LeBron, un trono y la historia
LeBron, principal abanderado de la reanudación, olfatea un nuevo anillo que le catapulte, camino de los 36 años, a lo más alto del Olimpo de la NBA.
Alberto Clemente
As
LeBron huele el anillo. Olfatea, y sabe que está cerca, que nadie mejor que él sabe lo difícil que es ganarlo y que es imposible predecir si, en el futuro, volverá a tener una oportunidad como esta. LeBron huele que la ocasión es única y que si gana el campeonato, el cuarto de su carrera, podría teletransportarse a lo más alto del Olimpo del baloncesto y codearse, ya definitivamente, con Michael Jordan, Kareem Abdul Jabbar y compañía, llegando incluso a esa consideración que todo el mundo quiere, la de acabar siendo el mejor jugador de la historia. El GOAT, como dicen por allí. Algo que en su fuero interno siempre ha perseguido, luchando contra todo y contra todos, dinastías, estrellas y leyendas. Peleando incluso contra sus propios fantasmas y consiguiendo superar esa oleada de críticas que le han perseguido durante toda su carrera y que cada vez se han rendido más a una evidencia que empieza a ser objetiva y que impide poner excusa alguna a lo que ya ha conseguido este jugador.
Nunca una temporada ha generado tanta incertidumbre, con meses de parón antes de una reanudación eternamente postergada y una cancelación que ha sido incluso solicitada y con la que se ha tonteado (y algo más) en todo momento. Ahí nunca ha estado LeBron, que vio a los Lakers primeros del Oeste con un récord de 49-14 y con cuatro victorias consecutivas justo antes de una caprichosa derrota ante los Nets y el parón definitivo. Los angelinos habían ganado a Pelicans, Sixers, Bucks y Clippers antes de eso, confirmando su dinámica ascendente y maniatando a sus rivales en Los Ángeles con un partidazo de un Rey que quiere recuperar el trono que ocupa, en estos momentos, Kawhi Leonard. Ese polo opuesto con una idea radicalmente distinta (no sabemos si equivocada) a la de James, que se ha quedado como último reducto de ese baloncesto de antes, en el que se intentaban jugar todos los partidos costara lo que costara. Ahí estaban Jordan y Kobe en el pasado, en contraste con Durant e Irving, que prefieren no arriesgar en sus lesiones. O que Kawhi, claro, que disputó 60 partidos el año pasado e iba este por el mismo camino. Y sí, hablamos del load management.
LeBron vio una oportunidad y ya olisqueaba en marzo lo que ahora espera con ansias. Miami le confirmó como leyenda, el anillo de 2016 le permitió codearse con los mejores de siempre ya casi sin excusas para nadie, y esos mismos pretextos se acabaron con una oda a la épica en los playoffs de 2018. Ese solo contra el mundo que le permitió irse de Ohio con los deberes hechos y como un ser celestial de una magnitud inversamente proporcional al que representaba en 2010 cuando, The Decision mediante, se fue por la puerta de atrás y fue el ser más odiado de la NBA hasta que confirmó que las críticas no llevaban tanta razón y que los halagos empezaban a cobrar fuerza. LeBron ha sido el máximo abanderado de la reanudación y, consciente de la oportunidad que tiene, ha llevado su fuerza y su poder dentro de los jugadores (y casi de la propia NBA) al máximo, haciendo caso omiso a las peticiones de cancelación y creando incluso la disyuntiva moral que supone pedir la vuelta del deporte en el país más afectado del mundo por el coronavirus. Incluso ahí, cuando peor pintaban las cosas y con la muerte de George Floyd y protestas multitudinatias en el horizonte, LeBron defendió la reanudación, confiando en la burbuja y considerando que jugar era el mejor homenaje posible para las personas racializadas, en particular la comunidad negra que vive (y malvive, por desgracia) en Estados Unidos.
Con casi 36 años (los cumplirá el 30 de diciembre), ganar el anillo en Los Ángeles supondría cerrar el círculo en la ciudad más glamurosa de los Estados Unidos y con la mejor franquicia (con permiso de los Celtics) de la historia. No es lo mismo ganar en el mercado más grande del mundo (por mucho que en los últimos años los propios Lakers se hayan empeñado en demostrar lo contrario) que en Ohio, y tampoco con un big three como el que tenía en los Heat, donde dominar el Este no salía tan caro como en los 90. El Oeste, como ya descubrió el año pasado, es otra cosa bien distinta, y la presión añadida de ser la referencia de uno de los pocos equipos con una sombra más grande que la suya propia, magnifica una hipotética victoria en un año con más rivales que nunca y una competencia estratosférica. Y eso sin contar con la incógnita de la reacción al parón de tres meses y el corte que ha tenido una dinámica positiva como la de los Lakers, en contraste con otras entidades a las que les ha podido venir bien una paralización como la que ha habido. El anillo, sea para quién sea, tendrá más mérito aún si cabe ahora que antes, por la dificultad añadida de gestionar una situación inédita a la que nada ni nadie se ha enfrentado en la mejor Liga del mundo. Ya saben, por eso de los asteriscos.
LeBron luchará contra la historia para recuperar su trono, pero si todo va normal, también tendrá que hacerlo contra los ya mencionados Clippers. Como en todo, tanto ellos como su estrella han hecho lo contrario que su némesis durante la cuarentena. Sin posicionarse, sin salir casi en los medios o sin hablar de reanudaciones o asteriscos, nadie ha sabido nada de Kawhi y poco se ha conocido de su equipo. La estrella, siempre alejada de los focos, intentará un nuevo asalto al anillo para haberlo ganado con tres equipos diferentes, algo que también puede conseguir el propio James. Aparte de esa coincidencia, en nada se parecen ambos jugadores, pero se tendrán que enfrentar y que emparejar para poder volar a unas hipotéticas Finales. Nadie sabe que deparará dicha eliminatoria (si es que finalmente ocurre) y apenas hay referencias más allá de un récord de 2-1 para los Clippers, que remontaron el día de Navidad con demérito de los Lakers y cayeron en el último encuentro con un LeBron imperial (28+8+9) que manejó el choque de una manera excepcional en las últimas posesiones, demostrando su progresión en el clutch time, esa capacidad resolutiva que algunos le reprochaban en el inicio de su carrera y que ya es casi imposible echarle en cara.
Nadie sabe cuánto nos queda de LeBron, pero de momento y camino de los 36 años, no se atisba bajón alguno en tan prodigioso portento físico. Así lo demuestran sus promedios esta temporada: 25,7 puntos, 7,9 rebotes y 10,6 asistencias, líder por primera vez en su carrera de la NBA en este apartado. Y en 34,9 minutos de juego, menos que nunca. Candidato legítimo a un MVP que puede ganar (sería el quinto de su carrera), este año ha superado al añorado Kobe Bryant (horas antes de su muerte) para convertirse en el tercer máximo anotador de la historia. Y el parón, entre otras cosas, puede quitarle partidos para conquistar la cima de los anotadores, que copa un Jabbar al que si no tiene bajón físico puede superar. Otro motivo más para elevarlo a un Olimpo en el que Jordan se sigue manteniendo por consenso y en el que algunos ponen al propio Jabbar. Y otro anillo más, uno sólo, podría encrudecer un debate que los más acérrimos a His Airness ven con cierto temor y otros con unas ganas desmedidas. Eso sí, entre amores y temores siempre habrá una división constante y una discusión continua inherente a la NBA, que siempre ha vivido mucho (y muy bien) de este tipo de circunstancias.
Nadie sabe qué pasará, pero sí que los Lakers estarán ahí. Aspirando a todo, con una defensa excepcional durante toda la temporada que tendrá que fortificarse, sin Avery Bradley, en Disney y con las incorporaciones de J.R Smith y un Dion Waiters que no llegó a debutar tras su fichaje. Y nadie sabe qué pasará, pero sí que LeBron tiene una misión: el anillo. Ese premio para muchos esquivos y que a él le ha costado sangre, sudor y lágrimas conseguir. En la tierra prometida, los Lakers quieren volver a la luz y ser la referencia de una Liga que les ha pertenecido, saliendo definitivamente de la peor crisis de su historia. Y LeBron quiere aún más, liderarlos al triunfo y consagrar una carrera que parece no tener fin, catapultándose, quién sabe, a lo más alto. Orlando dictará sentencia. O la dictará el propio James. Muy bueno tiene que ser el rival para ganar cuatro de siete partidos a una sombra tan alargada como la suya. El Rey quiere su corona. LeBron busca su trono y su lugar definitivo en una NBA que es imposible entender sin él y cuyas últimas páginas pueden, por qué no, llevar su firma. Todo o nada. Ahora o nunca. LeBron, ante la historia.
Alberto Clemente
As
LeBron huele el anillo. Olfatea, y sabe que está cerca, que nadie mejor que él sabe lo difícil que es ganarlo y que es imposible predecir si, en el futuro, volverá a tener una oportunidad como esta. LeBron huele que la ocasión es única y que si gana el campeonato, el cuarto de su carrera, podría teletransportarse a lo más alto del Olimpo del baloncesto y codearse, ya definitivamente, con Michael Jordan, Kareem Abdul Jabbar y compañía, llegando incluso a esa consideración que todo el mundo quiere, la de acabar siendo el mejor jugador de la historia. El GOAT, como dicen por allí. Algo que en su fuero interno siempre ha perseguido, luchando contra todo y contra todos, dinastías, estrellas y leyendas. Peleando incluso contra sus propios fantasmas y consiguiendo superar esa oleada de críticas que le han perseguido durante toda su carrera y que cada vez se han rendido más a una evidencia que empieza a ser objetiva y que impide poner excusa alguna a lo que ya ha conseguido este jugador.
Nunca una temporada ha generado tanta incertidumbre, con meses de parón antes de una reanudación eternamente postergada y una cancelación que ha sido incluso solicitada y con la que se ha tonteado (y algo más) en todo momento. Ahí nunca ha estado LeBron, que vio a los Lakers primeros del Oeste con un récord de 49-14 y con cuatro victorias consecutivas justo antes de una caprichosa derrota ante los Nets y el parón definitivo. Los angelinos habían ganado a Pelicans, Sixers, Bucks y Clippers antes de eso, confirmando su dinámica ascendente y maniatando a sus rivales en Los Ángeles con un partidazo de un Rey que quiere recuperar el trono que ocupa, en estos momentos, Kawhi Leonard. Ese polo opuesto con una idea radicalmente distinta (no sabemos si equivocada) a la de James, que se ha quedado como último reducto de ese baloncesto de antes, en el que se intentaban jugar todos los partidos costara lo que costara. Ahí estaban Jordan y Kobe en el pasado, en contraste con Durant e Irving, que prefieren no arriesgar en sus lesiones. O que Kawhi, claro, que disputó 60 partidos el año pasado e iba este por el mismo camino. Y sí, hablamos del load management.
LeBron vio una oportunidad y ya olisqueaba en marzo lo que ahora espera con ansias. Miami le confirmó como leyenda, el anillo de 2016 le permitió codearse con los mejores de siempre ya casi sin excusas para nadie, y esos mismos pretextos se acabaron con una oda a la épica en los playoffs de 2018. Ese solo contra el mundo que le permitió irse de Ohio con los deberes hechos y como un ser celestial de una magnitud inversamente proporcional al que representaba en 2010 cuando, The Decision mediante, se fue por la puerta de atrás y fue el ser más odiado de la NBA hasta que confirmó que las críticas no llevaban tanta razón y que los halagos empezaban a cobrar fuerza. LeBron ha sido el máximo abanderado de la reanudación y, consciente de la oportunidad que tiene, ha llevado su fuerza y su poder dentro de los jugadores (y casi de la propia NBA) al máximo, haciendo caso omiso a las peticiones de cancelación y creando incluso la disyuntiva moral que supone pedir la vuelta del deporte en el país más afectado del mundo por el coronavirus. Incluso ahí, cuando peor pintaban las cosas y con la muerte de George Floyd y protestas multitudinatias en el horizonte, LeBron defendió la reanudación, confiando en la burbuja y considerando que jugar era el mejor homenaje posible para las personas racializadas, en particular la comunidad negra que vive (y malvive, por desgracia) en Estados Unidos.
Con casi 36 años (los cumplirá el 30 de diciembre), ganar el anillo en Los Ángeles supondría cerrar el círculo en la ciudad más glamurosa de los Estados Unidos y con la mejor franquicia (con permiso de los Celtics) de la historia. No es lo mismo ganar en el mercado más grande del mundo (por mucho que en los últimos años los propios Lakers se hayan empeñado en demostrar lo contrario) que en Ohio, y tampoco con un big three como el que tenía en los Heat, donde dominar el Este no salía tan caro como en los 90. El Oeste, como ya descubrió el año pasado, es otra cosa bien distinta, y la presión añadida de ser la referencia de uno de los pocos equipos con una sombra más grande que la suya propia, magnifica una hipotética victoria en un año con más rivales que nunca y una competencia estratosférica. Y eso sin contar con la incógnita de la reacción al parón de tres meses y el corte que ha tenido una dinámica positiva como la de los Lakers, en contraste con otras entidades a las que les ha podido venir bien una paralización como la que ha habido. El anillo, sea para quién sea, tendrá más mérito aún si cabe ahora que antes, por la dificultad añadida de gestionar una situación inédita a la que nada ni nadie se ha enfrentado en la mejor Liga del mundo. Ya saben, por eso de los asteriscos.
LeBron luchará contra la historia para recuperar su trono, pero si todo va normal, también tendrá que hacerlo contra los ya mencionados Clippers. Como en todo, tanto ellos como su estrella han hecho lo contrario que su némesis durante la cuarentena. Sin posicionarse, sin salir casi en los medios o sin hablar de reanudaciones o asteriscos, nadie ha sabido nada de Kawhi y poco se ha conocido de su equipo. La estrella, siempre alejada de los focos, intentará un nuevo asalto al anillo para haberlo ganado con tres equipos diferentes, algo que también puede conseguir el propio James. Aparte de esa coincidencia, en nada se parecen ambos jugadores, pero se tendrán que enfrentar y que emparejar para poder volar a unas hipotéticas Finales. Nadie sabe que deparará dicha eliminatoria (si es que finalmente ocurre) y apenas hay referencias más allá de un récord de 2-1 para los Clippers, que remontaron el día de Navidad con demérito de los Lakers y cayeron en el último encuentro con un LeBron imperial (28+8+9) que manejó el choque de una manera excepcional en las últimas posesiones, demostrando su progresión en el clutch time, esa capacidad resolutiva que algunos le reprochaban en el inicio de su carrera y que ya es casi imposible echarle en cara.
Nadie sabe cuánto nos queda de LeBron, pero de momento y camino de los 36 años, no se atisba bajón alguno en tan prodigioso portento físico. Así lo demuestran sus promedios esta temporada: 25,7 puntos, 7,9 rebotes y 10,6 asistencias, líder por primera vez en su carrera de la NBA en este apartado. Y en 34,9 minutos de juego, menos que nunca. Candidato legítimo a un MVP que puede ganar (sería el quinto de su carrera), este año ha superado al añorado Kobe Bryant (horas antes de su muerte) para convertirse en el tercer máximo anotador de la historia. Y el parón, entre otras cosas, puede quitarle partidos para conquistar la cima de los anotadores, que copa un Jabbar al que si no tiene bajón físico puede superar. Otro motivo más para elevarlo a un Olimpo en el que Jordan se sigue manteniendo por consenso y en el que algunos ponen al propio Jabbar. Y otro anillo más, uno sólo, podría encrudecer un debate que los más acérrimos a His Airness ven con cierto temor y otros con unas ganas desmedidas. Eso sí, entre amores y temores siempre habrá una división constante y una discusión continua inherente a la NBA, que siempre ha vivido mucho (y muy bien) de este tipo de circunstancias.
Nadie sabe qué pasará, pero sí que los Lakers estarán ahí. Aspirando a todo, con una defensa excepcional durante toda la temporada que tendrá que fortificarse, sin Avery Bradley, en Disney y con las incorporaciones de J.R Smith y un Dion Waiters que no llegó a debutar tras su fichaje. Y nadie sabe qué pasará, pero sí que LeBron tiene una misión: el anillo. Ese premio para muchos esquivos y que a él le ha costado sangre, sudor y lágrimas conseguir. En la tierra prometida, los Lakers quieren volver a la luz y ser la referencia de una Liga que les ha pertenecido, saliendo definitivamente de la peor crisis de su historia. Y LeBron quiere aún más, liderarlos al triunfo y consagrar una carrera que parece no tener fin, catapultándose, quién sabe, a lo más alto. Orlando dictará sentencia. O la dictará el propio James. Muy bueno tiene que ser el rival para ganar cuatro de siete partidos a una sombra tan alargada como la suya. El Rey quiere su corona. LeBron busca su trono y su lugar definitivo en una NBA que es imposible entender sin él y cuyas últimas páginas pueden, por qué no, llevar su firma. Todo o nada. Ahora o nunca. LeBron, ante la historia.