabeza, no con el cuerpo ni con las entrañas. No era algo físico, era todo mental… Así que al final nos hartamos. Habíamos llevado esa parte de Metallica hasta su extremo… no había nada más que hacer después de eso”.
De pronto, el rock duro y básico de artistas como AC/DC y The Rolling Stones se volvió interesante para una banda que se desafiaba a sí misma en cada álbum haciendo su música cada vez más complicada. Para su quinto álbum, el objetivo era hacer las cosas más simples y con más ritmo, un material que pudieran disfrutar de tocar en vivo sin miedo a cometer errores.
La primera composición que surgió para el nuevo trabajo, y que moldeó a las demás, fue Enter Sandman, que meses más tarde se coronaría como el mayor éxito de toda la carrera de Metallica. Construida sobre un riff diseñado por el guitarrista Kirk Hammett, se va intensificando hasta llegar a un clímax oscuro que describe las pesadillas de un niño durante la noche. Aunque la letra fue escrita sobre el final de la grabación, desde lo musical fue la punta de lanza de todo el álbum, que por primera vez desde su debut, Kill ‘Em All de 1983, contenía canciones con una duración estándar de entre tres y cuatro minutos.
La otra decisión drástica que tomaron fue convocar a Bob Rock, uno de los productores más prestigiosos del hair metal. El canadiense había sido el ingeniero de Slippery When Wet de Bon Jovi y el responsable de dos clásicos, Dr. Feelgood de Mötley Crüe y Sonic Temple de The Cult. En un principio, Metallica lo quería a cargo de las mezclas, pero Rock redobló la apuesta y se mostró interesado en participar de todo el proceso de grabación.
En sus discos anteriores, el cuarteto relegó a sus productores a un lugar secundario, siendo Ulrich y Hetfield los que tomaron las riendas del proceso creativo. Bob Rock, en cambio, logró imponerse y ser respetado, aunque eso le costó innumerables discusiones con la dupla compositiva, que tuvo que tragarse su orgullo frente a su honestidad brutal, en especial cuando les dijo que aún no habían capturado en el estudio la energía de sus shows, una de las cuestiones por la que justamente lo habían llamado.
Rock alteró completamente la rutina de grabación de Metallica, pero sobre todo los empujó a dar lo mejor de sí mismos. No dudó en decirle al cantante cuando sus letras fueron malas y el músico respondió con una lírica más refinada y hasta más personal. Nothing Else Matters, hoy en día una de las baladas más emblemáticas del heavy metal, fue la primera canción de amor que compuso, dedicada a su novia de ese momento. Mientras los matrimonios de sus tres compañeros se desmoronaban, Hetfield cantaba desde su seno más íntimo: “Nunca me abrí así, la vida es nuestra, la vivimos a nuestra manera”.
En una entrevista con Playboy, Hammett atribuyó el resultado final del Álbum Negro a la situación sentimental del grupo: “Lars, Jason y yo estábamos en medio de nuestros divorcios. Era una hecatombe emocional. Yo intentaba quitarme de encima la sensación de culpa y fracaso, y de canalizarla a través de la música, para sacar algo positivo de todo aquello […] y creo que eso influyó mucho para que el álbum sonara así”. En el caso del guitarrista principal, esa catarsis queda en evidencia en el solo de la otra balada del Álbum Negro, The Unforgiven. Él había escrito un solo especialmente para la canción, pero no gustó y el productor lo llevó a improvisar la secuencia de notas más conmovedora de su carrera. Ningún otro solo en la discografía de Metallica tiene tanta carga emocional como ése.
Como señalan Brannigan y Winwood, “al esquivar lo intrincado para abrazar la simplicidad, muchos vieron a Metallica como unos vendidos por primera vez en su carrera”. La incorporación de Bob Rock a los controles ya había generado suspicacias. La prensa especializada se preguntaba si Metallica se volcaría al rock pop de Bon Jovi o Deff Leppard. En rigor de verdad, el aporte del productor queda en evidencia más que nada en los arreglos orquestales de Nothing Else Matters, que estuvieron a cargo del prestigioso director Michael Kamen. Ellos nunca hubieran hecho algo así, pero quedaron tan conformes con el resultado que en 1999 convocaron nuevamente al maestro para el concierto sinfónico que quedó inmortalizado en el álbum S&M junto con la orquesta de San Francisco.
Con el objetivo de que el álbum sonara más suelto y menos calculado, tomaron como referencia Back In Black de AC/DC, que para el momento de la grabación de Metallica había cumplido diez años y era un clásico sin precedentes (y uno de los más vendidos de la historia). El arte de portada está inspirado tanto en los australianos como en The Beatles. Con su título homónimo en un plateado oscuro casi ilegible, el contorno de una serpiente tomada de la bandera de Gadsden (un símbolo estadounidense asociado al libertarismo) y su tapa negra, hay un guiño evidente al Álbum Blanco. Más que un antítesis de los Fab Four, Metallica dejaba al descubierto que se había alejado de sus influencias más extremas para abrazar al rock más clásico.
Los fanáticos de la primera hora nunca les perdonaron este giro. La banda había grabado su disco más pesado, cuidando cada detalle –lo mezclaron tres veces hasta estar conformes-, y Bob Rock había conseguido por fin captar en el estudio el poder de sus presentaciones en vivo. Todo el proceso había costado un millón de dólares. Sin embargo, el Álbum Negro ya no era trash metal puro: las canciones eran más lentas y, para el paladar de sus seguidores más conservadores, blandas y edulcoradas. El público masivo, en cambio, deliró con el riff de Enter Sandman y cuando el Álbum Negro salió a la calle el 12 de agosto de 1991 debutó en el primer puesto de los rankings de muchos países y vendió millones de copias.
“Habían alcanzado cierto nivel de trascendencia, pero no habían llegado a las radios comerciales. Cuando vinieron a mí, estaban listos para dar ese gran salto a las grandes ligas. Mucha gente piensa que yo los cambié. No fue así. Ellos ya habían cambiado antes de que nos conociéramos”, admitió el productor Bob Rock al sitio Music Radar en 2011.
De la noche a la mañana, Metallica pasó de ser una importantísima banda de culto a llenar estadios y encabezar festivales en todo el mundo. Conscientemente o no, descubrieron el límite de rock pesado que el consumidor medio de música es capaz de disfrutar y eso los hizo gigantes. Se adelantaron tan sólo unas semanas a la explosión del grunge y, de alguna manera, prepararon los oídos para lo que vendría. A fines de agosto, Pearl Jam sacó su debut Ten y en septiembre se editaron Nevermind de Nirvana, Blood Sugar Sex Magik de los Red Hot Chili Peppers (los dos el mismo día) y Use Your Illusion de Guns N Roses. La última revolución del rock estaba por estallar, pero Metallica ya había tomado la delantera.