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El aterrador final del carguero holandés Ourang Medan y su misterio jamás aclarado: ¿una misión prohibida?

La ausencia de rastros desató versiones racionales y también disparatadas: carga venenosa o un ovni asesino

“S.O.S de Ourang Medan. Flotamos. Todos los oficiales, incluido el capitán, muertos en el camarote. Probablemente toda la tripulación muerta. (siguen signos confusos, sin sentido). Yo estoy muriendo.”



Corre junio de 1947. Los barcos norteamericanos City of Baltimore y Silver Star navegan por el estrecho de Malaca, que une los mares de Andamán y de la China Meridional, sudeste de Asia, cuando reciben ese desesperado mensaje en código Morse…

El Silver Star ubicó al carguero Ourang Medan y mandó un equipo de rescate para abordarlo.
Cuadro aterrador. Todos, los veinte, estaban muertos, y también un perro. Pero muertos de espaldas, con los ojos desmesuradamente abiertos, las caras desencajadas, y algunos de los cuerpos, retorcidos, como si hubieran querido defenderse de un enemigo letal que acabó con todo signo de vida…, pero que al mismo tiempo no dejó ninguna huella de violencia.
Los marineros del Silver Star preparan las maniobras de remolque, pero antes de completarlas estalla un incendio en la bodega número 4 y causa una serie de explosiones en cadena.
El equipo de rescate escapa a tiempo: cuando aún no han subido a la cubierta, el Ourang Medan vuela en pedazos y se va a pique en segundos.

La tragedia termina. El enigma recién empieza…

Santa Juana, el primer nombre del carguero antes de ser rebautizado como Ourang Medan
Santa Juana, el primer nombre del carguero antes de ser rebautizado como Ourang Medan
Se supone que el Ourang Medan pertenece a los Países Bajos, pero ningún dato lo prueba. No existe. Ni su nombre ni sus documentos legales. El accidente y posterior naufragio tampoco consta en el Lloyd´s Register of Shipping, fundado en el siglo XVIII: una empresa no gubernamental de seguridad marítima.

En cambio, ante la duda de que el desastre del Ourang Medan fuera un invento, una leyenda marinera, el Register… rastreó al Silver Star, y comprobó su existencia. Barco que en un principio se llamó Santa Juana…

Apagados los ecos del extraño suceso, a mediados de 1948 apareció, en una revista de Indonesia, De Locomotief, una serie de tres artículos en neerlandés que ubicaba el accidente del Ourang Medan a 740 kilómetros al sureste de las Islas Marshall. Algo muy extraño, porque entre el Estrecho de Malaca y esas islas hay… ¡casi 8 mil kilómetros!

Sin embargo, la revista narró la historia del único sobreviviente. Un marinero alemán recogido en el atolón Toangi (también llamado Bokak) por el misionero italiano Silvio Scherli. El (presunto) sobreviviente murió poco después de ser salvado de los tiburones, pero según el misionero, “tuvo tiempo de explicarme qué había pasado en el Ourang Medan. Según su versión, todos murieron envenenados por las emanaciones de ácido sulfúrico liberadas al romperse el contenedor que albergaba una carga de ese elemento prohibido y llevado ilegalmente desde un puerto chino con rumbo a Costa Rica para eludir el control de las autoridades…

Esa serie de notas fue un disparador que reflotó el caso del Ourang Medan. Los diarios británicos The Daily Mirror y The Yorkshire Evening Post; el norteamericano Albany Times, y el semanario holandés Elsevier´s Weekblad se plegaron a la gran novela, aunque con las diferencias propias de los hechos difusos. Por ejemplo, el lugar del desastre ya no eran las Islas Marshall…, sino las Salomón, a 2.200 kilómetros de aquellas.

Sin embargo, y a pesar de las dudas –¿existió el Ourang Medan?–, en las actas de 1952 del Consejo de la Marina Mercante publicadas por la Guardia Costera de los Estados Unidos se menciona el caso, a pesar de la ausencia de pruebas sólidas e irrefutables y, por ende, puerta abierta al disparate: la revista Fate Magazine, dedicada a fenómenos paranormales, aseguró que los muertos, sus ojos abiertos hacia el cielo y sus cuerpos contorsionados se debían al ataque de un ovni...

Pero hay, sí, conjeturas válidas. Más de un investigador esgrime la teoría de que el carguero en cuestión cumplía una operación de contrabando de sustancias químicas peligrosas. Posiblemente una combinación de cianuro de potasio y nitroglicerina, o reserva de gases nerviosos usados durante la guerra, que reaccionaron brutalmente cuando una gran ola de agua de mar entró a la bodega que los guardaba.

Otras teorías: un fuego no detectado a tiempo, una grave falla en la caldera, o un escape de monóxido de carbono que mató a toda la tripulación en un instante, seguido de la explosión de nitroglicerina que acabó por hundirlo.

En cuanto a la posibilidad de un arma química, más de un experto culpó “al siniestro Escuadrón 731”, unidad del ejército japonés que ensayó un arma bacteriológica durante la Segunda Guerra Chino-Japonesa y también en la Segunda Guerra Mundial.

El Ourang Medan sufrió una fuerte explosión y se fue a pique en segundos, poco después de que encontraran muerta a toda su tripulación
El Ourang Medan sufrió una fuerte explosión y se fue a pique en segundos, poco después de que encontraran muerta a toda su tripulación
Con remate: los aliados habrían detectado ese material, pero no lo destruyeron: lo incautaron. Y para no dejar huellas fletaron un carguero no matriculado para llevar ese veneno a una isla del Pacífico.
Desde aquella frase de Joseph Conrad, “El que quiera conocer la historia del mundo, que mire en mar en una noche de tormenta”, esas inmensas extensiones de agua salada –tres cuartas partes del planeta– han dictado ficción y realidad. En Drácula, la inmortal novela de Bram Stoker, la goleta Démeter llega de noche a la costa de Whitby y encalla en medio de una tempestad. La policía sube a bordo…, y encuentra muerto al capitán, atado a la rueda del timón, y en su cara un gesto de horror, mientras no hay rastros de la tripulación, y un perro negro salta a tierra y escapa…

En 1872, el bergantín Mary Celeste apareció a la deriva en el Atlántico, con su carga intacta, la mesa servida, ¡pero ni un alma a bordo! Jamás se supo que ocurrió…, pero inspiró un gran relato de Arthur Conan Doyle.

Y el Ourang Medan ha entrado en ese cuadro de honor, y también de horror.
Sin dejar huellas: la consagración de su misterio.

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