El Che Guevara en Punta del Este: el “no” a los Estados Unidos y una bala que era para él y mató a un profesor de historia
Hace 60 años, el entonces ministro de Industria de Cuba asistió como representante de la isla a la reunión del Consejo Interamericano Económico Social en Uruguay. Luego viajó a Montevideo, donde sufrió un atentado fallido. Pocos meses después, Cuba sería expulsada de la OEA
Sin embargo, el martes 8 de agosto de 1961, las mesas de juego habían sido reemplazadas por sillones, las fichas de nácar por micrófonos, los croupiers por traductores, periodistas y, sobre todo, muchos custodios. Estaban allí los representantes de todos los países miembros de la Organización de Estados Americanos.
Todas las miradas iban dirigidas a los dos apostadores más fuertes. El secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Douglas Dillon, delegado de John F. Kennedy, que lucía bien afeitado, pelo corto, traje oscuro y corbata finita. Del otro lado, el ministro de Industria de Cuba, Ernesto Guevara, representando a Fidel Castro, tenía barba, pelo largo, boina negra, ropa verde oliva y borceguíes.
Cuando le tocó el turno, enfermo crónico de asma, Guevara inhaló efedrina de su puf, se puso de pie y miró a Dillon, quien había tomado la palabra bastante antes que el Che y había mencionado a José Martí, el poeta revolucionario que era referente de la independencia de Cuba de España a fines del siglo XIX. Claro, Estados Unidos veía con simpatía esa independencia porque fue la puerta de entrada de la dominación norteamericana en la isla caribeña.
El Che, en el Hotel Casino, dobló la apuesta al citar a Martí en ese encuentro:
-Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra, manda. El pueblo que vende, sirve. Hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad. El pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro, se convierte en influjo político.
Algunos aplaudían a Guevara al tiempo que no pocos miembros de la CIA cruzaban miradas con Harry Villegas, alias Pombo, el joven custodio de Guevara que se había sumado a la columna guerrillera del Che en el último tramo de la revolución, siendo un campesino que se destacó en la toma de Santa Clara, cuando el Che comandó a unos 300 combatientes que derrotaron a un ejército regular diez veces superior en número.
La Alianza para el Progreso
La conferencia del Consejo Interamericano Económico Social (CIES) en el ventoso y frío invierno de Punta del Este contaba con una jugada que el presidente norteamericano consideraba ganadora. En efecto, en marzo de ese 1961, Kennedy había lanzado la Alianza Para el Progreso, un programa de ayudas financieras realizado en presencia de delegados de todos los países del continente, incluida Cuba, para intentar compensar la caída de los precios de los productos primarios de la mayoría de las naciones americanas.
Sin embargo, a la par de ese programa de ayudas, la CIA estaba entrenando a cubanos exiliados en Guatemala para invadir Cuba y derrocar a Castro. El 15 de abril, unos aviones norteamericanos camuflados con insignias cubanas bombardearon los aeródromos de la isla. Era la primera movida: al día siguiente desembarcaban en Playa Girón los que debían vencer al Ejército Rebelde.
Ante el ataque, Castro citó al pueblo en La Habana y en un discurso encendido habló del “carácter socialista de la revolución”. No solo eso: en tres días, el intento anticastrista fue conjurado de manera completa.
Fue el “no va más” de Washington porque la prensa internacional había apostado a ganador. Es decir, pese a la Guerra Fría, pese al “América para los americanos”, el plan de invasión perdía frente a la opinión pública internacional al tiempo que Moscú consolidaba una relación con La Habana que, hasta entonces, avanzaba a paso lento.
Apenas cuatro meses después, el invierno de Punta del Este era mucho más que el graznido de las gaviotas. A esa jornada inaugural del martes 8 de agosto le seguirían ocho más. Y, si bien la diplomacia de Estados Unidos era muy sólida en el continente, Guevara concitaba adhesiones de los delegados de varias naciones.
El amigo brasileño y una agarrada con un periodista
Guevara pasaba los días entre las sesiones del CIES y encuentros con sus hermanos, sus padres, su amigo de viajes Ricardo Rojo y Jorge Carrettoni, un colaborador estrecho del presidente argentino Arturo Frondizi enviado para que Guevara viajara en forma reservada a la Quinta de Olivos no bien terminara sus actividades en Uruguay.
Lejos de vivir un vacío por su actitud confrontativa con Washington, al Che se le acercaban miembros de otras delegaciones. Uno de los más significativos – y que no escapaba a los ojos de quienes acompañaban al secretario del Tesoro Dillon- era Leonel Brizola, cuñado del vicepresidente brasileño Joao Goulart y gobernador del Estado de Río Grande Do Sul, quien alentaba abiertamente las posturas de Guevara.
Brizola le ratificó a Guevara la invitación cursada por el presidente Janio Quadros, para que pasara por su país. Cosa que el Che haría después de cruzar a Buenos Aires para verse con Frondizi. Ambas invitaciones resultaban insoportables para ciertos sectores de poder en plena Guerra Fría: a Frondizi se le plantaron los militares no bien tuvo el encuentro con el Che, a Quadros directamente lo echaron doce días después de condecorar a Guevara con la Ordem do Cruzeiro Do Sul y darse con él un apretón de manos.
El Che quería que las ideas de la revolución cubana corrieran como reguero de pólvora. Cuatro meses antes, el gobierno de Castro había conjurado una invasión planeada y alentada por la CIA. La alineación con la Unión Soviética era una jugada difícil: Moscú estaba demasiado lejos, en cambio, el poder de Washington se sentía en todo el continente americano.
El sábado 12 de agosto, el Che convocó a una rueda de prensa en el Hotel Playa, donde se alojaba. Allí fueron prácticamente todos los cronistas acreditados en el encuentro. Todo iba muy sobrio hasta que el periodista uruguayo Milton Fontaina le hizo una pregunta en la que se refería a la Argentina como su ex Patria. Guevara respiró profundo y lo miró fijo.
-No hay derecho a empezar una provocación como esa de su ex-patria. Señor, tengo una patria mayor, porque es toda América, y usted no conoce esa clase de patria.
El salón quedó en silencio, solo se oían los flashes de las cámaras que enfocaban alternativamente a Fontaine y a Guevara quien retomó la palabra.
-Martí nació en Cuba y Martí es americano; Fidel nació en Cuba y Fidel es americano; yo nací en Argentina, no reniego de mi patria de ninguna manera, tengo el sustrato cultural de la Argentina, me siento también tan cubano como el que más y soy capaz de sentir en mí, el hambre y el sufrimiento de cualquier pueblo de América, fundamentalmente, pero además de cualquier pueblo del mundo.
Resultó intolerable. Pocos meses después, el 31 de enero de 1962, durante la reunión de cancilleres que también se realizó en Punta del Este, Cuba fue expulsada de la OEA.
Un asado con cuero y el perro “fidelista”
El presidente del Consejo Nacional de Gobierno uruguayo Eduardo Haedo tenía una cierta trayectoria como periodista y artista plástico además de una casa que asemejaba un casco de estancia en el barrio El Cantegril de ese balneario. Por “La Azotea”, tal el nombre del lujoso chalé, habían pasado Pablo Neruda, Alfonsina Storni y Rafael Alberti entre otros tantos visitantes.
Haedo era el anfitrión del encuentro de la OEA y no dudó en invitar a Guevara a tomar mate y a comer asado con cuero el domingo 13. Nadie ponía en duda que el padrinazgo del CIES y la propuesta de la Alianza Para el Progreso eran obra de Washington y que buscaban, entre otras cosas, neutralizar los intentos de La Habana de ganar simpatías entre gobiernos del continente.
Las fotos enviadas por las agencias de noticias agitaron el ambiente internacional más que los fuertes vientos a las aguas esteñas. En todas ellas se veía al mandatario uruguayo, con boina blanca calada, mientras le cebaba unos amargos a un sonriente y distendido Guevara que a su vez tenía calzada una boina negra. Su familiaridad con el Che, a quien no conocía de antes, tenía un valor político que excedía el trato campechano.
En un momento, el perro de Haedo se acercó a husmear al Che y el mandatario, delante de invitados y cronistas le espetó al can:
-Poncho, te me estás haciendo fidelista.
A su vez, no pocos comentaban las miradas de Beatriz, la única hija de Haedo, al comandante argentino-cubano. Esa joven y elegante mujer tenía una sólida formación política y había acompañado a su padre en no pocas oportunidades a la Quinta de Olivos cuando Juan Perón era presidente y su padre un diputado del Partido Blanco.
Tres días después del asado con cuero, se clausuraba la reunión americana. Entre las delegaciones circulaba la Carta de Punta del Este, un documento cuyo valor era simbólico: apoyar la Alianza Para el Progreso. Guevara habló el miércoles 16 de agosto y dijo lo que todos sabían: Cuba no avalaba ni la carta ni la alianza. Al día siguiente, el resto de las delegaciones sí firmaron el documento, se arriaron las banderas y los empleados del Hotel Casino Nogaró comenzaron las tareas para que las mesas de ruleta así como las de punto y banca estuvieran listas para los apostadores del fin de semana. Punta del Este volvía a su normalidad.
La bala que mató a otro
Ernesto Guevara de la Serna había llegado a Montevideo el viernes 4 de agosto y trece días después, tras su estadía en Punta del Este, regresó a la capital uruguaya para dar una conferencia. La Universidad de la República era el lugar elegido, donde desbordaban los asistentes que querían verlo y escucharlo.
Con motivo de su visita, se había organizado una contra-cumbre en la capital uruguaya. La Conferencia Popular Antiimperialista sesionaba desde hacía tres días y entre sus organizadores se contaba el senador socialista chileno Salvador Allende y el periodista argentino Gregorio Selser.
Guevara llegó en los autos de la comitiva cubana entre los que estaba “Pombo” Villegas.
La voz del Che se escuchaba en la avenida 18 de Julio por altoparlantes. En un momento, hizo una referencia que diferenciaba, a su criterio, la democracia uruguaya.
-Ustedes tienen algo que cuidar, que es precisamente la posibilidad de expresar sus ideas, la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir.
Un rato después, esa frase parecía consumirse en su propio fuego. Guevara salía del Paraninfo acompañado por Salvador Allende y algún otro de los organizadores. Casi a su lado, y sin haber tomado contacto directo con el Che, estaba Arbelio Ramírez, un profesor de historia que había llevado un grabador Geloso en el que había registrado las palabras de Guevara. Terminado el acto, Ramírez guardó el Geloso en un portafolio y salió apresurado a dar clase en el nocturno donde impartía Historia.
Los cánticos y los apretones de manos silenciaron el disparo en esa noche. Sin embargo, la bala entró en el pecho de Arbelio Ramírez y resultó fatal. Nadie pudo identificar al que apretó el gatillo y El Che subió a un taxi que lo llevó al hotel donde pasaría la noche sin saber siquiera lo que había pasado.
Nadie puso en duda que el profesor de Historia no era el blanco del ataque. Pudo tratarse de una provocación para generar caos. Difícilmente un atentado planificado contra el comandante Guevara hubiera sido tan mal ejecutado. Lo cierto es que la viuda de Arbelio Ramírez, Esther Dosil, se presentó ante las autoridades políticas y judiciales, pero el crimen nunca fue investigado.
El Che había vuelto solo. Harry Villegas se enteró después que su jefe, al que debía cuidar y quien lo había incorporado a la lucha cuatro años atrás a su custodia, había estado en peligro. Eso sí, cuando Guevara organizó el primer contingente de cubanos que lo acompañaría a Bolivia para iniciar una guerrilla, Pombo fue uno de los elegidos.
Los finales
El Che fue capturado el 8 de octubre de 1967 por los Rangers, soldados bolivianos entrenados por norteamericanos, y asesinado al día siguiente en La Higuera. El cerco de los militares contra los pocos sobrevivientes de esa guerrilla fue impresionante. Algunos bolivianos pudieron sobrevivir gracias a que tenían compañeros y conocían el territorio.
Pombo, Urbano y Benigno, los tres cubanos de la guerrilla boliviana de Guevara, lograron eludir todos los cercos y volvieron a Cuba. Pombo llegó a general y murió en 1995.
Salvador Allende llegó a ser presidente de Chile y murió en septiembre de 1973 cuando un golpe militar alentado por Washington lo derrocó. Prefirió dispararse con un fusil AK 47 de origen soviético que rendirse ante los golpistas.
Leonel Brizola tuvo que volver al Uruguay pero exiliado, porque en 1965, un golpe militar derrocó a su cuñado, Joao Goulart, entonces presidente de Brasil. Goulart también estuvo un tiempo exiliado en Uruguay, más precisamente en Punta del Este. Después se mudó a una estancia en Corrientes, Argentina. Un supuesto ataque al corazón terminó con su vida en 1976. Su familia radicó causas judiciales en Argentina y Brasil porque estaba segura de que fue envenenado en el marco del Plan Cóndor, que coordinó la represión en el Cono Sur latinoamericano.
En octubre de 1962, un nuevo capítulo entre Cuba y Estados Unidos hizo temblar el mundo. La famosa crisis de los misiles, como se la conoció, fue debido a que la inteligencia norteamericana descubrió que había cohetes nucleares soviéticos de medio alcance en la isla caribeña. John Kennedy y Nikita Kruschev conjuraron lo que podía haber sido una tercera guerra mundial. Douglas Dillon, el enviado de Washington a Punta del Este formó parte, en esa crisis, del Consejo Nacional de Seguridad norteamericano. Murió a los 93 años, por “causas naturales”.