Europa se enfrenta a un peligroso repunte del antisemitismo

El atentado contra una sinagoga en la ciudad alemana de Halle se suma a numerosos ataques contra los judíos

Guillermo Altares
Madrid, El País
La mayoría de los barrios o lugares de culto judíos de Europa están rodeados de cordones de seguridad y vigilados por la policía. Ya sea ante la Neue Synagoge de Berlín, que ardió durante la Noche de los Cristales Rotos en 1938; la calle des Rosiers en el barrio parisino del Marais, que llegó a estar protegida por el Ejército con tanquetas tras los atentados contra Charlie Hebdo en 2015; o la antigua judería de Roma, la presencia de las fuerzas de seguridad forma parte del paisaje. Como quedó demostrado de nuevo el miércoles en la ciudad alemana de Halle, todas las medidas de seguridad son pocas ante el espeluznante repunte del antisemitismo que padecen actualmente Europa y Estados Unidos.


Un terrorista trató de irrumpir en la sinagoga de esta ciudad alemana para tirotear a los fieles mientras celebraban su fiesta más sagrada, el Yom Kippur. Les salvó la solidez de la puerta porque en este caso no había despliegue policial, según explicó a la prensa Max Privorozki, líder de la comunidad judía, que aseguró que había solicitado varias veces algún tipo de protección armada. El terrorista mató a dos personas en la calle mientras grababa y retransmitía su ataque en directo en las redes sociales. Personas que han tenido acceso a las imágenes, relataron que negó el Holocausto, insultó a feministas e inmigrantes y gritó: “La raíz de todos estos problemas son los judíos”.

Desgraciadamente, no se trata de una escena insólita en la Europa del siglo XXI, que lejos de haberse vacunado contra el antisemitismo después del Holocausto se enfrenta a un peligroso repunte del odio contra los judíos, que se ha cobrado más de una decena de víctimas en los últimos años, desde la ciudad francesa de Toulouse hasta la estadounidense de Baltimore. Lo más grave, según coinciden numerosos expertos, es que avanza en varios frentes: el antisemitismo neonazi de ultraderecha; el antisemitismo inspirado por el yihadismo, con el pretexto del odio a Israel; y un tufillo antisemita que rodea las declaraciones de algunos dirigentes iliberales, desde el primer ministro húngaro Viktor Orbán en sus ataques constantes contra el financiero y filántropo George Soros, hasta el presidente estadounidense Donald Trump, que este verano puso en duda la fidelidad de los judíos estadounidenses a su país si no le apoyaban.

La profesora estadounidense Deborah Lipstadt, una experta en este odio cuyo enfrentamiento con el negacionista David Irving fue relatado en el filme Negación, publicó este año un ensayo titulado Antisemitism. Here and Now en el que calificaba de “tormenta perfecta” lo que está ocurriendo. “El antisemitismo no es solamente el odio contra algo exterior; sino el odio contra un mal que se perpetúa en el mundo. Los judíos no son el enemigo, son el enemigo definitivo”, escribe para describir la profundidad y complejidad del problema. En su libro recogía testimonios de judíos estadounidenses que preparaban un viaje a Europa y decidían no llevar kipá y cubrirse la cabeza con una gorra por miedo a agresiones, sobre todo en Berlín. Miembros de la comunidad judía española consultados hace unos meses coincidieron en que cada vez tienen más miedo a llevar signos exteriores que les muestren como hebreos.

Lo que contaba Lipstadt se convirtió el pasado mes de mayo en política oficial cuando Felix Klein, el comisionado alemán contra el antisemitismo, desaconsejó el uso de la kipá a los judíos. “No puedo recomendar a los judíos que lleven kipá siempre y en todos los lugares en Alemania”, declaró Klein. El aviso se produjo después de que se publicasen datos que indicaban un aumento del 20% de los incidentes antisemitas en este país. En Francia, en 2018, subieron el 74% lo que llevó al propio presidente Emmanuel Macron a lanzar la voz de alarma. Un amplio sondeo de la Agencia Europea de los Derechos Fundamentales entre los judíos de 12 países revelaba que un 85% creía que la situación había ido a peor en los últimos años.

En enero se conmemorarán los 75 años de la liberación del campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. Los últimos supervivientes de la Shoah se van extinguiendo lentamente, dejando la memoria a los historiadores y a los investigadores. Se han publicado miles de libros y ensayos sobre el Holocausto y la inmensa mayoría de los escenarios de la memoria se cuidan y visitan. Sin embargo, todo ese esfuerzo no ha servido para vacunar a Europa contra este odio letal y contra el paisaje de cordones de seguridad y policías en torno a los lugares de culto. El atentado de Halle demuestra que Europa padece un problema gravísimo, frente al que son necesarias medidas policiales pero también educativas y culturales. El pasado nos demuestra con claridad lo que puede ocurrir una vez que se ha prendido la mecha del odio.

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