El 91% de la población del mundo respira aire que la OMS considera poco seguro
Cada tanto, una emergencia en la calidad del aire agota los barbijos en una ciudad. Sin embargo, el problema real es más invisible y persistente: "la catástrofe en cámara lenta de la contaminación crónica del aire", según tres investigaciones
Infobae
En 1952 el aire contaminado de Londres causó una ola de muertes tan rápida y atroz —12.000 personas que hicieron colapsar hospitales y funerarias— que se consideró el peor desastre en tiempos de paz en la ciudad. Dos años más tarde se votó una ley para impedir el uso de combustibles que causara contaminación y pudieran repetir la tragedia. En 1970 una ley similar se votó en los Estados Unidos; desde entonces, casi todos los países impusieron medidas para proteger el aire limpio.
Sin embargo, hoy el 91% de la población mundial vive en áreas donde los niveles de polución del aire exceden los límites que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS).
"La polución ha demostrado ser más persistente, y la exposición a ella mucho más dañina de lo que se esperaba", escribió Jonathan Mingle, periodista especializado en medioambiente, en The New York Review of Books. "Décadas de minucioso estudio científico ha sacado a la luz la magnitud del desastre de la polución del aire". Más se conoce, más se asocia ese problema a la mortalidad humana.
En su artículo, que comenta tres libros nuevos sobre esta "emergencia sanitaria global", citó una investigación famosa, The Six Cities Study, de Douglas Dockery, quien siguió durante años a más de 8.000 habitantes de las tres ciudades más contaminadas y las tres menos contaminadas de los Estados Unidos. El epidemiólogo de la Universidad de Harvard halló que quienes respiraban el peor aire morían en promedio entre dos y tres años antes que los demás.
The Six Cities Study mostró también que la relación más clara entre aire y muerte se debía a las partículas pequeñas de 2,5 micrones o menos de diámetro (PM2.5), una amplia variedad de sustancias suspendidas en el aire. "Estos estudios también produjeron otro hallazgo capital: no hay un nivel seguro de exposición a las partículas pequeñas. Cualquier cantidad puede hacer daño", citó uno de los libros reseñados, The Invisible Killer, de Gary Fuller; los otros son Choked, de Beth Gardiner y Clearing the Air, de Tim Smedley.
En los Estados Unidos las muertes asociadas a la polución del aire —que, según los criterios que se tomen, va de 107.500 a 200.000 personas— son más que las causadas por los accidentes de tránsito. En el mundo, a esta contaminación se deben una de cada nueve muertes, más que las que causan la desnutrición, el abuso del alcohol o la malaria.
El problema principal, según el libro de Smedley, es que las PM2.5 son un subproducto de la civilización tal como se la conoce: surgen de la dependencia de quemar carbón, gasolina, diesel, madera, basura.
"Estas partículas pueden superar las defensas de nuestras vías respiratorias superiores para penetrar profundamente en nuestros pulmones y llegar a loa alvéolos", describió Mingle. "Desde allí ingresan al torrente sanguíneo y se distribuyen en todo el cuerpo. Pueden viajar por la nariz a lo largo del nervio olfativo y alojarse en el cerebro. Pueden formar depósitos en la cobertura de las arterias, constreñir los vasos sanguíneos y aumentar la probabilidad de bloqueos que causan apoplejías y ataques cardíacos".
Desde luego, empeoran cuadros respiratorios como el asma o la obstrucción pulmonar: causan una inflamación sistémica, que a su vez desata una reacción excesiva del sistema inmunológico.
"Los científicos siguen descubriendo que no hay parte del cuerpo a la que estas partículas no puedan llegar, ni fase de la vida —de la gestación a la vejez— que no afecten". De la aparición de hollín en las placentas al aumento del Alzheimer, las PM2.5 parecen estar en todas partes.
Y ese es el factor principal del peligro, si bien los tres libros citan también los episodios más notables de la contaminación: el Gran Smog de Londres, la neblina persistente suspendida sobre años en Los Angeles en la década de 1940, la niebla tóxica que durante dos semanas de enero de 2013 asoló Beijing y el escándalo reciente del engaño de Volkswagen sobre las emisiones de sus vehículos diesel. El artículo lo subrayó: aunque menos visible, la cuestión central es "la catástrofe en cámara lenta de la contaminación crónica del aire".
Entre las lecciones principales que estas investigaciones dejan, escribió Mingle, una notable es que "cuando las autoridades creen que han resuelto el problema, vuelve a asomar". Todavía queda mucho por estudiar sobre el aire que se respira en la Tierra del Antropoceno.
"Otro tema común es que las industrias contaminantes simplemente no aceptan límites, sin una pelea despiadada, a cuántos desperdicios pueden volcar en el aire", agregó el periodista. La Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) ha enfrentado numerosos juicios. Incluso cuando jugó a favor de la industria, como cuando en 1979 flexibilizó los estándares de ozono por la presión que recibía, el Instituto de Petróleo de los Estados Unidos (API) vio la oportunidad para llevarla a los tribunales y pedirle la eliminación de todo límite.
"Las soluciones tecnológicas y políticas comprobadas están disponibles y son accesibles, y existe la convicción renovada de que el aire limpio no es un lujo que se deba asegurar a expensas de progreso sino, en sí mismo, una de las medidas y uno de los motores del progreso verdadero", aclaró Mingle que los autores no omitieron en sus análisis la importancia del desarrollo económico y social.
Gardiner, por ejemplo, mostró cómo Berlín priorizó la calidad del aire al adoptar soluciones de transporte y movilidad de emisión baja. Al igual que Smedley, aplaudió los esfuerzos de China —que implementó un plan de tres años para "ganar la guerra del cielo azul"— por reducir sus apocalípticos niveles de contaminación.
Smedley cerró su libro con un plan de 13 puntos para recuperar el aire limpio, entre ellos terminar con los vehículos con motores de combustión interna (en particular diesel), rediseñar las ciudades para las personas en lugar de para los vehículos y electrificar todo. "No por azar estos mismos pasos también serían un gran avance en la reducción de las emisiones de gases del efecto invernadero", observó Mingle.
En general, agregó, los tres libros dan tantos datos sobre la miríada de efectos negativos que tiene el aire que se respira hoy en el planeta que su lectura a veces causa vértigo. "Pero sería difícil digerir toda esa información y no llegar a las mismas dos conclusiones generales de los tres autores: 1) la contaminación del aire está gravemente poco regulada y 2) tenemos que dejar atrás la combustión, tan pronto como podamos. Quemar cosas nos está matando".
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En 1952 el aire contaminado de Londres causó una ola de muertes tan rápida y atroz —12.000 personas que hicieron colapsar hospitales y funerarias— que se consideró el peor desastre en tiempos de paz en la ciudad. Dos años más tarde se votó una ley para impedir el uso de combustibles que causara contaminación y pudieran repetir la tragedia. En 1970 una ley similar se votó en los Estados Unidos; desde entonces, casi todos los países impusieron medidas para proteger el aire limpio.
Sin embargo, hoy el 91% de la población mundial vive en áreas donde los niveles de polución del aire exceden los límites que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS).
"La polución ha demostrado ser más persistente, y la exposición a ella mucho más dañina de lo que se esperaba", escribió Jonathan Mingle, periodista especializado en medioambiente, en The New York Review of Books. "Décadas de minucioso estudio científico ha sacado a la luz la magnitud del desastre de la polución del aire". Más se conoce, más se asocia ese problema a la mortalidad humana.
En su artículo, que comenta tres libros nuevos sobre esta "emergencia sanitaria global", citó una investigación famosa, The Six Cities Study, de Douglas Dockery, quien siguió durante años a más de 8.000 habitantes de las tres ciudades más contaminadas y las tres menos contaminadas de los Estados Unidos. El epidemiólogo de la Universidad de Harvard halló que quienes respiraban el peor aire morían en promedio entre dos y tres años antes que los demás.
The Six Cities Study mostró también que la relación más clara entre aire y muerte se debía a las partículas pequeñas de 2,5 micrones o menos de diámetro (PM2.5), una amplia variedad de sustancias suspendidas en el aire. "Estos estudios también produjeron otro hallazgo capital: no hay un nivel seguro de exposición a las partículas pequeñas. Cualquier cantidad puede hacer daño", citó uno de los libros reseñados, The Invisible Killer, de Gary Fuller; los otros son Choked, de Beth Gardiner y Clearing the Air, de Tim Smedley.
En los Estados Unidos las muertes asociadas a la polución del aire —que, según los criterios que se tomen, va de 107.500 a 200.000 personas— son más que las causadas por los accidentes de tránsito. En el mundo, a esta contaminación se deben una de cada nueve muertes, más que las que causan la desnutrición, el abuso del alcohol o la malaria.
El problema principal, según el libro de Smedley, es que las PM2.5 son un subproducto de la civilización tal como se la conoce: surgen de la dependencia de quemar carbón, gasolina, diesel, madera, basura.
"Estas partículas pueden superar las defensas de nuestras vías respiratorias superiores para penetrar profundamente en nuestros pulmones y llegar a loa alvéolos", describió Mingle. "Desde allí ingresan al torrente sanguíneo y se distribuyen en todo el cuerpo. Pueden viajar por la nariz a lo largo del nervio olfativo y alojarse en el cerebro. Pueden formar depósitos en la cobertura de las arterias, constreñir los vasos sanguíneos y aumentar la probabilidad de bloqueos que causan apoplejías y ataques cardíacos".
Desde luego, empeoran cuadros respiratorios como el asma o la obstrucción pulmonar: causan una inflamación sistémica, que a su vez desata una reacción excesiva del sistema inmunológico.
"Los científicos siguen descubriendo que no hay parte del cuerpo a la que estas partículas no puedan llegar, ni fase de la vida —de la gestación a la vejez— que no afecten". De la aparición de hollín en las placentas al aumento del Alzheimer, las PM2.5 parecen estar en todas partes.
Y ese es el factor principal del peligro, si bien los tres libros citan también los episodios más notables de la contaminación: el Gran Smog de Londres, la neblina persistente suspendida sobre años en Los Angeles en la década de 1940, la niebla tóxica que durante dos semanas de enero de 2013 asoló Beijing y el escándalo reciente del engaño de Volkswagen sobre las emisiones de sus vehículos diesel. El artículo lo subrayó: aunque menos visible, la cuestión central es "la catástrofe en cámara lenta de la contaminación crónica del aire".
Entre las lecciones principales que estas investigaciones dejan, escribió Mingle, una notable es que "cuando las autoridades creen que han resuelto el problema, vuelve a asomar". Todavía queda mucho por estudiar sobre el aire que se respira en la Tierra del Antropoceno.
"Otro tema común es que las industrias contaminantes simplemente no aceptan límites, sin una pelea despiadada, a cuántos desperdicios pueden volcar en el aire", agregó el periodista. La Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) ha enfrentado numerosos juicios. Incluso cuando jugó a favor de la industria, como cuando en 1979 flexibilizó los estándares de ozono por la presión que recibía, el Instituto de Petróleo de los Estados Unidos (API) vio la oportunidad para llevarla a los tribunales y pedirle la eliminación de todo límite.
"Las soluciones tecnológicas y políticas comprobadas están disponibles y son accesibles, y existe la convicción renovada de que el aire limpio no es un lujo que se deba asegurar a expensas de progreso sino, en sí mismo, una de las medidas y uno de los motores del progreso verdadero", aclaró Mingle que los autores no omitieron en sus análisis la importancia del desarrollo económico y social.
Gardiner, por ejemplo, mostró cómo Berlín priorizó la calidad del aire al adoptar soluciones de transporte y movilidad de emisión baja. Al igual que Smedley, aplaudió los esfuerzos de China —que implementó un plan de tres años para "ganar la guerra del cielo azul"— por reducir sus apocalípticos niveles de contaminación.
Smedley cerró su libro con un plan de 13 puntos para recuperar el aire limpio, entre ellos terminar con los vehículos con motores de combustión interna (en particular diesel), rediseñar las ciudades para las personas en lugar de para los vehículos y electrificar todo. "No por azar estos mismos pasos también serían un gran avance en la reducción de las emisiones de gases del efecto invernadero", observó Mingle.
En general, agregó, los tres libros dan tantos datos sobre la miríada de efectos negativos que tiene el aire que se respira hoy en el planeta que su lectura a veces causa vértigo. "Pero sería difícil digerir toda esa información y no llegar a las mismas dos conclusiones generales de los tres autores: 1) la contaminación del aire está gravemente poco regulada y 2) tenemos que dejar atrás la combustión, tan pronto como podamos. Quemar cosas nos está matando".