La oposición británica rechaza en bloque la nueva propuesta de Johnson
Los nacionalistas escoceses exigen derecho a veto como Irlanda del Norte
Rafa de Miguel
Londres, El País
Boris Johnson deberá afanarse en hacer bien sus cálculos si pretende que el Parlamento británico dé luz verde a su nueva propuesta para un acuerdo sobre el Brexit. El recibimiento de los partidos de la oposición al nuevo texto propuesto a Bruselas, que expuso vagamente este jueves el primer ministro en Westminster, tuvo el mismo tono bronco que le tocó sufrir a su predecesora, Theresa May. La ex primera ministra, de hecho, decidió asistir a la sesión para contemplar desde su escaño el varapalo que recibía Johnson. El líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, se refirió a los planes elaborados por Downing Street para reemplazar el llamado backstop (la salvaguarda para Irlanda del Norte) como “una versión refrita de propuestas ya rechazadas”, y anticipó su negativa a respaldarlos. “Los únicos que no van a sufrir esta catástrofe son los fondos de inversión que contribuyeron a la campaña del primer ministro [para lograr el liderazgo del Partido Conservador], que actualmente se dedican a apostar en corto contra la libra y a echar abajo nuestra frágil economía. Usted solo busca dividir y poner en riesgo a este país en su propio beneficio político, para lograr un acuerdo del tipo 'América Primero' con el señor Trump”, dijo Corbyn.
La líder de los liberales demócratas, Jo Swinson, y los nacionalistas escoceses del SNP, arremetieron con igual dureza contra Johnson, y le acusaron de estar poniendo en serio riesgo con su propuesta de volver a levantar controles aduaneros entre las dos Irlandas la frágil paz alcanzada con los Acuerdos de Viernes Santo de 1998. En el caso de los escoceses, además, le reprocharon que hubiera condicionado que su plan saliera adelante a que obtenga el “consentimiento democrático” de la Asamblea de Irlanda del Norte (actualmente suspendida). “¿Dónde se contempla el consentimiento del pueblo escocés, que votó mayoritariamente a favor de la permanencia en la UE, y cuya voz se ha ignorado repetidamente por este Gobierno conservador? Usted habrá logrado el consentimiento del DUP [los unionistas norirlandeses], pero el resto de partidos políticos de ese territorio y sus principales grupos empresariales no le han comprado la mercancía”, le reprochó a Johnson el portavoz del SNP en la Cámara de los Comunes, Ian Blackford.
El primer ministro fue capaz de contenerse en su intervención y evitar las malas formas y enfrentamientos que desplegó durante su anterior comparecencia en Westminster. Le hizo de ese paso un gran favor al speaker (presidente) de la Cámara, John Bercow, quien ayer sufría una seria afonía que le incapacitaba para imponer su habitual autoridad verbal.
Sin embargo, el mensaje de los diputados fue rotundo. Ha llegado hasta el límite de las concesiones, y el margen de modificación de su propuesta es mínimo. Fuentes oficiales del Gobierno, sin embargo, aseguran a EL PAÍS que todo depende de la respuesta de la UE, y que si cobra tracción un nuevo proceso negociador, están dispuestos a sumergirse en “un largo túnel” de discusiones durante las próximas dos semanas.
Tuvo que hacer Johnson malabarismos durante el tiempo en que se sometió a las preguntas de los diputados para evitar reconocer abiertamente que su nueva propuesta contempla la posibilidad de nuevos controles de aduanas entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Eso, junto a la capacidad de veto que entrega a los unionistas norirlandeses al condicionar la entrada en vigor del nuevo esquema a que la Asamblea de Belfast le dé luz verde, fue lo que más irritación despertó en la oposición. “Las propuestas que hemos planteado no implican ninguna infraestructura física en la frontera ni cerca de ella. De hecho, no implican nuevas construcciones en ninguna parte”, aseguró Johnson. Contradecía así el texto enviado a Bruselas, en el que se admite que serán necesarios controles aduaneros, “bien en las propias instalaciones de las empresas de origen y destino, bien en cualquier otro punto de la cadena de transporte”.
Downing Street comienza a contar votos. Sabe que una amplia mayoría de diputados conservadores respaldaría el nuevo plan. Suma además los diez escaños de los unionistas del DUP, que han dado su brazo a torcer. Y estima que puede hacerse con un puñado de representantes laboristas —hasta 20 de ellos— que comienzan a sentir en la espalda el hastío de sus electores y quieren dar carpetazo al asunto del Brexit. Johnson, sin embargo, se negó a someter a votación ya el plan hasta que no tenga el visto bueno de Bruselas. Y eso, vistas las primeras reacciones, es todavía una apuesta a muy largo plazo y de futuro incierto.
Rafa de Miguel
Londres, El País
Boris Johnson deberá afanarse en hacer bien sus cálculos si pretende que el Parlamento británico dé luz verde a su nueva propuesta para un acuerdo sobre el Brexit. El recibimiento de los partidos de la oposición al nuevo texto propuesto a Bruselas, que expuso vagamente este jueves el primer ministro en Westminster, tuvo el mismo tono bronco que le tocó sufrir a su predecesora, Theresa May. La ex primera ministra, de hecho, decidió asistir a la sesión para contemplar desde su escaño el varapalo que recibía Johnson. El líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, se refirió a los planes elaborados por Downing Street para reemplazar el llamado backstop (la salvaguarda para Irlanda del Norte) como “una versión refrita de propuestas ya rechazadas”, y anticipó su negativa a respaldarlos. “Los únicos que no van a sufrir esta catástrofe son los fondos de inversión que contribuyeron a la campaña del primer ministro [para lograr el liderazgo del Partido Conservador], que actualmente se dedican a apostar en corto contra la libra y a echar abajo nuestra frágil economía. Usted solo busca dividir y poner en riesgo a este país en su propio beneficio político, para lograr un acuerdo del tipo 'América Primero' con el señor Trump”, dijo Corbyn.
La líder de los liberales demócratas, Jo Swinson, y los nacionalistas escoceses del SNP, arremetieron con igual dureza contra Johnson, y le acusaron de estar poniendo en serio riesgo con su propuesta de volver a levantar controles aduaneros entre las dos Irlandas la frágil paz alcanzada con los Acuerdos de Viernes Santo de 1998. En el caso de los escoceses, además, le reprocharon que hubiera condicionado que su plan saliera adelante a que obtenga el “consentimiento democrático” de la Asamblea de Irlanda del Norte (actualmente suspendida). “¿Dónde se contempla el consentimiento del pueblo escocés, que votó mayoritariamente a favor de la permanencia en la UE, y cuya voz se ha ignorado repetidamente por este Gobierno conservador? Usted habrá logrado el consentimiento del DUP [los unionistas norirlandeses], pero el resto de partidos políticos de ese territorio y sus principales grupos empresariales no le han comprado la mercancía”, le reprochó a Johnson el portavoz del SNP en la Cámara de los Comunes, Ian Blackford.
El primer ministro fue capaz de contenerse en su intervención y evitar las malas formas y enfrentamientos que desplegó durante su anterior comparecencia en Westminster. Le hizo de ese paso un gran favor al speaker (presidente) de la Cámara, John Bercow, quien ayer sufría una seria afonía que le incapacitaba para imponer su habitual autoridad verbal.
Sin embargo, el mensaje de los diputados fue rotundo. Ha llegado hasta el límite de las concesiones, y el margen de modificación de su propuesta es mínimo. Fuentes oficiales del Gobierno, sin embargo, aseguran a EL PAÍS que todo depende de la respuesta de la UE, y que si cobra tracción un nuevo proceso negociador, están dispuestos a sumergirse en “un largo túnel” de discusiones durante las próximas dos semanas.
Tuvo que hacer Johnson malabarismos durante el tiempo en que se sometió a las preguntas de los diputados para evitar reconocer abiertamente que su nueva propuesta contempla la posibilidad de nuevos controles de aduanas entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Eso, junto a la capacidad de veto que entrega a los unionistas norirlandeses al condicionar la entrada en vigor del nuevo esquema a que la Asamblea de Belfast le dé luz verde, fue lo que más irritación despertó en la oposición. “Las propuestas que hemos planteado no implican ninguna infraestructura física en la frontera ni cerca de ella. De hecho, no implican nuevas construcciones en ninguna parte”, aseguró Johnson. Contradecía así el texto enviado a Bruselas, en el que se admite que serán necesarios controles aduaneros, “bien en las propias instalaciones de las empresas de origen y destino, bien en cualquier otro punto de la cadena de transporte”.
Downing Street comienza a contar votos. Sabe que una amplia mayoría de diputados conservadores respaldaría el nuevo plan. Suma además los diez escaños de los unionistas del DUP, que han dado su brazo a torcer. Y estima que puede hacerse con un puñado de representantes laboristas —hasta 20 de ellos— que comienzan a sentir en la espalda el hastío de sus electores y quieren dar carpetazo al asunto del Brexit. Johnson, sin embargo, se negó a someter a votación ya el plan hasta que no tenga el visto bueno de Bruselas. Y eso, vistas las primeras reacciones, es todavía una apuesta a muy largo plazo y de futuro incierto.