Cómo sigue la investigación por la caída del avión que trasladaba a Emiliano Sala

A fines de marzo se dará a conocer el informe final de los investigadores. Mientras tanto, no hay mayores precisiones sobre lo ocurrido con la aeronave

Rodrigo Tamagni
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Esa es la palabra que puede definir a estos últimos meses en torno a la investigación que intenta explicar las causas de la caída del avión que trasladaba a Emiliano Sala y era piloteado por Dave Ibbotson. Los dos informes oficiales que se dieron a conocer en febrero y agosto, respectivamente, dejaron espacios para interrogantes que deberán ser contestados en los resultados definitivos del proceso que se publicarán en marzo, según le confirmaron fuentes de la investigación a Infobae.


Hace exactamente un año, el Piper PA-46 Malibu monomotor que trasladaba al futbolista argentino perdió contacto con la torre de control a las 20.30 (horario británico). Quince minutos más tarde se inició el proceso de búsqueda del avión, que se cerraría 17 días más tarde con la extracción del cuerpo del deportista de entre los restos hallados en el lecho submarino. Sólo hubo algunas pocas precisiones en los informes preliminares. La más contundente: el piloto y el pasajero estuvieron expuestos a niveles tóxicos de monóxido de carbono en pleno vuelo.

Sin embargo, las conclusiones que se esperaban en una primera instancia para septiembre u octubre del 2019 se siguen retrasando y las fuentes ahora indican que el informe final de la Air Accidents Investigation Branc (AAIB) británica saldrá en dos meses. Mientras tanto, el silencio en torno a la causa crece, los involucrados optan por no hablar a la espera de la palabra oficial desde Reino Unido y así se afianzan los interrogantes que surgieron desde el primer minuto: ¿estaba habilitado ese avión para realizar un vuelo comercial? ¿el piloto tenía la licencia adecuada? ¿las condiciones climáticas influyeron en la caída de la aeronave? ¿quién fue el encargado de organizar el viaje? En marzo estas preguntas –y tantas otras– deberían tener una respuesta, más allá de los informes periodísticos que intentaron responderlas.

Tras la aparición de dos cojines de asiento, un apoyabrazos y otras partes del fuselaje en las costas francesas de Cotentin –a 50 kilómetros del accidente–, los buques hallaron la aeronave los días posteriores a unos 40 kilómetros de la Isla de Guernsey, en el Canal de la Mancha, justo en la zona donde había mantenido su último contacto con la torre de control y los radares. La mayoría de las partes del avión monomotor estaban a 68 metros de profundidad y en el interior había un cuerpo, que días más tarde sería extraído y se confirmaría que la identidad era la de Emiliano Sala.

El dato clave que se conoció hasta el momento es la presencia de una cantidad mortal de monóxido de carbono en la cabina, lo que daría claridad sobre la pérdida de control del avión que marcaron los radares. Los investigadores indicaron que el cuerpo de Sala tenía “un nivel de saturación de carboxihemoglobina (COHb) del 58%”, lo que genera “confusión, visión borrosa, falta de aire, dolor de cabeza punzante, vértigo, pérdida de coordinación, dolor torácico y pérdida de la memoria”.

Si bien el cuerpo de Ibbotson nunca se encontró, la autopsia sobre el futbolista argentino les permite presuponer a los especialistas que también estuvo expuesto al monóxido de carbono porque la cabina del piloto no estaba separada del habitáculo de los pasajeros. Oficialmente, todavía no explicaron cómo se filtró ese nivel “potencialmente mortal” de CO al interior del avión y se espera que en el informe final puedan dar una contestación a esto, más allá de que los especialistas involucrados en el caso le afirmaron en su momento a este medio que “no es habitual” esta situación.

Los restos del avión –que fue hallado dividido en tres partes– ubicados en las profundidades del Canal de la Mancha nunca fueron retirados y, se presupone, que ya no están en el mismo sitio donde fueron hallados porque las corrientes marinas podrían haberlo movido. Por eso, el valor de todas las imágenes tomadas por el robot submarino del buque Geo Ocean III que estuvo en la zona son vitales para que los investigadores lleven adelante los diversos análisis pertinentes para concluir, por ejemplo, cómo impactó la nave contra el agua. Esta precisión podría determinar si hubo un intento de amerizaje o si el avión cayó sin control.


Si bien el organismo británico (AAIB) es el que lleva adelante todo el proceso, la investigación también cuenta con la participación de las entidades de Argentina (JIAAC), Francia (BEA) y Estados Unidos (NTSB) por la nacionalidad del pasajero, la zona donde se cayó el avión y el origen norteamericano del Piper Malibu.

Mientras Cardiff City y Nantes discuten los detalles legales de la transferencia que se había celebrado horas antes del accidente, todavía no hubo información oficial sobre quién escogió a Ibbotson como piloto, más allá de que el agente Willie McKay reconoció haber hecho la gestión. La AAIB sólo detalló que el aviador de 59 años, que contaba con unas 3500 horas de vuelo de experiencia y preparó un plan de vuelo visual (VRF), tenía una licencia PPL (Piloto privado de avión) que “no permite el transporte de pasajeros por una recompensa”; aunque no habían establecido “el criterio sobre el cual el pasajero fue trasladado” por lo que es imposible afirmar si el vuelo estaba en condiciones o no. Al mismo tiempo, aclaró que la aeronave era propiedad de un fideicomiso radicado en Estados Unidos y que no estaba autorizada para “realizar vuelos comerciales” sin un previo aviso a la FAA y a la Autoridad de Aviación Civil del Reino Unido.

Según aclaran en la investigación, la visibilidad era mayor a los 10 kilómetros a la hora del despegue del avión y había escasa nubosidad. Sin embargo, el radar indicó que a la hora de la caída, había una “franja de lloviznas pesadas" en Guernsey. El avión, además, contaba con un sistema de protección de hielo que le permitía volar en condiciones de engelamiento.

A casi medio año del último informe oficial, en el que se habló exclusivamente de la aparición de niveles tóxicos de monóxido de carbono, la AAIB publicitó un escueto comunicado en su sitio donde hace referencia al aniversario del accidente y simplemente advierte que “ha llevado a cabo una investigación exhaustiva sobre una serie de elementos, incluidos los factores operativos, técnicos, organizativos y humanos que pueden haber causado o contribuido a este accidente”. Sin embargo, recién a fines de marzo se podrán conocer los componentes que desataron este fatal desenlace. O no.

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