Misiones espaciales y mentiras: por qué los astronautas de la Guerra Fría jamás fracasaban
Accidentes, cohetes que no alcanzaban a despegar, aterrizajes fallidos o astronautas perdidos en el espacio eran Secretos de Estado. Estadounidenses y soviéticos se jugaban el prestigio de su país en cada misión. Cuando se anunció que el Apolo 8 volaría hasta la Luna, en Moscú se tomó como si hubiera caído una bomba atómica sobre el Kremlin
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
El anuncio de que el Apolo 8 volaría hacia la Luna, del 19 de agosto de 1968, cayó como una bomba neutrónica en la URSS. Los soviéticos respondieron de inmediato con el lanzamiento, el 15 de septiembre, desde la base de Baikonur, de la cosmonave 7K-L1 que iba a bordo de un Protón 8K. La misión se llamó Zond-5. Una hora y 7 minutos más tarde, la parte superior de la nave volvió a encenderse y colocó a la sonda en una trayectoria translunar. Era la demostración de que los soviéticos estaban preparados para seguir compitiendo cabeza a cabeza con los americanos. La nave no era tripulada, pero llevaba varios especímenes vivos, desde tortugas hasta plantas, para comprobar la influencia del medio ambiente lunar sobre un organismo biológico, e indicaba la clara resolución del entonces jefe del proyecto, Vladimir Chelomei, (Korolev, el padre del programa soviético, había muerto en 1966) de poner un hombre en la Luna cuanto antes. El 18 de septiembre, la nave hacía historia al dejarse arrastrar por las leyes de la gravitación y rodear la Luna sobrevolándola a una distancia de apenas 2.000 kilómetros. El Zond-5 inició de inmediato el regreso a casa. A unos 143.000 kilómetros de distancia su motor volvió a encenderse para corregir la trayectoria de entrada a la órbita terrestre y depositarlo en suelo soviético. Pero hubo un error de cálculo y la nave se lanzó a 11 kilómetros por segundo hacia el Océano Índico. Finalmente, los controles funcionaron correctamente, desaceleró hasta los 200 kilómetros por hora y abrió los paracaídas para tener un amerizaje suave. Esto envalentonó a los científicos soviéticos que programaron el lanzamiento de la Zond-6 para noviembre. Por otro lado, y teniendo en cuenta la similitud de sistemas que compartían ambas naves, el inminente acoplamiento de dos Soyuz en órbita terrestre daría a los responsables del programa las garantías para enviar a dos hombres a la Luna durante los primeros días de diciembre, justo a tiempo para adelantarse al Apolo-8.
Para entonces, existía una parte secreta del programa espacial de ambas potencias que permaneció oculta por décadas. Cuando se abrieron los archivos del Kremlin, tras la caída de la Unión Soviética, se supo que el programa soviético había tenido muchos más sobresaltos de los informados. El 26 de octubre de 1960, un comunicado del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas daba cuenta de la muerte del mariscal de artillería Mitrofan Nedelin en un accidente aéreo. En realidad, este experto en el desarrollo de misiles murió en el fallido lanzamiento de un cohete. "El desastre de Nedelin", como se lo conoce desde entonces, dejó sin vida a casi 200 personas, fue la catástrofe más grande en el lanzamiento de una nave espacial.
Minutos antes de la tragedia, en una flamante plataforma de despegue montada en Baikonur, Nedelin fue advertido de un problema eléctrico en el prototipo, y aun así ordenó seguir adelante. Aplazar el lanzamiento no era una opción válida en plena Guerra Fría. En ese momento, el primer ministro soviético Nikita Khrushchev estaba en Nueva York para asistir a una sesión de las Naciones Unidas donde tenía previsto anunciar el éxito de ese cohete, el R-16. A miles de kilómetros de allí, en un vano intento por solucionar el desperfecto, los ingenieros iniciaban accidentalmente la secuencia de ignición. Fue cuando las 160 toneladas del R-16 se desplomaron en llamas, abrasando por completo la plataforma de despegue. Aunque 126 personas murieron instantáneamente, Nedelin incluido, y más de 50 morirían en los días posteriores, toda la información sobre el incidente permaneció oculta hasta el advenimiento de la Perestroika.
Vladimir Semenov, guionista y productor del documental "La era espacial soviética", cree que el silencio en torno de los accidentes privó a su contendiente de información vital, que pudo haber evitado que se repitieran, sin saberlo, los mismos errores. "No había errores ni desastres en esa carrera, sólo se daban a conocer los logros", dice Semenov. Así, nada se decía de los cohetes que jamás alcanzaban a despegar, de los aterrizajes fallidos o de los astronautas perdidos en el espacio. Un ejemplo lo constituyen las primeras caminatas espaciales. Quien dio el primer paso en el espacio fue el cosmonauta soviético Aleksey Leonov, en marzo de 1965. Fue un paso en falso. Cuando Leonov se disponía a regresar a la nave notó que su traje espacial se había inflado, impidiéndole mover las piernas y los brazos. Luego de flotar unos minutos a la deriva, Leonov se arriesgó a despresurizar el traje, lo que le permitió regresar dificultosamente a su nave. Tiempo después, Eugene Cernan, uno de los primeros astronautas norteamericanos en realizar una caminata espacial, experimentó el mismo terror al ver cómo su traje se hinchaba en el vacío. Pero no supieron, uno y otro, lo que les había sucedido hasta muchos años después.
Otro de los accidentes más terribles fue el que protagonizó el cosmonauta soviético Valentín Bondarenko, en marzo de 1961, durante un experimento en un tanque de aislamiento. Permaneció allí durante diez días. Todo había transcurrido a la perfección hasta que Bondarenko intentó tirar a la basura un algodón embebido en alcohol. La mala puntería casi acaba con su vida. El proyectil fue a dar sobre una suerte de cocina que instantáneamente comenzó a arder, alimentada por una atmósfera artificial de oxígeno puro. En los treinta minutos que requirió la apertura de la puerta sellada del tanque, Bondarenko sufrió graves quemaduras. También del lado estadounidense hubo accidentes "maquillados" para la opinión pública. El 27 de enero de 1967, el comandante Virgil "Gus" Grissom y los pilotos Edward White y Roger Chaffee se encontraban dentro de la nave Apolo 1 realizando unas pruebas para su futura misión. De repente, por un cortocircuito en un cable mal aislado, se produjo un incendio y una explosión que mató a los astronautas por asfixia en sólo 17 segundos. No se había previsto un sistema de escape de emergencia en la cápsula. Los detalles de lo que había sucedido permanecieron ocultos hasta casi treinta años más tarde.
Para mediados de 1968, la NASA tenía todas las expectativas puestas en el Apolo 7. Si no podía probar que la nave estuviera preparada para permanecer en el espacio con una tripulación humana no habría Apolo 8 para llevar astronautas hasta la Luna. El despegue del Apolo 7 desde la rampa 34 de Cabo Cañaveral se llevó a cabo gracias a un cohete Saturno-IB, el 11 de octubre de 1968. Su misión orbital, sin el peso del módulo lunar, no precisaba de la potencia de un Saturno-V. La propia nave era el experimento y su misión, probar que podía llegar a la Luna, orbitarla, estar preparada en caso de alunizar y regresar sin inconvenientes a la Tierra. Cumplió todos los objetivos sin ningún problema y amerizó en el Atlántico, cerca de un portaviones de la Marina, como estaba previsto. A partir de ese momento pusieron todos los esfuerzos en tener listo el módulo lunar. Mientras tanto, en Baikonur, los soviéticos trabajaban en el primer cohete N-1. Tenían que recortar la ventaja de la NASA de alguna manera. Los habían aventajado con dos misiones exitosas del Saturno-V. Pero tenían el mismo problema que sus rivales. El módulo lunar todavía no tenía el desarrollo completo y necesitarían varios meses antes de que estuviera listo.
El Apolo 8 fue el primer viaje espacial tripulado que alcanzó una velocidad suficiente como para escapar del campo gravitacional de la Tierra; el primero en escapar del campo gravitacional de cualquier planeta; y el primer viaje tripulado en regresar a la Tierra desde otro cuerpo celeste. Los tres hombres de la tripulación se convirtieron en los primeros seres humanos en ver la cara oculta de la Luna. También, los primeros en ver la Tierra desde una órbita alrededor de otro planeta. Y el primero en salir desde el flamante Kennedy Space Center, ubicado al lado de la Estación de la Fuerza Aérea de Cabo Cañaveral, en Florida. El lanzamiento se realizó el 21 de diciembre de 1968 y tardaron tres días en llegar a la Luna. La tripulación estaba integrada por el comandante Frank Borman, el piloto del módulo de comando James Lovell y el piloto del módulo lunar William Anders. Orbitaron la Luna diez veces en un lapso de 20 horas, durante las cuales la tripulación realizó una emisión de televisión en Nochebuena en la cual leyeron los primeros capítulos del Génesis.
Los astronautas, como grandes productores de televisión, hicieron coincidir el tiempo de lectura con una vista de la Tierra flotando en la inmensidad del espacio. Mostraba por primera vez nuestro planeta con el entorno de mares, continentes y las nubes en contraste con la desolada superficie lunar. Cuando volvieron a emerger de la cara oculta de la Luna, Lovell informó al mundo: "Houston, please be informed there is a Santa Claus" (Houston, por favor informe que Santa Claus existe). Un gesto destacado por todos los medios y muy bien recibido por los que seguían la carrera espacial. El viaje de vuelta fue plácido, y los astronautas aprovecharon para descansar. El 27 de diciembre, a unos 14.500 kilómetros de altura, separaron el módulo de mando del de servicio y penetraron en la atmósfera terrestre a unos 120 kilómetros de la superficie. La cápsula entró por el nordeste de China y descendió en la oscuridad hasta amerizar en el Océano Pacífico. En su libro A man on the Moon, Andrew Chaikin cuenta que después de un año repleto de malas noticias, este vuelo de la Apolo 8 fue recibido como un bálsamo. A la NASA llegaron millones de mensajes, pero uno que vino en un telegrama desde Oklahoma resume el sentimiento del momento: "You saved 1968" (Salvaron 1968).
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
El anuncio de que el Apolo 8 volaría hacia la Luna, del 19 de agosto de 1968, cayó como una bomba neutrónica en la URSS. Los soviéticos respondieron de inmediato con el lanzamiento, el 15 de septiembre, desde la base de Baikonur, de la cosmonave 7K-L1 que iba a bordo de un Protón 8K. La misión se llamó Zond-5. Una hora y 7 minutos más tarde, la parte superior de la nave volvió a encenderse y colocó a la sonda en una trayectoria translunar. Era la demostración de que los soviéticos estaban preparados para seguir compitiendo cabeza a cabeza con los americanos. La nave no era tripulada, pero llevaba varios especímenes vivos, desde tortugas hasta plantas, para comprobar la influencia del medio ambiente lunar sobre un organismo biológico, e indicaba la clara resolución del entonces jefe del proyecto, Vladimir Chelomei, (Korolev, el padre del programa soviético, había muerto en 1966) de poner un hombre en la Luna cuanto antes. El 18 de septiembre, la nave hacía historia al dejarse arrastrar por las leyes de la gravitación y rodear la Luna sobrevolándola a una distancia de apenas 2.000 kilómetros. El Zond-5 inició de inmediato el regreso a casa. A unos 143.000 kilómetros de distancia su motor volvió a encenderse para corregir la trayectoria de entrada a la órbita terrestre y depositarlo en suelo soviético. Pero hubo un error de cálculo y la nave se lanzó a 11 kilómetros por segundo hacia el Océano Índico. Finalmente, los controles funcionaron correctamente, desaceleró hasta los 200 kilómetros por hora y abrió los paracaídas para tener un amerizaje suave. Esto envalentonó a los científicos soviéticos que programaron el lanzamiento de la Zond-6 para noviembre. Por otro lado, y teniendo en cuenta la similitud de sistemas que compartían ambas naves, el inminente acoplamiento de dos Soyuz en órbita terrestre daría a los responsables del programa las garantías para enviar a dos hombres a la Luna durante los primeros días de diciembre, justo a tiempo para adelantarse al Apolo-8.
Para entonces, existía una parte secreta del programa espacial de ambas potencias que permaneció oculta por décadas. Cuando se abrieron los archivos del Kremlin, tras la caída de la Unión Soviética, se supo que el programa soviético había tenido muchos más sobresaltos de los informados. El 26 de octubre de 1960, un comunicado del Comité Central del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas daba cuenta de la muerte del mariscal de artillería Mitrofan Nedelin en un accidente aéreo. En realidad, este experto en el desarrollo de misiles murió en el fallido lanzamiento de un cohete. "El desastre de Nedelin", como se lo conoce desde entonces, dejó sin vida a casi 200 personas, fue la catástrofe más grande en el lanzamiento de una nave espacial.
Minutos antes de la tragedia, en una flamante plataforma de despegue montada en Baikonur, Nedelin fue advertido de un problema eléctrico en el prototipo, y aun así ordenó seguir adelante. Aplazar el lanzamiento no era una opción válida en plena Guerra Fría. En ese momento, el primer ministro soviético Nikita Khrushchev estaba en Nueva York para asistir a una sesión de las Naciones Unidas donde tenía previsto anunciar el éxito de ese cohete, el R-16. A miles de kilómetros de allí, en un vano intento por solucionar el desperfecto, los ingenieros iniciaban accidentalmente la secuencia de ignición. Fue cuando las 160 toneladas del R-16 se desplomaron en llamas, abrasando por completo la plataforma de despegue. Aunque 126 personas murieron instantáneamente, Nedelin incluido, y más de 50 morirían en los días posteriores, toda la información sobre el incidente permaneció oculta hasta el advenimiento de la Perestroika.
Vladimir Semenov, guionista y productor del documental "La era espacial soviética", cree que el silencio en torno de los accidentes privó a su contendiente de información vital, que pudo haber evitado que se repitieran, sin saberlo, los mismos errores. "No había errores ni desastres en esa carrera, sólo se daban a conocer los logros", dice Semenov. Así, nada se decía de los cohetes que jamás alcanzaban a despegar, de los aterrizajes fallidos o de los astronautas perdidos en el espacio. Un ejemplo lo constituyen las primeras caminatas espaciales. Quien dio el primer paso en el espacio fue el cosmonauta soviético Aleksey Leonov, en marzo de 1965. Fue un paso en falso. Cuando Leonov se disponía a regresar a la nave notó que su traje espacial se había inflado, impidiéndole mover las piernas y los brazos. Luego de flotar unos minutos a la deriva, Leonov se arriesgó a despresurizar el traje, lo que le permitió regresar dificultosamente a su nave. Tiempo después, Eugene Cernan, uno de los primeros astronautas norteamericanos en realizar una caminata espacial, experimentó el mismo terror al ver cómo su traje se hinchaba en el vacío. Pero no supieron, uno y otro, lo que les había sucedido hasta muchos años después.
Otro de los accidentes más terribles fue el que protagonizó el cosmonauta soviético Valentín Bondarenko, en marzo de 1961, durante un experimento en un tanque de aislamiento. Permaneció allí durante diez días. Todo había transcurrido a la perfección hasta que Bondarenko intentó tirar a la basura un algodón embebido en alcohol. La mala puntería casi acaba con su vida. El proyectil fue a dar sobre una suerte de cocina que instantáneamente comenzó a arder, alimentada por una atmósfera artificial de oxígeno puro. En los treinta minutos que requirió la apertura de la puerta sellada del tanque, Bondarenko sufrió graves quemaduras. También del lado estadounidense hubo accidentes "maquillados" para la opinión pública. El 27 de enero de 1967, el comandante Virgil "Gus" Grissom y los pilotos Edward White y Roger Chaffee se encontraban dentro de la nave Apolo 1 realizando unas pruebas para su futura misión. De repente, por un cortocircuito en un cable mal aislado, se produjo un incendio y una explosión que mató a los astronautas por asfixia en sólo 17 segundos. No se había previsto un sistema de escape de emergencia en la cápsula. Los detalles de lo que había sucedido permanecieron ocultos hasta casi treinta años más tarde.
Para mediados de 1968, la NASA tenía todas las expectativas puestas en el Apolo 7. Si no podía probar que la nave estuviera preparada para permanecer en el espacio con una tripulación humana no habría Apolo 8 para llevar astronautas hasta la Luna. El despegue del Apolo 7 desde la rampa 34 de Cabo Cañaveral se llevó a cabo gracias a un cohete Saturno-IB, el 11 de octubre de 1968. Su misión orbital, sin el peso del módulo lunar, no precisaba de la potencia de un Saturno-V. La propia nave era el experimento y su misión, probar que podía llegar a la Luna, orbitarla, estar preparada en caso de alunizar y regresar sin inconvenientes a la Tierra. Cumplió todos los objetivos sin ningún problema y amerizó en el Atlántico, cerca de un portaviones de la Marina, como estaba previsto. A partir de ese momento pusieron todos los esfuerzos en tener listo el módulo lunar. Mientras tanto, en Baikonur, los soviéticos trabajaban en el primer cohete N-1. Tenían que recortar la ventaja de la NASA de alguna manera. Los habían aventajado con dos misiones exitosas del Saturno-V. Pero tenían el mismo problema que sus rivales. El módulo lunar todavía no tenía el desarrollo completo y necesitarían varios meses antes de que estuviera listo.
El Apolo 8 fue el primer viaje espacial tripulado que alcanzó una velocidad suficiente como para escapar del campo gravitacional de la Tierra; el primero en escapar del campo gravitacional de cualquier planeta; y el primer viaje tripulado en regresar a la Tierra desde otro cuerpo celeste. Los tres hombres de la tripulación se convirtieron en los primeros seres humanos en ver la cara oculta de la Luna. También, los primeros en ver la Tierra desde una órbita alrededor de otro planeta. Y el primero en salir desde el flamante Kennedy Space Center, ubicado al lado de la Estación de la Fuerza Aérea de Cabo Cañaveral, en Florida. El lanzamiento se realizó el 21 de diciembre de 1968 y tardaron tres días en llegar a la Luna. La tripulación estaba integrada por el comandante Frank Borman, el piloto del módulo de comando James Lovell y el piloto del módulo lunar William Anders. Orbitaron la Luna diez veces en un lapso de 20 horas, durante las cuales la tripulación realizó una emisión de televisión en Nochebuena en la cual leyeron los primeros capítulos del Génesis.
Los astronautas, como grandes productores de televisión, hicieron coincidir el tiempo de lectura con una vista de la Tierra flotando en la inmensidad del espacio. Mostraba por primera vez nuestro planeta con el entorno de mares, continentes y las nubes en contraste con la desolada superficie lunar. Cuando volvieron a emerger de la cara oculta de la Luna, Lovell informó al mundo: "Houston, please be informed there is a Santa Claus" (Houston, por favor informe que Santa Claus existe). Un gesto destacado por todos los medios y muy bien recibido por los que seguían la carrera espacial. El viaje de vuelta fue plácido, y los astronautas aprovecharon para descansar. El 27 de diciembre, a unos 14.500 kilómetros de altura, separaron el módulo de mando del de servicio y penetraron en la atmósfera terrestre a unos 120 kilómetros de la superficie. La cápsula entró por el nordeste de China y descendió en la oscuridad hasta amerizar en el Océano Pacífico. En su libro A man on the Moon, Andrew Chaikin cuenta que después de un año repleto de malas noticias, este vuelo de la Apolo 8 fue recibido como un bálsamo. A la NASA llegaron millones de mensajes, pero uno que vino en un telegrama desde Oklahoma resume el sentimiento del momento: "You saved 1968" (Salvaron 1968).