La 'apuesta Andrew Wiggins': ¿han perdido los Warriors la cabeza?
Los movimientos de los Warriors, un equipo normalmente impecable en su toma de decisiones, provocaron muchas dudas en el pasado cierre de mercado.
Juanma Rubio
As
En la última jornada de mercado invernal en la NBA, un día de mucho tránsito pero pocos movimientos verdaderamente sonados, ninguno hizo tanto ruido como el trade entre Golden State Warriors y Minnesota Timberwolves: D’Angelo Russell cambiaba la Bahía por Mineápolis junto a Jacob Evans y Omari Spellman a cambio de Andrew Wiggins, una primera ronda de 2021 con protección top 3 (si no sería libre de protecciones en 2022) y una segunda ronda de 2021. Un traspaso entre los dos peores equipos del Oeste (12-40 los Warriors, 15-35 los Wolves)... pero en realidad mucho más que eso. Y uno pregunta que a todos nos hicieron y que, en esencia, todos nos hicimos:
¿Pero qué demonios hacen los Warriors?
Básicamente, obligarnos a pensar. Si una franquicia habitualmente disfuncional como los Knicks o los Kings se hubiera hecho con Andrew Wiggins y su megacontrato, el veredicto habría sido rápido y claro: culpable. Pero son los Warriors, el equipo que dijo estar años luz por delante del resto... y demostró estarlo. El dominador del último lustro, una máquina de tomar buenas decisiones y ganar todas las pequeñas batallas que dan ventajas decisivas en las grandes guerras. Pero ahora los Warriors, esos Warriors (Joe Lacob, Bob Myers, Steve Kerr...), han obligado a un ejercicio de gimnasia mental a todos los analistas que han tenido que analizar por qué y para qué un equipo sin necesidad aparente de mover piezas de primera magnitud en esta ventana de mercado se ha hecho con el contrato de Wiggins, considerado seguramente el peor de toda la NBA. O el más difícil de manejar por volúmenes totales: 29,5 millones la próxima temporada, 31,5 en la 2021-22 y 33,6 en la 2022-23.
Sin opciones ni cláusulas: más de 94,6 millones garantizados hasta 2024 para el alero de Ontario, que llegó a la NBA como uno de los proyectos de estrella más esperados en muchos años, que poco después de ser número 1 del draft de 2014 fue enviado de Cleveland a Minnesota en la operación que mandó a Kevin Love a fortalecer el regreso a casa de LeBron James; y que lleva desde entonces dejando una eterna sensación de sí pero no que desde luego no da para jugador franquicia, ni siquiera estrella secundaria de un proyecto ganador ni, finalmente y precisamente por todo eso, buen destinatario de la extensión de 148 millones por cinco años que firmó el 11 de octubre de 2017 y que ahora heredan los Warriors.
Los Wolves arriesgan... porque tienen que arriesgar
La operación es, sobre todo, muy arriesgada para ambas partes, más de lo que suelen traspasos de este tipo. Pero en el caso de los Wolves, el riesgo es perfectamente asumible porque, básicamente, hay muy poco que perder. En 15-35, con trece derrotas seguidas y la peor media de asistencia al pabellón de toda la NBA; y con Karl-Anthony Towns convertido en una estrella de estadísticas huecas, quejoso en sus declaraciones y desmotivado en pista (con tramos bochornosos en defensa). Con D’Angelo Russell como obsesión desde hace mucho y como presa que se escapó por los pelos en verano, esta operación corrige el universo de unos Wolves que, al menos, tienen ahora dos all star con los que construir un proyecto que será o no será en función de Russell (23 años, contrato máximo hasta 2023) y Towns (24 y 2024). En esencia, es así de sencillo (y de complicado).
Russell y Towns son amigos, el pívot ya ha dejado claro que este movimiento revitaliza su interés por seguir muchos años en los Wolves, y tienen un juego a priori complementario para un equipo que intenta jugar a partir del pick and roll central y con la pista muy abierta por tiradores que los Wolves tampoco han tenido hasta ahora en plantilla. Gersson Rosas (ejecutivo colombiano de 41 años) y Ryan Saunders (entrenador de 33) quieren que los Wolves sean una franquicia moderna... o no sean. Rosas tomó hace menos de un año el relevo del multinstrumentista Thibodeau y ya solo quedan dos jugadores, Towns y Josh Okogie, de un equipo que heredó y al que en este mercado invernal ha dado la vuelta como a un calcetín con siete salidas y unas cuantas llegadas, además de Rusell: James Johnson, Jarred Vanderbilt, un Evan Turner que en principio solo estará de paso, Juancho Hernangómez y Malik Beasley, el que más papeletas tienes de llevarse un contrato nuevo en verano y formar parte de un núcleo que ya asoma con Russell, Towns, Okogie, el rookie Jarrett Culver...
Rosas, que ha sido como mínimo insistente, era ejecutivo en los Rockets que persiguieron de forma obsesiva a James Harden. Ahora se ha vuelto a salir con la suya, pero hay cuestiones, claro: ¿Cuánto tendrán que defender los demás para equilibrar la flojera de Russell y Towns?, ¿pueden ambas estrellas ser de verdad estrellas y no solo productores de estadísticas? En el caso de los Wolves merece la pena buscar las respuestas, sean como acaben siendo estas.
Los Warriors, genialidad o desastre
¿Y los Warriors? En su decisión cuentan muchos factores, uno de ellos un obvio remordimiento de la operación D’Angelo Russell, en julio el postre con el que no perder a Kevin Durant sin recibir nada a cambio pero un sign and trade orquestado de prisa y corriendo que les hizo perder una primera ronda (de 2024), una segunda y a Andre Iguodala, una leyenda de la franquicia. Ahora se han hecho con un alero (que no es Iguodala, por decirlo suavemente), una primera ronda y una segunda. Así que...
En cualquier caso, y se piense lo que se piense de Wiggins, su encaje en un equipo con Stephen Curry y Klay Thompson es más natural que el de D’Angelo, al que se pidió hacer cosas que nunca había hecho en su carrera: aprender a ser efectivo sin el balón en las manos, moverse constantemente, reaccionar a lo que sucede en pista con rapidez... jugar al estilo Warriors. En solo 33 partidos (de 52: su durabilidad es otro problema) no ha demostrado capacidad para hacerlo, ni siquiera sin Klay ni Curry haciéndole (todavía) sombra; y ha sido uno de los peores jugadores de la liga en defensa, donde empeora también al muchas veces señalado Wiggins.
Pero en la decisión de los Warriors hay más: con Russell se han ido Spellman y Evans (dos jugadores con contrato garantizado la próxima temporada) y en otras operaciones han salido Alec Burks, Glenn Robinson y, antes, Willie Cauley-Stein. Los Warriors han vaciado su plantilla para, en un año perdido, salir del impuesto de lujo, que no tiene sentido pagar si no se va a por objetivos potentes. Y no solo en esta temporada: el castigo al repetidor es criminal para quienes han estado en impuesto en tres de las cuatro campañas anteriores, y los Warriors pisaron ese terreno en las dos últimas... pero no hace tres. Sus ahorros con esta reestructuración podrían rondar los 60 millones de dólares, más allá de que salir del impuesto da otras ventajas: acceso pleno al reparto de beneficios, midlevel de más valía...
Además, y todavía sin tocar a Wiggins, se puede argumentar que la primera ronda que obtienen es en realidad la gran pieza de este traspaso y un asset que unir a su primera de este año (será muy, muy alta, con aspiración de número 1) de cara a dar un golpe en el mercado veraniego, a las puertas de una próxima temporada en la que pretenden volver a pelear por el anillo. El problema es que, seguramente, necesiten mover también a Wiggins, algo difícil salvo que estos meses en la Bahía devuelvan el gusanillo a los general managers más optimistas, los que creen que siempre es posible despertar el talento. Hasta el de Wiggins. Como los Wolves son otro de los peores equipos de la NBA, es legítimo plantearse por qué fueron los propios Warriors los que pidieron la primera ronda de 2021 y no la de 2020. En este sentido, se han dado tres explicaciones fundamentales... y más o menos convincentes: con su propio y pick e intención de pelear por el título, los Warriors no se visualizan en situación de criar a dos proyectos jóvenes en un entorno de primerísima exigencia; los Wolves pueden seguir siendo un equipo de lotería en 2021 por mucho Russell y Towns que hayan juntado (y viendo el Oeste parece probable...) y, finalmente, el draft de 2020 se presenta como uno de los más pobres de este siglo pero ya hay expectativas muy altas para el de 2021.
Finalmente, no hay que descartar el factor deportivo: los Warriors creen, lo dicen los periodistas que siguen al equipo, que pueden sacar el jugadorazo que debería tener dentro Wiggins. La receta, eso lo ha explicado ya Kerr, es no pedirle tanto como (con lógica) le pedían los Wolves y no necesitar que sea una estrella en un equipo que ya tiene las suyas, gigantescas. En otras palabras, los Warriors creen que Wiggins puede, como mínimo, ser lo que era Harrison Barnes en su primer proyecto campeón, el pre Durant. De Wiggins se esperaba un buen defensor, aunque solo fuera por físico, y un jugador diferencial en ataque. En los Wolves, sin embargo (y con muchos valles y algunos picos), han vivido con frustración años de mala defensa, actitud letárgica, nula capacidad para leer el juego y entender las situaciones de ataque y muchos tiros de bajo porcentaje en los últimos segundos de posesión.
Pero Wiggins puede ser al menos un defensor decente, y este año ha mejorado en los Wolves, si acaso de forma no muy perceptible. Ha aprendido a entender el baloncesto (un poco, al menos) y a ver qué hacen sus compañeros, algo que en temporadas anteriores se le escapaba totalmente. Y ha pasado a lanzar el 77% de sus tiros cerca del aro o desde la línea de tres, donde se mueve en un digno (al menos) 36% en situaciones de catch and shoot, las que tendrá que embocar en un equipo en el que estarán al frente, a partir del próximo otoño, Curry, Klay, Draymond Green... y veremos qué más.
El riesgo, en efecto, es enorme. Si Wiggins no rompe en un entorno como el de los Warriors, quedaría prácticamente sentenciado (¿dónde iba a hacerlo si no?). Pero eso va a exigir mucho trabajo; de la franquicia y de él, en su juego y en su cabeza. Y quedaría la sensación de que los Warriors se han equivocado... con muchos millones por pagar durante las tres próximas temporadas. Pero si funciona, la franquicia que se sentía a años luz de las demás habrá salido del impuesto de lujo, corregido un movimiento demasiado impulsivo del verano y adquirido una pieza para mover el mercado... o complementar (siempre a precio de oro) a sus actores principales. De primeras cuestas confiar... pero cosas más raras hemos visto, ¿no?
Juanma Rubio
As
En la última jornada de mercado invernal en la NBA, un día de mucho tránsito pero pocos movimientos verdaderamente sonados, ninguno hizo tanto ruido como el trade entre Golden State Warriors y Minnesota Timberwolves: D’Angelo Russell cambiaba la Bahía por Mineápolis junto a Jacob Evans y Omari Spellman a cambio de Andrew Wiggins, una primera ronda de 2021 con protección top 3 (si no sería libre de protecciones en 2022) y una segunda ronda de 2021. Un traspaso entre los dos peores equipos del Oeste (12-40 los Warriors, 15-35 los Wolves)... pero en realidad mucho más que eso. Y uno pregunta que a todos nos hicieron y que, en esencia, todos nos hicimos:
¿Pero qué demonios hacen los Warriors?
Básicamente, obligarnos a pensar. Si una franquicia habitualmente disfuncional como los Knicks o los Kings se hubiera hecho con Andrew Wiggins y su megacontrato, el veredicto habría sido rápido y claro: culpable. Pero son los Warriors, el equipo que dijo estar años luz por delante del resto... y demostró estarlo. El dominador del último lustro, una máquina de tomar buenas decisiones y ganar todas las pequeñas batallas que dan ventajas decisivas en las grandes guerras. Pero ahora los Warriors, esos Warriors (Joe Lacob, Bob Myers, Steve Kerr...), han obligado a un ejercicio de gimnasia mental a todos los analistas que han tenido que analizar por qué y para qué un equipo sin necesidad aparente de mover piezas de primera magnitud en esta ventana de mercado se ha hecho con el contrato de Wiggins, considerado seguramente el peor de toda la NBA. O el más difícil de manejar por volúmenes totales: 29,5 millones la próxima temporada, 31,5 en la 2021-22 y 33,6 en la 2022-23.
Sin opciones ni cláusulas: más de 94,6 millones garantizados hasta 2024 para el alero de Ontario, que llegó a la NBA como uno de los proyectos de estrella más esperados en muchos años, que poco después de ser número 1 del draft de 2014 fue enviado de Cleveland a Minnesota en la operación que mandó a Kevin Love a fortalecer el regreso a casa de LeBron James; y que lleva desde entonces dejando una eterna sensación de sí pero no que desde luego no da para jugador franquicia, ni siquiera estrella secundaria de un proyecto ganador ni, finalmente y precisamente por todo eso, buen destinatario de la extensión de 148 millones por cinco años que firmó el 11 de octubre de 2017 y que ahora heredan los Warriors.
Los Wolves arriesgan... porque tienen que arriesgar
La operación es, sobre todo, muy arriesgada para ambas partes, más de lo que suelen traspasos de este tipo. Pero en el caso de los Wolves, el riesgo es perfectamente asumible porque, básicamente, hay muy poco que perder. En 15-35, con trece derrotas seguidas y la peor media de asistencia al pabellón de toda la NBA; y con Karl-Anthony Towns convertido en una estrella de estadísticas huecas, quejoso en sus declaraciones y desmotivado en pista (con tramos bochornosos en defensa). Con D’Angelo Russell como obsesión desde hace mucho y como presa que se escapó por los pelos en verano, esta operación corrige el universo de unos Wolves que, al menos, tienen ahora dos all star con los que construir un proyecto que será o no será en función de Russell (23 años, contrato máximo hasta 2023) y Towns (24 y 2024). En esencia, es así de sencillo (y de complicado).
Russell y Towns son amigos, el pívot ya ha dejado claro que este movimiento revitaliza su interés por seguir muchos años en los Wolves, y tienen un juego a priori complementario para un equipo que intenta jugar a partir del pick and roll central y con la pista muy abierta por tiradores que los Wolves tampoco han tenido hasta ahora en plantilla. Gersson Rosas (ejecutivo colombiano de 41 años) y Ryan Saunders (entrenador de 33) quieren que los Wolves sean una franquicia moderna... o no sean. Rosas tomó hace menos de un año el relevo del multinstrumentista Thibodeau y ya solo quedan dos jugadores, Towns y Josh Okogie, de un equipo que heredó y al que en este mercado invernal ha dado la vuelta como a un calcetín con siete salidas y unas cuantas llegadas, además de Rusell: James Johnson, Jarred Vanderbilt, un Evan Turner que en principio solo estará de paso, Juancho Hernangómez y Malik Beasley, el que más papeletas tienes de llevarse un contrato nuevo en verano y formar parte de un núcleo que ya asoma con Russell, Towns, Okogie, el rookie Jarrett Culver...
Rosas, que ha sido como mínimo insistente, era ejecutivo en los Rockets que persiguieron de forma obsesiva a James Harden. Ahora se ha vuelto a salir con la suya, pero hay cuestiones, claro: ¿Cuánto tendrán que defender los demás para equilibrar la flojera de Russell y Towns?, ¿pueden ambas estrellas ser de verdad estrellas y no solo productores de estadísticas? En el caso de los Wolves merece la pena buscar las respuestas, sean como acaben siendo estas.
Los Warriors, genialidad o desastre
¿Y los Warriors? En su decisión cuentan muchos factores, uno de ellos un obvio remordimiento de la operación D’Angelo Russell, en julio el postre con el que no perder a Kevin Durant sin recibir nada a cambio pero un sign and trade orquestado de prisa y corriendo que les hizo perder una primera ronda (de 2024), una segunda y a Andre Iguodala, una leyenda de la franquicia. Ahora se han hecho con un alero (que no es Iguodala, por decirlo suavemente), una primera ronda y una segunda. Así que...
En cualquier caso, y se piense lo que se piense de Wiggins, su encaje en un equipo con Stephen Curry y Klay Thompson es más natural que el de D’Angelo, al que se pidió hacer cosas que nunca había hecho en su carrera: aprender a ser efectivo sin el balón en las manos, moverse constantemente, reaccionar a lo que sucede en pista con rapidez... jugar al estilo Warriors. En solo 33 partidos (de 52: su durabilidad es otro problema) no ha demostrado capacidad para hacerlo, ni siquiera sin Klay ni Curry haciéndole (todavía) sombra; y ha sido uno de los peores jugadores de la liga en defensa, donde empeora también al muchas veces señalado Wiggins.
Pero en la decisión de los Warriors hay más: con Russell se han ido Spellman y Evans (dos jugadores con contrato garantizado la próxima temporada) y en otras operaciones han salido Alec Burks, Glenn Robinson y, antes, Willie Cauley-Stein. Los Warriors han vaciado su plantilla para, en un año perdido, salir del impuesto de lujo, que no tiene sentido pagar si no se va a por objetivos potentes. Y no solo en esta temporada: el castigo al repetidor es criminal para quienes han estado en impuesto en tres de las cuatro campañas anteriores, y los Warriors pisaron ese terreno en las dos últimas... pero no hace tres. Sus ahorros con esta reestructuración podrían rondar los 60 millones de dólares, más allá de que salir del impuesto da otras ventajas: acceso pleno al reparto de beneficios, midlevel de más valía...
Además, y todavía sin tocar a Wiggins, se puede argumentar que la primera ronda que obtienen es en realidad la gran pieza de este traspaso y un asset que unir a su primera de este año (será muy, muy alta, con aspiración de número 1) de cara a dar un golpe en el mercado veraniego, a las puertas de una próxima temporada en la que pretenden volver a pelear por el anillo. El problema es que, seguramente, necesiten mover también a Wiggins, algo difícil salvo que estos meses en la Bahía devuelvan el gusanillo a los general managers más optimistas, los que creen que siempre es posible despertar el talento. Hasta el de Wiggins. Como los Wolves son otro de los peores equipos de la NBA, es legítimo plantearse por qué fueron los propios Warriors los que pidieron la primera ronda de 2021 y no la de 2020. En este sentido, se han dado tres explicaciones fundamentales... y más o menos convincentes: con su propio y pick e intención de pelear por el título, los Warriors no se visualizan en situación de criar a dos proyectos jóvenes en un entorno de primerísima exigencia; los Wolves pueden seguir siendo un equipo de lotería en 2021 por mucho Russell y Towns que hayan juntado (y viendo el Oeste parece probable...) y, finalmente, el draft de 2020 se presenta como uno de los más pobres de este siglo pero ya hay expectativas muy altas para el de 2021.
Finalmente, no hay que descartar el factor deportivo: los Warriors creen, lo dicen los periodistas que siguen al equipo, que pueden sacar el jugadorazo que debería tener dentro Wiggins. La receta, eso lo ha explicado ya Kerr, es no pedirle tanto como (con lógica) le pedían los Wolves y no necesitar que sea una estrella en un equipo que ya tiene las suyas, gigantescas. En otras palabras, los Warriors creen que Wiggins puede, como mínimo, ser lo que era Harrison Barnes en su primer proyecto campeón, el pre Durant. De Wiggins se esperaba un buen defensor, aunque solo fuera por físico, y un jugador diferencial en ataque. En los Wolves, sin embargo (y con muchos valles y algunos picos), han vivido con frustración años de mala defensa, actitud letárgica, nula capacidad para leer el juego y entender las situaciones de ataque y muchos tiros de bajo porcentaje en los últimos segundos de posesión.
Pero Wiggins puede ser al menos un defensor decente, y este año ha mejorado en los Wolves, si acaso de forma no muy perceptible. Ha aprendido a entender el baloncesto (un poco, al menos) y a ver qué hacen sus compañeros, algo que en temporadas anteriores se le escapaba totalmente. Y ha pasado a lanzar el 77% de sus tiros cerca del aro o desde la línea de tres, donde se mueve en un digno (al menos) 36% en situaciones de catch and shoot, las que tendrá que embocar en un equipo en el que estarán al frente, a partir del próximo otoño, Curry, Klay, Draymond Green... y veremos qué más.
El riesgo, en efecto, es enorme. Si Wiggins no rompe en un entorno como el de los Warriors, quedaría prácticamente sentenciado (¿dónde iba a hacerlo si no?). Pero eso va a exigir mucho trabajo; de la franquicia y de él, en su juego y en su cabeza. Y quedaría la sensación de que los Warriors se han equivocado... con muchos millones por pagar durante las tres próximas temporadas. Pero si funciona, la franquicia que se sentía a años luz de las demás habrá salido del impuesto de lujo, corregido un movimiento demasiado impulsivo del verano y adquirido una pieza para mover el mercado... o complementar (siempre a precio de oro) a sus actores principales. De primeras cuestas confiar... pero cosas más raras hemos visto, ¿no?