¿Qué quiere conseguir Donald Trump en Irán?
Sigue escalando el conflicto en el Golfo Pérsico. Los halcones de la Casa Blanca recomiendan un golpe rápido y duro contra el régimen de los ayatollahs. Los expertos advierten de que una intervención militar podría desatar un grave conflicto que afectaría a todos los países de la región
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
El presidente Donald Trump ordenó un ataque contra Irán y a último momento lo detuvo porque un general le recordó que podría generar, al menos, 150 muertes.
Si alguna vez sucedió anteriormente algo así en la Casa Blanca, nunca nos enteramos. Ahora, fue el propio presidente quien se encargó de difundirlo –lo hizo por su cuenta de Twitter con millones de seguidores-. El mítico periodista Bob Woodward ya describió en su libro "Miedo" el caos en el que se mueve la Administración Trump. Pero esto va más allá, muestra una incoherencia profunda de política internacional y una falta de criterio ante decisiones tan difíciles como la de dar la orden de lanzar un ataque. Varios analistas de Washington hablan de una "obsesión" de Trump con Irán y la comparan a la que tuvo Bush hijo con respecto a Irak. Mientras se preguntan qué es lo que realmente quiere lograr el presidente en esta escalada del conflicto con el régimen de los ayatollahs de Teherán.
La última gota, fue el derribo de un drone espía estadounidense por parte de la aviación iraní. Esto siguió al ataque del 13 de junio contra dos barcos petroleros en el Estrecho de Ormuz, frente a las costas de Omán. Fueron apenas los últimos de una serie de asaltos a barcos cisterna que navegaban a través del Golfo Pérsico.
En mayo, habían sido naves de bandera saudita, noruega y emiratíes. Estados Unidos acusa de estos atentados a las fuerzas iraníes. Ya lo había hecho también Arabia Saudita, eterno rival de Irán. El gobierno de Riyadh dijo que los ataques de mayo habían sido una "agresión desnuda". El rey saudita Salman pidió la colaboración de la comunidad internacional y "utilizar todos los medios" para castigar al régimen iraní. El asesor de Seguridad Nacional estadounidense, John Bolton, un duro que aconsejó varias veces bombardear Irán para paralizar su programa nuclear, sostuvo que el gobierno de Teherán es "casi seguro" responsable de los ataques. En mayo, fue el mismo Bolton quien anunció el despliegue en el Golfo Pérsico de dos portaviones con capacidad nuclear, los más poderosos de la armada estadounidense, con el propósito de "enviar un mensaje claro e inequívoco". Poco después, el Pentágono transfirió a la zona un contingente de mil soldados.
Desde el punto de vista político no hubo ningún mensaje prístino. No se sabe si la Casa Blanca busca un cambio de comportamiento o un cambio de régimen. Trump le había dicho unos días antes a Piers Morgan, de la cadena británica ITV, que "las opciones militares están sobre la mesa, pero todavía hay más que hablar". Según el columnista del Washington Post David Ignatius, el presidente "quiere sonar duro porque eso es popular pero no llegar a una guerra porque eso es impopular". El general retirado David Petraeus dijo en una entrevista con ABC News que está convencido de que Trump "no quiere de ninguna manera una guerra ni con Irán ni con nadie".
Lo cierto es que Trump ya ordenó dos ataques en la región. Fue en Siria en 2017 y 2018 en respuesta al uso de armas químicas por parte del régimen de Bashar al Assad. Durante la campaña que lo llevó a la Casa Blanca, el multimillonario se comprometió a sacar a Estados Unidos de cualquier conflicto en Medio Oriente. La conflictiva relación entre ambos países desde la revolución iraní de 1979 y el asalto a la embajada estadounidense y el secuestro de los funcionarios hacen de esta una situación muy peligrosa.
Cualquier movimiento en falso podría hacer saltar todo por los aires. Aquí no se trata de un enfrentamiento entre dos fuerzas equilibradas que se desafían sabiendo que no pueden ir a una guerra sin autodestruirse, como ocurrió por 40 años entre Moscú y Washington. Señales mixtas, mala sincronización y maniobras no calibradas pueden conducir a un conflicto armado como ya sucedió muchas otras veces en la Historia.
El fondo de esta escalada está en la decisión de Trump de desconocer el acuerdo para reducir la capacidad nuclear iraní que había sido suscripto en 2015 por Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China. No era un pacto perfecto, pero había detenido la carrera nuclear iraní y le había quitado la capacidad para fabricar una bomba atómica. Eso había sido suficiente para el entonces presidente Barack Obama, pero no para la actual administración.
La imposición de duras sanciones económicas, hicieron el resto. Irán anunció que de esa manera tenía las manos libres para continuar con su programa nuclear sin ninguna restricción. Aunque el presidente Hassan Rouhani accedió a dar un plazo de 60 días, que finaliza a principios de julio, para que Alemania, Francia, China y Rusia intercedan en el conflicto. A cambio, las potencias se comprometieron a reforzar los sectores bancarios y de energía convencional iraní. Pero nada de esto satisface al ala más radical del régimen de Teherán. El líder supremo, el ayatollah Khamenei, aseguró que "la negociación no tiene ningún beneficio y conlleva daños para nuestra nación".
La semana pasada visitó Teherán el primer ministro japonés, Shinzo Abe, quien trató el tema con Rouhani y Khamenei. Japón no firmó el acuerdo nuclear de 2015 pero sigue teniendo influencia en Washington y es uno de los mayores consumidores del petróleo iraní. No está claro lo que Abe puede lograr en este clima sobrecalentado de la situación. Pero se habló de una potencial solución que incluye renegociar las restricciones a las centrífugas de las plantas nucleares iraníes, la obligación internacional de mantener una inspección permanente y un límite más concreto a la acumulación de material nuclear. Un acuerdo ligeramente modificado como el que Trump podría aceptar. Algo parecido al acuerdo comercial "apenas ajustado" con Canadá y México que se alcanzó hace siete meses –firmado en la cumbre del G-20 en Buenos Aires- y que fue "vendido" por los líderes de los tres países como "una victoria de todos".
"Si Abe falla, la crisis con Irán puede convertirse en la culminación de la ambición de toda la vida del asesor John Bolton", escribieron los ex funcionarios demócratas y especialistas en política internacional, Colin Kahl y Jon Wolfsthal, en un artículo publicado en Los Angeles Times. Agregaron que "lo que está prevaleciendo en la Casa Blanca son las posiciones de Bolton, no las de Trump, y eso es muy peligroso, nos puede llevar directamente a una guerra. Ese es el plan del asesor de Seguridad Nacional". Desde hace décadas, Bolton -que fue también el ex embajador ante las Naciones Unidas del gobierno de George W. Bush-, pide públicamente ataques preventivos contra Irak, Corea del Norte e Irán.
El peligro ahora es que Trump, al igual que George W. Bush en el período previo a la invasión de Irak en 2003, sea seducido por Bolton y otros halcones de su Administración, así como sus aliados israelíes y sauditas, con el argumento de que "puede rehacer rápida y fácilmente el orden de Medio Oriente".
Estos sectores creen que la debilidad militar de Irán para enfrentar una maquinaria bélica tan potente como la estadounidense podría llevar a "una guerra rápida que termine con el régimen de los ayatollahs y ponga nuevamente a América en el primer lugar". Pero para ganar una guerra contra Irán, Estados Unidos tendría que enviar tropas de infantería y se vería nuevamente envuelto en un conflicto de consecuencias imprevisibles como fue la invasión de Afganistán en 2001 o la de Irak dos años más tarde.
Trump fue, supuestamente, elegido para terminar con esas guerras y traer definitivamente a las tropas a casa. Iniciar un nuevo enfrentamiento bélico sería sumamente impopular y daría por tierra con las aspiraciones de reelección que tiene el actual ocupante de la Casa Blanca. Y no sería sólo una aventura de graves consecuencias para Irán y Estados Unidos, sino que tendría probablemente consecuencias devastadoras para todos los países de la región y en especial para aquellos en los que hay milicias financiadas por Irán, como Yemen, Siria, Irak y El Líbano. También Israel, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos se verían afectados. Una guerra en el Golfo Pérsico solo dejaría perdedores.
Gustavo Sierra
Especial para Infobae America
El presidente Donald Trump ordenó un ataque contra Irán y a último momento lo detuvo porque un general le recordó que podría generar, al menos, 150 muertes.
Si alguna vez sucedió anteriormente algo así en la Casa Blanca, nunca nos enteramos. Ahora, fue el propio presidente quien se encargó de difundirlo –lo hizo por su cuenta de Twitter con millones de seguidores-. El mítico periodista Bob Woodward ya describió en su libro "Miedo" el caos en el que se mueve la Administración Trump. Pero esto va más allá, muestra una incoherencia profunda de política internacional y una falta de criterio ante decisiones tan difíciles como la de dar la orden de lanzar un ataque. Varios analistas de Washington hablan de una "obsesión" de Trump con Irán y la comparan a la que tuvo Bush hijo con respecto a Irak. Mientras se preguntan qué es lo que realmente quiere lograr el presidente en esta escalada del conflicto con el régimen de los ayatollahs de Teherán.
La última gota, fue el derribo de un drone espía estadounidense por parte de la aviación iraní. Esto siguió al ataque del 13 de junio contra dos barcos petroleros en el Estrecho de Ormuz, frente a las costas de Omán. Fueron apenas los últimos de una serie de asaltos a barcos cisterna que navegaban a través del Golfo Pérsico.
En mayo, habían sido naves de bandera saudita, noruega y emiratíes. Estados Unidos acusa de estos atentados a las fuerzas iraníes. Ya lo había hecho también Arabia Saudita, eterno rival de Irán. El gobierno de Riyadh dijo que los ataques de mayo habían sido una "agresión desnuda". El rey saudita Salman pidió la colaboración de la comunidad internacional y "utilizar todos los medios" para castigar al régimen iraní. El asesor de Seguridad Nacional estadounidense, John Bolton, un duro que aconsejó varias veces bombardear Irán para paralizar su programa nuclear, sostuvo que el gobierno de Teherán es "casi seguro" responsable de los ataques. En mayo, fue el mismo Bolton quien anunció el despliegue en el Golfo Pérsico de dos portaviones con capacidad nuclear, los más poderosos de la armada estadounidense, con el propósito de "enviar un mensaje claro e inequívoco". Poco después, el Pentágono transfirió a la zona un contingente de mil soldados.
Desde el punto de vista político no hubo ningún mensaje prístino. No se sabe si la Casa Blanca busca un cambio de comportamiento o un cambio de régimen. Trump le había dicho unos días antes a Piers Morgan, de la cadena británica ITV, que "las opciones militares están sobre la mesa, pero todavía hay más que hablar". Según el columnista del Washington Post David Ignatius, el presidente "quiere sonar duro porque eso es popular pero no llegar a una guerra porque eso es impopular". El general retirado David Petraeus dijo en una entrevista con ABC News que está convencido de que Trump "no quiere de ninguna manera una guerra ni con Irán ni con nadie".
Lo cierto es que Trump ya ordenó dos ataques en la región. Fue en Siria en 2017 y 2018 en respuesta al uso de armas químicas por parte del régimen de Bashar al Assad. Durante la campaña que lo llevó a la Casa Blanca, el multimillonario se comprometió a sacar a Estados Unidos de cualquier conflicto en Medio Oriente. La conflictiva relación entre ambos países desde la revolución iraní de 1979 y el asalto a la embajada estadounidense y el secuestro de los funcionarios hacen de esta una situación muy peligrosa.
Cualquier movimiento en falso podría hacer saltar todo por los aires. Aquí no se trata de un enfrentamiento entre dos fuerzas equilibradas que se desafían sabiendo que no pueden ir a una guerra sin autodestruirse, como ocurrió por 40 años entre Moscú y Washington. Señales mixtas, mala sincronización y maniobras no calibradas pueden conducir a un conflicto armado como ya sucedió muchas otras veces en la Historia.
El fondo de esta escalada está en la decisión de Trump de desconocer el acuerdo para reducir la capacidad nuclear iraní que había sido suscripto en 2015 por Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China. No era un pacto perfecto, pero había detenido la carrera nuclear iraní y le había quitado la capacidad para fabricar una bomba atómica. Eso había sido suficiente para el entonces presidente Barack Obama, pero no para la actual administración.
La imposición de duras sanciones económicas, hicieron el resto. Irán anunció que de esa manera tenía las manos libres para continuar con su programa nuclear sin ninguna restricción. Aunque el presidente Hassan Rouhani accedió a dar un plazo de 60 días, que finaliza a principios de julio, para que Alemania, Francia, China y Rusia intercedan en el conflicto. A cambio, las potencias se comprometieron a reforzar los sectores bancarios y de energía convencional iraní. Pero nada de esto satisface al ala más radical del régimen de Teherán. El líder supremo, el ayatollah Khamenei, aseguró que "la negociación no tiene ningún beneficio y conlleva daños para nuestra nación".
La semana pasada visitó Teherán el primer ministro japonés, Shinzo Abe, quien trató el tema con Rouhani y Khamenei. Japón no firmó el acuerdo nuclear de 2015 pero sigue teniendo influencia en Washington y es uno de los mayores consumidores del petróleo iraní. No está claro lo que Abe puede lograr en este clima sobrecalentado de la situación. Pero se habló de una potencial solución que incluye renegociar las restricciones a las centrífugas de las plantas nucleares iraníes, la obligación internacional de mantener una inspección permanente y un límite más concreto a la acumulación de material nuclear. Un acuerdo ligeramente modificado como el que Trump podría aceptar. Algo parecido al acuerdo comercial "apenas ajustado" con Canadá y México que se alcanzó hace siete meses –firmado en la cumbre del G-20 en Buenos Aires- y que fue "vendido" por los líderes de los tres países como "una victoria de todos".
"Si Abe falla, la crisis con Irán puede convertirse en la culminación de la ambición de toda la vida del asesor John Bolton", escribieron los ex funcionarios demócratas y especialistas en política internacional, Colin Kahl y Jon Wolfsthal, en un artículo publicado en Los Angeles Times. Agregaron que "lo que está prevaleciendo en la Casa Blanca son las posiciones de Bolton, no las de Trump, y eso es muy peligroso, nos puede llevar directamente a una guerra. Ese es el plan del asesor de Seguridad Nacional". Desde hace décadas, Bolton -que fue también el ex embajador ante las Naciones Unidas del gobierno de George W. Bush-, pide públicamente ataques preventivos contra Irak, Corea del Norte e Irán.
El peligro ahora es que Trump, al igual que George W. Bush en el período previo a la invasión de Irak en 2003, sea seducido por Bolton y otros halcones de su Administración, así como sus aliados israelíes y sauditas, con el argumento de que "puede rehacer rápida y fácilmente el orden de Medio Oriente".
Estos sectores creen que la debilidad militar de Irán para enfrentar una maquinaria bélica tan potente como la estadounidense podría llevar a "una guerra rápida que termine con el régimen de los ayatollahs y ponga nuevamente a América en el primer lugar". Pero para ganar una guerra contra Irán, Estados Unidos tendría que enviar tropas de infantería y se vería nuevamente envuelto en un conflicto de consecuencias imprevisibles como fue la invasión de Afganistán en 2001 o la de Irak dos años más tarde.
Trump fue, supuestamente, elegido para terminar con esas guerras y traer definitivamente a las tropas a casa. Iniciar un nuevo enfrentamiento bélico sería sumamente impopular y daría por tierra con las aspiraciones de reelección que tiene el actual ocupante de la Casa Blanca. Y no sería sólo una aventura de graves consecuencias para Irán y Estados Unidos, sino que tendría probablemente consecuencias devastadoras para todos los países de la región y en especial para aquellos en los que hay milicias financiadas por Irán, como Yemen, Siria, Irak y El Líbano. También Israel, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos se verían afectados. Una guerra en el Golfo Pérsico solo dejaría perdedores.