A 30 años del “Enero Negro” en Azerbaiyán, la última y olvidada invasión de la Unión Soviética

Luego del quiebre con los países de Europa del este en 1989 y ya en proceso de franca desintegración, el imperio surgido en 1922 intentó frenar a los movimientos secesionistas en el Cáucaso con una brutal operación militar en la ciudad de Bakú, que dejó un saldo de cientos de muertos y heridos entre la población civil y tuvo precisamente el efecto contrario

Germán Padinger
gpadinger@infobae.com
A diferencia de lo ocurrido con sus satélites en Europa del Este, como Alemania Oriental, Hungría y Polonia, que en 1989 comenzaron a abandonar el mundo comunista mediante procesos pacíficos, la disolución de la Unión Soviética tardaría casi dos años más y sería violenta y caótica.


Una a una las “repúblicas socialistas soviéticas”, desde el Báltico hasta el Cáucaso, empezaron a buscar la independencia de Moscú a medida que el imperio soviético surgido en 1922 se desmoronaba, en gran parte producto del proceso de reforma y apertura lanzado en 1985 por el premier Mijail Gorbachov, pero también por sus contradicciones internas y la deserción de los aliados europeos.

“Aunque la debacle internacional de la URSS alentó el secesionismo en aquellas repúblicas con fuerte sentimiento nacionalista, especialmente en los países bálticos y en Georgia, la desintegración de la Unión no se debió a fuerzas nacionalistas”, considera el fallecido historiador británico Eric Hobsbawm en su libro “Historia del siglo XX”. “Fue obra, principalmente, de la desintegración de la autoridad central, que forzó a cada región a mirar por sí misma y salvar lo que pudiera de las ruinas de una economía que se deslizaba al caos”, agrega.

Cuando fue el turno de Azerbaiyán, que llevaba una larga historia de 70 años de conflicto con la autoridad soviética, sus habitantes salieron a las calles para pedir la independencia movidos por una crisis territorial con Armenia y por la incapacidad de conectar con la población azerí en Irán, y Gorbachov, presionado en todos los frentes, pareció dar un giro en su postura aperturista: movilizó rápidamente a las tropas para contener la situación y dar un ejemplo para otras regiones separatistas, especialmente en las estratégicas regiones del Cáucaso y el Báltico.

El 19 de enero de 1990, fecha de la cual se cumple este domingo 30 años, Moscú envió 26.000 soldados del Ejército Rojo a Bakú, capital azerbaiyana, para aplastar el movimiento, dejando un saldo de cientos de muertos en un episodio que ha quedado marcado en la historia del país como el “Enero Negro”, el sangriento momento en el surgió una vez más la nación azerbaiyana.

La crisis estalló por un viejo conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, ambas repúblicas soviéticas en ese entonces, por el territorio de Nagorno-Karabakh, una zona montañosa al sur de Azerbaiyán habitada por una población étnicamente armenia.

Aún antes de sus respectivas independencias, los armenios ya estaban reclamando a Moscú la unificación con este territorio, iniciativa que era fuertemente rechazada por los azerbaiyanos. La animosidad entre ambos pueblos comenzó a empeorar en 1988, en parte atizada por el Frente Popular de Azerbaiyán, un movimiento político independentista opuesto a Moscú que veía en el enfrentamiento con Armenia una causa nacional, y en parte por el apoyo armenio a fuerzas separatistas en la región en disputa. Con el tiempo el conflicto derivó en violentos enfrentamientos entre ambos pueblos.

Cuando el 9 enero de 1990 la autoridad central de la URSS, ya en franco proceso de retroceso, toleró una medida de la República Socialista Armenia para incluir a los habitantes de Nagorno-Karabakh en sus elecciones internas como paso previo para la absorción de la región, los azerbaiyanos salieron a las calles con un discurso “anti-armenio”, según un informe realizado por la organización de Derechos Humanos Human Rights Watch, y demandando la independencia de Moscú, que ya no podía asegurarles la integridad territorial.

La tensión también estaba en alza por un incidente ocurrido en diciembre de 1989 en la frontera entre Azerbaiyán e Irán, cuando azerbaiyanos derribaron una serie de barreras fronterizas para entablar contacto con habitantes iraníes étnicamente azeríes, que quedaron separados tras el Tratado de Turkmenchay celebrado entre Irán y Rusia en siglo XIX.

La lucha por la unificación de estos pueblos era parte también de las bases del Frente Popular, que demandaba la “abolición de todas las barreras políticas al desarrollo de vínculos culturales y económicos con Azerbaiyán del Sur”, de acuerdo a su programa.

“Manifestantes azerbaiyanos desmantelaron prácticamente la totalidad de las instalaciones fronterizas a lo largo de la frontera de 590 kilómetros con Irán, mientras que un grupo de académicos enviaba una carta al Politburo y al Presidio de la Unión Soviética comparando la división creada por el tratado de Turkmenchay con la de Corea y Vietnam”, explican los investigadores azerbaiyanos Shamkhal Abilov e Ismayil Isayev en un artículo publicado en el volumen de 2017 “'Azerbaijani’ and Beyond : perspectives on the construction of national identity".

La crisis con los armenios y por la frontera con Irán aumentó el apoyo al Frente Popular, y las manifestaciones se convirtieron en una revuelta que llevó a la renuncia de las autoridades pro-soviéticas en Azerbaiyán, dejando el poder en manos del movimiento independentista, que de inmediato intentó organizar a la población frente a un posible conflicto con Armenia.

En ese momento, el gobierno del premier Gorbachov reaccionó. El 15 de enero declaró el estado de emergencia, y citando el objetivo oficial de proteger a la población armenia en Azerbaiyán de la creciente violencia que estaba viviendo, las tropas del ejército rojo asaltaron Bakú y otras ciudades del país. Para muchos observadores sin embargo, la verdadera intención de Moscú era aplastar al Frente Popular y frenar la secesión.

“Los soviéticos usaron el pretexto de la violencia para intervenir el 19 de enero, con el objetivo real de frenar el movimiento nacionalista y preservar el status quo”, señalan los académicos.

La brutalidad desatada tuvo, además, el efecto contrario.

“Si el conflicto por Nagorno-Karabakh con Armenia fue el factor primario para la movilización política, identitaria y popular de los azerbaiyanos pidiendo mayor autonomía dentro de la Unión Soviética a finales de la década de 1980, el ‘Enero Negro’ fue la motivación principal para buscar la independencia a comienzos de 1990”, agregan labilov e Isayev, graduados de las universidades de Qafqaz y Leipzig, respectivamente.

El 19 de enero Gorbachov ordenó la invasión de Azerbaiyán y en la noche del día siguiente 26.000 soldados de las fuerzas especiales, organizadas bajo el nombre en código “Alfa”, entraron en Bakú, la capital. Como suele suceder cuando las ejércitos, entrenados y formados para la guerra, son enviadas a controlar una revuelta civil, la brutalidad fue inimaginable.

En su reporte de la época, Human Rights Watch relató cómo las tropas soviéticas usaron sus tanques para aplastar a civiles indefensos y abrieron fuego contra hombres, mujeres y niños de todas las edades, documentando también el ataque indiscriminado contra hospitales, ambulancias y personal médico.

De acuerdo al balance más citado, al menos 133 personas murieron, 611 resultaron heridas y hubo 841 detenciones ilegales, aunque otras estimaciones hablan de hasta 300 muertos. Además, cinco personas desaparecieron y nunca más se supo de ellas.

Entre las víctimas había un niño de siete años, una muchacha de 16, un anciano de 80, y un joven médico acribillado en su ambulancia mientras intentaba ayudar a otras víctimas.

Finalmente, se estima que unas 200 casas y departamentos fueron destruidos, además de 80 autos, incluyendo numerosas ambulancias.

“El ‘Enero Negro’ fue una operación militar conducida deliberadamente contra la población de Azerbaiyán, y alcanzó su objetivo. Las milicias del Soviet Supremo de Azerbaiyán y otras instituciones políticas fueron desarmadas. (...) Se bloqueó a la televisión, se prohibió el ingreso de extranjeros a la ciudad y la llegada de la prensa occidental a cubrir los eventos”, señalan Iabilov e Isayev.

En un reporte del Washington Post fechado el 22 de enero de 1990, en el que cita a fotógrafos rusos que estuvieron en Baku, se hablaba de “soldados soviéticos disparando a cualquier cosa que se moviera”. Allí también se da cuenta de una serie de tiroteos entre tropas soviéticas del grupo “Alfa” y soldados de origen azerbaiyano amotinados contra Moscú.

Según reportes oficiales soviéticos, una veintena de soldados murieron durante el operativo. Aunque hasta el día de hoy persisten dudas si estos cayeron luchando contra los sectores amotinados o en episodios del llamado “fuego amigo".

En medio de la operación, Gorbachov apareció el 22 de enero en la televisión soviética y justificó su decisión de reprimir a los “nacionalistas militantes que se rehusaron a escuchar la voz de la razón” y que buscaban “tomar el poder por la fuerza”, según consignó la BBC. “Lamentablemente ha muerto gente, los hechos dieron un giro trágico en Bakú”, indicó el premier, para luego agregar que esperaba que la decisión de enviar al ejército fuera “entendida y apoyada por todos los ciudadanos”. Meses después recibiría el Premio Nobel de la Paz por su “rol de liderazgo en los procesos de paz que hoy caracterizan a importantes sectores de la comunidad internacional".

La intervención en Baku restauró el poder de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, pero duraría poco. El apoyo a la independencia creció, los azerbaiyanos concluyeron en masa a los funerales de los muertos en la masacre y el Partido Comunista local experimentó el éxodo masivo de sus miembros. Al mismo tiempo, la violencia entre azeris y armenios empeoró, y en especial estos últimos sufrieron los “porgromos”, linchamientos masivos, en este caso motivado por razones étcnicas.

Con la disolución de la URSS aumentando en velocidad y la crisis llegando también a Moscú, Azerbaiyán alcanzaría finalmente la independencia el 18 de octubre de 1991. La Unión Soviética sería formalmente disuelta el 26 de diciembre de ese mismo año.

Pero como casi todas las otras repúblicas socialistas, el país comenzó entonces un largo y difícil período de consolidación por fuera de la URSS, marcado por el hambre y la escasez, y que incluyó también una guerra muy dura con Armenia, precisamente por la región de Nagorno-Karabakh, y que acabó finalmente en 1994.

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