La NBA se asoma al abismo: "Por ahora no hay intención de parar"
Horas críticas mientras la pandemia arrecia en EE UU, donde se superan las 4.000 muertes al día. La NBA asume que contaba con ello y confía en sus protocolos... por ahora.
El positivo de Tatum, es un dominó desasosegante, afectó a Bradley Beal, la estrella de Washington Wizards que pasó a considerarse contacto directo tras charlar con el alero de los Celtics (y defenderse mutuamente) en el reciente Wizards-Celtics. Beal lo supo solo minutos antes de jugar el sábado, precisamente contra Miami Heat, y tras realizar sus rutinas prepartido con normalidad. Antes de (precisamente) Celtics y Heat, los de la capital habían jugado contra los Sixers, otro equipo asaltado por el virus que el sábado jugó contra Denver Nuggets (teóricamente un partido excelente) con solo ocho jugadores, cuatro titulares fuera y tres novatos obligados a disputar más de 40 minutos. Los Sixers estaban asediados por las dudas, ni siquiera sabían horas antes si el partido se jugaría o no, desde que el positivo de Seth Curry se conoció con el escolta sentado en el banquillo del equipo en el partido anterior. Mientras, Jonas Valanciunas (Memhis Grizzlies) jugó medio tiempo y se tuvo que ir (por si acaso) en el descanso contra los Nets y los Mavericks tienen a varios jugadores aislados en un hotel de Denver, entre positivos y contactos directos.
Esa ha sido la realidad de la NBA solo en las últimas horas. Para la jornada del domingo (un programa de ocho partidos), 22 jugadores eran baja por cuestiones sanitarias relacionadas con la pandemia y otros 43 o no iban a jugar o estaban entre algodones según los partes médicos de los equipos, por otros problemas físicos. Las cuarentenas alargan los días sin entrenar, los partidos con bajas obligan a que los que están en pista lo hagan durante demasiados minutos y el calendario está comprimido para que (con 72 partidos con franquicia) se acabe como muy tarde el 22 de julio. Así que los entrenadores y ejecutivos temen que las bajas por protocolos sanitarios provocarán, como indeseable efecto secundario, más lesiones en otros jugadores y, en total, un complejo panorama deportivo y un factor de azar enorme en quién gana y quién pierde. Quién cumplirá con sus objetivos y quién no en una temporada a la que algunos empiezan a poner ya el asterisco que se quitó a la pasada, con el parón de cuatro meses y el reinicio en Disney World. Por ahora, eso sí, se han jugado 144 de los primeros 146 partidos en tres semanas de competición. Pero ¿cuántos se están jugando ya con plantillas diezmadas? ¿Cuánto piensan los equipos en lo deportivo y cuánto en lo sanitario? ¿Qué valor real se le puede dar a lo que está pasando tras un inicio flácido por lo fugaz de la pretemporada al que ha seguido la primera gran irrupción del virus?
El asunto es peliagudo. Conviene recordar las medidas básicas anunciadas por la NBA para esta temporada:
A grandes rasgos, quien dé positivo por COVID no puede regresar hasta que pasen diez días desde el positivo o el inicio de los síntomas o, si se quiere y puede acelerar, cuando obtenga dos PCR negativos separados por al menos 24 horas. Los positivos (también los asintomáticos) tendrán que estar diez días sin entrenar y pasar luego otros dos de ejercicios individuales y monitorizados. Los contactos directos se trasladan al control de trazabilidad de casos y tendrán que ponerse en cuarentena durante siete días y no tener, claro, ningún test positivo durante ese período. Este punto es, por ahora, uno de los que más fricción está creando entre franquicias y Liga. Algunos creen que no son claras las fronteras y las formas de la aplicación en la práctica (y en una competición de ritmo vertiginoso) de ese seguimiento de casos. La NBA, a diferencia por ejemplo de la NFL, tiene a sus equipos viajando constantemente por un país en el que la pandemia no cede y en que la cifra de muertes diarias ya supera las 4.000. Cada equipo juega hasta cuatro partidos a la semana. En la NFL, que superó la fase regular con sobresaltos pero sin contratiempos decisivos, cada equipo juega un partido semanal.
La Liga se aferra a sus protocolos
La NBA, por ahora, no va a parar ni va a plantear la burbuja durante la fase regular. Los playoffs podrían ser otra historia, pero para eso queda mucho (arrancan el 22 de mayo) y para entonces la Liga cree que la situación puede haber mejorado, con la irrupción definitiva de la vacunación a gran escala como posible tabla de salvación. Los jugadores no querían volver a someterse al aislamiento y la carga emocional de ese formato, que tan buen resultado dio en lo deportivo dadas las circunstancias y que además fue carísimo: unos 180 millones de inversión para la Liga (se salvaron unos 1.500, eso sí). El comisionado Adam Silver dejó claro antes de iniciar la temporada que era “inevitable” que se produjeran situaciones como las que se están produciendo, que había “planes de contingencia previstos” casi para cualquier eventualidad y que la idea era no parar, aunque se avance a trompicones. Empezar el 22 de diciembre fue una exigencia económica para salvar la lucrativa jornada de Navidad y ajustar un calendario sin partidos en verano y sin fechas durante los Juegos Olímpicos. Pero metía el inicio de curso directamente en el flujo del pico de casos que sin duda iban a producir las fechas navideñas, con su profusión de reuniones familiares.
Pero, por muy previsible que fuera, la situación se está poniendo tan fea que Mike Bass, portavoz de la Liga, le ha tenido que confirmar a Adrian Wojnarowski (ESPN) que no se plantean la suspensión: “No hay intención de parar. Seguiremos los consejos de nuestros expertos médicos. Contábamos con que iba a haber aplazamientos y preparamos así el calendario”. Ese calendario es otro asunto de debate. Se jugará media Regular Season hasta el 5 de marzo, fecha en la que habrá cinco días de parón de All Star… sin All Star (aplazado). Después se jugará, a partir del 11 de marzo, la segunda parte de la temporada, que acabará el 16 de mayo. La NBA solo anunció el calendario de la primera mitad para garantizarse margen y espacio para recolocar partidos o reubicar formato si la situación se ponía muy fea. Algunos creen que una vez que se ganó esa vida extra, la NBA debería haberla utilizado para, por ejemplo, aplazar el Sixers-Nuggets del sábado. El riesgo es acabar en un trampantojo competitivo con el virus determinando quién gana a quién y equipos que preferirán no jugar a hacerlo: ¿acaso no conviene más aplazar un partido que jugarlo con ocho jugadores en plantilla? También se considera que se debieron tener más reflejos a la hora de subir las plantillas a 19 jugadores de forma excepcional y para dar más margen ante la catarata de eventualidades que ya se está produciendo. Esa opción (con cuatro contratos de tipo two way por equipo) todavía no se ha implementado y muchos ya la echan de menos como una solución. Imperfecta... pero útil.
La NBA cree que hay que pasar el trago y que, en todo caso, si para temporalmente la situación empeorará porque los positivos se dispararán con los jugadores fuera del ciclo competitivo. Cuando regresó para la apertura de los training camps, la Liga totalizó 48 positivos en sus primeros test. En total ha habido 63 sobre un volumen de jugadores (550) que pone el porcentaje muy por debajo de la media nacional, aunque en los últimos días es cuando la situación se ha vuelto realmente preocupante: en la última semana 20 jugadores han acumulado un total de 63 jornadas inactivos. La NBA vive en la espiral de casi cualquier ámbito social con el virus, entre la voluntad de no rendirse y el riesgo de ir demasiado lejos y enredarse demasiado entre sus catastróficos tentáculos.
Porque la cuestión no es solo si se puede o no jugar, sino cómo: “La Liga nos dice que la cosa mejorará en la segunda parte de la temporada, pero el miedo es que esto no acabe con todo durante estas próximas semanas”, le dice a Wojnarowski de forma anónima un directivo de una de las treinta franquicias que viven en una extraña sensación, casi irreal. Gana el que más jugadores disponibles tiene, o muchas veces el que más empeño pone, sencillamente. Los vaivenes tienen razones que escapan a la dinámica normal de una temporada y el proyecto es ir salvado cada día como buenamente se pueda. Hasta ahora, el 48% de los partidos ha visto ventajas de al menos 20 puntos a favor de un equipo. Un anomalía en un año de calendario complicado, con compresión de fechas y equipos que se miden en noches consecutivas en un intento de evitar desplazamientos, uno de los momentos de más exposición a un virus al que ahora no se puede, como en la burbuja de Florida, dar sencillamente con la puerta en las narices.
La NBA (lo hace, desde luego) tiene en primer lugar que velar por la seguridad y las garantías sanitarias. Pero tiene además que lidiar con la frustración de equipos, jugadores y aficionados y salvaguardar sus intereses económicos en un tiempo tan complejo que todo lo que no sea una catástrofe transformativa se da por bueno. La Liga no va a parar, por ahora, aunque en los próximos días vamos a saber cómo de feo puede ponerse todo antes de que asomen brotes verdes. “No controlamos nosotros la situación”, asegura Erik Spoelstra, entrenador de Miami Heat. Y esa es la realidad, a nivel global y en todos los ámbitos con la pandemia. A estas alturas, eso lo sabemos todos. La NBA se pone en manos de sus protocolos y confía en avanzar hasta que (con las vacunas al final del camino) empiece a haber tregua. O hasta que el calendario por detrás supere ya con creces al que quede por delante y la burbuja pueda volver a plantearse como una opción salvadora. La sensación de los últimos días es de asedio, y de espiral imparable hacia el descontrol. Silver dijo que contaban con ello y que estaban preparados para casi todo, pero es distinto advertirlo a priori que vivirlo en el día a día de una Liga donde cada noticia en las últimas horas es más preocupante que la anterior. Pero que por ahora seguirá jugando porque, sencillamente, parar no es una alternativa y solo sería una durísima asunción de hechos consumados a la que, desde luego, esperamos no llegar.