Se vende: un búnker con sauna para sobrevivir al apocalipsis
Julie Turkewitz
Infobae
SESENTA METROS BAJO TIERRA, en Kansas — En su propuesta para potenciales compradores, Larry Hall habla de los techos altos y las espaciosas salas de estar de su condominio. También menciona la piscina, los saunas y la sala de cine. Pero lo que en verdad hace único y deseable al desarrollo inmobiliario, en su opinión, es la capacidad para sobrevivir el apocalipsis allí.
Hall ha transformado una bóveda que servía para almacenar misiles nucleares del ejército estadounidense en un condominio de lujo construido quince pisos bajo la corteza terrestre. Es uno de los pioneros entre un grupo de desarrolladores inmobiliarios que están enfocando sus inversiones en las praderas centrales y las faldas occidentales de Estados Unidos: son los capitalistas para el fin del mundo.
Durante generaciones, los estadounidenses se han preparado para el posible colapso de la sociedad. Construyeron refugios nucleares durante la Guerra Fría y escondites con suministros en los sótanos antes del fallo informático milenario del 2000, apodado Y2K. No obstante, no fue sino hasta hace algunos años que la previsión en caso de desastre, hecha a medida individual, ha crecido tanto como para volverse un negocio multimillonario. Se ha disparado ante la aparición casi interminable de amenazas nuevas y amenazas clásicas reavivadas, desde el cambio climático hasta el terrorismo, así como los ciberataques y los disturbios civiles.
Los constructores y los agentes inmobiliarios de los búnkeres han surgido como actores clave en esta industria. Ellos ven en los terrenos del interior estadounidense, con amplios espacios, un excelente sitio para construir. Además, la historia está a su favor: durante la Guerra Fría, lasa fuerzas armadas de Estados Unidos gastaron miles de millones de dólares en la construcción de ojivas nucleares, que se escondieron en guaridas bajo tierra en todo el país, pero especialmente en Kansas, Nebraska, Oklahoma y Nuevo México. Estos escondites, ya sin ninguna bomba dentro, ahora están a la venta y hay civiles emprendedores que los están comprando por precios (relativamente) baratos para transformarlos en propiedades. Los clientes en busca de los nuevos refugios abundan.
Los doce apartamentos del Survival Condo (condominio de la supervivencia), el sitio construido por Larry Hall, se vendieron con precios iniciales de 1,3 millones de dólares. Hall dijo que cuando comenzó a comercializar las unidades, más o menos en 2011, todas se vendieron en cuestión de meses.
Para Hall y para muchos en su ámbito este es un llamado, no solo un negocio. "Estoy salvando vidas", dijo en una visita reciente al búnker en Kansas, cuya ubicación exacta insistió en mantener en secreto. "Esto es algo que me hace sentir orgulloso", agregó, después de entrar al ascensor que hace un largo descenso al interior de la Tierra.
Estos proyectos tienen muchos escépticos, entre ellos John W. Hoopes, profesor de Antropología de la Universidad de Kansas que estudió por años el mito de que el mundo iba a dejar de existir en diciembre de 2012. Hoopes acusó a los inversionistas del fin del mundo de vender "pornografía de la supervivencia", la cual describió como una "fantasía hipermasculina" de que el peligro está cerca y solo unos pocos elegidos podrán salvarse con sus familias si están preparados.
"El miedo vende mejor que el sexo", indicó Hoopes. "Si puedes hacer que la gente tenga miedo, puedes venderle todo tipo de cosas", agregó, "y eso incluye búnkeres".
Las casas de supervivencia ahora proliferan en el interior de Estados Unidos y atraen clientes que son parte de un movimiento más grande de gente que busca retirarse de la sociedad, o al menos prepararse para escapar en caso de problemas.
Kiki Bandilla, vendedora de seguros de salud de 52 años que vive en Castle Rock, Colorado, quiso recalcar que ella no es como las personas a las que llama "Chicken Little": aquellas que piensan que "el cielo se está cayendo". Bandilla describió más bien su membresía en una comunidad de supervivencia llamada Fortitude Ranch como una póliza de seguro razonable.
"No me gusta depender de nada, ya sea el gobierno, las grandes empresas de alimentos o la industria farmacéutica", comentó. "Mi interés no surge de un lugar de miedo. Mi interés se origina en estar en un lugar de libertad".
En los últimos años, la exposición Prepper Camp, un evento de tres días celebrado en Carolina del Norte que se especializa en la preparación en caso de desastres y en la vida autosuficiente, se ha convertido en el festival concurrido al estilo de Burning Man de los supervivencialistas. PrepperCon, que se lleva a cabo a las afueras de Salt Lake City, Utah, ha atraído a miles de visitantes. Han crecido las empresas de búnkeres "para llevar", las cuales construyen refugios prácticamente listos para instalar con opción de envío a hogares suburbanos. Agentes de bienes raíces de alta gama ahora están en busca de posibles escondites para los informáticos de California o los ejecutivos petroleros de Texas.
En Indiana, el desarrollador de bienes raíces Robert Vicino convirtió un sitio que pertenecía al gobierno en una mansión bajo tierra llamada Vivos. El empresario dice que es casi "como un hotel de cuatro estrellas muy cómodo". Vicino también compró 575 sótanos que se usaban para guardar armas en Dakota del Sur, los cuales está convirtiendo en una subdivisión a la que llama la "comunidad de supervivencia más grande de la Tierra".
Los clientes de los búnkeres aseguran que no los une su ideología —liberales, conservadores y agnósticos políticos conviven hombro con hombro en este mundo—, sino una creencia de que las fuerzas globales han dejado cada vez más vulnerables a las sociedades frente a un posible desastre a gran escala.
Tom, de 69 años, es uno de los compradores de un espacio en Vivos. Él trabaja en el sector informático y vive en las afueras de Atlanta. Por el momento, dijo, el búnker de 600 metros cuadrados es un lugar potencial para que él y su esposa se muden durante la jubilación. Tom, quien no quiso que se diera a conocer su apellido por temor a ser acosado en línea por su decisión de comprar el espacio, dijo que el búnker lo acercó a polos políticos opuestos: él se describió como conservador, pero su vecino en el espacio subterráneo es un hombre de políticas liberales.
Hall, de 62 años, se ha vuelto uno de los empresarios más reconocidos de la industria con su Survival Condo, en gran medida debido a la complejidad de su operación y a sus estrategias de publicidad tan atractivas.
El bloque de apartamentos en Kansas se ubica hacia el final de un camino sin pavimentar; en los alrededores hay ganado pastando, una reja de alambre y un guardia con ropa militar y un rifle en mano. Quienes visitan Survival Condo entran a través de un domo de concreto. Los apartamentos bajo tierra están equipados con ventanas falsas —pantallas digitales que muestran un "vistazo" del exterior—; también hay una piscina subterránea, un parque para perros, un almacén de armas y depósitos para comida. Los dueños de los departamentos pagan cuotas mensuales de mantenimiento de unos 2600 dólares.
Hall equipó el edificio con cinco filtros de aire, lo conectó a la red eléctrica, construyó un pozo que depende del acuífero local e instaló generadores de diésel, una turbina de viento y un banco de baterías, para tener energía de respaldo.
Las puertas que cubren toda la operación pesan dieciséis toneladas, y se azotan detrás de los visitantes con un estruendo.
Antes de dedicarse a Survival Condo, Hall hizo su carrera con encargos como el de construir centros de datos para contratistas de defensa como Northrop Grumman. Después del 11 de Septiembre, sacudido por los ataques, planeó construir centros de información protegidos; cuando vio que ese mercado estaba saturado, optó por proteger a la gente.
Sabía por su experiencia en materias de defensa que el gobierno estadounidense había puesto a la venta ciertos almacenes subterráneos de armas. En 2008 pagó 300.000 dólares por el sitio de Kansas, cuya construcción original le costó millones de dólares a las fuerzas armadas.
Luego Hall invirtió 20 millones de dólares para remodelar la cueva en el suelo con dinero que recaudó de la preventa de las unidades. Debido a que pocos bancos dan préstamos para búnkeres, sus clientes financiaron los apartamentos por sí mismos a través de transferencias bancarias a Hall.
Hace poco, Hall compró una segunda bóveda en Kansas. Afirmó que ya recuperó lo invertido en el proyecto inicial y juró que el interés en el segundo "está en alza". Mencionó que entre los potenciales compradores hay representantes militares sauditas, que le han pedido que proponga en los planos un helipuerto y una mezquita subterránea.
La Embajada de Arabia Saudita en Washington se rehusó a dar declaraciones al respecto.
Ahora Hall está dedicado a la construcción del nuevo búnker, que es tres veces más grande que el primero. Dijo que aún falta mucho por hacer, así que le dedica todo su tiempo: el fin del mundo podría llegar en cualquier momento.
Sheelagh McNeill colaboró con la investigación.
Julie Turkewitz es corresponsal de temas nacionales en Estados Unidos, con sede en Denver. Se unió a The New York Times en 2014 y desde entonces ha conducido más de 320.000 kilómetros por ese país para hacer reportajes sobre diversos temas y cubrir las consecuencias de desastres como huracanes e incendios forestales. @julieturkewitz
Infobae
SESENTA METROS BAJO TIERRA, en Kansas — En su propuesta para potenciales compradores, Larry Hall habla de los techos altos y las espaciosas salas de estar de su condominio. También menciona la piscina, los saunas y la sala de cine. Pero lo que en verdad hace único y deseable al desarrollo inmobiliario, en su opinión, es la capacidad para sobrevivir el apocalipsis allí.
Hall ha transformado una bóveda que servía para almacenar misiles nucleares del ejército estadounidense en un condominio de lujo construido quince pisos bajo la corteza terrestre. Es uno de los pioneros entre un grupo de desarrolladores inmobiliarios que están enfocando sus inversiones en las praderas centrales y las faldas occidentales de Estados Unidos: son los capitalistas para el fin del mundo.
Durante generaciones, los estadounidenses se han preparado para el posible colapso de la sociedad. Construyeron refugios nucleares durante la Guerra Fría y escondites con suministros en los sótanos antes del fallo informático milenario del 2000, apodado Y2K. No obstante, no fue sino hasta hace algunos años que la previsión en caso de desastre, hecha a medida individual, ha crecido tanto como para volverse un negocio multimillonario. Se ha disparado ante la aparición casi interminable de amenazas nuevas y amenazas clásicas reavivadas, desde el cambio climático hasta el terrorismo, así como los ciberataques y los disturbios civiles.
Los constructores y los agentes inmobiliarios de los búnkeres han surgido como actores clave en esta industria. Ellos ven en los terrenos del interior estadounidense, con amplios espacios, un excelente sitio para construir. Además, la historia está a su favor: durante la Guerra Fría, lasa fuerzas armadas de Estados Unidos gastaron miles de millones de dólares en la construcción de ojivas nucleares, que se escondieron en guaridas bajo tierra en todo el país, pero especialmente en Kansas, Nebraska, Oklahoma y Nuevo México. Estos escondites, ya sin ninguna bomba dentro, ahora están a la venta y hay civiles emprendedores que los están comprando por precios (relativamente) baratos para transformarlos en propiedades. Los clientes en busca de los nuevos refugios abundan.
Los doce apartamentos del Survival Condo (condominio de la supervivencia), el sitio construido por Larry Hall, se vendieron con precios iniciales de 1,3 millones de dólares. Hall dijo que cuando comenzó a comercializar las unidades, más o menos en 2011, todas se vendieron en cuestión de meses.
Para Hall y para muchos en su ámbito este es un llamado, no solo un negocio. "Estoy salvando vidas", dijo en una visita reciente al búnker en Kansas, cuya ubicación exacta insistió en mantener en secreto. "Esto es algo que me hace sentir orgulloso", agregó, después de entrar al ascensor que hace un largo descenso al interior de la Tierra.
Estos proyectos tienen muchos escépticos, entre ellos John W. Hoopes, profesor de Antropología de la Universidad de Kansas que estudió por años el mito de que el mundo iba a dejar de existir en diciembre de 2012. Hoopes acusó a los inversionistas del fin del mundo de vender "pornografía de la supervivencia", la cual describió como una "fantasía hipermasculina" de que el peligro está cerca y solo unos pocos elegidos podrán salvarse con sus familias si están preparados.
"El miedo vende mejor que el sexo", indicó Hoopes. "Si puedes hacer que la gente tenga miedo, puedes venderle todo tipo de cosas", agregó, "y eso incluye búnkeres".
Las casas de supervivencia ahora proliferan en el interior de Estados Unidos y atraen clientes que son parte de un movimiento más grande de gente que busca retirarse de la sociedad, o al menos prepararse para escapar en caso de problemas.
Kiki Bandilla, vendedora de seguros de salud de 52 años que vive en Castle Rock, Colorado, quiso recalcar que ella no es como las personas a las que llama "Chicken Little": aquellas que piensan que "el cielo se está cayendo". Bandilla describió más bien su membresía en una comunidad de supervivencia llamada Fortitude Ranch como una póliza de seguro razonable.
"No me gusta depender de nada, ya sea el gobierno, las grandes empresas de alimentos o la industria farmacéutica", comentó. "Mi interés no surge de un lugar de miedo. Mi interés se origina en estar en un lugar de libertad".
En los últimos años, la exposición Prepper Camp, un evento de tres días celebrado en Carolina del Norte que se especializa en la preparación en caso de desastres y en la vida autosuficiente, se ha convertido en el festival concurrido al estilo de Burning Man de los supervivencialistas. PrepperCon, que se lleva a cabo a las afueras de Salt Lake City, Utah, ha atraído a miles de visitantes. Han crecido las empresas de búnkeres "para llevar", las cuales construyen refugios prácticamente listos para instalar con opción de envío a hogares suburbanos. Agentes de bienes raíces de alta gama ahora están en busca de posibles escondites para los informáticos de California o los ejecutivos petroleros de Texas.
En Indiana, el desarrollador de bienes raíces Robert Vicino convirtió un sitio que pertenecía al gobierno en una mansión bajo tierra llamada Vivos. El empresario dice que es casi "como un hotel de cuatro estrellas muy cómodo". Vicino también compró 575 sótanos que se usaban para guardar armas en Dakota del Sur, los cuales está convirtiendo en una subdivisión a la que llama la "comunidad de supervivencia más grande de la Tierra".
Los clientes de los búnkeres aseguran que no los une su ideología —liberales, conservadores y agnósticos políticos conviven hombro con hombro en este mundo—, sino una creencia de que las fuerzas globales han dejado cada vez más vulnerables a las sociedades frente a un posible desastre a gran escala.
Tom, de 69 años, es uno de los compradores de un espacio en Vivos. Él trabaja en el sector informático y vive en las afueras de Atlanta. Por el momento, dijo, el búnker de 600 metros cuadrados es un lugar potencial para que él y su esposa se muden durante la jubilación. Tom, quien no quiso que se diera a conocer su apellido por temor a ser acosado en línea por su decisión de comprar el espacio, dijo que el búnker lo acercó a polos políticos opuestos: él se describió como conservador, pero su vecino en el espacio subterráneo es un hombre de políticas liberales.
Hall, de 62 años, se ha vuelto uno de los empresarios más reconocidos de la industria con su Survival Condo, en gran medida debido a la complejidad de su operación y a sus estrategias de publicidad tan atractivas.
El bloque de apartamentos en Kansas se ubica hacia el final de un camino sin pavimentar; en los alrededores hay ganado pastando, una reja de alambre y un guardia con ropa militar y un rifle en mano. Quienes visitan Survival Condo entran a través de un domo de concreto. Los apartamentos bajo tierra están equipados con ventanas falsas —pantallas digitales que muestran un "vistazo" del exterior—; también hay una piscina subterránea, un parque para perros, un almacén de armas y depósitos para comida. Los dueños de los departamentos pagan cuotas mensuales de mantenimiento de unos 2600 dólares.
Hall equipó el edificio con cinco filtros de aire, lo conectó a la red eléctrica, construyó un pozo que depende del acuífero local e instaló generadores de diésel, una turbina de viento y un banco de baterías, para tener energía de respaldo.
Las puertas que cubren toda la operación pesan dieciséis toneladas, y se azotan detrás de los visitantes con un estruendo.
Antes de dedicarse a Survival Condo, Hall hizo su carrera con encargos como el de construir centros de datos para contratistas de defensa como Northrop Grumman. Después del 11 de Septiembre, sacudido por los ataques, planeó construir centros de información protegidos; cuando vio que ese mercado estaba saturado, optó por proteger a la gente.
Sabía por su experiencia en materias de defensa que el gobierno estadounidense había puesto a la venta ciertos almacenes subterráneos de armas. En 2008 pagó 300.000 dólares por el sitio de Kansas, cuya construcción original le costó millones de dólares a las fuerzas armadas.
Luego Hall invirtió 20 millones de dólares para remodelar la cueva en el suelo con dinero que recaudó de la preventa de las unidades. Debido a que pocos bancos dan préstamos para búnkeres, sus clientes financiaron los apartamentos por sí mismos a través de transferencias bancarias a Hall.
Hace poco, Hall compró una segunda bóveda en Kansas. Afirmó que ya recuperó lo invertido en el proyecto inicial y juró que el interés en el segundo "está en alza". Mencionó que entre los potenciales compradores hay representantes militares sauditas, que le han pedido que proponga en los planos un helipuerto y una mezquita subterránea.
La Embajada de Arabia Saudita en Washington se rehusó a dar declaraciones al respecto.
Ahora Hall está dedicado a la construcción del nuevo búnker, que es tres veces más grande que el primero. Dijo que aún falta mucho por hacer, así que le dedica todo su tiempo: el fin del mundo podría llegar en cualquier momento.
Sheelagh McNeill colaboró con la investigación.
Julie Turkewitz es corresponsal de temas nacionales en Estados Unidos, con sede en Denver. Se unió a The New York Times en 2014 y desde entonces ha conducido más de 320.000 kilómetros por ese país para hacer reportajes sobre diversos temas y cubrir las consecuencias de desastres como huracanes e incendios forestales. @julieturkewitz