El día en que la bonanza de Trump se acabó
Paul Krugman
La primavera pasada, Donald Trump y su círculo tal vez pensaron que el camino estaba relativamente allanado para la reelección.
Por una parte, parecía que Trump había sorteado la amenaza del fatal escándalo político. El tan esperado informe de Mueller sobre la intervención de Rusia en las elecciones había llegado con un golpe seco y sordo; los detalles eran dañinos, pero, en esencia, no tuvo ningún impacto político.
Al mismo tiempo, Trump estaba convencido de que podía basar su campaña en la economía boyante. No importaba que sus afirmaciones de haber logrado el mejor récord económico en la historia de la humanidad se pudieran rebatir fácilmente; la realidad parecía lo suficientemente buena como para venderla como una gran historia de éxito.
Cómo cambian las cosas en unos meses.
Todo el mundo está pendiente de los avances del juicio político y, en mi caso no tengo mucho que agregar, a excepción de una advertencia: en cada etapa de este proceso, los republicanos han probado estar dispuestos a portarse de una forma asombrosamente mala. ¿Acaso alguien podría haber previsto el intento físico del 23 de octubre cuando intentaron irrumpir en la investigación de la Cámara de Representantes? La cuestión es que, a medida que el cerco se cierra, es probable que la respuesta del Partido Republicano sea más desagradable de lo que nos podríamos imaginar.
Comprensiblemente, lo que está atrayendo menos atención es la manera en la cual el discurso económico de Trump está viniéndose abajo.
Siendo justos, el estado general de la economía sigue siendo bastante bueno. El desempleo es muy bajo y el crecimiento laboral continúa. Además, aunque al final haya una recesión nacional —y el ciclo empresarial todavía no se ha abolido— no hay ninguna certeza de que eso suceda antes de las elecciones del año próximo.
Sin embargo, hay partes importantes de la economía que se están rezagando. La producción manufacturera disminuyó a lo largo del año pasado; aunada a la debilidad en el transporte y al mal momento que se vive en el sector agrícola, en la práctica alrededor de una quinta parte de la economía se encuentra en recesión. En específico, el empleo en la industria manufacturera ha venido disminuyendo en Míchigan, Wisconsin y Pensilvania, estados que eligieron a Trump con un margen muy reducido en 2016, dándole la victoria en el Colegio Electoral a pesar de perder el voto popular.
Además, el crecimiento general, aunque sigue siendo positivo, en definitiva, está desacelerándose: los “pronósticos para el presente”, que usan datos parciales para calcular lo que dirán los datos económicos oficiales cuando finalmente se den a conocer, sugieren que tenemos una economía que crece a la poco impresionante tasa anual de menos del dos por ciento. Dado que para las elecciones es más importante la tasa de crecimiento de la economía que cuestiones como el nivel de desempleo —el desempleo seguía siendo de más de siete por ciento cuando Ronald Reagan ganó de manera apabullante en 1984— estas no son buenas noticias para los republicanos.
Y lo que tal vez sea más importante: existe un declive drástico, casi una caída, en la confianza empresarial.
Este colapso se puede ver de varias maneras. Una son las encuestas entre los ejecutivos empresariales, quienes pasaron los dos primeros años del gobierno de Trump siendo muy optimistas, pero ahora se han vuelto considerablemente pesimistas.
También podemos ver en el mercado obligacionista un mejor indicador de las expectativas económicas, que en el mercado de valores. Las tasas de interés a largo plazo tienden a ser elevadas cuando los inversores esperan una economía boyante, durante la cual la Reserva Federal apretará el cinturón para prevenir la inflación; las tasas suelen ser bajas cuando los inversores esperan una debilidad económica prolongada y dinero fácil hasta donde se alcance a ver.
Y, mientras escribo esta columna, las tasas de los bonos a diez años se desplomaron, pasando de más del tres por ciento durante el año pasado a 1,75 por ciento. La última vez que vimos este tipo de caída fue en 2010-11, cuando los inversionistas por fin aceptaron que la recuperación de la Gran Recesión iba a ser lenta y dolorosa, no una repetición del comercial de televisión de la campaña de Reagan conocido como “buenos días Estados Unidos”.
Entonces, ¿qué le pasó a la bonanza de Trump? El colapso en la confianza comenzó a fines del año pasado, cuando no hubo duda de que el presidente hablaba en serio sobre iniciar una guerra comercial con China; continuó a medida que surgieron pruebas de que el recorte fiscal de 2017 fue una montaña de humo y, en resumen, no se hizo nada para impulsar la inversión empresarial y hacer que, al menos, hubiera un aumento temporal en el crecimiento general.
No obstante, la verdad es que hasta los pesimistas esperaban que el recorte fiscal hiciera más bien y la guerra comercial hiciera menos daño. ¿Por qué los resultados fueron tan malos? Una respuesta, con la que he estado de acuerdo, es que, además del impacto directo en las exportaciones estadounidenses y las empresas que dependen de los suministros chinos, la guerra comercial ha creado una incertidumbre nociva. Las empresas que dependen de las cadenas mundiales de suministro no invertirán por temor a que la guerra comercial empeore más, pero las empresas que puedan entrar en el mercado para sustituir las importaciones tampoco invertirán por temor a que Trump termine por recular.
Sin embargo, sospecho que hay más tela de dónde cortar. Los intereses empresariales pasaron mucho tiempo negando la realidad, pero ahora hasta ellos están enfrentándose a la idea de que Trump y su equipo son gente muy extraña que no tiene idea de lo que está haciendo, y la incertidumbre que eso realmente implica.
Con esto me refiero a que teniendo en consideración que el enfrentamiento comercial con China es el pilar de la política económica de Trump, no nos tranquiliza saber que su caudillo de la guerra comercial, Peter Navarro, tiene un amigo imaginario, una fuente llamada “Ron Vara”, a quien ha citado en sus libros en repetidas ocasiones pero que no existe y cuyo nombre, de hecho, es un anagrama de “Navarro”.
Las elecciones del año próximo deberían ser sobre la traición del juramento que Trump hizo al aceptar el cargo. Sin embargo, siendo realistas, también importa que quizá la economía no esté de su lado.
La primavera pasada, Donald Trump y su círculo tal vez pensaron que el camino estaba relativamente allanado para la reelección.
Por una parte, parecía que Trump había sorteado la amenaza del fatal escándalo político. El tan esperado informe de Mueller sobre la intervención de Rusia en las elecciones había llegado con un golpe seco y sordo; los detalles eran dañinos, pero, en esencia, no tuvo ningún impacto político.
Al mismo tiempo, Trump estaba convencido de que podía basar su campaña en la economía boyante. No importaba que sus afirmaciones de haber logrado el mejor récord económico en la historia de la humanidad se pudieran rebatir fácilmente; la realidad parecía lo suficientemente buena como para venderla como una gran historia de éxito.
Cómo cambian las cosas en unos meses.
Todo el mundo está pendiente de los avances del juicio político y, en mi caso no tengo mucho que agregar, a excepción de una advertencia: en cada etapa de este proceso, los republicanos han probado estar dispuestos a portarse de una forma asombrosamente mala. ¿Acaso alguien podría haber previsto el intento físico del 23 de octubre cuando intentaron irrumpir en la investigación de la Cámara de Representantes? La cuestión es que, a medida que el cerco se cierra, es probable que la respuesta del Partido Republicano sea más desagradable de lo que nos podríamos imaginar.
Comprensiblemente, lo que está atrayendo menos atención es la manera en la cual el discurso económico de Trump está viniéndose abajo.
Siendo justos, el estado general de la economía sigue siendo bastante bueno. El desempleo es muy bajo y el crecimiento laboral continúa. Además, aunque al final haya una recesión nacional —y el ciclo empresarial todavía no se ha abolido— no hay ninguna certeza de que eso suceda antes de las elecciones del año próximo.
Sin embargo, hay partes importantes de la economía que se están rezagando. La producción manufacturera disminuyó a lo largo del año pasado; aunada a la debilidad en el transporte y al mal momento que se vive en el sector agrícola, en la práctica alrededor de una quinta parte de la economía se encuentra en recesión. En específico, el empleo en la industria manufacturera ha venido disminuyendo en Míchigan, Wisconsin y Pensilvania, estados que eligieron a Trump con un margen muy reducido en 2016, dándole la victoria en el Colegio Electoral a pesar de perder el voto popular.
Además, el crecimiento general, aunque sigue siendo positivo, en definitiva, está desacelerándose: los “pronósticos para el presente”, que usan datos parciales para calcular lo que dirán los datos económicos oficiales cuando finalmente se den a conocer, sugieren que tenemos una economía que crece a la poco impresionante tasa anual de menos del dos por ciento. Dado que para las elecciones es más importante la tasa de crecimiento de la economía que cuestiones como el nivel de desempleo —el desempleo seguía siendo de más de siete por ciento cuando Ronald Reagan ganó de manera apabullante en 1984— estas no son buenas noticias para los republicanos.
Y lo que tal vez sea más importante: existe un declive drástico, casi una caída, en la confianza empresarial.
Este colapso se puede ver de varias maneras. Una son las encuestas entre los ejecutivos empresariales, quienes pasaron los dos primeros años del gobierno de Trump siendo muy optimistas, pero ahora se han vuelto considerablemente pesimistas.
También podemos ver en el mercado obligacionista un mejor indicador de las expectativas económicas, que en el mercado de valores. Las tasas de interés a largo plazo tienden a ser elevadas cuando los inversores esperan una economía boyante, durante la cual la Reserva Federal apretará el cinturón para prevenir la inflación; las tasas suelen ser bajas cuando los inversores esperan una debilidad económica prolongada y dinero fácil hasta donde se alcance a ver.
Y, mientras escribo esta columna, las tasas de los bonos a diez años se desplomaron, pasando de más del tres por ciento durante el año pasado a 1,75 por ciento. La última vez que vimos este tipo de caída fue en 2010-11, cuando los inversionistas por fin aceptaron que la recuperación de la Gran Recesión iba a ser lenta y dolorosa, no una repetición del comercial de televisión de la campaña de Reagan conocido como “buenos días Estados Unidos”.
Entonces, ¿qué le pasó a la bonanza de Trump? El colapso en la confianza comenzó a fines del año pasado, cuando no hubo duda de que el presidente hablaba en serio sobre iniciar una guerra comercial con China; continuó a medida que surgieron pruebas de que el recorte fiscal de 2017 fue una montaña de humo y, en resumen, no se hizo nada para impulsar la inversión empresarial y hacer que, al menos, hubiera un aumento temporal en el crecimiento general.
No obstante, la verdad es que hasta los pesimistas esperaban que el recorte fiscal hiciera más bien y la guerra comercial hiciera menos daño. ¿Por qué los resultados fueron tan malos? Una respuesta, con la que he estado de acuerdo, es que, además del impacto directo en las exportaciones estadounidenses y las empresas que dependen de los suministros chinos, la guerra comercial ha creado una incertidumbre nociva. Las empresas que dependen de las cadenas mundiales de suministro no invertirán por temor a que la guerra comercial empeore más, pero las empresas que puedan entrar en el mercado para sustituir las importaciones tampoco invertirán por temor a que Trump termine por recular.
Sin embargo, sospecho que hay más tela de dónde cortar. Los intereses empresariales pasaron mucho tiempo negando la realidad, pero ahora hasta ellos están enfrentándose a la idea de que Trump y su equipo son gente muy extraña que no tiene idea de lo que está haciendo, y la incertidumbre que eso realmente implica.
Con esto me refiero a que teniendo en consideración que el enfrentamiento comercial con China es el pilar de la política económica de Trump, no nos tranquiliza saber que su caudillo de la guerra comercial, Peter Navarro, tiene un amigo imaginario, una fuente llamada “Ron Vara”, a quien ha citado en sus libros en repetidas ocasiones pero que no existe y cuyo nombre, de hecho, es un anagrama de “Navarro”.
Las elecciones del año próximo deberían ser sobre la traición del juramento que Trump hizo al aceptar el cargo. Sin embargo, siendo realistas, también importa que quizá la economía no esté de su lado.