Políticas comerciales erróneas, ¿impactos ambientales beneficiosos?
Luis Antonio López Santiago
Infobae
Las guerras comerciales que el presidente Donald Trump ha iniciado se están materializando en un incremento en los aranceles a las importaciones de Estados Unidos. Los países afectados por estas medidas acabarán subiendo sus aranceles una cuantía similar sobre las exportaciones de productos estadounidenses.
Como resultado a corto plazo, ya estamos sufriendo una reducción del comercio internacional que según el FMI anticipa un brusco frenazo en la economía en todo el mundo.
La globalización de las cadenas de producción ha llevado a que los países se especialicen en aquellas fases proceso en las que son más competitivos. Especialización que se da porque disponen de menores salarios, de muchos recursos naturales, de un mayor capital humano, de una legislación medioambiental menos estricta, etc.
Estamos en un mundo donde el comercio internacional de bienes finales es cada vez menos importante. Ya no se comercia más “paño por vino” parafraseando a David Ricardo. El 70 % del comercio internacional es de bienes intermedios.
Los nuevos aranceles se reflejarán no solo en los productos directamente implicados, sino también en los numerosos bienes y servicios finales de los que acaban formando parte.
Una visión puramente económica de los efectos de una guerra comercial resultaría en graves consecuencias negativas:
Se producirá un aumento de los precios y, por tanto, pérdidas de bienestar.
La producción caerá y, con ello, del empleo.
Se reducirán los beneficios de las empresas y la cotización de las empresas en los mercados financieros.
Pero a veces debemos quitarnos las gafas economicistas. Estas no nos permiten ver que el crecimiento económico no es siempre sinónimo de prosperidad económica.
La prosperidad implica un desarrollo que debe tener en cuenta no solo aspectos económicos, sino también sociales y medioambientales. Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por las Naciones Unidas dejan claro que la sostenibilidad ha de cubrir esos tres aspectos.
Comercio internacional y medio ambiente
La aceleración de la globalización de finales del siglo XX y principios del XXI ha generado importantes mejoras en el bienestar económico mundial. Pero también ha ido acompañada de numerosos impactos negativos en términos ambientales ante los que no podemos cerrar los ojos:
Aumento de las emisiones de gases efecto invernadero. Se debe a la deslocalización de la producción de bienes intensivos en carbono a regiones con legislaciones menos estrictas.
Pérdida de biodiversidad. Causada por la explotación de recursos naturales en países pobres que son exportados a países ricos.
Sobreexplotación de recursos naturales. Un buen ejemplo es la producción de aceite de palma en el Amazonas o la selva de Indonesia. Sus efectos negativos han perjudicado, incluso, a los países importadores.
Fallecimientos. Por el uso de técnicas intensivas y sustancias contaminantes en regiones pobres para producir bienes y servicios que, en su gran mayoría, son exportados a países ricos.
Sin lugar a dudas, las guerras comerciales no son la mejor medida para mitigar los impactos negativos del comercio internacional sobre el medio ambiente. Otras medidas serían mucho más adecuadas si queremos, por ejemplo, frenar la crisis climática a la que nos enfrentamos. Estos son algunos ejemplos:
Un impuesto en frontera a las emisiones de carbono que penalice las importaciones de bienes y servicios intensivos en carbono que hacen los países ricos. El dinero recaudado se podría utilizar para financiar en inversiones sostenibles en las regiones pobres del planeta.
La reducción de los aranceles a los bienes de inversión que permiten la generación de energías renovables (eólica, fotovoltaica, biomasa, etc.).
La eliminación de las subvenciones públicas que reciben las empresas de energías fósiles.
La reducción del peso que tienen los activos de empresas de energía fósiles en las carteras de los fondos de inversión públicos y privados.
Todas estas medidas deberían completarse con regulaciones que faciliten la transferencia de las tecnologías renovables a los países más pobres.
Hacia un crecimiento sostenible
Ante la lentitud en la toma de esas decisiones en la esfera internacional, si miramos por el planeta y sus habitantes y no solo por la economía, quizás tengamos que darle la bienvenida a la nueva era de menor crecimiento para el comercio internacional en la que estamos inmersos. Una era que The Economist ha denominado Slowbalisation y que puede verse acelerada por las guerras de aranceles iniciadas por el presidente Trump.
Esta ralentización puede ayudar a reducir la presión que realizan las empresas y los consumidores de renta alta de los distintos países sobre los recursos y el medio ambiente del planeta.
A partir de ahí debemos plantearnos entre todos cuál es la mejor manera de iniciar una senda de crecimiento sostenible que incluya a todas las personas, ecosistemas y regiones del planeta.
Por Luis Antonio López Santiago, Profesor de Fundamentos del Análisis Económico, Universidad de Castilla-La Mancha
Infobae
Las guerras comerciales que el presidente Donald Trump ha iniciado se están materializando en un incremento en los aranceles a las importaciones de Estados Unidos. Los países afectados por estas medidas acabarán subiendo sus aranceles una cuantía similar sobre las exportaciones de productos estadounidenses.
Como resultado a corto plazo, ya estamos sufriendo una reducción del comercio internacional que según el FMI anticipa un brusco frenazo en la economía en todo el mundo.
La globalización de las cadenas de producción ha llevado a que los países se especialicen en aquellas fases proceso en las que son más competitivos. Especialización que se da porque disponen de menores salarios, de muchos recursos naturales, de un mayor capital humano, de una legislación medioambiental menos estricta, etc.
Estamos en un mundo donde el comercio internacional de bienes finales es cada vez menos importante. Ya no se comercia más “paño por vino” parafraseando a David Ricardo. El 70 % del comercio internacional es de bienes intermedios.
Los nuevos aranceles se reflejarán no solo en los productos directamente implicados, sino también en los numerosos bienes y servicios finales de los que acaban formando parte.
Una visión puramente económica de los efectos de una guerra comercial resultaría en graves consecuencias negativas:
Se producirá un aumento de los precios y, por tanto, pérdidas de bienestar.
La producción caerá y, con ello, del empleo.
Se reducirán los beneficios de las empresas y la cotización de las empresas en los mercados financieros.
Pero a veces debemos quitarnos las gafas economicistas. Estas no nos permiten ver que el crecimiento económico no es siempre sinónimo de prosperidad económica.
La prosperidad implica un desarrollo que debe tener en cuenta no solo aspectos económicos, sino también sociales y medioambientales. Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por las Naciones Unidas dejan claro que la sostenibilidad ha de cubrir esos tres aspectos.
Comercio internacional y medio ambiente
La aceleración de la globalización de finales del siglo XX y principios del XXI ha generado importantes mejoras en el bienestar económico mundial. Pero también ha ido acompañada de numerosos impactos negativos en términos ambientales ante los que no podemos cerrar los ojos:
Aumento de las emisiones de gases efecto invernadero. Se debe a la deslocalización de la producción de bienes intensivos en carbono a regiones con legislaciones menos estrictas.
Pérdida de biodiversidad. Causada por la explotación de recursos naturales en países pobres que son exportados a países ricos.
Sobreexplotación de recursos naturales. Un buen ejemplo es la producción de aceite de palma en el Amazonas o la selva de Indonesia. Sus efectos negativos han perjudicado, incluso, a los países importadores.
Fallecimientos. Por el uso de técnicas intensivas y sustancias contaminantes en regiones pobres para producir bienes y servicios que, en su gran mayoría, son exportados a países ricos.
Sin lugar a dudas, las guerras comerciales no son la mejor medida para mitigar los impactos negativos del comercio internacional sobre el medio ambiente. Otras medidas serían mucho más adecuadas si queremos, por ejemplo, frenar la crisis climática a la que nos enfrentamos. Estos son algunos ejemplos:
Un impuesto en frontera a las emisiones de carbono que penalice las importaciones de bienes y servicios intensivos en carbono que hacen los países ricos. El dinero recaudado se podría utilizar para financiar en inversiones sostenibles en las regiones pobres del planeta.
La reducción de los aranceles a los bienes de inversión que permiten la generación de energías renovables (eólica, fotovoltaica, biomasa, etc.).
La eliminación de las subvenciones públicas que reciben las empresas de energías fósiles.
La reducción del peso que tienen los activos de empresas de energía fósiles en las carteras de los fondos de inversión públicos y privados.
Todas estas medidas deberían completarse con regulaciones que faciliten la transferencia de las tecnologías renovables a los países más pobres.
Hacia un crecimiento sostenible
Ante la lentitud en la toma de esas decisiones en la esfera internacional, si miramos por el planeta y sus habitantes y no solo por la economía, quizás tengamos que darle la bienvenida a la nueva era de menor crecimiento para el comercio internacional en la que estamos inmersos. Una era que The Economist ha denominado Slowbalisation y que puede verse acelerada por las guerras de aranceles iniciadas por el presidente Trump.
Esta ralentización puede ayudar a reducir la presión que realizan las empresas y los consumidores de renta alta de los distintos países sobre los recursos y el medio ambiente del planeta.
A partir de ahí debemos plantearnos entre todos cuál es la mejor manera de iniciar una senda de crecimiento sostenible que incluya a todas las personas, ecosistemas y regiones del planeta.
Por Luis Antonio López Santiago, Profesor de Fundamentos del Análisis Económico, Universidad de Castilla-La Mancha