La peligrosa paradoja de Holanda: su suelo se hunde bajo 1.000 molinos y 650 millones de kilos de queso
El drenaje de los terrenos, que permitió la ganadería y la agricultura, causa también el declive de los terrenos en un país cuya tercera parte ya está bajo el nivel del mar. La incidencia de la crisis climática agrava el problema
Infobae
El hundimiento de Holanda, que es un delta donde confluyen los ríos Rin y Mosa, es tan característico del país como sus molinos y sus quesos. Ahora se sabe que estos dos íconos holandeses tienen mucho que ver con el proceso, como también su relación con el cambio climático. Los más de 1.000 molinos que sobreviven en el territorio se usaron durante siglos para drenar las turberas a fin de desarrollar la agricultura y criar el ganado con el que se hacen 650 millones de kilos de quesos por año, y es ese drenaje —hoy realizado con bombas— el que causa que el suelo se hunda, en algunas áreas, hasta varios centímetros por año, y en promedio a razón de 8 milímetros.
Esta caída significa que, en un país de tierras bajas, reconocido por la ingeniería de sus polders para ganarle superficies al mar, se multiplican los problemas para las estructuras construidas en la parte superior. “En un momento dado, los cimientos de los edificios empiezan a agrietarse, aparecen huecos, las carreteras se desestabilizan y el riesgo de inundaciones aumenta”, escribió en Undark Molly Quell. “Una mayor construcción da como resultado una mayor presión sobre la turba, y más hundimiento”.
Un informe de la Agencia de Evaluación Medioambiental, un grupo de investigación que asesora al gobierno, estimó que subsanar las consecuencias de este hundimiento —restaurar cimientos debilitados, por ejemplo, y reforzar la infraestructura de caminos— demandará unos €22.000 millones (USD 24.400 millones) hacia 2050. La situación es tan grave que la evolución se mide, en algunos lugares, diariamente.
El calentamiento global incide también en una aceleración del hundimiento, sobre todo en el oeste del país, según el Centro Holandés de Geodesia y Geoinformática. Y retroalimenta el problema: “El hundimiento podría, en realidad, contribuir a su vez al cambio climático”, explicó la periodista de ciencia. “Una caída de apenas un centímetro en el suelo de turba resulta en la emisión de unas 22 toneladas de dióxido de carbono (CO2) por hectárea”, explicó el investigador Gert Jan van den Born. “Esto representa una gran parte de las emisiones totales de CO2 en el sector agrícola”.
En ciudades como Rotterdam, que está a 6,75 metros debajo del nivel del mar (el punto más bajo de un país que en un tercio de su superficie no llega a 0 metros), muchas veces el problema se convierte en un costo extra para los habitantes: el valor de reforzar los cimientos de un edificio, por ejemplo, se estimó en unos USD 52.000 por apartamento en promedio, con casos de hasta USD 111.000 por unidad. Unas 20.000 viviendas necesitarán ese trabajo en los próximos 10 a 15 años.
Muchos edificios antiguos están construidos sobre pilares de madera, que si se exponen al aire se pudren. En el Vondelpark de Ámsterdam hasta los árboles nuevos se instalan sobre cimientos, y es rutinario medir la inclinación de los árboles viejos para predecir cuándo podrían caerse.
El hundimiento de los terrenos puede suceder de manera natural: unos 0,03 milímetros por año es el resultado normal de los movimientos de las placas, explicó Gilles Erkens, geólogo del instituto de investigación Deltares, a Undark. “Pero la actividad humana también puede hacer que la tierra se hunda. En general esto ocurre por tres razones: la extracción de recursos naturales como el agua o el gas, el peso agregado de la construcción de edificios y carreteras y el drenaje del agua subterránea”, detalló Quell. “Los holandeses tienen campos de gas en el norte del país, y la extracción de gas ha sido responsable de problemas tales como terremotos. En consecuencia, el Gobierno ha reducido el ritmo y cesará de extraer gas por completo en 2022”.
El drenaje, en cambio, es un factor activo y de mayor incidencia en el hundimiento. Si bien gracias a la agricultura y la cría de ganado hoy solo el 9% de la tierra holandesa es turba, en las capas inferiores del suelo hay arena y arcilla, que se secan y se comprimen a una velocidad menor que la turba, pero con el tiempo también se hunden.
“El problema es que nos hemos adaptado muy bien al hundimiento del suelo”, opinó Erkens. “Todo lo que hemos hecho es adaptarnos. No hemos realizado tareas para mitigar el hundimiento del suelo”. Es que, a diferencia de catástrofes como las inundaciones —una, en 1953, causó 1.800 muertos—, los acontecimientos constantes e invisibles, como el declive de los terrenos, no crean conciencia. “Pocas personas están al tanto de que esta crisis es creciente”, dijo Hilde Niezen, concejala de la ciudad de Rotterdam.
La conversación sobre el cambio climático comenzó a llamar la atención sobre el asunto. En junio de 2018, el Gobierno holandés publicó un borrador de acuerdo climático, tal como se requiere para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París para reducir los gases del efecto invernadero. Holanda se comprometió a “reducir las emisiones de CO2 en un 49%, en comparación con los niveles de 1990, hacia 2030”, señaló Quell. “Pero por ahora no ha habido un esfuerzo coordinado nacional para confrontar el problema del hundimiento”.
En 2019 se anunció la primera evaluación nacional, recordó Erkens. El investigador será parte del equipo científico que desarrollará el trabajo durante los próximos cinco años para medir a qué velocidad se hunde el suelo.
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El hundimiento de Holanda, que es un delta donde confluyen los ríos Rin y Mosa, es tan característico del país como sus molinos y sus quesos. Ahora se sabe que estos dos íconos holandeses tienen mucho que ver con el proceso, como también su relación con el cambio climático. Los más de 1.000 molinos que sobreviven en el territorio se usaron durante siglos para drenar las turberas a fin de desarrollar la agricultura y criar el ganado con el que se hacen 650 millones de kilos de quesos por año, y es ese drenaje —hoy realizado con bombas— el que causa que el suelo se hunda, en algunas áreas, hasta varios centímetros por año, y en promedio a razón de 8 milímetros.
Esta caída significa que, en un país de tierras bajas, reconocido por la ingeniería de sus polders para ganarle superficies al mar, se multiplican los problemas para las estructuras construidas en la parte superior. “En un momento dado, los cimientos de los edificios empiezan a agrietarse, aparecen huecos, las carreteras se desestabilizan y el riesgo de inundaciones aumenta”, escribió en Undark Molly Quell. “Una mayor construcción da como resultado una mayor presión sobre la turba, y más hundimiento”.
Un informe de la Agencia de Evaluación Medioambiental, un grupo de investigación que asesora al gobierno, estimó que subsanar las consecuencias de este hundimiento —restaurar cimientos debilitados, por ejemplo, y reforzar la infraestructura de caminos— demandará unos €22.000 millones (USD 24.400 millones) hacia 2050. La situación es tan grave que la evolución se mide, en algunos lugares, diariamente.
El calentamiento global incide también en una aceleración del hundimiento, sobre todo en el oeste del país, según el Centro Holandés de Geodesia y Geoinformática. Y retroalimenta el problema: “El hundimiento podría, en realidad, contribuir a su vez al cambio climático”, explicó la periodista de ciencia. “Una caída de apenas un centímetro en el suelo de turba resulta en la emisión de unas 22 toneladas de dióxido de carbono (CO2) por hectárea”, explicó el investigador Gert Jan van den Born. “Esto representa una gran parte de las emisiones totales de CO2 en el sector agrícola”.
En ciudades como Rotterdam, que está a 6,75 metros debajo del nivel del mar (el punto más bajo de un país que en un tercio de su superficie no llega a 0 metros), muchas veces el problema se convierte en un costo extra para los habitantes: el valor de reforzar los cimientos de un edificio, por ejemplo, se estimó en unos USD 52.000 por apartamento en promedio, con casos de hasta USD 111.000 por unidad. Unas 20.000 viviendas necesitarán ese trabajo en los próximos 10 a 15 años.
Muchos edificios antiguos están construidos sobre pilares de madera, que si se exponen al aire se pudren. En el Vondelpark de Ámsterdam hasta los árboles nuevos se instalan sobre cimientos, y es rutinario medir la inclinación de los árboles viejos para predecir cuándo podrían caerse.
El hundimiento de los terrenos puede suceder de manera natural: unos 0,03 milímetros por año es el resultado normal de los movimientos de las placas, explicó Gilles Erkens, geólogo del instituto de investigación Deltares, a Undark. “Pero la actividad humana también puede hacer que la tierra se hunda. En general esto ocurre por tres razones: la extracción de recursos naturales como el agua o el gas, el peso agregado de la construcción de edificios y carreteras y el drenaje del agua subterránea”, detalló Quell. “Los holandeses tienen campos de gas en el norte del país, y la extracción de gas ha sido responsable de problemas tales como terremotos. En consecuencia, el Gobierno ha reducido el ritmo y cesará de extraer gas por completo en 2022”.
El drenaje, en cambio, es un factor activo y de mayor incidencia en el hundimiento. Si bien gracias a la agricultura y la cría de ganado hoy solo el 9% de la tierra holandesa es turba, en las capas inferiores del suelo hay arena y arcilla, que se secan y se comprimen a una velocidad menor que la turba, pero con el tiempo también se hunden.
“El problema es que nos hemos adaptado muy bien al hundimiento del suelo”, opinó Erkens. “Todo lo que hemos hecho es adaptarnos. No hemos realizado tareas para mitigar el hundimiento del suelo”. Es que, a diferencia de catástrofes como las inundaciones —una, en 1953, causó 1.800 muertos—, los acontecimientos constantes e invisibles, como el declive de los terrenos, no crean conciencia. “Pocas personas están al tanto de que esta crisis es creciente”, dijo Hilde Niezen, concejala de la ciudad de Rotterdam.
La conversación sobre el cambio climático comenzó a llamar la atención sobre el asunto. En junio de 2018, el Gobierno holandés publicó un borrador de acuerdo climático, tal como se requiere para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París para reducir los gases del efecto invernadero. Holanda se comprometió a “reducir las emisiones de CO2 en un 49%, en comparación con los niveles de 1990, hacia 2030”, señaló Quell. “Pero por ahora no ha habido un esfuerzo coordinado nacional para confrontar el problema del hundimiento”.
En 2019 se anunció la primera evaluación nacional, recordó Erkens. El investigador será parte del equipo científico que desarrollará el trabajo durante los próximos cinco años para medir a qué velocidad se hunde el suelo.