Mariano Baptista Gumucio: «Es verdad que no logramos un acuerdo para vivir en común sin herirnos ni matarnos»
La Paz, Página Siete
Nació en Cochabamba. Estudió Derecho en Sucre y La Paz y trabajó con Gunnar Mendoza en la Biblioteca Nacional. Ministro de Educación y Cultura en los gobiernos de Ovando, Guevara y Paz Zamora. Director de "Última Hora" por 14 años y director del Programa “Identidad y Magia de Bolivia” en "Cadena A" por 19 años hasta el día de hoy. Es autor de numerosos libros de ensayo, biografía, historia y periodismo.
Gonzalo Lema (GL): Me gustaría comenzar hablando acerca de tu hermano para beneficio de nuestros lectores. La carta firmada por Henri Depage como presidente del comité de productores de estaño (1956), destaca la capacidad de Fernando y del servicio valiosísimo que prestó a nuestro país. Yo apenas conversé una vez con él, pero leí muy interesado “Estrategia del estaño”. ¿Es posible que nos hables de su vida y obra?
Mariano Baptista Gumucio (MPG): Te agradezco esta pregunta porque me traes el recuerdo de Fernando. Fuimos cinco hermanos muy unidos, ya se fueron él, Miriam y Bernardo. Tengo a mi hermana Emma apresada en el infierno de Maduro en Venezuela de donde han huido por hambre 4 millones de personas, el mayor éxodo de la historia de Latinoamérica. Antes de Chávez era el país más rico del continente. Imagínate qué apuros pasará con su marido para poder sobrevivir. Mi hermano Fernando es autor de varios libros de economía, fue ministro de Hacienda del Dr. Siles Suazo y tiene una obra importantísima sobre Las monedas de la Independencia que con muy bellas imágenes de monedas sigue el curso de la historia de Potosí y de otras casas de acuñación. Hay una imagen que no puedo olvidar. El sufrió una operación en la cadera, pero no podía dejar de ir a dictar clases porque vivía de su ingreso de docente universitario. Dos alumnos lo ayudaban a subir las escaleras de la universidad católica, y otros dos lo bajaban al término de sus clases, como un cóndor herido.
GL: He hecho bien pidiéndote que nos cuentes de Fernando, porque además gran parte de tu trabajo está dedicado a recuperar del olvido a los bolivianos más destacados. Esta labor es extraordinaria. Pero además has acompañado “en cuerpo presente” hechos políticos. Recuerdo, por ejemplo, que contaste la carrera de niño, de tu escuela a la plaza Murillo, durante el colgamiento de Villarroel y sus edecanes. ¿Cómo fue eso? ¿Qué pensaste por entonces? ¿Qué pensaba la gente?
MBG: En realidad, yo recordé más de una vez, el colgamiento de los jefes policiales Escobar y Uría porque, dada la convulsión que vivía la ciudad de La Paz, los hermanos del colegio La Salle interrumpieron labores y los muchachos nos dirigimos directamente a la plaza Murillo, fuimos empujados a unos pasos de Uría (con mi amigo Javier Lorini que murió de un balazo en la revolución de 1952), testigos de su lenta agonía que se prolongó por más de una hora mientras él suplicaba por su vida. Un pequeño grupo de forajidos dirigía este juicio macabro y la multitud guardaba un silencio medroso. Nosotros hubiésemos querido intervenir, pero habríamos sido objeto de insultos y de golpes. Desde entonces, y sin conocer a Thoreau ni a Gandhi, en política y en la vida personal, soy partidario de la no violencia. El colgamiento de Villarroel lo seguí por radio rodeado por mi familia. Nunca me expliqué tanta vesania, pero años después supe que el ejemplo había sido tomado de un noticiario que difundió el colgamiento de Mussolini y su amante en Italia.
GL: Y, ya adolescente, pero todavía no bachiller, asististe al velorio triste y solitario de nuestro gran novelista e intelectual Carlos Medinaceli, autor de “La Chaskañawi”. Sé, además, que Fernando, tu hermano, organizó durante el primer aniversario de la muerte del escritor, un homenaje y tú participaste.
Cuéntanos ambos sucesos, si eres tan amable...
MBG: Fue así, en efecto. Teníamos en el colegio La Salle a un excelente profesor de literatura que nos enseñó a amar la literatura boliviana. Una tarde nos preguntó: ¿Se acuerdan que leímos en clases “La Chaskañawi”? Le contestamos afirmativamente. Nos indicó: Los restos del autor están siendo velados en la Alcaldía porque fueron rechazados en el Congreso, sería bueno que ustedes vayan. Fuimos con mi hermano y quedamos impresionados con el aspecto físico del cadáver de Medinaceli que parecía un hombre de 80 años no habiendo cumplido ni medio siglo. De esa imagen surgió la idea de hacerle un homenaje de la Federación de Estudiantes de Secundaria que presidía mi hermano Fernando.
GL: Qué triste fue la vida de Medinaceli. Además, como indicas en tu libro “Atrevámonos a ser bolivianos”, sólo le sirvió la mitad. En esa mitad escribió los tres libros que él publicó. Y, como dice Augusto Guzmán, la segunda tan sólo le sirvió para morir. A ti, su vida te conmovió. ¿Qué piensas de él ahora que ha pasado el tiempo? ¿Cuán vivo lo tenemos los bolivianos?
MBG: Sigo apreciando su obra de novelista y crítico y lamentando la vida que le tocó vivir. En la dedicatoria a la tercera edición de mi libro dedicado a él, he puesto esta dedicatoria que me gustaría reproducir aquí: “En recuerdo de Carlos Medinaceli, el mejor crítico literario del siglo XX, connotado novelista y acucioso observador de nuestra vida social, quien vivió pobre de solemnidad, soterrado en nuestros burgos y villorrios, ansioso de conocer el legado de Occidente, incrédulo de todos los fundamentalismos y cretinismos y de la superioridad de los “blancos por la torpeza y abyección de los indios”, admirador de la chola, matriz vital de la patria mestiza boliviana”.
GL: También te tocó jugar con Orlando Busch, hijo de Germán, en la placita Isabel La Católica, de niños. Creo que Germán Busch, con luces propias de rayo, y sombras de noche, interpela a los bolivianos desde la tonta guerra del Chaco. Una guerra que debió (y pudo) evitarse. En tu libro “Busch, la flecha incendiaria” se destaca la opinión de numerosos intelectuales bolivianos, con el resultado de admiración crítica por tan inusual personaje. ¿Qué te motivó a escribir el libro y reunir la opinión de tantos destacados pensadores?
MBG: En mi relación con la figura de Busch ha influido, sin duda, lo que de él pensaba Augusto Céspedes, a quien considero uno de mis mentores (al igual que Augusto Guzmán). Es también un poco mi reacción al culto que se ha hecho del Che Guevara en su misión suicida con cincuenta hombres para crear un Vietnam en su tierra natal, Argentina. Lástima que en el trayecto fueron muertos 50 conscriptos bolivianos. Pensé que Germán Busch, héroe del Chaco, es una figura que une al Oriente y Occidente de Bolivia.
GL: En la entrega de los premios nacionales de cultura de 1995, el presidente Sánchez de Lozada dijo textualmente: “Vine a hacer penitencia, porque a veces me pregunto si los inmensos esfuerzos que se hacen para solucionar los grandes temas económicos y sociales, no serían mejor atendidos en el campo que posiblemente sea el más efectivo: en el del arte y la cultura... Quizá el secreto para cambiar Bolivia esté en la cultura”. Me imagino que de allí salió el título de tu libro “El secreto para cambiar Bolivia”. ¿Por qué nos va tan mal en política y economía? Ni siquiera generamos trabajo estable, un déficit que arrastramos desde la fundación de la república...
MBG: Efectivamente tomé la frase de Sánchez de Lozada, pero sin creer que él lo decía sinceramente, puesto que en el plano de la cultura hizo muy poco por Bolivia. Yo tuve amistad con él, pero siempre he lamentado que habiendo hecho una fortuna tan grande con la venta de sus minas (más de 300 millones de dólares) no le haya dejado al país un lápiz para no hablar de computadoras. Pudo, como Patiño, haber creado una fundación, pagado una suma a cada familiar de las víctimas de El Alto y habría quedado todavía mucho dinero para tantas necesidades que tiene el país en educación y cultura. Pienso, por ejemplo, que con una cuarta parte de lo que se gastó en el programa “Evo cumple” se habría podido transformar la educación y la salud en nuestras áreas rurales.
En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, merecería una elaboración muy puntual y que abarque varios campos. En el gobierno de Morales se produjo el mayor ingreso de recursos que ha tenido la república en toda su historia (cinco veces más que todos los gobiernos anteriores), pero ahora hemos vuelto a la pobreza, y salir de esta situación ahondada por la pandemia va a ser muy difícil. Pero no imposible. Hay países que han salido de la pobreza en una generación como el Japón, Corea del Sur, Vietnam, Singapur. Para consuelo de necios, te diré que varios países de América Latina, en su conjunto, pueden considerarse como “fallidos”.
GL: En este mismo libro abogas por la creación del ministerio de Cultura y aclaras que no formará genios, pero no permitirá que ellos se pierdan. Más aún: no permitirá que los creadores de cultura deambulen librados a su suerte o azar. ¿Qué ha pasado desde entonces hasta ahora con el ministerio? ¿Cuál ha sido su labor? ¿Con qué criterios se ha nombrado a sus titulares?
MBG: En mis varias pasantías por el Ministerio de Educación y Cultura tuve la impresión de que la relación de ese despacho con los maestros se limitaba a la disputa por sus salarios. Tuve que afrontar incluso varias huelgas de hambre. La parte creativa de mis gestiones ha estado en Cultura empezando por la sede misma del ministerio que creó Morales que es el llamado Palacio Chico en la calle Potosí. Yo soñaba con un ministerio como el que creó de Gaulle en Francia para André Malraux, que hizo cosas maravillosas en su gestión, pero el nuestro ha quedado a la medida de sus titulares. No he perdido sin embargo el optimismo y creo que la Fundación Cultural del Banco Central, de cuyo Consejo formo parte, podrá realizar una labor de la que todos los bolivianos nos sintamos orgullosos. Por cierto, Cochabamba merece, como parte del eje central, tener una filial de esa Fundación.
GL: Qué sorpresa más grata significó para mí la publicación de tu breve libro “Pensando en Bolivia”. Poetas e intelectuales chilenos pensando en nuestro país con lucidez y generosidad propia de gente con alta calidad humana. Que lo hayan hecho, que aún lo hagan, renueva la ilusión de integración para total beneficio de nuestros pueblos. ¿Cómo lo recibió la opinión pública chilena? Y, si es posible, ¿qué se pensaba en Chile cuando Neruda, Huidobro, Mistral y de Rokha se manifestaron?
MBG: Yo publiqué en Chile, en una editorial de gran prestigio, el libro La Agenda Inconclusa que recoge medio centenar de opiniones de personalidades chilenas, entre ellos varios presidentes de la república en favor de un avenimiento de ese país con el nuestro. La Cancillería a cargo de Insulza se quejó a las autoridades bolivianos que decidieron mi suspensión.
Guardo una carpeta con respuestas de lectores chilenos que aplaudieron esta iniciativa. El libro que tú mencionas se publicó en La Paz. Es en realidad una continuación del primero, La Agenda Inconclusa. Hay toda suerte de textos y poesía de estos cuatro autores, incluso una carta de Neruda a Marcelo Quiroga Santa Cruz y lo que dice sobre Bolivia en su “Canto General”. También un poema precioso de su libro Navegaciones y regresos referido a tres niñas bolivianas Juana Pachacutanga, María Sandoval Chacuya y Rosita Flor Punapuna donde dice “Palomas de Bolivia, / hijas de greda/ doradas de la altura/ cántaros de aire/ ahora, sentémonos en el camino” (….) Silenciosas hermanas ahora/ despidámonos de esta tarde/ color de sangre y de azufre:/
Yo por aquí me voy a Chile, / ustedes suban al planeta./ Ya volveré, ya nos veremos./ Ya podremos andar un día/ y contar bienes más extensos:/ repartiremos la verdad, / viviremos en una estrella”.
GL: Me he quedado pensando en la maravillosa expresión quechua: Chaupi punchaipi tutayarka (“Al mediodía anocheció”) que hemos conocido gracias a Carlos Medinaceli. ¿Qué pasa con la democracia boliviana, Mariano? Los golpes a su institucionalidad no cesan y, sin embargo, la sociedad la defiende cuando hace falta, tanto en las ciudades como en la ruralidad...
MBG: Es verdad que no logramos un acuerdo para vivir en común sin herirnos o matarnos. Hay demasiada intolerancia y odio entre los bolivianos. Ricardo Jaimes Freyre decía que la nuestra es una odiocracia. De alguna manera, sin embargo, los bolivianos llegan hasta el borde, pero no se arrojan al precipicio. Podemos salvar la democracia una vez más acudiendo a las urnas, pero antes tenemos que vencer la pandemia que, como viste, nos encontró literalmente en cueros, pues el sistema de salud estaba hecho pedazos. Hay muchos desafíos por delante.
GL: ¿Cómo nos encuentra el siglo XXI? Para muchos pensadores nuestros, la mentalidad del boliviano actual comenzó a constituirse durante la Colonia. Las crónicas de Potosí escritas por Bartolomé Arzán de Orzúa y Vela son el documento probatorio. Estamos hablando de casi cinco siglos, por lo tanto y no es poco. ¿Se ha modificado nuestra mentalidad? ¿Qué le hemos añadido o quitado? ¿Cuánto nos parecemos a quienes fundaron la república, a quienes pelearon las guerras del Pacífico, del Acre y del Chaco, a quienes hicieron la revolución del 52 y a quienes instalaron la democracia en 1982?
MBG: Has mencionado a la figura más importante de nuestro imaginario como nación que es Bartolomé Arzáns, que tuvo que esperar más de dos siglos para que se difunda su obra a través de una universidad norteamericana. En la historia de Potosí está la imagen viva de lo que sería el país y sus habitantes, las rencillas, la guerra civil permanente, las envidias, los prejuicios y los mitos, etc. Ese libro, en una versión sencilla, debía ser conocido por nuestros escolares como el “Martín Fierro” en la Argentina.
GL. En los últimos años te has dedicado a la museografía. ¿Qué has logrado en este campo?
MBG. Como vi que la pelea por la reforma del sistema escolar estaba perdida, pensé que una de las formas de rescatar el pasado y aumentar la autoestima de los bolivianos era creando museos. Con algunos colaboradores he impulsado varios museos como los de Franz Tamayo, Gabriel René Moreno y René Zavaleta Mercado, otros a medio hacer en Trinidad y Cobija. Pero el que más me duele como cochabambino, es el del Mayorazgo, donde envié ochenta “ítems históricos” para un museo sobre Cochabamba en el siglo XIX en torno a las figuras de Melgarejo y Nataniel Aguirre como representantes antagónicos de la época. El valor es imponderable, pero la funcionaria de Cultura de la Alcaldía me dijo que adelantarían Bs. 50.000, de los cuáles en cuatro años, solo se han pagado 30.000 y el saldo lo debo a mis colaboradores. Ya llevamos cuatro años de gestiones. Interín me enteró por la prensa que la Alcaldía debe 200 millones por espacios deportivos que se usaron por 10 días. Lo más grave es el desdén con el que tomaron este museo histórico las autoridades de la alcaldía cochabambina, dejando un museo de esa envergadura a medio montar, pues aún faltaba la segunda parte que ya había sido acordada por la dirección de cultura.
Nació en Cochabamba. Estudió Derecho en Sucre y La Paz y trabajó con Gunnar Mendoza en la Biblioteca Nacional. Ministro de Educación y Cultura en los gobiernos de Ovando, Guevara y Paz Zamora. Director de "Última Hora" por 14 años y director del Programa “Identidad y Magia de Bolivia” en "Cadena A" por 19 años hasta el día de hoy. Es autor de numerosos libros de ensayo, biografía, historia y periodismo.
Gonzalo Lema (GL): Me gustaría comenzar hablando acerca de tu hermano para beneficio de nuestros lectores. La carta firmada por Henri Depage como presidente del comité de productores de estaño (1956), destaca la capacidad de Fernando y del servicio valiosísimo que prestó a nuestro país. Yo apenas conversé una vez con él, pero leí muy interesado “Estrategia del estaño”. ¿Es posible que nos hables de su vida y obra?
Mariano Baptista Gumucio (MPG): Te agradezco esta pregunta porque me traes el recuerdo de Fernando. Fuimos cinco hermanos muy unidos, ya se fueron él, Miriam y Bernardo. Tengo a mi hermana Emma apresada en el infierno de Maduro en Venezuela de donde han huido por hambre 4 millones de personas, el mayor éxodo de la historia de Latinoamérica. Antes de Chávez era el país más rico del continente. Imagínate qué apuros pasará con su marido para poder sobrevivir. Mi hermano Fernando es autor de varios libros de economía, fue ministro de Hacienda del Dr. Siles Suazo y tiene una obra importantísima sobre Las monedas de la Independencia que con muy bellas imágenes de monedas sigue el curso de la historia de Potosí y de otras casas de acuñación. Hay una imagen que no puedo olvidar. El sufrió una operación en la cadera, pero no podía dejar de ir a dictar clases porque vivía de su ingreso de docente universitario. Dos alumnos lo ayudaban a subir las escaleras de la universidad católica, y otros dos lo bajaban al término de sus clases, como un cóndor herido.
GL: He hecho bien pidiéndote que nos cuentes de Fernando, porque además gran parte de tu trabajo está dedicado a recuperar del olvido a los bolivianos más destacados. Esta labor es extraordinaria. Pero además has acompañado “en cuerpo presente” hechos políticos. Recuerdo, por ejemplo, que contaste la carrera de niño, de tu escuela a la plaza Murillo, durante el colgamiento de Villarroel y sus edecanes. ¿Cómo fue eso? ¿Qué pensaste por entonces? ¿Qué pensaba la gente?
MBG: En realidad, yo recordé más de una vez, el colgamiento de los jefes policiales Escobar y Uría porque, dada la convulsión que vivía la ciudad de La Paz, los hermanos del colegio La Salle interrumpieron labores y los muchachos nos dirigimos directamente a la plaza Murillo, fuimos empujados a unos pasos de Uría (con mi amigo Javier Lorini que murió de un balazo en la revolución de 1952), testigos de su lenta agonía que se prolongó por más de una hora mientras él suplicaba por su vida. Un pequeño grupo de forajidos dirigía este juicio macabro y la multitud guardaba un silencio medroso. Nosotros hubiésemos querido intervenir, pero habríamos sido objeto de insultos y de golpes. Desde entonces, y sin conocer a Thoreau ni a Gandhi, en política y en la vida personal, soy partidario de la no violencia. El colgamiento de Villarroel lo seguí por radio rodeado por mi familia. Nunca me expliqué tanta vesania, pero años después supe que el ejemplo había sido tomado de un noticiario que difundió el colgamiento de Mussolini y su amante en Italia.
GL: Y, ya adolescente, pero todavía no bachiller, asististe al velorio triste y solitario de nuestro gran novelista e intelectual Carlos Medinaceli, autor de “La Chaskañawi”. Sé, además, que Fernando, tu hermano, organizó durante el primer aniversario de la muerte del escritor, un homenaje y tú participaste.
Cuéntanos ambos sucesos, si eres tan amable...
MBG: Fue así, en efecto. Teníamos en el colegio La Salle a un excelente profesor de literatura que nos enseñó a amar la literatura boliviana. Una tarde nos preguntó: ¿Se acuerdan que leímos en clases “La Chaskañawi”? Le contestamos afirmativamente. Nos indicó: Los restos del autor están siendo velados en la Alcaldía porque fueron rechazados en el Congreso, sería bueno que ustedes vayan. Fuimos con mi hermano y quedamos impresionados con el aspecto físico del cadáver de Medinaceli que parecía un hombre de 80 años no habiendo cumplido ni medio siglo. De esa imagen surgió la idea de hacerle un homenaje de la Federación de Estudiantes de Secundaria que presidía mi hermano Fernando.
GL: Qué triste fue la vida de Medinaceli. Además, como indicas en tu libro “Atrevámonos a ser bolivianos”, sólo le sirvió la mitad. En esa mitad escribió los tres libros que él publicó. Y, como dice Augusto Guzmán, la segunda tan sólo le sirvió para morir. A ti, su vida te conmovió. ¿Qué piensas de él ahora que ha pasado el tiempo? ¿Cuán vivo lo tenemos los bolivianos?
MBG: Sigo apreciando su obra de novelista y crítico y lamentando la vida que le tocó vivir. En la dedicatoria a la tercera edición de mi libro dedicado a él, he puesto esta dedicatoria que me gustaría reproducir aquí: “En recuerdo de Carlos Medinaceli, el mejor crítico literario del siglo XX, connotado novelista y acucioso observador de nuestra vida social, quien vivió pobre de solemnidad, soterrado en nuestros burgos y villorrios, ansioso de conocer el legado de Occidente, incrédulo de todos los fundamentalismos y cretinismos y de la superioridad de los “blancos por la torpeza y abyección de los indios”, admirador de la chola, matriz vital de la patria mestiza boliviana”.
GL: También te tocó jugar con Orlando Busch, hijo de Germán, en la placita Isabel La Católica, de niños. Creo que Germán Busch, con luces propias de rayo, y sombras de noche, interpela a los bolivianos desde la tonta guerra del Chaco. Una guerra que debió (y pudo) evitarse. En tu libro “Busch, la flecha incendiaria” se destaca la opinión de numerosos intelectuales bolivianos, con el resultado de admiración crítica por tan inusual personaje. ¿Qué te motivó a escribir el libro y reunir la opinión de tantos destacados pensadores?
MBG: En mi relación con la figura de Busch ha influido, sin duda, lo que de él pensaba Augusto Céspedes, a quien considero uno de mis mentores (al igual que Augusto Guzmán). Es también un poco mi reacción al culto que se ha hecho del Che Guevara en su misión suicida con cincuenta hombres para crear un Vietnam en su tierra natal, Argentina. Lástima que en el trayecto fueron muertos 50 conscriptos bolivianos. Pensé que Germán Busch, héroe del Chaco, es una figura que une al Oriente y Occidente de Bolivia.
GL: En la entrega de los premios nacionales de cultura de 1995, el presidente Sánchez de Lozada dijo textualmente: “Vine a hacer penitencia, porque a veces me pregunto si los inmensos esfuerzos que se hacen para solucionar los grandes temas económicos y sociales, no serían mejor atendidos en el campo que posiblemente sea el más efectivo: en el del arte y la cultura... Quizá el secreto para cambiar Bolivia esté en la cultura”. Me imagino que de allí salió el título de tu libro “El secreto para cambiar Bolivia”. ¿Por qué nos va tan mal en política y economía? Ni siquiera generamos trabajo estable, un déficit que arrastramos desde la fundación de la república...
MBG: Efectivamente tomé la frase de Sánchez de Lozada, pero sin creer que él lo decía sinceramente, puesto que en el plano de la cultura hizo muy poco por Bolivia. Yo tuve amistad con él, pero siempre he lamentado que habiendo hecho una fortuna tan grande con la venta de sus minas (más de 300 millones de dólares) no le haya dejado al país un lápiz para no hablar de computadoras. Pudo, como Patiño, haber creado una fundación, pagado una suma a cada familiar de las víctimas de El Alto y habría quedado todavía mucho dinero para tantas necesidades que tiene el país en educación y cultura. Pienso, por ejemplo, que con una cuarta parte de lo que se gastó en el programa “Evo cumple” se habría podido transformar la educación y la salud en nuestras áreas rurales.
En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, merecería una elaboración muy puntual y que abarque varios campos. En el gobierno de Morales se produjo el mayor ingreso de recursos que ha tenido la república en toda su historia (cinco veces más que todos los gobiernos anteriores), pero ahora hemos vuelto a la pobreza, y salir de esta situación ahondada por la pandemia va a ser muy difícil. Pero no imposible. Hay países que han salido de la pobreza en una generación como el Japón, Corea del Sur, Vietnam, Singapur. Para consuelo de necios, te diré que varios países de América Latina, en su conjunto, pueden considerarse como “fallidos”.
GL: En este mismo libro abogas por la creación del ministerio de Cultura y aclaras que no formará genios, pero no permitirá que ellos se pierdan. Más aún: no permitirá que los creadores de cultura deambulen librados a su suerte o azar. ¿Qué ha pasado desde entonces hasta ahora con el ministerio? ¿Cuál ha sido su labor? ¿Con qué criterios se ha nombrado a sus titulares?
MBG: En mis varias pasantías por el Ministerio de Educación y Cultura tuve la impresión de que la relación de ese despacho con los maestros se limitaba a la disputa por sus salarios. Tuve que afrontar incluso varias huelgas de hambre. La parte creativa de mis gestiones ha estado en Cultura empezando por la sede misma del ministerio que creó Morales que es el llamado Palacio Chico en la calle Potosí. Yo soñaba con un ministerio como el que creó de Gaulle en Francia para André Malraux, que hizo cosas maravillosas en su gestión, pero el nuestro ha quedado a la medida de sus titulares. No he perdido sin embargo el optimismo y creo que la Fundación Cultural del Banco Central, de cuyo Consejo formo parte, podrá realizar una labor de la que todos los bolivianos nos sintamos orgullosos. Por cierto, Cochabamba merece, como parte del eje central, tener una filial de esa Fundación.
GL: Qué sorpresa más grata significó para mí la publicación de tu breve libro “Pensando en Bolivia”. Poetas e intelectuales chilenos pensando en nuestro país con lucidez y generosidad propia de gente con alta calidad humana. Que lo hayan hecho, que aún lo hagan, renueva la ilusión de integración para total beneficio de nuestros pueblos. ¿Cómo lo recibió la opinión pública chilena? Y, si es posible, ¿qué se pensaba en Chile cuando Neruda, Huidobro, Mistral y de Rokha se manifestaron?
MBG: Yo publiqué en Chile, en una editorial de gran prestigio, el libro La Agenda Inconclusa que recoge medio centenar de opiniones de personalidades chilenas, entre ellos varios presidentes de la república en favor de un avenimiento de ese país con el nuestro. La Cancillería a cargo de Insulza se quejó a las autoridades bolivianos que decidieron mi suspensión.
Guardo una carpeta con respuestas de lectores chilenos que aplaudieron esta iniciativa. El libro que tú mencionas se publicó en La Paz. Es en realidad una continuación del primero, La Agenda Inconclusa. Hay toda suerte de textos y poesía de estos cuatro autores, incluso una carta de Neruda a Marcelo Quiroga Santa Cruz y lo que dice sobre Bolivia en su “Canto General”. También un poema precioso de su libro Navegaciones y regresos referido a tres niñas bolivianas Juana Pachacutanga, María Sandoval Chacuya y Rosita Flor Punapuna donde dice “Palomas de Bolivia, / hijas de greda/ doradas de la altura/ cántaros de aire/ ahora, sentémonos en el camino” (….) Silenciosas hermanas ahora/ despidámonos de esta tarde/ color de sangre y de azufre:/
Yo por aquí me voy a Chile, / ustedes suban al planeta./ Ya volveré, ya nos veremos./ Ya podremos andar un día/ y contar bienes más extensos:/ repartiremos la verdad, / viviremos en una estrella”.
GL: Me he quedado pensando en la maravillosa expresión quechua: Chaupi punchaipi tutayarka (“Al mediodía anocheció”) que hemos conocido gracias a Carlos Medinaceli. ¿Qué pasa con la democracia boliviana, Mariano? Los golpes a su institucionalidad no cesan y, sin embargo, la sociedad la defiende cuando hace falta, tanto en las ciudades como en la ruralidad...
MBG: Es verdad que no logramos un acuerdo para vivir en común sin herirnos o matarnos. Hay demasiada intolerancia y odio entre los bolivianos. Ricardo Jaimes Freyre decía que la nuestra es una odiocracia. De alguna manera, sin embargo, los bolivianos llegan hasta el borde, pero no se arrojan al precipicio. Podemos salvar la democracia una vez más acudiendo a las urnas, pero antes tenemos que vencer la pandemia que, como viste, nos encontró literalmente en cueros, pues el sistema de salud estaba hecho pedazos. Hay muchos desafíos por delante.
GL: ¿Cómo nos encuentra el siglo XXI? Para muchos pensadores nuestros, la mentalidad del boliviano actual comenzó a constituirse durante la Colonia. Las crónicas de Potosí escritas por Bartolomé Arzán de Orzúa y Vela son el documento probatorio. Estamos hablando de casi cinco siglos, por lo tanto y no es poco. ¿Se ha modificado nuestra mentalidad? ¿Qué le hemos añadido o quitado? ¿Cuánto nos parecemos a quienes fundaron la república, a quienes pelearon las guerras del Pacífico, del Acre y del Chaco, a quienes hicieron la revolución del 52 y a quienes instalaron la democracia en 1982?
MBG: Has mencionado a la figura más importante de nuestro imaginario como nación que es Bartolomé Arzáns, que tuvo que esperar más de dos siglos para que se difunda su obra a través de una universidad norteamericana. En la historia de Potosí está la imagen viva de lo que sería el país y sus habitantes, las rencillas, la guerra civil permanente, las envidias, los prejuicios y los mitos, etc. Ese libro, en una versión sencilla, debía ser conocido por nuestros escolares como el “Martín Fierro” en la Argentina.
GL. En los últimos años te has dedicado a la museografía. ¿Qué has logrado en este campo?
MBG. Como vi que la pelea por la reforma del sistema escolar estaba perdida, pensé que una de las formas de rescatar el pasado y aumentar la autoestima de los bolivianos era creando museos. Con algunos colaboradores he impulsado varios museos como los de Franz Tamayo, Gabriel René Moreno y René Zavaleta Mercado, otros a medio hacer en Trinidad y Cobija. Pero el que más me duele como cochabambino, es el del Mayorazgo, donde envié ochenta “ítems históricos” para un museo sobre Cochabamba en el siglo XIX en torno a las figuras de Melgarejo y Nataniel Aguirre como representantes antagónicos de la época. El valor es imponderable, pero la funcionaria de Cultura de la Alcaldía me dijo que adelantarían Bs. 50.000, de los cuáles en cuatro años, solo se han pagado 30.000 y el saldo lo debo a mis colaboradores. Ya llevamos cuatro años de gestiones. Interín me enteró por la prensa que la Alcaldía debe 200 millones por espacios deportivos que se usaron por 10 días. Lo más grave es el desdén con el que tomaron este museo histórico las autoridades de la alcaldía cochabambina, dejando un museo de esa envergadura a medio montar, pues aún faltaba la segunda parte que ya había sido acordada por la dirección de cultura.