Lula da Silva, desde la prisión de Curitiba: "Dios y yo sabemos que estoy con la verdad"
El ex presidente de Brasil brindó una entrevista en la que habló de la situación del país, de los "canallas y mentirosos" que lo detuvieron y de su vida personal: "Quiero casarme cuando salga de aquí"
Infobae
Un año y cinco meses pasaron desde el día que el ex mandatario de Brasil (2003-2010) se entregó a las autoridades para quedar detenido en la sede de la Policía Federal de Curitiba. Desde el 7 de abril de 2018, muchas cosas cambiaron en la vida del ex obrero metalúrgico, posiblemente al ritmo que cambió desde entonces también la realidad de su país.
"Dios y yo sabemos que estoy con la verdad", responde confiado ante la pregunta de Nicolás Trotta y Gisela Marziotta que, luego de seis meses de trámites y negociaciones con la Justicia brasileña para que lo permitiera, viajaron hasta allí para entrevistar al hombre que, para bien o para mal, ha devenido en uno de los líderes más trascendentales para América Latina en las últimas tres décadas.
Lula cumple una pena de ocho años y diez meses de prisión por corrupción y lavado de dinero, como consecuencia de una investigación comandada por el entonces juez Sergio Moro -actual ministro de Justicia del Gobierno de Jair Bolsonaro- en torno a la operación anticorrupción conocida como 'Lava Jato'.
El ex mandatario defiende ferozmente su inocencia y cuestiona las pruebas del proceso en el que fue condenado por presuntamente recibir como parte de las coimas de constructoras un apartamento en la playa de Guarujá y una casa de campo.
"Yo sé por qué estoy acá. Estoy aquí condenado por un ex juez mentiroso, por un fiscal mentiroso y canalla y por algunos comisarios que me armaron causas mentirosas en mi contra. Podría no estar acá, podría haberme ido de Brasil. Pero vine acá porque tengo a cuatro personas que saben la verdad sobre estos juicios en mi contra: yo, Dios, el juez y los fiscales. Ellos saben que mienten", asegura convencido.
Su voz ronca no ha perdido la firmeza de otras épocas, ni siquiera ahora que pasa cerca de 22 horas diarias completamente solo. "Paso los días tal vez mejor que Pepe Mujica cuando estaba en la celda solitaria en Uruguay", explica risueño sobre su vida cotidiana.
Los breves lapsos en los que tiene compañía los reparte entre sus abogados, que lo visitan casi diariamente, y sus familiares, a quienes ve una vez por semana. Entre ellos su novia, la socióloga Rosângela da Silva. "Quiero casarme cuando salga de acá", asegura sobre ella el ex presidente.
A medida que transcurre la entrevista, va quedando claro cuáles son las cosas de las que Lula se aferra para resistir el encierro. Su pareja, la idea de su inocencia, también sus seguidores: hasta que fue encarcelado, era el político con mejor imagen positiva de su país. Solo resta, entonces, confiar en que la Justicia fallará pronto a su favor.
"El día que deje de creer en la Justicia, me pregunto qué es lo que voy a hacer. No porque un juez haya sido un canalla, no porque un fiscal haya sido un canalla, hay que juzgar a toda la justicia por causa de ese error", explica.
Mientras espera, dice él, "con mucha tranquilidad", una decisión de la Suprema Corte, es consciente de la presión que existe en su contra y de lo que representa en la actualidad la operación que lo mandó a prisión: "El gran problema de la operación Lava Jato, es que dejó de ser una operación de investigación de la corrupción y se transformó en un partido político".
Además, el fundador del Partido de los Trabajadores responde sobre la operación que fue montada en su contra, y habla de un proceso que estaba a la vista de todos a principios de 2018: "Ni (Jair) Bolsonaro creía que podía ganar las elecciones. Ellos estaban seguros de que si me candidateaba, ganaría en la primera vuelta. Entonces, ¿qué hicieron? Me encerraron y me prohibieron ser candidato".
Para él, se trata de la nueva modalidad de los golpes militares, de acuerdo con la teoría conocida como Lawfare. "Ya no necesitas matar, ya no necesitas a un militar (…) Ahora se trata de utilizar a la Justicia".
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Un año y cinco meses pasaron desde el día que el ex mandatario de Brasil (2003-2010) se entregó a las autoridades para quedar detenido en la sede de la Policía Federal de Curitiba. Desde el 7 de abril de 2018, muchas cosas cambiaron en la vida del ex obrero metalúrgico, posiblemente al ritmo que cambió desde entonces también la realidad de su país.
"Dios y yo sabemos que estoy con la verdad", responde confiado ante la pregunta de Nicolás Trotta y Gisela Marziotta que, luego de seis meses de trámites y negociaciones con la Justicia brasileña para que lo permitiera, viajaron hasta allí para entrevistar al hombre que, para bien o para mal, ha devenido en uno de los líderes más trascendentales para América Latina en las últimas tres décadas.
Lula cumple una pena de ocho años y diez meses de prisión por corrupción y lavado de dinero, como consecuencia de una investigación comandada por el entonces juez Sergio Moro -actual ministro de Justicia del Gobierno de Jair Bolsonaro- en torno a la operación anticorrupción conocida como 'Lava Jato'.
El ex mandatario defiende ferozmente su inocencia y cuestiona las pruebas del proceso en el que fue condenado por presuntamente recibir como parte de las coimas de constructoras un apartamento en la playa de Guarujá y una casa de campo.
"Yo sé por qué estoy acá. Estoy aquí condenado por un ex juez mentiroso, por un fiscal mentiroso y canalla y por algunos comisarios que me armaron causas mentirosas en mi contra. Podría no estar acá, podría haberme ido de Brasil. Pero vine acá porque tengo a cuatro personas que saben la verdad sobre estos juicios en mi contra: yo, Dios, el juez y los fiscales. Ellos saben que mienten", asegura convencido.
Su voz ronca no ha perdido la firmeza de otras épocas, ni siquiera ahora que pasa cerca de 22 horas diarias completamente solo. "Paso los días tal vez mejor que Pepe Mujica cuando estaba en la celda solitaria en Uruguay", explica risueño sobre su vida cotidiana.
Los breves lapsos en los que tiene compañía los reparte entre sus abogados, que lo visitan casi diariamente, y sus familiares, a quienes ve una vez por semana. Entre ellos su novia, la socióloga Rosângela da Silva. "Quiero casarme cuando salga de acá", asegura sobre ella el ex presidente.
A medida que transcurre la entrevista, va quedando claro cuáles son las cosas de las que Lula se aferra para resistir el encierro. Su pareja, la idea de su inocencia, también sus seguidores: hasta que fue encarcelado, era el político con mejor imagen positiva de su país. Solo resta, entonces, confiar en que la Justicia fallará pronto a su favor.
"El día que deje de creer en la Justicia, me pregunto qué es lo que voy a hacer. No porque un juez haya sido un canalla, no porque un fiscal haya sido un canalla, hay que juzgar a toda la justicia por causa de ese error", explica.
Mientras espera, dice él, "con mucha tranquilidad", una decisión de la Suprema Corte, es consciente de la presión que existe en su contra y de lo que representa en la actualidad la operación que lo mandó a prisión: "El gran problema de la operación Lava Jato, es que dejó de ser una operación de investigación de la corrupción y se transformó en un partido político".
Además, el fundador del Partido de los Trabajadores responde sobre la operación que fue montada en su contra, y habla de un proceso que estaba a la vista de todos a principios de 2018: "Ni (Jair) Bolsonaro creía que podía ganar las elecciones. Ellos estaban seguros de que si me candidateaba, ganaría en la primera vuelta. Entonces, ¿qué hicieron? Me encerraron y me prohibieron ser candidato".
Para él, se trata de la nueva modalidad de los golpes militares, de acuerdo con la teoría conocida como Lawfare. "Ya no necesitas matar, ya no necesitas a un militar (…) Ahora se trata de utilizar a la Justicia".