Impugnar a Trump es bueno para la economía
Paul Krugman
Infobae
Si hay algo en lo que cree el “tuitero en jefe” es que lo que es bueno para Donald Trump es bueno para Estados Unidos. Hace poco más de un mes (aunque parece que ha pasado mucho más tiempo), Trump dijo en un mitin de campaña que los electores “no tienen otra opción que votar por mí”, porque su derrota ocasionaría una caída en la bolsa.
Sin embargo, ha sucedido algo curioso en el transcurso de estas últimas dos semanas que, para Trump, han sido terribles, horribles, muy malas y nada buenas.
De repente, la impugnación presidencial (aunque no la separación del cargo) ha pasado de ser muy poco probable a muy probable. De hecho, debido a la naturaleza explosiva de la denuncia presentada por un informante anónimo que ya salió a la luz, realmente no entiendo cómo no podría ser impugnado.
Y, en esencia, los mercados financieros se encogieron de hombros.
A primera vista, esto puede parecer extraño. Después de todo, sea cual sea el resultado final de las crecientes posibilidades de que se inicie un juicio político, el efecto inmediato es, sin duda, paralizar la capacidad del gobierno de Trump para impulsar su agenda legislativa. Pero ¿por qué eso no inquieta a los inversionistas?
La respuesta es: “¿Cuál agenda legislativa?”.
Incluso cuando el partido de Trump controlaba ambas cámaras del Congreso, solo presentó dos iniciativas legislativas importantes. Una fue un enorme recorte fiscal para las corporaciones y los ricos que va a generar un déficit de billones de dólares, pero que no parece haber hecho mucho por la economía. La otra fue un intento de quitarle el seguro médico a unos treinta millones de estadounidenses y no se aprobó.
¿Y ahora qué sigue? Bueno, supongo que la impugnación presidencial podría obstaculizar el gran plan de infraestructura que Trump ha venido prometiendo desde hace tres años. Muy bien, ya pueden dejar de reírse. Desde hace tiempo, “la semana de la infraestructura” se ha convertido en un chiste; nadie, lo que se dice nadie, cree que cualquier plan real, y mucho menos uno que pudiera aprobar una Cámara de Representantes de mayoría demócrata, llegará a materializarse.
A estas alturas, el único elemento medianamente significativo en materia legislativa es la sustitución del TLC propuesta por Trump, que básicamente es indistinguible del TLC original. Es posible que Trump crea que es importante ponerle un nombre nuevo al mismo acuerdo comercial, pero casi nadie piensa así.
Siendo justos, legislar no es la única manera en la que los presidentes pueden crear políticas públicas, además, la perspectiva de que haya un juicio político podría tener un efecto negativo sobre la capacidad de Trump para implementar políticas mediante el decreto ejecutivo. Pero la cuestión es que, como la mayoría de lo que Trump trata de hacer es malo para Estados Unidos, cualquier tipo de parálisis que pueda provocar un juicio político es buena.
Porque Trump, en efecto, ha estado librando una guerra contra la competencia.
Según la visión que tiene de gobernar, los diplomáticos de carrera que se dedican a la verdadera diplomacia, los reguladores que realmente tratan de hacer cumplir las normas, los investigadores que producen datos objetivos —y hasta los pronosticadores del tiempo cuyas predicciones no le gustan— forman parte de un Estado profundo que está en su contra. Es por eso que los funcionarios de Trump se han inmiscuido en una campaña sistemática para degradar la Función Pública de los Estados Unidos, expulsando a las personas que saben lo que están haciendo y sustituyéndolas con politiqueros.
Pensemos en el Servicio de Investigación Económica del Departamento de Agricultura, una entidad respetada y hasta ahora apolítica, que elabora informes de gran utilidad —informes de los que dependen los agricultores y las empresas— sobre varias tendencias que afectan al Estados Unidos rural. Después de que la agencia presentó informes que documentan lo evidente —que el recorte fiscal de 2017 benefició desproporcionadamente a los agricultores adinerados— y se negó a maquillar estudios que justifiquen otras políticas gubernamentales, se ordenó de manera sumaria su traslado de Washington a Kansas City.
El propósito evidente y exitoso de esta medida era provocar las renuncias masivas de los expertos de la unidad, y es muy poco probable que cuando la agencia vuelva a reconstituirse (si es que eso llega a suceder), sea tan buena en su trabajo como antes.
En todo el gobierno federal se ha visto un proceso similar de infiltración. Y seamos claros: esta degradación del gobierno es mala para las empresas. Quizá a las corporaciones no siempre les guste la regulación gubernamental, pero lo que sí les gusta es que el gobierno sea predecible, competente y tome decisiones basadas en criterios claros, no en conexiones políticas.
Sin embargo, lo cierto es que la investigación para una impugnación presidencial seguramente tendrá un efecto negativo sobre el proyecto trumpiano de la degradación gubernamental. Tal vez no llegue a un punto muerto, pero el equipo de compinches de Trump se va a distraer; será menos descarado; se preocupará más porque haya posibles informantes que divulguen lo que está haciendo.
Si tuviéramos un gobierno normal, uno que, sea cual sea su ideología, tratara de gobernar bien a la nación, la distracción y la parálisis que conlleva la investigación para una impugnación presidencial podrían tener efectos secundarios adversos pero, incluso en esas condiciones, no hay antecedentes históricos claros (en comparación con la era de Trump, el gobierno de Nixon era un modelo de buen gobierno).
Sin embargo, este no es un gobierno normal; nunca ha parecido importarle mucho gobernar y es activamente hostil con los funcionarios públicos que tratan de hacer su trabajo. Así que la parálisis es buena. Cuanto más tiempo pasen las personas designadas por Trump preocupándose por la posibilidad de una impugnación, en vez de seguir planeando depuraciones de fidelidad, mejor será para todos nosotros, desde los ciudadanos comunes y corrientes hasta las grandes corporaciones.
Impugnar a Donald Trump es bueno para la economía.
*Copyright: c. 2019 The New York Times Company
Infobae
Si hay algo en lo que cree el “tuitero en jefe” es que lo que es bueno para Donald Trump es bueno para Estados Unidos. Hace poco más de un mes (aunque parece que ha pasado mucho más tiempo), Trump dijo en un mitin de campaña que los electores “no tienen otra opción que votar por mí”, porque su derrota ocasionaría una caída en la bolsa.
Sin embargo, ha sucedido algo curioso en el transcurso de estas últimas dos semanas que, para Trump, han sido terribles, horribles, muy malas y nada buenas.
De repente, la impugnación presidencial (aunque no la separación del cargo) ha pasado de ser muy poco probable a muy probable. De hecho, debido a la naturaleza explosiva de la denuncia presentada por un informante anónimo que ya salió a la luz, realmente no entiendo cómo no podría ser impugnado.
Y, en esencia, los mercados financieros se encogieron de hombros.
A primera vista, esto puede parecer extraño. Después de todo, sea cual sea el resultado final de las crecientes posibilidades de que se inicie un juicio político, el efecto inmediato es, sin duda, paralizar la capacidad del gobierno de Trump para impulsar su agenda legislativa. Pero ¿por qué eso no inquieta a los inversionistas?
La respuesta es: “¿Cuál agenda legislativa?”.
Incluso cuando el partido de Trump controlaba ambas cámaras del Congreso, solo presentó dos iniciativas legislativas importantes. Una fue un enorme recorte fiscal para las corporaciones y los ricos que va a generar un déficit de billones de dólares, pero que no parece haber hecho mucho por la economía. La otra fue un intento de quitarle el seguro médico a unos treinta millones de estadounidenses y no se aprobó.
¿Y ahora qué sigue? Bueno, supongo que la impugnación presidencial podría obstaculizar el gran plan de infraestructura que Trump ha venido prometiendo desde hace tres años. Muy bien, ya pueden dejar de reírse. Desde hace tiempo, “la semana de la infraestructura” se ha convertido en un chiste; nadie, lo que se dice nadie, cree que cualquier plan real, y mucho menos uno que pudiera aprobar una Cámara de Representantes de mayoría demócrata, llegará a materializarse.
A estas alturas, el único elemento medianamente significativo en materia legislativa es la sustitución del TLC propuesta por Trump, que básicamente es indistinguible del TLC original. Es posible que Trump crea que es importante ponerle un nombre nuevo al mismo acuerdo comercial, pero casi nadie piensa así.
Siendo justos, legislar no es la única manera en la que los presidentes pueden crear políticas públicas, además, la perspectiva de que haya un juicio político podría tener un efecto negativo sobre la capacidad de Trump para implementar políticas mediante el decreto ejecutivo. Pero la cuestión es que, como la mayoría de lo que Trump trata de hacer es malo para Estados Unidos, cualquier tipo de parálisis que pueda provocar un juicio político es buena.
Porque Trump, en efecto, ha estado librando una guerra contra la competencia.
Según la visión que tiene de gobernar, los diplomáticos de carrera que se dedican a la verdadera diplomacia, los reguladores que realmente tratan de hacer cumplir las normas, los investigadores que producen datos objetivos —y hasta los pronosticadores del tiempo cuyas predicciones no le gustan— forman parte de un Estado profundo que está en su contra. Es por eso que los funcionarios de Trump se han inmiscuido en una campaña sistemática para degradar la Función Pública de los Estados Unidos, expulsando a las personas que saben lo que están haciendo y sustituyéndolas con politiqueros.
Pensemos en el Servicio de Investigación Económica del Departamento de Agricultura, una entidad respetada y hasta ahora apolítica, que elabora informes de gran utilidad —informes de los que dependen los agricultores y las empresas— sobre varias tendencias que afectan al Estados Unidos rural. Después de que la agencia presentó informes que documentan lo evidente —que el recorte fiscal de 2017 benefició desproporcionadamente a los agricultores adinerados— y se negó a maquillar estudios que justifiquen otras políticas gubernamentales, se ordenó de manera sumaria su traslado de Washington a Kansas City.
El propósito evidente y exitoso de esta medida era provocar las renuncias masivas de los expertos de la unidad, y es muy poco probable que cuando la agencia vuelva a reconstituirse (si es que eso llega a suceder), sea tan buena en su trabajo como antes.
En todo el gobierno federal se ha visto un proceso similar de infiltración. Y seamos claros: esta degradación del gobierno es mala para las empresas. Quizá a las corporaciones no siempre les guste la regulación gubernamental, pero lo que sí les gusta es que el gobierno sea predecible, competente y tome decisiones basadas en criterios claros, no en conexiones políticas.
Sin embargo, lo cierto es que la investigación para una impugnación presidencial seguramente tendrá un efecto negativo sobre el proyecto trumpiano de la degradación gubernamental. Tal vez no llegue a un punto muerto, pero el equipo de compinches de Trump se va a distraer; será menos descarado; se preocupará más porque haya posibles informantes que divulguen lo que está haciendo.
Si tuviéramos un gobierno normal, uno que, sea cual sea su ideología, tratara de gobernar bien a la nación, la distracción y la parálisis que conlleva la investigación para una impugnación presidencial podrían tener efectos secundarios adversos pero, incluso en esas condiciones, no hay antecedentes históricos claros (en comparación con la era de Trump, el gobierno de Nixon era un modelo de buen gobierno).
Sin embargo, este no es un gobierno normal; nunca ha parecido importarle mucho gobernar y es activamente hostil con los funcionarios públicos que tratan de hacer su trabajo. Así que la parálisis es buena. Cuanto más tiempo pasen las personas designadas por Trump preocupándose por la posibilidad de una impugnación, en vez de seguir planeando depuraciones de fidelidad, mejor será para todos nosotros, desde los ciudadanos comunes y corrientes hasta las grandes corporaciones.
Impugnar a Donald Trump es bueno para la economía.
*Copyright: c. 2019 The New York Times Company