Turquía desafía a la OTAN al recibir misiles rusos S-400 de defensa antiaérea
Washington advierte a Ankara de que se enfrenta a sanciones por haber adquirido un sistema armamentístico incompatible con los estándares de la Alianza Atlántica
Andrés Mourenza
Estambul, El País
La prueba de fuego sobre el futuro de las relaciones entre Ankara, Washington y la OTAN, a la que ambos pertenecen, comenzó este viernes en una base militar cercana a la capital turca. Allí, han empezado a llegar las piezas del sistema de defensa antiaéreo y antimisiles S-400, de producción rusa, lo que, según anunció EE UU, desencadenará sanciones. La compra de este sistema, incompatible con los mecanismos defensivos de la OTAN, ha hecho sonar la voz de alarma en la Alianza Atlántica, que ve a uno de sus más antiguos miembros —Turquía se adhirió en 1952— escorarse del lado de Moscú.
“La primera tanda del equipamiento de defensa antimisiles S-400 ha comenzado a llegar a la base aérea Mürted en Ankara este 12 de julio de 2019”, confirmó el Ministerio de Defensa de Turquía en Twitter. “El proceso va tal como se había previsto. Hemos coordinado los permisos para los aviones y el personal”, afirmó el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu. El sistema será montado por un equipo de técnicos turcos y rusos en el mismo aeropuerto militar de Mürted y entrará en funcionamiento el próximo 10 de septiembre, según el diario Habertürk. La base de recepción, anteriormente denominada Akinci, es desde la que se dirigió el intento de golpe de Estado de 2016. Algo que añade aún más simbolismo al despliegue, ya que fue a partir de ese fracasado alzamiento que Ankara reforzó su relación estratégica con Moscú, en detrimento de sus socios occidentales, a los que acusa de haber colaborado en la conspiración militar.
El Gobierno de Recep Tayyip Erdogan arguye que se ha decantado por las baterías S-400 rusas —ha adquirido dos por un precio de 2.500 millones de dólares, con opción a la construcción conjunta de otras dos— después de que fracasaran las conversaciones con fabricantes estadounidenses y europeos, en principio por la negativa de las empresas occidentales a transferir tecnología a Turquía, a lo que sí ha accedido Rusia. Otra de las justificaciones de Ankara es que Grecia también posee un sistema defensivo ruso, el S-300, instalado en la isla de Creta desde 1998.
“Para ser totalmente francos, hay que añadir que las baterías del S-300 están guardadas en un hangar, no están operativas”, explica a EL PAÍS Bruno Lete, experto en defensa del think tank German Marshall Fund. Y es precisamente esa la razón por la que considera que la adquisición turca es “una decisión política para acercarse a Rusia”. “Desde el punto de vista militar, no tiene sentido: Turquía no va a poder usar el S-400 tal como pretende”, añade.
A principios de la década, el alto mando del Ejército de Turquía rediseñó su estrategia de defensa aérea: en lugar de depender de sus aeronaves, debía compensarse con sistemas de misiles. Y esa necesidad adquirió carta de urgencia por las purgas iniciadas tras el intento de golpe de Estado de 2016, que envió a 260 pilotos a la cárcel o al retiro, por lo que las Fuerzas Armadas turcas tienen menos pilotos que cazas en funcionamiento (unos 300 F-16 y F-4/2020) cuando la ratio mínima considerada aceptable para mantener las capacidades operativas de un Ejército es de 1,25 pilotos por aparato.
En 2013, se adjudicó el contrato para un sistema de defensa aérea a la empresa china Cpmiec frente a las ofertas del conglomerado franco-italiano Eurosam y del estadounidense Raytheon-Lockheed Martin. Dos años después se canceló el proyecto dadas las ampollas que levantó en la OTAN, debido a que la empresa seleccionada estaba sancionada por la venta de armas a Irán y Siria. Ahora, en cambio, Turquía no ha convocado ningún concurso y ha ido directamente a por el S-400, cuya adquisición se firmó en 2017 y que Rusia ha entregado en un tiempo récord: por ejemplo, India, que solicitó el sistema antes, no lo recibirá hasta el año que viene.
“El S-400 es un buen sistema, muy bueno para derribar aviones”, concede Lete. Su rango es de 60 kilómetros contra misiles balísticos y de 250 contra aeronaves, que puede ampliar hasta casi 400 kilómetros si utiliza los nuevos misiles de largo alcance 40N6E. “El problema —prosigue el experto— es que, aunque el S-400 cuenta con su propio radar, estos sistemas normalmente se usan junto a múltiples unidades de defensa aérea, incluidos otros misiles, cazas y radares, coordinados a través de avanzados sistemas informáticos. Pero la OTAN no va a permitir que un sistema ruso se conecte a su sistema, así que el S-400 de Turquía no podrá utilizar los radares europeos. Turquía tendrá que usarlo de forma independiente y eso reducirá su capacidad operativa”.
Sanciones militares y económicas
Turquía ya ha anunciado que no tiene intención de integrar el S-400 en los sistemas de la OTAN y que, por tanto, no supone una amenaza para sus socios. Pero Estados Unidos ya había advertido de que, si la entrega del S-400 se hacía efectiva, Turquía sería expulsada de la producción conjunta de los nuevos cazas F-35. Erdogan, por su parte, ha respondido que si la expulsión se confirma lo denunciará ante un tribunal de arbitraje internacional puesto que Ankara ha financiado parte del programa y empresas turcas fabrican parte de las piezas de estos avanzados cazas.
Aparte de las represalias militares, Turquía también se enfrenta a sanciones económicas bajo la legislación Caatsa, que castiga a Rusia, Irán y Corea del Norte y a entidades que colaboren con esos países —precisamente una de las empresas que ha participado en el diseño del S-400, la armamentística estatal rusa Almaz-Antey, ya está en la lista de sanciones de EEUU y la UE—. El Consejo de Seguridad Nacional debe determinar si Turquía ha violado dicha legislación y el Departamento del Tesoro será el que evalúe la lista de sanciones que pueden aplicarse, que van desde la prohibición de entrar a EE UU a ciertos individuos hasta establecer limitaciones financieras a los bancos turcos. Sin embargo, las sanciones sólo entrarán en vigor cuando las firme el presidente Donald Trump, y “no hay un límite temporal para ello, podría llevar días, semanas o meses”, escribe el analista Steven A. Cook.
“Las sanciones no solucionarán nada. Está claro que hay un problema y que ese problema debe solucionarse negociando”, explica a EL PAÍS el exoficial de operaciones especiales del Ejército turco y analista militar Abdullah Agar, que observa “profundas grietas” en la relación entre Turquía y la OTAN, pero las atribuye a la falta de sensibilidad de Estados Unidos: “Si no respeta nuestros intereses, si continúa apoyando a las organizaciones terroristas contra las que combatimos, veremos más y más crisis y Turquía se inclinará cada vez más por el eje euroasiático frente al euroatlántico”.
En una entrevista hace un año y medio, cuando ya se había firmado la compra del S-400, Gülnur Aybet, asesora del presidente Erdogan en materia de seguridad, afirmó a este diario que su Gobierno “está comprometida con su pertenencia a la OTAN” pero, subrayó, “Turquía tiene unas necesidades defensivas diferentes a las que tenía hace 20 años y constantemente emergen nuevos retos que dejan obsoletos los viejos paradigmas”.
Dentro de la propia OTAN, la compra del S-400 no ha sentado nada bien, según dijo una fuente militar de la Alianza a este periodista. La misma fuente aventuró que el nuevo centro de mando construido en Rumanía, así como las mejoras en una base en el sur de ese país, podrían servir para alojar las instalaciones euroatlánticas que actualmente se hallan en Turquía, como el Mando Aliado de Tierra, en caso de que las relaciones se deterioren aún más.
Andrés Mourenza
Estambul, El País
La prueba de fuego sobre el futuro de las relaciones entre Ankara, Washington y la OTAN, a la que ambos pertenecen, comenzó este viernes en una base militar cercana a la capital turca. Allí, han empezado a llegar las piezas del sistema de defensa antiaéreo y antimisiles S-400, de producción rusa, lo que, según anunció EE UU, desencadenará sanciones. La compra de este sistema, incompatible con los mecanismos defensivos de la OTAN, ha hecho sonar la voz de alarma en la Alianza Atlántica, que ve a uno de sus más antiguos miembros —Turquía se adhirió en 1952— escorarse del lado de Moscú.
“La primera tanda del equipamiento de defensa antimisiles S-400 ha comenzado a llegar a la base aérea Mürted en Ankara este 12 de julio de 2019”, confirmó el Ministerio de Defensa de Turquía en Twitter. “El proceso va tal como se había previsto. Hemos coordinado los permisos para los aviones y el personal”, afirmó el ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu. El sistema será montado por un equipo de técnicos turcos y rusos en el mismo aeropuerto militar de Mürted y entrará en funcionamiento el próximo 10 de septiembre, según el diario Habertürk. La base de recepción, anteriormente denominada Akinci, es desde la que se dirigió el intento de golpe de Estado de 2016. Algo que añade aún más simbolismo al despliegue, ya que fue a partir de ese fracasado alzamiento que Ankara reforzó su relación estratégica con Moscú, en detrimento de sus socios occidentales, a los que acusa de haber colaborado en la conspiración militar.
El Gobierno de Recep Tayyip Erdogan arguye que se ha decantado por las baterías S-400 rusas —ha adquirido dos por un precio de 2.500 millones de dólares, con opción a la construcción conjunta de otras dos— después de que fracasaran las conversaciones con fabricantes estadounidenses y europeos, en principio por la negativa de las empresas occidentales a transferir tecnología a Turquía, a lo que sí ha accedido Rusia. Otra de las justificaciones de Ankara es que Grecia también posee un sistema defensivo ruso, el S-300, instalado en la isla de Creta desde 1998.
“Para ser totalmente francos, hay que añadir que las baterías del S-300 están guardadas en un hangar, no están operativas”, explica a EL PAÍS Bruno Lete, experto en defensa del think tank German Marshall Fund. Y es precisamente esa la razón por la que considera que la adquisición turca es “una decisión política para acercarse a Rusia”. “Desde el punto de vista militar, no tiene sentido: Turquía no va a poder usar el S-400 tal como pretende”, añade.
A principios de la década, el alto mando del Ejército de Turquía rediseñó su estrategia de defensa aérea: en lugar de depender de sus aeronaves, debía compensarse con sistemas de misiles. Y esa necesidad adquirió carta de urgencia por las purgas iniciadas tras el intento de golpe de Estado de 2016, que envió a 260 pilotos a la cárcel o al retiro, por lo que las Fuerzas Armadas turcas tienen menos pilotos que cazas en funcionamiento (unos 300 F-16 y F-4/2020) cuando la ratio mínima considerada aceptable para mantener las capacidades operativas de un Ejército es de 1,25 pilotos por aparato.
En 2013, se adjudicó el contrato para un sistema de defensa aérea a la empresa china Cpmiec frente a las ofertas del conglomerado franco-italiano Eurosam y del estadounidense Raytheon-Lockheed Martin. Dos años después se canceló el proyecto dadas las ampollas que levantó en la OTAN, debido a que la empresa seleccionada estaba sancionada por la venta de armas a Irán y Siria. Ahora, en cambio, Turquía no ha convocado ningún concurso y ha ido directamente a por el S-400, cuya adquisición se firmó en 2017 y que Rusia ha entregado en un tiempo récord: por ejemplo, India, que solicitó el sistema antes, no lo recibirá hasta el año que viene.
“El S-400 es un buen sistema, muy bueno para derribar aviones”, concede Lete. Su rango es de 60 kilómetros contra misiles balísticos y de 250 contra aeronaves, que puede ampliar hasta casi 400 kilómetros si utiliza los nuevos misiles de largo alcance 40N6E. “El problema —prosigue el experto— es que, aunque el S-400 cuenta con su propio radar, estos sistemas normalmente se usan junto a múltiples unidades de defensa aérea, incluidos otros misiles, cazas y radares, coordinados a través de avanzados sistemas informáticos. Pero la OTAN no va a permitir que un sistema ruso se conecte a su sistema, así que el S-400 de Turquía no podrá utilizar los radares europeos. Turquía tendrá que usarlo de forma independiente y eso reducirá su capacidad operativa”.
Sanciones militares y económicas
Turquía ya ha anunciado que no tiene intención de integrar el S-400 en los sistemas de la OTAN y que, por tanto, no supone una amenaza para sus socios. Pero Estados Unidos ya había advertido de que, si la entrega del S-400 se hacía efectiva, Turquía sería expulsada de la producción conjunta de los nuevos cazas F-35. Erdogan, por su parte, ha respondido que si la expulsión se confirma lo denunciará ante un tribunal de arbitraje internacional puesto que Ankara ha financiado parte del programa y empresas turcas fabrican parte de las piezas de estos avanzados cazas.
Aparte de las represalias militares, Turquía también se enfrenta a sanciones económicas bajo la legislación Caatsa, que castiga a Rusia, Irán y Corea del Norte y a entidades que colaboren con esos países —precisamente una de las empresas que ha participado en el diseño del S-400, la armamentística estatal rusa Almaz-Antey, ya está en la lista de sanciones de EEUU y la UE—. El Consejo de Seguridad Nacional debe determinar si Turquía ha violado dicha legislación y el Departamento del Tesoro será el que evalúe la lista de sanciones que pueden aplicarse, que van desde la prohibición de entrar a EE UU a ciertos individuos hasta establecer limitaciones financieras a los bancos turcos. Sin embargo, las sanciones sólo entrarán en vigor cuando las firme el presidente Donald Trump, y “no hay un límite temporal para ello, podría llevar días, semanas o meses”, escribe el analista Steven A. Cook.
“Las sanciones no solucionarán nada. Está claro que hay un problema y que ese problema debe solucionarse negociando”, explica a EL PAÍS el exoficial de operaciones especiales del Ejército turco y analista militar Abdullah Agar, que observa “profundas grietas” en la relación entre Turquía y la OTAN, pero las atribuye a la falta de sensibilidad de Estados Unidos: “Si no respeta nuestros intereses, si continúa apoyando a las organizaciones terroristas contra las que combatimos, veremos más y más crisis y Turquía se inclinará cada vez más por el eje euroasiático frente al euroatlántico”.
En una entrevista hace un año y medio, cuando ya se había firmado la compra del S-400, Gülnur Aybet, asesora del presidente Erdogan en materia de seguridad, afirmó a este diario que su Gobierno “está comprometida con su pertenencia a la OTAN” pero, subrayó, “Turquía tiene unas necesidades defensivas diferentes a las que tenía hace 20 años y constantemente emergen nuevos retos que dejan obsoletos los viejos paradigmas”.
Dentro de la propia OTAN, la compra del S-400 no ha sentado nada bien, según dijo una fuente militar de la Alianza a este periodista. La misma fuente aventuró que el nuevo centro de mando construido en Rumanía, así como las mejoras en una base en el sur de ese país, podrían servir para alojar las instalaciones euroatlánticas que actualmente se hallan en Turquía, como el Mando Aliado de Tierra, en caso de que las relaciones se deterioren aún más.