Una "Primavera Persa” amenaza al régimen de los ayatollahs de Irán
Se agudizaron las protestas que comenzaron hace semanas por el aumento de la gasolina y que ahora se volvieron contra el gobierno teocrático. Ya son más de 400 los muertos
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
Irán está viviendo las protestas más graves desde la Revolución Islámica de 1979. En estos 40 años del régimen teocrático de los ayatollahs se registraron varios levantamientos, pero ninguno había llegado tan lejos en el repudio al sistema impuesto por Ruhollah Khomeini. En las calles de las principales ciudades iraníes ya no se escuchan sólo cantos contra el régimen o a favor del Sha depuesto. Ahora dicen “¡No a Gaza, no al Líbano!”, “Salgan de Siria y piensen en su pueblo” y hasta llegan a “¡Muerte a Palestina!”. Están reclamando el fin del expansionismo shiíta iraní y el fin de una era marcada por el sacrificio en casa y el orgullo flameando en lo del vecino. Desde 2012, Irán destinó 18.000 millones de dólares en apoyar a sus aliados en las guerras de Irak, Siria, Yemen y en sus “hermanos” libaneses del Hezbollah.
Todas esas aventuras militares para controlar la región provocan escasés en áreas cruciales del país. Los iraníes están hartos de soportar sacrificios económicos y restricciones a sus libertades en pos de una vida mejor en el Paraíso. El resultado son estas protestas que comenzaron hace tres semanas como respuesta al aumento de más del 50% en el precio de los combustibles, que derivaron en enfrentamientos con los guardias revolucionarios y demás milicianos del régimen, dejaron hasta ahora no menos de 400 muertos, 2.000 heridos y 7.000 detenidos.
La anterior ola de protestas, en 2009 después de una elección amañada por el régimen, que también se enfrentó a una represión brutal, dejó 72 muertos en un período de 10 meses. El apagón de Internet por tres días con el que el gobierno respondió a la revuelta hizo que recién ahora sepamos la magnitud de lo ocurrido. Los estallidos no solo revelaron niveles asombrosos de frustración con los líderes de Irán, sino que también subrayaron los serios desafíos económicos y políticos que enfrentan, desde las onerosas sanciones de la administración Trump hasta el creciente resentimiento hacia Irán por parte de los vecinos en un Medio Oriente cada vez más inestable.
El aumento en el precio de la gasolina, que se anunció cuando la mayoría de los iraníes dormía y sin ningún aviso previo, se produjo en momentos en que el gobierno lucha denodadamente por achicar un enorme déficit presupuestario. Las sanciones de la administración Trump, sobre todo sus estrictas restricciones a las exportaciones de petróleo, son una de las principales razones de ese déficit y están destinadas a presionar a Teherán para que renegocie el acuerdo nuclear de 2015 con las principales potencias mundiales, que Trump abandonó, calificándolo de demasiado débil. Y como siempre que se imponen sanciones económicas generalizadas, las principales víctimas son los más pobres. Esa es la razón de porqué la mayor parte de los disturbios se concentraron en barrios y ciudades pobladas por familias de bajos ingresos y de clase trabajadora, que constituye la base de poder históricamente leal de la jerarquía posrevolucionaria. Allí ya no hubo ese respeto sacrosanto para con las autoridades religiosas. Los cánticos más hostiles estuvieron dirigidos directamente al Líder Supremo, el ayatollah Ali Khamenei. Sobre todo, después de que el clérigo justificara la represión diciendo que era una respuesta justificada a “un complot de los enemigos de Irán en el país y en el extranjero”.
“No sabemos si estas protestas son el comienzo del fin de la República Islámica. Lo que está claro, sin embargo, es que el gobierno actual se enfrenta a una crisis de legitimidad. Hace diez años, cuando cientos de miles de partidarios del ex primer ministro Mir-Hossein Mousavi salieron a las calles para denunciar el fraude, fueron en gran parte las clases urbanas y educadas las que expresaron su furia por una elección robada. Hoy, los disturbios en Irán se han extendido a los trabajadores pobres. Incluso los partidos kurdos, que tradicionalmente siguieron su propia agenda, ahora están coordinando acciones con otras organizaciones sociales”, explica A.J. Caschetta analista del Middle East Forum y el Rochester Institute of Technology.
El propio Mousavi le dio “mayor legitimidad” a esta revuelta con su declaración el fin de semana pasado, comparando los disparos generalizados de la policía y los paramilitares contra los manifestantes con los asesinatos de 1978 que precedieron a la revolución islámica de un año más tarde. “Los asesinos del 78 eran representantes de un gobierno no religioso pero los asesinos de 2019 forman parte de un régimen religioso”, dijo Mousavi. “Allí el comandante en jefe era el Sha y aquí hoy está el Líder Supremo con poderes absolutos”.
No es la primera vez que los iraníes entienden que su versión de la democracia es una ilusión. Los primeros indicios de insatisfacción con la teocracia llegaron en el verano de 1999, cuando los estudiantes universitarios protestaron durante diez días exigiendo mejores condiciones de vida y mayores libertades. En 2001, cuando se produjeron los ataques contra las Torres Gemelas de Manhattan, muchos aprovecharon el momento para manifestar su repulsa al terrorismo de la red Al Qaeda y salieron con velas y banderas estadounidenses hechas a mano gritando “¡Abajo los terroristas!”. En realidad, le gritaban a las Pasdaram, los guardias revolucionarios y sus tropas de elite que llevaron a cabo más de un atentado terrorista o ayudaron a hacerlo. Dos años más tarde, la excusa fue el fútbol. La gente usó la excusa de la eliminación de su equipo nacional o incluso sus victorias para salir a la calle y manifestarse. De la misma manera, lo hacen cada Nouruz, las celebraciones del año nuevo persa, en las que se prenden grandes fogatas en las calles. Y fue con el llamado Movimiento Verde de 2009 que los iraníes salieron a las calles para terminar con la esencia dictatorial del régimen islamista. Las manifestaciones públicas estallaron cuando le robaron las elecciones al ex premier Mousavi y los mullhá le entregaron el poder al alcalde de línea dura de Teherán, Mahmoud Ahmadinejad. Mousavi, vive desde entonces bajo arresto domiciliario.
En ese momento, la lucha fue por los derechos civiles y democráticos dentro del régimen. Los manifestantes coreaban: “¡¿Dónde está mi voto?!” o “¡Devuelvan nuestro voto!”. Ahora, las informaciones que están saliendo de Irán tras el apagón informativo hablan de grupos de personas que se reúnen en forma espontánea en diferentes pueblos y ciudades -más de cien- al grito de “¡No queremos más ayatollahs!” y “¡Muerte al dictador!”. Se quemaron edificios gubernamentales, bancos y comisarías. Una furia contra el régimen que muchos compararon a lo ocurrido cuando fue derrocado Pahlavi cuatro décadas, excepto que ahora la ira se dirige a los responsables de derribar al Sha. De hecho, algunos manifestantes gritaron: “Oh, Shah, vuelve a Irán”.
El presidente iraní, Hassan Rouhani, cantó victoria cuando logró apaciguar las protestas en base a una represión feroz. Pero fue apenas una tregua. En un país donde la gasolina siempre estuvo subsidiada, hasta los más acérrimos seguidores de la revolución islámica creen que en un país productor de petróleo como es Irán, no se pueden pagar los combustibles al precio de países que no tienen ese recurso. Y si a esto le sumamos los graves problemas económicos que están padeciendo los iraníes por las sanciones impuestas por Trump, la continuidad de los ayatollahs en el poder podría estar en juego. Cada día que la gente desafía abiertamente al régimen en las calles, a los clérigos les resulta más difícil mantener el control. Y si las protestas continúan durante todo el invierno iraní, estará todo alineado para que estalle una “Primavera Persa”.
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
Irán está viviendo las protestas más graves desde la Revolución Islámica de 1979. En estos 40 años del régimen teocrático de los ayatollahs se registraron varios levantamientos, pero ninguno había llegado tan lejos en el repudio al sistema impuesto por Ruhollah Khomeini. En las calles de las principales ciudades iraníes ya no se escuchan sólo cantos contra el régimen o a favor del Sha depuesto. Ahora dicen “¡No a Gaza, no al Líbano!”, “Salgan de Siria y piensen en su pueblo” y hasta llegan a “¡Muerte a Palestina!”. Están reclamando el fin del expansionismo shiíta iraní y el fin de una era marcada por el sacrificio en casa y el orgullo flameando en lo del vecino. Desde 2012, Irán destinó 18.000 millones de dólares en apoyar a sus aliados en las guerras de Irak, Siria, Yemen y en sus “hermanos” libaneses del Hezbollah.
Todas esas aventuras militares para controlar la región provocan escasés en áreas cruciales del país. Los iraníes están hartos de soportar sacrificios económicos y restricciones a sus libertades en pos de una vida mejor en el Paraíso. El resultado son estas protestas que comenzaron hace tres semanas como respuesta al aumento de más del 50% en el precio de los combustibles, que derivaron en enfrentamientos con los guardias revolucionarios y demás milicianos del régimen, dejaron hasta ahora no menos de 400 muertos, 2.000 heridos y 7.000 detenidos.
La anterior ola de protestas, en 2009 después de una elección amañada por el régimen, que también se enfrentó a una represión brutal, dejó 72 muertos en un período de 10 meses. El apagón de Internet por tres días con el que el gobierno respondió a la revuelta hizo que recién ahora sepamos la magnitud de lo ocurrido. Los estallidos no solo revelaron niveles asombrosos de frustración con los líderes de Irán, sino que también subrayaron los serios desafíos económicos y políticos que enfrentan, desde las onerosas sanciones de la administración Trump hasta el creciente resentimiento hacia Irán por parte de los vecinos en un Medio Oriente cada vez más inestable.
El aumento en el precio de la gasolina, que se anunció cuando la mayoría de los iraníes dormía y sin ningún aviso previo, se produjo en momentos en que el gobierno lucha denodadamente por achicar un enorme déficit presupuestario. Las sanciones de la administración Trump, sobre todo sus estrictas restricciones a las exportaciones de petróleo, son una de las principales razones de ese déficit y están destinadas a presionar a Teherán para que renegocie el acuerdo nuclear de 2015 con las principales potencias mundiales, que Trump abandonó, calificándolo de demasiado débil. Y como siempre que se imponen sanciones económicas generalizadas, las principales víctimas son los más pobres. Esa es la razón de porqué la mayor parte de los disturbios se concentraron en barrios y ciudades pobladas por familias de bajos ingresos y de clase trabajadora, que constituye la base de poder históricamente leal de la jerarquía posrevolucionaria. Allí ya no hubo ese respeto sacrosanto para con las autoridades religiosas. Los cánticos más hostiles estuvieron dirigidos directamente al Líder Supremo, el ayatollah Ali Khamenei. Sobre todo, después de que el clérigo justificara la represión diciendo que era una respuesta justificada a “un complot de los enemigos de Irán en el país y en el extranjero”.
“No sabemos si estas protestas son el comienzo del fin de la República Islámica. Lo que está claro, sin embargo, es que el gobierno actual se enfrenta a una crisis de legitimidad. Hace diez años, cuando cientos de miles de partidarios del ex primer ministro Mir-Hossein Mousavi salieron a las calles para denunciar el fraude, fueron en gran parte las clases urbanas y educadas las que expresaron su furia por una elección robada. Hoy, los disturbios en Irán se han extendido a los trabajadores pobres. Incluso los partidos kurdos, que tradicionalmente siguieron su propia agenda, ahora están coordinando acciones con otras organizaciones sociales”, explica A.J. Caschetta analista del Middle East Forum y el Rochester Institute of Technology.
El propio Mousavi le dio “mayor legitimidad” a esta revuelta con su declaración el fin de semana pasado, comparando los disparos generalizados de la policía y los paramilitares contra los manifestantes con los asesinatos de 1978 que precedieron a la revolución islámica de un año más tarde. “Los asesinos del 78 eran representantes de un gobierno no religioso pero los asesinos de 2019 forman parte de un régimen religioso”, dijo Mousavi. “Allí el comandante en jefe era el Sha y aquí hoy está el Líder Supremo con poderes absolutos”.
No es la primera vez que los iraníes entienden que su versión de la democracia es una ilusión. Los primeros indicios de insatisfacción con la teocracia llegaron en el verano de 1999, cuando los estudiantes universitarios protestaron durante diez días exigiendo mejores condiciones de vida y mayores libertades. En 2001, cuando se produjeron los ataques contra las Torres Gemelas de Manhattan, muchos aprovecharon el momento para manifestar su repulsa al terrorismo de la red Al Qaeda y salieron con velas y banderas estadounidenses hechas a mano gritando “¡Abajo los terroristas!”. En realidad, le gritaban a las Pasdaram, los guardias revolucionarios y sus tropas de elite que llevaron a cabo más de un atentado terrorista o ayudaron a hacerlo. Dos años más tarde, la excusa fue el fútbol. La gente usó la excusa de la eliminación de su equipo nacional o incluso sus victorias para salir a la calle y manifestarse. De la misma manera, lo hacen cada Nouruz, las celebraciones del año nuevo persa, en las que se prenden grandes fogatas en las calles. Y fue con el llamado Movimiento Verde de 2009 que los iraníes salieron a las calles para terminar con la esencia dictatorial del régimen islamista. Las manifestaciones públicas estallaron cuando le robaron las elecciones al ex premier Mousavi y los mullhá le entregaron el poder al alcalde de línea dura de Teherán, Mahmoud Ahmadinejad. Mousavi, vive desde entonces bajo arresto domiciliario.
En ese momento, la lucha fue por los derechos civiles y democráticos dentro del régimen. Los manifestantes coreaban: “¡¿Dónde está mi voto?!” o “¡Devuelvan nuestro voto!”. Ahora, las informaciones que están saliendo de Irán tras el apagón informativo hablan de grupos de personas que se reúnen en forma espontánea en diferentes pueblos y ciudades -más de cien- al grito de “¡No queremos más ayatollahs!” y “¡Muerte al dictador!”. Se quemaron edificios gubernamentales, bancos y comisarías. Una furia contra el régimen que muchos compararon a lo ocurrido cuando fue derrocado Pahlavi cuatro décadas, excepto que ahora la ira se dirige a los responsables de derribar al Sha. De hecho, algunos manifestantes gritaron: “Oh, Shah, vuelve a Irán”.
El presidente iraní, Hassan Rouhani, cantó victoria cuando logró apaciguar las protestas en base a una represión feroz. Pero fue apenas una tregua. En un país donde la gasolina siempre estuvo subsidiada, hasta los más acérrimos seguidores de la revolución islámica creen que en un país productor de petróleo como es Irán, no se pueden pagar los combustibles al precio de países que no tienen ese recurso. Y si a esto le sumamos los graves problemas económicos que están padeciendo los iraníes por las sanciones impuestas por Trump, la continuidad de los ayatollahs en el poder podría estar en juego. Cada día que la gente desafía abiertamente al régimen en las calles, a los clérigos les resulta más difícil mantener el control. Y si las protestas continúan durante todo el invierno iraní, estará todo alineado para que estalle una “Primavera Persa”.