Las teorías conspirativas de los antivacunas en Estados Unidos ponen en peligro la inmunización global
Son más de 50 millones de personas. Si no se vacunan, el virus seguirá contagiando y de poco servirá que el resto de la población se vacune
La pandemia y la campaña negacionista alimentada desde la Casa Blanca dividió Estados Unidos en dos mitades. Por un lado, los que creen en las máscaras y el Dr. Fauci (el experimentado asesor que se enfrentó a las posiciones del presidente) y los que creen en la libertad personal y en lo que dice Trump. Todas las encuestas marcan que los demócratas son más propensos que los republicanos a inyectarse una de las vacunas contra el COVID. De todos modos, el movimiento anti-vacuna es bastante heterogéneo. Los denominados “libertarios”, que tienen responsabilidad por los brotes de sarampión, paperas y varicela en las últimas dos décadas, dicen no tener filiación partidista. Están tan preocupados por la seguridad de la vacuna como de la condicionalidad de sus libertades. Algunos cristianos rechazan las vacunas porque creen que la pandemia es parte del fin de los tiempos y nada se puede hacer al respecto. Y muchos más, simplemente, prefieren esperar y dejar que otras personas sean los conejillos de indias, por si acaso. Estas corrientes dispares convergen en una ola de escepticismo y resistencia.
El movimiento antivacunas ganó ocho millones de adeptos desde principios de año, según el Centro para Contrarrestar el Odio Digital (CCDH). Los “anti-vaxxers” constituyen una masa de 58 millones de personas en las redes sociales. Sus cuentas tienen 31 millones de fervientes seguidores en Facebook y 17 millones en YouTube. Los grupos más activos son el Proyecto Mundial del Mercurio, que está dirigido por Robert F. Kennedy, Jr. y Stop Mandatory Vaccination. Entre los dos, se calcula que recaudaron más de 1.000 millones de dólares para sus campañas. Sus seguidores creen que las vacunas traen mayores consecuencias negativas que ventajas y temen que la modificación genética en la que algunas de ellas están basadas, puedan hacer un daño irreversible al ser humano. “Nos están convirtiendo en híbridos transhumanos”, escribió un anti-vaxxer en Facebook.
Las encuestas muestran que la confianza en las vacunas, que era baja al principio de la pandemia, cayó cuando el brote continuó durante el verano del hemisferio norte y la campaña electoral. Alrededor de dos tercios de los estadounidenses dijeron en junio que estarían de acuerdo en vacunarse, según Gallup. Para septiembre, a medida que Trump intensificó su presión sobre el sistema médico para que diera a conocer las buenas noticias sobre las vacunas antes del día de las elecciones, esa cifra se redujo al 50 por ciento. Otra encuesta de ClearPath Strategies mostró que sólo el 38% de los encuestados estaría dispuesto a vacunarse dentro de los primeros tres meses después de que la vacuna estuviera disponible. El famoso Dr. Anthony Fauci, especialista en enfermedades infecciosas, estima que al menos tres de cada cuatro personas necesitarían ponerse una vacuna para alcanzar una inmunidad suficiente como para controlar la pandemia. “Preferentemente, tiene que ser el 85 por ciento. Si la mitad de la gente no se la coloca, estaremos ante un considerable desafío de salud pública”, dijo Fauci al New York Times.
Para llegar a un 75% de vacunados en Estados Unidos habría que convencer a 50 millones de personas que cambien de opinión y se acerquen a los centros de vacunación. La actitud persistente de Trump con respecto al tema y su empecinamiento en asegurar que hubo fraude en las elecciones que le dieron el triunfo a Joe Biden, no ayudan en nada. La gran mayoría de sus seguidores mezcla los dos temas y piensa que “si nos engañaron con el voto, también lo van a hacer con la vacuna”.
Los infectólogos creen que mucho va a depender del apoyo que le de la Casa Blanca a la llamada Operación Warp Speed para la distribución segura de las vacunas y para devolver la confianza de la gente en la ciencia. “El gobierno ha descuidado la puesta en marcha de un plan para desplegar cientos de millones de dosis de vacunas en un corto período de tiempo que incluye la gestión de los temores y expectativas del público”, escribió Tara Law en la revista Time.
En un estudio del Centro de Políticas Públicas Annenberg de la Universidad de Pensilvania publicado esta semana en Social Science & Medicine, los investigadores encuestaron a un grupo de 840 adultos, primero a fines de marzo y luego nuevamente a mediados de julio, para determinar cómo cambiaron con el tiempo las creencias y acciones de los estadounidenses con respecto a la pandemia. Y hallaron que las teorías conspirativas sobre el virus no sólo son comunes, sino que están ganando terreno. En marzo, el 28% de la gente creía en un rumor desacreditado de que el gobierno chino había creado el coronavirus como arma biológica; ese número se elevó al 37% en julio. Alrededor del 24% creía que el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades exageraba el peligro del virus para perjudicar políticamente a Trump a pesar de la falta de pruebas; para julio, esa cifra se elevó al 32%. Y en marzo, cerca del 15% de los encuestados dijeron que creían que la industria farmacéutica fabricó el virus para impulsar las ventas de drogas y vacunas -otra teoría infundada- en comparación con el 17% en julio. También vieron que las personas que creen las teorías de conspiración sobre la pandemia eran 2,2 veces menos propensas a recibir una vacuna en marzo; para julio, eran 3,5 veces menos. “Si no se combate desde los estados esas teorías conspirativas y se hace una gran campaña para que la gente sea solidaria y se ponga la vacuna, si no es por ellos, por sus hijos, sus padres y sus vecinos, la vacunación puede fracasar”, dijo Dan Romer, director de investigación del Centro de Annenberg y coautor del estudio.
La resistencia a vacunarse tiene sus raíces en un movimiento que comenzó hace más de dos décadas. En 1998, Andrew Wakefield publicó un estudio en la revista especializada The Lancet en el que afirmaba haber establecido un vínculo entre el autismo y las vacunas. Las conclusiones del estudio eran erróneas. Su problema central es que los dos eventos que Wakefield estudió -las vacunas y el inicio del autismo- ocurren generalmente a la misma edad de los 2 años; Wakefield confundió la coincidencia con la causalidad. Pero si bien la comunidad científica descalificó totalmente el estudio, Wakefield continuó defendiendo sus conclusiones e inspiró la creación de un movimiento de padres preocupados por la seguridad de las vacunas que le aplican a sus hijos. En 2014, el movimiento tuvo un gran crecimiento gracias a otra coincidencia. Un brote de sarampión en Disneylandia de California, llevó a la legislatura estatal a aprobar una ley que eliminó las exenciones religiosas y filosóficas como motivos para evadir la vacunación en escuelas y guarderías. Esto se produjo en el momento en que Wakefield dio a conocer un pseudodocumental titulado “Vaxxed”, sobre una supuesta conspiración para encubrir el vínculo entre el autismo y las vacunas. El proyecto de ley y la película provocaron una reacción de la gente preocupada por la intrusión del gobierno en sus libertades civiles. Y en 2019, los legisladores de Georgia echaron leña al fuego al presentar un proyecto de ley para permitir que los adolescentes mayores se vacunaran sin el consentimiento de sus padres. Después vino Trump y abonó a esas teorías conspirativas desde la propia Casa Blanca.
El resultado es que ahora el mundo depende de que esta gente cambie su posición y acepte vacunarse y vacunar a sus hijos. Una tarea muy dura para Joe Biden que asume la presidencia el 20 de enero. No sólo tendrá que convencer a 50 millones de personas que no creen en él ni en su gobierno, sino que al mismo tiempo tiene que garantizar que otros 280 millones de personas tengan acceso a la vacuna y rezar para que no produzcan ni el más mínimo efecto secundario.