Fue el mejor futbolista del mundo, pero no le va bien como presidente: George Weah, de los goles a las protestas

A dos años de su llegada al poder en Liberia, enfrenta manifestaciones callejeras y su popularidad está en baja. Una economía en recesión, inflación en aumento y denuncias de corrupción desataron la indignación de los más pobres, que habían confiado en él por ser el máximo ídolo deportivo del país

Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
George Weah se acostumbró a que miles de personas griten su nombre, aunque le llevó un tiempo. Nació en 1966 en una familia de clase trabajadora en los suburbios de Monrovia, la capital de Liberia, donde llegó a trabajar como técnico en la compañía nacional de telecomunicaciones. Lo que le permitió tener una vida completamente distinta a la de los 4,7 millones de liberianos fue su talento para jugar al fútbol.


Era una figura en ascenso del campeonato local cuando el francés Claude Le Roy, entonces entrenador de la selección de Camerún, lo vio y se lo mencionó a Arsène Wenger, que dirigía al AS Monaco, de la liga francesa. En 1988, a los 22 años, Weah ingresó a la elite del fútbol mundial.

Luego pasaría al París Saint-Germain y en 1995, el año más importante de su carrera, al AC Milan de Italia. La combinación de potencia goleadora con técnica y destreza lo volvieron el delantero del momento en Europa. Esa temporada se convirtió en el primer y hasta ahora único jugador africano en ganar el Balón de Oro que entrega la revista France Football al mejor jugador del mundo.

Tras una exitosa trayectoria en Italia, Weah jugó dos años en Inglaterra, regresó a Francia para jugar en el Marsella y luego se mudó a Emiratos Árabes, donde se retiró en 2003, jugando para el Al-Jazira. El único sueño que no pudo cumplir como futbolista fue jugar un mundial con su país. Lo intentó en numerosas ocasiones, pero lo máximo que llegó a disputar fue una Copa Africana de Naciones, sin mucho éxito.

Esa cuenta pendiente no impidió que fuera considerado un semidiós en Liberia. Ninguna otra persona había alcanzado un lugar tan relevante en el mundo como él y para cientos de miles de jóvenes era la personificación de una utopía de superación. Gracias a esa popularidad construyó una carrera política que, tras dos intentos fallidos, le permitió ganar las elecciones presidenciales del 26 de diciembre de 2017.

“Weah se presentó como alguien que aportaría un nuevo enfoque a la política liberiana, que detendría la corrupción y rompería el estancamiento político que con frecuencia se produce en su fragmentado sistema de partidos. Haber crecido pobre en Monrovia y abrirse camino para entrar en el escenario mundial lo hizo una figura especialmente popular entre los jóvenes pobres de las zonas urbanas, un factor importante en un país donde más del 60% de la población tiene menos 25 años y casi la mitad vive en la capital o en la región circundante”, explicó Kai M. Thaler, profesor de estudios globales de Universidad de California, Santa Barbara, en diálogo con Infobae.

Weah se acostumbró a que griten su nombre, pero para alentarlo, no para repudiarlo o para pedirle que se vaya. Eso es lo que le está sucediendo desde junio del año pasado, cuando comenzaron las protestas contra su gobierno por la dramática crisis económica que atraviesa el país y su controversial manejo de las finanzas públicas. No parece estar dispuesto a tolerarlo.

“¿Piensan que pueden caminar libremente por las calles insultando al presidente?”, preguntó en un tono desafiante en un discurso que pronunció la semana pasada. “Quiero ser claro: después de esto no quedarán ciudadanos en este país”, amenazó.

La policía respondió con gases lacrimógenos y cañones de agua a los miles de manifestantes que salieron a expresar su enojo el 7 de enero pasado en Monrovia. Además, cerró la radio de Henry Costa, uno de los referentes de las movilizaciones, que se fue del país denunciando persecución política.

La tensión disminuyó en los últimos días, pero el malestar está latente. Weah cumplirá este miércoles dos años como presidente en alerta máxima por lo que pueda suceder. La tarea resultó mucho más compleja que jugar al fútbol.

“Ha sido una decepción —dijo Thaler—. No generó el crecimiento económico ni el trabajo que los liberianos más pobres ansían desesperadamente. No erradicó la corrupción y no fue totalmente transparente con respecto a sus propias finanzas, ni proporcionó los recursos y el apoyo necesarios para que la Comisión Anticorrupción pueda hacer su trabajo. Su gobierno reaccionó a la defensiva ante las protestas. En lugar de reconocer las faltas o de entablar un diálogo abierto con los opositores, intentó reprimirlos y aparentemente ha utilizado recursos del Estado para acosarlos a ellos y a los medios de comunicación”.

Un presidente en problemas

Todavía era jugador cuando comenzó a construir su perfil como dirigente político. Hacía donaciones para mejorar la infraestructura deportiva del país y contribuía con distintas causas humanitarias. En 1997 fue nombrado embajador de buena voluntad de Unicef. Participaba de iniciativas para recaudar fondos, hablando siempre de los derechos de los niños y denunciando las condiciones extremas en las que viven en países como el suyo.

Por sus esfuerzos, ganó en 2004, un año después de retirarse, el Premio Arthur Ashe al valor que entrega ESPN. En ese momento, Liberia daba sus primeros pasos para reconstruirse tras su segunda guerra civil, que desgarró a la nación entre 1999 y 2003. El contexto parecía propicio para dar el salto.

Weah anunció sus intenciones de se ser candidato a presidente en las elecciones de 2005. Formó un partido, el Congreso para el Cambio Democrático (CDC), y empezó a hacer campaña presentándose como el nuevo rostro de la política liberiana, en contraste con la clase política tradicional, y prometiendo defender los intereses de los más pobres.

Enfrentó a la reconocida Ellen Johnson Sirleaf, de larga trayectoria. Tras estudiar economía y gobierno en Harvard y en la Universidad de Colorado, participó en distintos cargos ministeriales en la década de 1970, pero se exilió en Estados Unidos tras el golpe de Estado de Samuel Doe en 1980. Trabajó en el Banco Mundial, luego en bancos del sector privado y finalmente en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Weah fue el postulante más votado en primera vuelta con el 28,3% de los votos, contra 19,8% de Sirleaf. Pero perdió claramente en segunda vuelta por 59,4 a 40,6 por cienta. Denunció irregularidades y no reconoció el resultado, pero Sirleaf se convirtió en la primera presidenta mujer en la historia de África. En 2011 ganó el Premio Nobel de la Paz junto a su compatriota Leymah Gbowee y a la yemení Tawakel Karman por su labor en defensa de los derechos de la mujer.

La derrota llevó a Weah a bajar sus expectativas. En los comicios de 2011 volvió a competir, pero como candidato a vicepresidente, acompañando al diplomático Winston Tubman. A Sirleaf no le resultó difícil obtener la reelección. Tras perder en primera vuelta, la oposición denunció fraude y boicoteó el balotaje, así que la presidenta se impuso con el 90,7 por ciento.

A pesar de las derrotas, el goleador siguió intentando. En 2014 tuvo un impulso muy importante al ganar su primera elección. En la disputa por una banca en el Senado venció a Robert Sirleaf, hijo de la mandataria. Su paso por el Parlamento fue muy deslucido, ya que participó de pocas sesiones y no impulsó proyectos relevantes.

En 2017 volvió a ser candidato a presidente y esta vez sí se le dio. En la primera ronda se impuso por 38,4% a 28,8% a Joseph Boakai, vicepresidente de Sirleaf, y en la segunda ganó por 61,5 a 38,5 por ciento. Si bien disfrutó de algunos meses de tranquilidad tras asumir la presidencia el 22 de enero de 2018, las dificultades y los cuestionamientos lo acompañaron desde el comienzo.

“Los antecedentes de Sirleaf en la ONU y las redes internacionales que tejió le permitieron atraer inversiones y conseguir la anulación de la deuda externa de Liberia, aunque su gobierno también fue acusado de corrupción y nepotismo, y la pobreza generalizada se mantuvo, incluso cuando las fuerzas de paz de la ONU proporcionaron estabilidad. Weah no ha sido capaz de atraer los mismos niveles de inversión y se enfrenta a acusaciones similares de corrupción, con el desempleo y otros desafíos socioeconómicos todavía persistentes, y sin más fuerzas de paz para dar estabilidad”, dijo a Infobae Adekeye Adebajo, director del Instituto Panafricano de Pensamiento y Conversación de la Universidad de Johannesburgo.

Weah fue mirado siempre con sospecha por su falta de formación, algo que le había pesado en sus primeros intentos como candidato y que lo llevó a estudiar administración de negocios en la Universidad DeVry de Miami. Pero eso no fue suficiente. Sobre todo, luego de que su gobierno empezara a dar muestras de impericia en la administración de la economía nacional.

“Weah nombró en su gobierno a individuos que formaban parte de la antigua elite. Como muchos ciudadanos votaron a favor de un cambio, su inclusión los hace pensar que Weah no da suficiente prioridad a la renovación, pero la realidad es que está limitado por la falta de capacidad en Liberia. Puede que quiera elegir nuevas caras para puestos importantes, pero hay un número limitado de personas para su proyecto, de ahí la necesidad de conformarse con manos viejas, pero no necesariamente competentes, experimentadas u honestas”, sostuvo Fodei J. Batty, profesor de ciencia política especializado en África Subsahariana de la Universidad Quinnipiac, de Connecticut, en diálogo con Infobae.

A esas recriminaciones se sumaron otras más sensibles, asociadas a su honestidad. Por un lado, el Gobierno no pudo dar una respuesta clara a lo que sucedió con un fondo de 25 millones de dólares, depositado en Nueva York, que iba a ser utilizado para reactivar la economía. El dinero desapareció de la cuenta, pero no se sabe en qué se gastó y hoy es una de las principales críticas de los opositores.

Por otro lado, sus votantes empezaron a cuestionar sus excesivos gastos, como las comitivas superpobladas que llevó a algunas giras internacionales. Esta suma de errores y de decisiones controvertidas se combinaron con los graves problemas estructurales que tiene el país para configurar un escenario muy adverso para el gobierno, a solo dos años de su asunción.

“Weah necesita acelerar las investigaciones de corrupción y despedir a los individuos que sean declarados culpables incluso de tener olor a corrupción —continuó Batty—. También debe asegurarse de que los estilos de vida de quienes lo rodean estén a la altura de las expectativas de un país con una economía pobre como Liberia. Para ser claros, no se puede ver a Weah y a su círculo íntimo conduciendo autos importados caros y dando fiestas fastuosas, mientras la economía está funcionando mal. Las privaciones llevarán a muchos más liberianos a las calles si creen que las elites no comparten su sufrimiento”.

Una crisis de raíces profundas

“Hay causas inmediatas de la crisis en Liberia y hay también un contexto más amplio. En lo inmediato, el culpable parece ser el lamentable estado de la economía, no sólo heredado del gobierno anterior, sino también administrado de manera inadecuada. La cuestión es la confianza. La mayoría de los liberianos no confía en los gestores económicos, incluso cuando parecen dar explicaciones racionales de las cosas. El contexto más amplio es que Liberia ha estado en transición desde el derrocamiento del antiguo régimen en 1980. En transición porque ningún régimen ha logrado aún articular un nuevo paradigma para la nación. En ausencia de un nuevo postulado, los gobiernos tienden a luchar por el botín de la victoria política, un fenómeno fugaz”, dijo a Infobae el politólogo liberiano D. Elwood Dunn, profesor universitario retirado y consultor independiente.

Liberia es uno de los países más pobres del mundo. Tiene un PIB per cápita de apenas 688 dólares, bajo incluso para los estándares africanos. Su Índice de Desarrollo Humano es de solo 0,465 y se ubica en el puesto 176 a nivel mundial. Solo 13 países, todos del mismo continente, tienen un desarrollo menor, según las estadísticas del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

Los primeros ocho años de gobierno de Sirleaf coincidieron con una notable expansión de la economía, que creció a un promedio de 8% anual. Sin embargo, entonces comenzó una recesión de la que Liberia no puede salir, y que se agravó tras la asunción de Weah.

En los últimos cuatro años de su antecesora, la expansión media fue de apenas 0,4 por ciento, aunque en 2017 parecía haber síntomas de recuperación, ya que el PIB creció 2,5%. Sin embargo, en 2018, primer año del ex futbolista como presidente, se registró una desaceleración y la economía creció 1,2 por ciento. Según las estimaciones del FMI, el estancamiento se profundizó en 2019, con un avance de solo 0,4 por ciento.

Pero lo más dramático es que el freno de la actividad económica se conjugó con una disparada de la inflación. Entre 2010 y 2016 promediaba 7,3% anual. Pero en 2017, último año de Sirleaf, llegó a 12,4 por ciento. En 2018 trepó a 23,5% y en 2019 cerró en 22,2%, la séptima más alta del planeta.

Las finanzas públicas están en ruinas y miles de empleados públicos cobran con semanas de retraso. Al mismo tiempo, el sistema financiero está comprometido y ya hay bancos que no están en condiciones de entregar los depósitos a sus clientes.

“Las protestas se deben en gran medida a que los pobres y los desempleados piensan que el gobierno de Weah no ha creado suficientes puestos de trabajo ni ha estimulado la economía para que crezca como prometió durante sus campañas. La ira por las expectativas no cumplidas también se une a la ira por las acusaciones de corrupción”, dijo Batty.

Con esta acumulación de factores, era casi imposible que no hubiera protestas contra el gobierno. Estallaron en junio del año pasado, lideradas por el Consejo de los Patriotas, una organización opositora liderada por Henry Costa, un comunicador que ganó popularidad desde su programa de radio.

Costa trató de entregarle a Weah un petitorio con una serie de reclamos, que iban desde una respuesta a la crisis económica y al deterioro de las condiciones de vida, hasta informes precisos de lo sucedido con el fondo de 25 millones de dólares.

Weah respondió, pero reprimiendo. El Consejo de los Patriotas venía denunciando desde fines del año pasado que recibía presiones del gobierno, y esta semana se confirmaron los temores. El Estado cerró la radio de Costa y este se fue del país al enterarse de un inminente proceso judicial en su contra.

“El mayor desafío de Weah es volver a encarrilar la economía, pero eso puede estar fuera de su control. Liberia sigue siendo dependiente de la ayuda extranjera y de la exportación de productos básicos. Pero incluso si la ayuda aumenta o los precios de las commodities se elevan, Weah tendría que llevar realmente a cabo sus promesas anticorrupción para garantizar que el crecimiento beneficie a los pobres y que se generen nuevas oportunidades de empleo, y no solo oportunidades para robar. También necesitará acordar con los opositores, en lugar de antagonizar con ellos. Todavía tiene tiempo para reorientar su administración, pero tendrá que tragarse su orgullo y trabajar para recuperar la confianza de la comunidad nacional e internacional”, concluyó Thaler.

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