La Champions ilumina a Vinicius

Doblete y extraordinaria actuación del brasileño. El Madrid vapulea al Liverpool en la primera parte y resiste después. Asensio vuelve a marcar.


Luis Nieto
As
Conviene no apostar contra el Madrid cuando suena el himno de la Champions, que es la banda sonora de su vida. En cierto modo el partido fue ese río revuelto en el que suele pescar mucho el Liverpool, pero estuvo más cerca del chorreo que soñó Boluda que del peligro que se presumía en la víspera. El Madrid tuvo un aire imperial en la primera mitad y aguantó el intercambio de golpes en la segunda para llevar unos buenos ahorros a Anfield. Sucedió en la noche en que a Vinicius se le apareció el gol, el don que le faltaba para romper en primerísima figura.

El Madrid se despertó sobresaltado con la COVID de Varane, el último supercentral sano del duelo. El destino decidió que este encuentro entre dos de las grandes casas reales europeas se jugara sin barreras, con mayoría de defensas interinos. El percance también anuló cualquier tentación de Zidane, si es que la tuvo, de protegerse con tres centrales. Esta opción obligaba a tirar de Marcelo, al que estos partidos de gran tamaño han atropellado en los últimos tiempos.


Así que el Madrid cambió vértigo por vértigo, tridente por tridente. Al fin y al cabo, este plan le ha dado a Zidane tres Champions, la competición en la que el Madrid suele limpiar pecados y conciencia.

Un inicio blanco

Klopp tampoco miró hacia atrás. Mejor Diogo Jota en marcha que Firmino por arrancar. Mejor la física de Keita que la química de Thiago. El Liverpool gana sus partidos por el procedimiento del tirón: robar pronto, resolver pronto. Una presión hiperactiva, hasta con diez jugadores en campo contrario. Sólo si se rompe el frente le tiemblan las piernas. Pero una cosa es el manual de vuelo y otra planear sobre la Champions, donde hasta los más atrevidos saben que sobrevivir empieza por no equivocarse. Y su equipo fue una cadena de despropósitos.

El partido amaneció envuelto en prudencia. Casemiro pegado a los centrales; Alexander-Arnold y Robertson, laterales de asalto, confinados en su campo; Keita y Wijnaldum, muy contenidos. Un comienzo académico, a la altura del evento. Esa precaución que hace que todos los partidos se parezcan sospechosamente, que todo parezca haberse visto y vivido en el fútbol. De esa rutina escapó pronto Vinicius, el futbolista imprevisto, emprendedor hasta la obstinación, siempre una sorpresa aunque no siempre agradable. Por ahí le metió mano al partido el Madrid.

El brasileño encontró espacios, estiró al equipo, se hizo amenaza. Y el Madrid dominó el inicio a su estilo, haciendo números, atacando poco y tolerando nada. El minimalismo de quien anda corto de gol hasta que Vinicius se coló por la puerta de atrás con un tanto espectacular. Le metió un superpase de 40 metros Kroos, pero la jugada aún tenía miga: el brasileño controló con el pecho entre Phillips y Alexander-Arnold, metió un acelerón y remató sobre la marcha a la red con una pericia a la que no acostumbra. El espaldarazo que necesitaba el Madrid para echarse al monte.

El gol le convenció de que el Liverpool ha perdido los dientes (Salah, Mané...) y que es lo que dicen sus últimos resultados. Y que al Madrid tricampeón de Zidane aún le queda recorrido. También ayudó esa propensión de los 'red' a tirotearse los pies en estos encuentros. Alexander-Arnold pretendió interrumpir un pase de Kroos y le regaló el segundo gol a Asensio. Y Kabak le ofreció el tercero en otra pifia espantosa. Le salvó que la pelota cayó en la derecha del balear. Aquello estaba repleto de Karius. La defensa de Klopp era una broma. Y su centro del campo, un adorno. No esperó ni al descanso para meter a Thiago. Fue uno de esos cambios de castigo que los técnicos aplican cuando el mundo se derrumba a sus pies: uno a la ducha y diez advertidos.

La reacción 'red'

El equipo se dio por aludido. El Liverpool que conocimos volvió del descanso. Apretó, robó pronto, encerró al Madrid y tuvo la fortuna de marcar enseguida. Un disparo de Diogo Jota interceptado por la zaga blanca le cayó a Salah. No perdonó. Primer remate y primer gol inglés. Eso siempre lo tienen los grandes.

Sofocado parcialmente el incendio, el Madrid volvió al punto en que lo había dejado: un dominio pausado, paciente, esperando el hueco o el error. Al asalto se sumaron casi todos, con el peligro de desabrigarse atrás. Pero el Liverpool siguió mostrándose como un equipo desatento, de algún modo distraído, sin la tensión propia del evento. De otra manera no se explica que acabara encajando el tercer gol tras un saque de banda. Vinicius estuvo ahí para penalizarlo.

Esta vez el Madrid echó mejor las cuentas. Comenzaba a convenirle que pasaran ya menos cosas. Por eso entró Valverde, la batería extra en el centro del campo. Así que decidió refugiarse en la pelota, escondérsela al Liverpool, meterle un vals al partido. Klopp hizo un último intento con Shaqiri y Firmino, con Fabinho como central, y buscó por primera vez a Mané y Salah, pero a este Madrid glorioso al que Zidane estira como el chicle le sobró oficio para resistir. Al Liverpool aún le queda Anfield, pero esta vez tendrá que caminar solo.

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