Brexit, cuenta regresiva: qué puede pasar en la semana que comienza, decisiva para salir del entuerto
La cumbre del Consejo Europeo que se celebrará entre el jueves y el viernes es la última oportunidad que tiene Boris Johnson para alcanzar un acuerdo de salida con la UE. Si fracasa, el sábado a la medianoche vence el plazo que le dio el Parlamento para solicitar una prórroga a la que se opone a toda costa
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
El Brexit y el gobierno de Boris Johnson entran en una zona de definición. La semana que viene se pondrá a prueba si el primer ministro es capaz de cumplir el principal compromiso con el que asumió: consumar la salida de la Unión Europea (UE) el 31 de octubre, sin importar cómo.
La primera batalla comienza el jueves 17, con el inicio de la cumbre del Consejo Europeo. Durante dos días, los 28 líderes de la UE debatirán la posibilidad de alcanzar un acuerdo con el Reino Unido, para que el divorcio sea negociado y se evite una ruptura caótica.
Días atrás, las probabilidades de sellar un pacto parecían nulas. Johnson presentó una propuesta que establecía controles en la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, algo a lo que Dublín y el resto de Europa se oponen terminantemente. Como el ala dura del Partido Conservador y sus aliados norirlandeses del Partido Unionista no estaban dispuestos a aceptar que el norte de la isla forme una unión aduanera con el sur, diferenciándose del resto del Reino Unido, no parecía haber lugar para un acercamiento.
No obstante, el escenario cambió tras el encuentro que mantuvieron este jueves Johnson y Leo Varadkar, Taoiseach (primer ministro) de Irlanda. En un comunicado conjunto, sostuvieron que ven un “camino hacia un posible acuerdo”, que podría terminar de definirse durante la cumbre europea.
Con o sin entendimiento, el día crucial será el sábado 19, cuando se celebre una sesión especial en la Cámara de los Comunes. La prensa británica habla ya de un “súper sábado” por la trascendencia de la cita. Será la quinta vez en 80 años que el Parlamento sesione un sábado.
En caso de que haya un acuerdo con la UE, el Legislativo tendrá que ratificarlo ese mismo día. Los antecedentes son ominosos. Theresa May renunció luego de que su hoja de ruta fuera rechazada en tres ocasiones y, hasta ahora, ninguna alternativa obtuvo el respaldo de la mayoría de los parlamentarios.
En caso de que Johnson acuda a la sesión sin un pacto con la UE, se develará si está dispuesto a cumplir con la ley que aprobó la oposición para impedir una salida traumática. La norma estipula que el Gobierno tiene hasta el 19 a la noche para enviar una carta a Bruselas pidiendo posponer el Brexit al 31 de enero.
La incertidumbre es total. Johnson dijo que prefería estar “muerto en una zanja” antes que solicitar una prórroga, pero sus funcionarios dijeron que acatarían la norma cuando declararon ante los tribunales. Si cumple, la tensión se disiparía por unos meses. Si opta por la desobediencia, podría desatarse una crisis institucional de alcances inciertos.
Acorralado
En los 80 días que lleva como primer ministro, Johnson solo sumó derrotas. Como sabía que no tenía el apoyo suficiente para garantizar un Brexit sin acuerdo, dispuso una suspensión del Parlamento sin precedentes, durante cinco semanas, creyendo que así podía evitar que los legisladores obstaculicen su plan.
Pero la oposición, con los votos de un grupo de oficialistas rebeldes, se anticipó a su jugada. Antes de que entre en vigor el cierre temporal, sancionó la ley Benn —llamada así por el diputado laborista que la presentó—, que lo obliga a pedir una prórroga a Bruselas si no alcanza un acuerdo antes del 19.
Cuando Johnson trató de anticipar los comicios con la expectativa de ir a las urnas antes de enfrentarse a la disyuntiva de optar entre incumplir su promesa de campaña y violar la ley, volvió a ser derrotado. El Laborismo y el resto de los partidos opositores exigen despejar el fantasma de un Brexit caótico antes de ir a elecciones.
La Corte Suprema le dio el golpe más duro el 24 de septiembre, cuando anuló la suspensión del Legislativo, que debía extenderse hasta el 14 de octubre. "El tribunal está obligado a concluir, por lo tanto, que la decisión de aconsejar a Su Majestad la suspensión del Parlamento fue ilegal, porque tuvo el efecto de frustrar o impedir la capacidad del Parlamento para llevar a cabo sus funciones constitucionales sin una justificación razonable”, dijo la jueza Lady Brenda Hale, su presidenta.
El primer ministro quedó con un margen de acción mucho más acotado. Por eso, empezó a mirar con otro interés la posibilidad de un pacto con sus socios europeos, algo que estaba lejos de ser una prioridad cuando asumió.
A principios de la semana, los diálogos parecían casi terminados. Tras una conversación telefónica con la canciller alemana Angela Merkel que no salió como esperaba, una fuente de Downing Street reveló a los medios que lograr un acuerdo era “básicamente imposible”.
La razón es —como lo fue desde el comienzo— Irlanda. Para evitar que se instaure una división tajante en la isla, que podría reactivar los históricos enfrentamientos en el Norte entre los que quieren la unificación de las dos irlandas y quienes pretenden seguir en el Reino Unido, Dublín y la UE exigen que no haya controles fronterizos. La intransigencia de ambas partes a favor y en contra de ese punto hacía pensar que no se iba a poder alcanzar un acuerdo.
“Para decirlo con franqueza, no estamos realmente en condiciones de llegar a un acuerdo con el Reino Unido”, dijo el miércoles Michel Barnier, negociador de la UE. Pero luego aclaró que no cerraba la puerta a un arreglo de última hora.
“No acepto este juego de culpas que comenzó en Londres”, afirmó Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea. “Por eso, pienso que ahora es mejor centrarse en qué podemos hacer para concluir el acuerdo, algo que es deseable y, bajo mi punto de vista, aún posible”, agregó.
Creo que es posible llegar a un acuerdo que le permita al Reino Unido salir de la UE de forma ordenada a fines de octubre
Pero la declaración más importante se produjo el jueves, tras la reunión entre Johnson y Varadkar en una casa de campo en Wirral, en el noroeste de Inglaterra. Lo que amenazaba con ser un nuevo desencuentro terminó siendo “una discusión detallada y constructiva”, que para sorpresa de todos se extendió por tres horas.
“Creo que es posible llegar a un acuerdo para convenir un tratado que le permita al Reino Unido salir de la UE de forma ordenada a fines de octubre”, dijo Varadkar a la prensa tras la reunión. “Hay, por supuesto, cuestiones que aún no se han resuelto del todo. La primera es la del consentimiento y la democracia, garantizando que cualquier acuerdo a largo plazo que se aplique a Irlanda del Norte cuente con el consentimiento del pueblo de Irlanda del Norte. La segunda es toda la cuestión de las aduanas, asegurando que no haya controles fronterizos entre el norte y el sur”, agregó.
Donald Tusk, presidente de la Comisión Europea, había sido muy crítico con los dobleces de Johnson y había amenazado con cerrar la puerta a las negociaciones si no presentaba una propuesta creíble. Pero este viernes cambió el tono de sus declaraciones.
“Cuando el taoiseach irlandés y el primer ministro británico se reunieron, ambos vieron por primera vez un camino para llegar a un acuerdo. He recibido señales prometedoras del taoiseach de que aún es posible”, dijo Tusk. Además, confirmó que los representantes de los otros 27 países dieron luz verde para intensificar los diálogos con la expectativa de arribar a un trato durante la cumbre de la semana próxima.
“Súper sábado”
Aún no trascendió cuál fue el cambio en la postura de Johnson que permitió un acercamiento con Irlanda y con el resto de Europa. Los detalles del hipotético acuerdo —aún difícil— serán cruciales para evaluar sus perspectivas de pasar la prueba final: un Parlamento que rechazó todos los planes que le presentaron.
Si el premier consiguiera forjar un pacto que convenza al mismo tiempo a conservadores duros, norirlandeses unionistas, laboristas y europeístas, obtendría un triunfo de enorme magnitud. Podría darse el gusto de decir que el Reino Unido comenzó a salir de Europa el 31 de octubre, pero de manera ordenada, sin el costo de una ruptura abrupta.
Por el contrario, la derrota será mayúscula si cede ante Europa para conseguir un convenio que acaba siendo rechazado por la Cámara de los Comunes en la sesión del sábado. Si, como todos creen, se convocara a elecciones después de eso, iría en una posición de extrema debilidad, con el riesgo de que el Partido del Brexit de Nigel Farage le quite muchos votos.
La gran incógnita es qué va a pasar en caso de que Johnson llegue al sábado sin un acuerdo o con uno tumbado por el Parlamento. Pedir una prórroga como establece la ley Benn también sería aceptar un fracaso para alguien que juró una y otra vez que el Reino Unido saldría de Europa el 31 de octubre, y que bautizó a la norma “ley de rendición”.
Si pasada la medianoche del sábado Johnson no envía la carta a Bruselas solicitando la extensión del plazo, se expone a severas represalias. La Corte Suprema ya mostró que está dispuesta a intervenir para evitar violaciones flagrantes de la ley, así que podría forzarlo a cumplir, incluso bajo la amenaza de arrestarlo. Su futuro político entraría en una nebulosa.
Una alternativa es que, ante la negativa del primer ministro a cumplir con la ley, el Parlamento se adelante a la Justicia y apruebe una moción de censura para destituirlo. Si prosperara, la oposición tendría 14 días para elegir a un sucesor entre sus miembros. El candidato natural sería Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, principal fuerza opositora.
No es fácil que alcance la mayoría, porque hay partidos como el Liberal Demócrata que son europeístas y que no confían en un dirigente que se mostró siempre más cerca del euroescepticismo, y que está muy corrido a la izquierda para su gusto. Si lo apoyaran, sería solamente con el compromiso de que el eventual gobierno de Corbyn sea de transición, con la misión de evitar un Brexit caótico y luego llamar a elecciones.
Ese escenario no sería tan negativo para Johnson. Si bien habría fallado en su intento de concretar la salida de la UE, podría al menos decir que no fue él quien pidió la prórroga. Así, estaría en condiciones de volver a hacer campaña prometiendo un divorcio definitivo en enero. Si ganara los comicios, podría ser primer ministro con una nueva composición parlamentaria, más afín a sus proyectos.
Hay un camino intermedio: que Johnson intente cumplir la ley Benn sin cumplirla del todo. Hacer el pedido de aplazamiento, pero invitando a Bruselas a rechazarlo, lo que pondría al Reino Unido en el sendero de un Brexit sin acuerdo.
Andrea Leadsom, secretaria de Negocios, contó esta semana en una entrevista televisiva cuál sería la estrategia. “Es evidente que la política del Gobierno es que no queremos un retraso. Así que creo que es perfectamente razonable dejar ese punto muy claro”, dijo la funcionaria de Johnson.
Cuando le preguntaron si la solución sería enviar dos cartas, la respuesta de Leadsom no dejó dudas: “Absolutamente”. En la primera, se requeriría la prórroga a pedido del Parlamento, satisfaciendo la formalidad. En la segunda, el primer ministro diría que está en total desacuerdo con la extensión y que no piensa seguir negociando con Europa. El futuro del Reino Unido y de Boris Johnson estaría entonces en manos de la UE, que tendría que decidir a cuál de las dos misivas hacerle caso.
Darío Mizrahi
dmizrahi@infobae.com
El Brexit y el gobierno de Boris Johnson entran en una zona de definición. La semana que viene se pondrá a prueba si el primer ministro es capaz de cumplir el principal compromiso con el que asumió: consumar la salida de la Unión Europea (UE) el 31 de octubre, sin importar cómo.
La primera batalla comienza el jueves 17, con el inicio de la cumbre del Consejo Europeo. Durante dos días, los 28 líderes de la UE debatirán la posibilidad de alcanzar un acuerdo con el Reino Unido, para que el divorcio sea negociado y se evite una ruptura caótica.
Días atrás, las probabilidades de sellar un pacto parecían nulas. Johnson presentó una propuesta que establecía controles en la frontera entre Irlanda del Norte y la República de Irlanda, algo a lo que Dublín y el resto de Europa se oponen terminantemente. Como el ala dura del Partido Conservador y sus aliados norirlandeses del Partido Unionista no estaban dispuestos a aceptar que el norte de la isla forme una unión aduanera con el sur, diferenciándose del resto del Reino Unido, no parecía haber lugar para un acercamiento.
No obstante, el escenario cambió tras el encuentro que mantuvieron este jueves Johnson y Leo Varadkar, Taoiseach (primer ministro) de Irlanda. En un comunicado conjunto, sostuvieron que ven un “camino hacia un posible acuerdo”, que podría terminar de definirse durante la cumbre europea.
Con o sin entendimiento, el día crucial será el sábado 19, cuando se celebre una sesión especial en la Cámara de los Comunes. La prensa británica habla ya de un “súper sábado” por la trascendencia de la cita. Será la quinta vez en 80 años que el Parlamento sesione un sábado.
En caso de que haya un acuerdo con la UE, el Legislativo tendrá que ratificarlo ese mismo día. Los antecedentes son ominosos. Theresa May renunció luego de que su hoja de ruta fuera rechazada en tres ocasiones y, hasta ahora, ninguna alternativa obtuvo el respaldo de la mayoría de los parlamentarios.
En caso de que Johnson acuda a la sesión sin un pacto con la UE, se develará si está dispuesto a cumplir con la ley que aprobó la oposición para impedir una salida traumática. La norma estipula que el Gobierno tiene hasta el 19 a la noche para enviar una carta a Bruselas pidiendo posponer el Brexit al 31 de enero.
La incertidumbre es total. Johnson dijo que prefería estar “muerto en una zanja” antes que solicitar una prórroga, pero sus funcionarios dijeron que acatarían la norma cuando declararon ante los tribunales. Si cumple, la tensión se disiparía por unos meses. Si opta por la desobediencia, podría desatarse una crisis institucional de alcances inciertos.
Acorralado
En los 80 días que lleva como primer ministro, Johnson solo sumó derrotas. Como sabía que no tenía el apoyo suficiente para garantizar un Brexit sin acuerdo, dispuso una suspensión del Parlamento sin precedentes, durante cinco semanas, creyendo que así podía evitar que los legisladores obstaculicen su plan.
Pero la oposición, con los votos de un grupo de oficialistas rebeldes, se anticipó a su jugada. Antes de que entre en vigor el cierre temporal, sancionó la ley Benn —llamada así por el diputado laborista que la presentó—, que lo obliga a pedir una prórroga a Bruselas si no alcanza un acuerdo antes del 19.
Cuando Johnson trató de anticipar los comicios con la expectativa de ir a las urnas antes de enfrentarse a la disyuntiva de optar entre incumplir su promesa de campaña y violar la ley, volvió a ser derrotado. El Laborismo y el resto de los partidos opositores exigen despejar el fantasma de un Brexit caótico antes de ir a elecciones.
La Corte Suprema le dio el golpe más duro el 24 de septiembre, cuando anuló la suspensión del Legislativo, que debía extenderse hasta el 14 de octubre. "El tribunal está obligado a concluir, por lo tanto, que la decisión de aconsejar a Su Majestad la suspensión del Parlamento fue ilegal, porque tuvo el efecto de frustrar o impedir la capacidad del Parlamento para llevar a cabo sus funciones constitucionales sin una justificación razonable”, dijo la jueza Lady Brenda Hale, su presidenta.
El primer ministro quedó con un margen de acción mucho más acotado. Por eso, empezó a mirar con otro interés la posibilidad de un pacto con sus socios europeos, algo que estaba lejos de ser una prioridad cuando asumió.
A principios de la semana, los diálogos parecían casi terminados. Tras una conversación telefónica con la canciller alemana Angela Merkel que no salió como esperaba, una fuente de Downing Street reveló a los medios que lograr un acuerdo era “básicamente imposible”.
La razón es —como lo fue desde el comienzo— Irlanda. Para evitar que se instaure una división tajante en la isla, que podría reactivar los históricos enfrentamientos en el Norte entre los que quieren la unificación de las dos irlandas y quienes pretenden seguir en el Reino Unido, Dublín y la UE exigen que no haya controles fronterizos. La intransigencia de ambas partes a favor y en contra de ese punto hacía pensar que no se iba a poder alcanzar un acuerdo.
“Para decirlo con franqueza, no estamos realmente en condiciones de llegar a un acuerdo con el Reino Unido”, dijo el miércoles Michel Barnier, negociador de la UE. Pero luego aclaró que no cerraba la puerta a un arreglo de última hora.
“No acepto este juego de culpas que comenzó en Londres”, afirmó Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea. “Por eso, pienso que ahora es mejor centrarse en qué podemos hacer para concluir el acuerdo, algo que es deseable y, bajo mi punto de vista, aún posible”, agregó.
Creo que es posible llegar a un acuerdo que le permita al Reino Unido salir de la UE de forma ordenada a fines de octubre
Pero la declaración más importante se produjo el jueves, tras la reunión entre Johnson y Varadkar en una casa de campo en Wirral, en el noroeste de Inglaterra. Lo que amenazaba con ser un nuevo desencuentro terminó siendo “una discusión detallada y constructiva”, que para sorpresa de todos se extendió por tres horas.
“Creo que es posible llegar a un acuerdo para convenir un tratado que le permita al Reino Unido salir de la UE de forma ordenada a fines de octubre”, dijo Varadkar a la prensa tras la reunión. “Hay, por supuesto, cuestiones que aún no se han resuelto del todo. La primera es la del consentimiento y la democracia, garantizando que cualquier acuerdo a largo plazo que se aplique a Irlanda del Norte cuente con el consentimiento del pueblo de Irlanda del Norte. La segunda es toda la cuestión de las aduanas, asegurando que no haya controles fronterizos entre el norte y el sur”, agregó.
Donald Tusk, presidente de la Comisión Europea, había sido muy crítico con los dobleces de Johnson y había amenazado con cerrar la puerta a las negociaciones si no presentaba una propuesta creíble. Pero este viernes cambió el tono de sus declaraciones.
“Cuando el taoiseach irlandés y el primer ministro británico se reunieron, ambos vieron por primera vez un camino para llegar a un acuerdo. He recibido señales prometedoras del taoiseach de que aún es posible”, dijo Tusk. Además, confirmó que los representantes de los otros 27 países dieron luz verde para intensificar los diálogos con la expectativa de arribar a un trato durante la cumbre de la semana próxima.
“Súper sábado”
Aún no trascendió cuál fue el cambio en la postura de Johnson que permitió un acercamiento con Irlanda y con el resto de Europa. Los detalles del hipotético acuerdo —aún difícil— serán cruciales para evaluar sus perspectivas de pasar la prueba final: un Parlamento que rechazó todos los planes que le presentaron.
Si el premier consiguiera forjar un pacto que convenza al mismo tiempo a conservadores duros, norirlandeses unionistas, laboristas y europeístas, obtendría un triunfo de enorme magnitud. Podría darse el gusto de decir que el Reino Unido comenzó a salir de Europa el 31 de octubre, pero de manera ordenada, sin el costo de una ruptura abrupta.
Por el contrario, la derrota será mayúscula si cede ante Europa para conseguir un convenio que acaba siendo rechazado por la Cámara de los Comunes en la sesión del sábado. Si, como todos creen, se convocara a elecciones después de eso, iría en una posición de extrema debilidad, con el riesgo de que el Partido del Brexit de Nigel Farage le quite muchos votos.
La gran incógnita es qué va a pasar en caso de que Johnson llegue al sábado sin un acuerdo o con uno tumbado por el Parlamento. Pedir una prórroga como establece la ley Benn también sería aceptar un fracaso para alguien que juró una y otra vez que el Reino Unido saldría de Europa el 31 de octubre, y que bautizó a la norma “ley de rendición”.
Si pasada la medianoche del sábado Johnson no envía la carta a Bruselas solicitando la extensión del plazo, se expone a severas represalias. La Corte Suprema ya mostró que está dispuesta a intervenir para evitar violaciones flagrantes de la ley, así que podría forzarlo a cumplir, incluso bajo la amenaza de arrestarlo. Su futuro político entraría en una nebulosa.
Una alternativa es que, ante la negativa del primer ministro a cumplir con la ley, el Parlamento se adelante a la Justicia y apruebe una moción de censura para destituirlo. Si prosperara, la oposición tendría 14 días para elegir a un sucesor entre sus miembros. El candidato natural sería Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, principal fuerza opositora.
No es fácil que alcance la mayoría, porque hay partidos como el Liberal Demócrata que son europeístas y que no confían en un dirigente que se mostró siempre más cerca del euroescepticismo, y que está muy corrido a la izquierda para su gusto. Si lo apoyaran, sería solamente con el compromiso de que el eventual gobierno de Corbyn sea de transición, con la misión de evitar un Brexit caótico y luego llamar a elecciones.
Ese escenario no sería tan negativo para Johnson. Si bien habría fallado en su intento de concretar la salida de la UE, podría al menos decir que no fue él quien pidió la prórroga. Así, estaría en condiciones de volver a hacer campaña prometiendo un divorcio definitivo en enero. Si ganara los comicios, podría ser primer ministro con una nueva composición parlamentaria, más afín a sus proyectos.
Hay un camino intermedio: que Johnson intente cumplir la ley Benn sin cumplirla del todo. Hacer el pedido de aplazamiento, pero invitando a Bruselas a rechazarlo, lo que pondría al Reino Unido en el sendero de un Brexit sin acuerdo.
Andrea Leadsom, secretaria de Negocios, contó esta semana en una entrevista televisiva cuál sería la estrategia. “Es evidente que la política del Gobierno es que no queremos un retraso. Así que creo que es perfectamente razonable dejar ese punto muy claro”, dijo la funcionaria de Johnson.
Cuando le preguntaron si la solución sería enviar dos cartas, la respuesta de Leadsom no dejó dudas: “Absolutamente”. En la primera, se requeriría la prórroga a pedido del Parlamento, satisfaciendo la formalidad. En la segunda, el primer ministro diría que está en total desacuerdo con la extensión y que no piensa seguir negociando con Europa. El futuro del Reino Unido y de Boris Johnson estaría entonces en manos de la UE, que tendría que decidir a cuál de las dos misivas hacerle caso.