3.000 millones de posibilidades de vida

Tres de cada cuatro estrellas del universo tienen planetas que podrían albergar seres vivos en condiciones extremas

Daniel Mediavilla
El País
En el universo Star Trek, la Primera Directiva de la Federación Unida de Planetas impide que sus miembros interfieran en el desarrollo cultural de las civilizaciones alienígenas. Aquellas que no tengan la tecnología para viajar más rápido que la luz y entrar en contacto con civilizaciones de otros mundos, son protegidas de ese conocimiento hasta que lo alcanzan por sus propios medios. Una norma así, habría mantenido a los humanos en la inopia y explicaría una paradoja que intrigó a Enrico Fermi años después de ayudar a crear la bomba atómica. ¿Si hay una cantidad casi incontable de planetas y con ello inmensas posibilidades de que surja una civilización en alguno de ellos, por qué no existe ninguna evidencia de que esto haya sucedido? Tres de cada cuatro estrellas podrían albergar vida en circustancias estremas. Según una hipótesis, cerca de 3.000 millones de planetas podrían ser habitables en la Vía Láctea.


Como civilización atrasada, al menos según los parámetros de Star Trek, los habitantes de la Tierra debemos continuar explorando poco a poco otros planetas en busca de señales que digan si estamos solos. Esta misma semana, se ha anunciado el descubrimiento de un nuevo sistema solar con dos planetas como el nuestro a 12,5 años luz, muy cerca en términos cósmicos. Estos dos nuevos mundos están a la distancia justa de Teegarden, su estrella, y los astrónomos, que utilizaron un telescopio del observatorio almeriense de Calar Alto (Almería) para realizar el hallazgo, calculan que la temperatura allí sería templada y podrían tener agua líquida en la superficie, una condición básica para la vida que conocemos.

Difícil evolución

Pero la aparición de seres que se autorreplican y evolucionan, de bichos microscópicos a animales visibles a individuos creadores de máquinas para comunicarse entre sistemas estelares, no es tan sencilla. O Fermi no se habría enfrentado a su paradoja. Para empezar, las estrellas en las que se han descubierto los sistemas planetarios en regiones habitables tienen poco que ver con el sol. Todas son enanas rojas, las estrellas más abundantes del universo y, por consiguiente, el entorno en el que más exoplanetas se pueden encontrar. Su pequeño tamaño y la poca energía que emiten hace que casi nunca puedan verse desde la Tierra sin telescopios. Para recibir suficiente calor de su estrella, debe orbitar muy cerca de ella. Y esto tiene consecuencias.

Probablemente, muchos de estos mundos cercanos (y supuestamente habitables), como los dos de Teegarden, el sistema que rodea a Trappist-1 o Proxima b, enseñan siempre la misma cara a su estrella. Esto sucede cuando un objeto de menor tamaño, como la luna con la Tierra o Mercurio con el Sol, están demasiado cerca de otro cuerpo mayor. Eso hace que en todos estos exoplanetas sean esperables condiciones extremas. Una cara sería un desierto hirviente y la otra un gigantesco bloque de hielo. Entre esos dos infiernos, una franja de pocos kilómetros de ancho en la que la temperatura fuese adecuada y el hielo derretido procedente de la cara oculta del planeta haría posible la vida.
Los telescopios en Calar Alto, Almería, desde el que se han desbierto dos nuevos planetas extrasolares ampliar foto
Los telescopios en Calar Alto, Almería, desde el que se han desbierto dos nuevos planetas extrasolares

Pero incluso en ese reducto, las condiciones no serían ideales. Las grandes diferencias de temperatura, como las que producen los huracanes en la Tierra, pero mucho mayores, generarían unos vientos que barrerían con violencia la superficie de un mundo como Proxima b, haciendo que, en caso de existir, sus formas vegetales y animales deban adaptarse para no salir volando contra el muro de hielo en un lado o lanzadas al desierto ardiente del otro.

La vida en este tipo de planetas, los más abundantes del cosmos, tendría un enemigo quizá más formidable. Las enanas rojas, mucho menores que nuestro sol, no tienen masa suficiente para estabilizar el inmenso reactor de fusión nuclear que calienta sus entrañas. Periódicamente, lanzan llamaradas de radiación que arrasarían las atmósferas de sus planetas y aniquilarían a los seres vivos de su superficie. Uno de estos cataclismos se observó en Proxima Centauri, la estrella que orbita Proxima b, en marzo de 2016. Entonces, según publicó un grupo de astrónomos españoles y de EE UU, la enana roja emitió un potente estallido de luz que multiplicó su brillo por 70. Pese a que normalmente no se pueden ver con el ojo desnudo, durante algunos segundos, Proxima Centauri se pudo observar desde el hemisferio sur sin ayuda tecnológica. La superficie de Proxima b debió ser un infierno.

¿CUÁL ES LA ZONA HABITABLE ALREDEDOR DE UNA ESTRELLA?

Es la región periférica donde es posible que se desarrolle algún tipo de vida. Depende de la distancia y de la temperatura que el astro genera.
Los defensores de los planetas que orbitan enanas rojas como lugares en los que buscar vida tienen algunos argumentos a su favor, además del hecho de que tres de cada cuatro estrellas de la Vía Láctea son de ese tipo. Por un lado, un buen campo magnético, como el que lleva millones de años evitando que la radiación solar abrase la vida en la Tierra, podría, según algunos investigadores, resistir los embates de los estallidos de rayos X de las estrellas. Además, como contaba el investigador en el Centro de Astrobiología en Madrid Alberto González Fairén cuando se produjo el descubrimiento de Proxima b, gran parte de esa furia se produce cuando la estrella es joven, “durante sus primeros millones de años de existencia, para quedar después como estrellas mucho menos activas”.

LA INMENSIDAD DEL COSMOS

Estimación

a. Tres exoplanetas de media por estrella. Solo el Sol, por ejemplo, tiene ocho grandes planetas, cinco menores y docenas enanos.
b. Hipótesis: 1% de planetas en la zona habitable de su sistema.

Las enanas rojas son más pequeñas y brillan menos, pero tienen una vida mucho más prolongada. Teegarden, por ejemplo, se formó hace unos 9.000 millones de años, el doble que nuestro sistema solar, y le pueden quedar 10 billones (de los españoles, sí) de años de existencia. Mucho tiempo para que el azar genere las circunstancias en las que pueda surgir la vida. El Sol, sin embargo, tiene solo 10.000 millones de años por delante y, a diferencia de las enanas rojas, incrementa progresivamente su temperatura. El calor hará imposible la vida en la Tierra mucho antes del colapso de nuestra estrella.

Mientras desarrollamos tecnologías para viajar a través del espacio en tiempos asumibles, la búsqueda de vida extraterrestre puede ser frustrante dependiendo de las expectativas. Hace poco, el director científico de la Agencia Espacial Europea (ESA), Günther Hasinger, afirmó en este periódico que “encontraremos señales de formas de vida fuera de la Tierra en los próximos años”. Pero mejor no imaginar seres más o menos extraños que caminan sobre dos patas y tienen culturas exóticas. La vida en la Tierra apareció pocos cientos de millones de años después de la formación del planeta, pero la llegada de animales requirió 3.000 millones de años más, así que es menos probable que los hombrecillos verdes hayan tenido tiempo de evolucionar en alguno de los más de 4.000 planetas extrasolares que ya hemos identificado.

El universo podría albergar inteligencia extraterrestre que no estuviese viva, que fuese artificial

En los próximos años, la construcción de supertelescopios terrestres y el lanzamiento de grandes telescopios espaciales como el James Webb, nos permitirán observar con cierta precisión la atmósfera de los nuevos mundos descubiertos. Allí, se buscarán señales de actividad biológica, pero si se encuentran, lo más probable es que se trate de algas o bacterias como las que modificaron la atmósfera y la hicieron habitable para nosotros hace miles de millones de años. Pero la tecnología para confirmar los descubrimientos tardará en llegar y enviar una sonda a estudiar aquellos mundos, incluso los más cercanos, parece todavía ciencia ficción.

Existe una última posibilidad inquietante sobre la presencia de seres inteligentes en el universo cercano. Algunos gurús de la tecnología prevén que en las próximas décadas el progreso de la inteligencia artificial dará lugar a la emergencia de inteligencias generales autónomas, capaces de actuar sin necesidad de recibir nuestras órdenes y que pueden generar sus propios objetivos. En esta visión del futuro, las máquinas podrían ponerse a nuestro servicio y crear una civilización idílica en la que los robots hiciesen nuestro trabajo, curasen nuestras enfermedades e inventasen medios para obtener cantidades ilimitadas de energía para los humanos. Pero esa no es la única opción.
Inteligencia artificial

Una inteligencia artificial puede tener también objetivos ajenos a nuestro bienestar. Frente a los intereses propios de los seres vivos, como el alimento, el sexo o la acumulación de poder, las máquinas podrían tener otros objetivos aparentemente estúpidos, como transformar en brocas del ocho todos los átomos del universo, incluidos los que conforman nuestros cuerpos. Nuestra ilusión por encontrar civilizaciones extraterrestres con las que compartir vivencias y conocimiento se puede topar con unos seres superinteligentes e inertes dispuestos a conquistar el universo para convertirlo en un absurdo. Los planetas que orbitan Teegarden llevan 5.000 millones de años más en el universo que nuestra Tierra. Las fases de la evolución han podido sucederse en alguno de aquellos mundos y la vida inteligente ha podido ser sustituida por una inteligencia artificial que no respeta la Primera Directiva de la Federación de Planetas y ya mira hacia la Tierra con intenciones aviesas.

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