Un Anfield en cada esquina
El Barça acusa desde la derrota ante el Liverpool un síndrome que le paraliza y le deja a merced de los rivales en cuanto las cosas se tuercen.
Santi Giménez
As
El Barcelona cayó en el Ciutat de València perdiendo así su tercer partido de la temporada (anteriormente perdió en Bilbao y en Granada) y empató en Pamplona ante Osasuna. En todos estos partidos el equipo barcelonista jugó mal y ciertos errores individuales, especialmente en defensa, fueron claves para explicar los batacazos, pero dentro del vestuario blaugrana existe una preocupación que va más allá de los conceptos básicos que explican un mal partido de manera puntual.
En el cuerpo técnico del Barça preocupan esos momentos de desconexión, falta de atención o ausencia de tensión que el equipo sufre en determinados partidos, especialmente, fuera de casa. Un comportamiento que tuvo su ejemplo más claro la temporada pasada en Anfield, cuando en las semifinales de la Champions el Barça cayó por 4-0 tras llevar del Camp Nou una ventaja de 3-0. Ese día, el Barça tiró la eliminatoria en 25 minutos (del 54 al 79 en los que encajó tres goles), pero el momento crítico fue la desaparición del equipo en dos minutos. Del 54 al 56 el Barça encajó los dos goles que igualaban la eliminatoria. El cuarto y último ya fue cuestión de inercia.
Ese síndrome Anfield sigue pesando como una losa en los jugadores del Barcelona, que en momentos dados del partido, cuando la cosa se pone mal, desaparecen del campo y se echa de menos alguien que devuelva las cosas a su lugar. Alguien que sea capaz de reconducir el guión. Ante el Levante se vivió el sábado último ejemplo de este síndrome.
El Barcelona, sin hacer nada del otro mundo se fue al descanso ganando 0-1 con un gol de penalti de Messi, pero en la segunda parte, Orriols se convirtió en Anfield. En siete minutos (los que van del 61 al 68) el Barça fue barrido por el Levante, que hizo un gran partido, pero no es el Liverpool de Klopp ni de lejos, que le marcó tres goles. Ya no hubo tiempo ni espíritu para reaccionar. Un Síndrome Anfield en toda regla.
Algo parecido le pasó al Barcelona en El Sadar, cuando tras una primera parte lamentable, logró darle la vuelta al partido gracias a la entrada de Ansu, pero luego se dejo ir en los minutos finales en los que Osasuna empató y fue un ciclón ante un Barça ensimismado. Lo mismo pasó en el Eden Arena de Praga ante el Slavia, pero ahí Ter Stegen se erigió en héroe y evitó la tragedia. Más allá de los fallos individuales, la herida de Anfield sigue sangrando y el Barça sufre desde esa desdichada noche un estrés post traumático que aparece ya en cualquier campo en el momento en el que las cosas se tuercen. Ya sea Pamplona, Praga, Los Cármenes o Valencia. Hay un momento, que todos los campos son Anfield para los de Valverde.
Santi Giménez
As
El Barcelona cayó en el Ciutat de València perdiendo así su tercer partido de la temporada (anteriormente perdió en Bilbao y en Granada) y empató en Pamplona ante Osasuna. En todos estos partidos el equipo barcelonista jugó mal y ciertos errores individuales, especialmente en defensa, fueron claves para explicar los batacazos, pero dentro del vestuario blaugrana existe una preocupación que va más allá de los conceptos básicos que explican un mal partido de manera puntual.
En el cuerpo técnico del Barça preocupan esos momentos de desconexión, falta de atención o ausencia de tensión que el equipo sufre en determinados partidos, especialmente, fuera de casa. Un comportamiento que tuvo su ejemplo más claro la temporada pasada en Anfield, cuando en las semifinales de la Champions el Barça cayó por 4-0 tras llevar del Camp Nou una ventaja de 3-0. Ese día, el Barça tiró la eliminatoria en 25 minutos (del 54 al 79 en los que encajó tres goles), pero el momento crítico fue la desaparición del equipo en dos minutos. Del 54 al 56 el Barça encajó los dos goles que igualaban la eliminatoria. El cuarto y último ya fue cuestión de inercia.
Ese síndrome Anfield sigue pesando como una losa en los jugadores del Barcelona, que en momentos dados del partido, cuando la cosa se pone mal, desaparecen del campo y se echa de menos alguien que devuelva las cosas a su lugar. Alguien que sea capaz de reconducir el guión. Ante el Levante se vivió el sábado último ejemplo de este síndrome.
El Barcelona, sin hacer nada del otro mundo se fue al descanso ganando 0-1 con un gol de penalti de Messi, pero en la segunda parte, Orriols se convirtió en Anfield. En siete minutos (los que van del 61 al 68) el Barça fue barrido por el Levante, que hizo un gran partido, pero no es el Liverpool de Klopp ni de lejos, que le marcó tres goles. Ya no hubo tiempo ni espíritu para reaccionar. Un Síndrome Anfield en toda regla.
Algo parecido le pasó al Barcelona en El Sadar, cuando tras una primera parte lamentable, logró darle la vuelta al partido gracias a la entrada de Ansu, pero luego se dejo ir en los minutos finales en los que Osasuna empató y fue un ciclón ante un Barça ensimismado. Lo mismo pasó en el Eden Arena de Praga ante el Slavia, pero ahí Ter Stegen se erigió en héroe y evitó la tragedia. Más allá de los fallos individuales, la herida de Anfield sigue sangrando y el Barça sufre desde esa desdichada noche un estrés post traumático que aparece ya en cualquier campo en el momento en el que las cosas se tuercen. Ya sea Pamplona, Praga, Los Cármenes o Valencia. Hay un momento, que todos los campos son Anfield para los de Valverde.