Horror en Leverkusen

El Atlético volvió a tirar una parte en la Champions y se complica. Marcó Thomas en propia y Volland lo hizo tras fallo de Hermoso. Roja a Amiri. Felipe cojo. Morata maquilló al final.


Patricia Cazón
As
Sí, el Atlético podía haber terminado esta noche clasificado para octavos de la Champions de manera matemática. Pero no, no lo hizo. Estuvo muy lejos de hacerlo, de hecho, lejísimos, en una noche negrísima. Volvió revolcado, vencido de Leverkusen, él solo se metió en la pesadilla, irreconocible. A Bosz no le hizo falta ni poner sobre el tapete la carta de los tres centrales. Y eso que Simeone desafiaba el rugido de las carracas que retumbaban en la cúpula del estadio con su nuevo tridente, Costa y Morata en la punta y Correa por detrás en la media punta, apuntando como una flecha a la portería de Hradecky. Lo mismo le dio. Cuando empezó el partido dejaron de escucharse las carracas y sobre la hierba sólo se escuchaba una nana. Salía de los pies alemanes. Cuando subió de volumen dio hasta miedo.


El Atlético esperaba, esperaba y esperaba en su campo, dejándoles a los alemanes tocar. Los de Bosz mascaban la pelota, como si el cuero fuera chicle: la batuta la llevaba Aranguiz y no dejaba de enviar hombres, Havertz primero, Bellarabi después, por la banda derecha, a buscar túneles a la espalda de Lodi. Su dominio era como la música. Lenta y para niños. Con la amenaza de un muñeco de peluche. Ni siquiera la tuvo en su primera ocasión de verdad, un disparo de Volland, tierno, a las manos de Oblak tras un robo y una contra. Al Atleti de tanto esperar se le estaban quedando el gesto a juego con la camiseta, azul pálido, y todos los vicios de LaLiga sobre la hierba de Champions: tirar la primera parte por vicio, porque sí, porque yo lo valgo, infame. Y con castigo.

Porque de tanto dejar al Leverkusen llenarle la casa, y poner los pies sobre la mesa, beberse su whisky y darle cuerda a su nana, sufrió síntome de Estocolmo. Y Hermoso tapaba mucho en un día con Felipe despistado pero con todo no podía. Y menos con el fuego amigo.
Si primero Felipe al peinar un balón lo estrellaba en el palo de Oblak, dos minutos después Thomas le completaba la obra al Leverkusen. Lanzó el equipo de Bosz su enésimo córner muy cerrado, al primer palo, y mientras Costa aturdía a Oblak, Thomas remataba el sinsentido. De cabeza y con rosca lo envió al fondo de la red. Fue hasta bonito para un alemán. Para echarse a llorar un rojiblanco.

Cuando llegó el descanso y el Atlético despertó, el partido era una pesadilla.

Dos minutos después de que el entrenador agitara el banquillo buscándole sangre a sus jugadores, Lemar por un Lodi a juego con la noche, horrible, Mario Hermoso, hasta entonces impecable, sumaba su pie al museo de los horrores: no acertó a despejar ante Volland, al que le dio tiempo a controlar, pensar y hasta tomarse un café en el área pequeña de Oblak antes de taladrarle con un derechazo ajustado al primer palo.

Ya decía Murphy: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Y lo del Atlético en Leverkusen sólo podía ir a peor por mucho que en quince minutos Simeone completara sus tres cambios, y recordara que en el banquillo tiene a un tipo que se llama Vitolo que al tiene más fútbol e intención que ese futbolista antes conocido como Costa y ahora solo su sombra y a otro apellidado Herrera que no se arruga, ni en las noches de pesadilla. Con ellos, y sobre todo Lemar, mejoró el Atlético y por lo menos tuvo el balón, un córner, una llegada al área, tan poco, tanto en medio del horror que hasta el momento había sido el partido. Había perdido demasiado tiempo. Sus partidos de 45 minutos reducidos sólo a 25. O menos.

Y de pronto Felipe comenzó a cojear y Simeone no tenía cambios y casi no tiene centrales y el Leverkusen comenzó a lanzar los córners silbando sobre la portería de Oblak como cuchillas de Freddy Krueger. Un Oblak desconocido, que fallaba en las salidas, que se desquiciaba, que agarraba de la camiseta a Tah. Resolvió salomónico el árbitro la tangana repartiendo cuatro amarillas antes de que volviera a salir de su bolsillo una roja a Amiri a la que se agarró el Atleti. Porque de pronto se vio en medio del partido, la nana, las carracas y la propia cabeza como una olla express, abajo 2-0, y tuvo dos minutos de furia en los que pudo cambiar todo. En el 94’ marcó Morata, pero en el 95’ estampó el balón en la pierna de Hradecky. Pudo haber sido el empate pero sólo fue el último golpe en la noche al Atleti. De fondo aún la nana tenebrosa.

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