Al otro lado del mito: todos los secretos de la Mona Lisa
Prostitución, enfermedades, una sonrisa esquiva, embarazo, teorías conspirativas, y hasta un escape del ejército nazi. A 500 años de la muerte de Leonardo Da Vinci, un repaso por las historias que contribuyeron a que “La Gioconda” sea la obra de arte más famosa de la historia
No existe documentación para conocer el origen, pero las tradiciones le dictan a la lógica que La Mona Lisa fue un encargo de Francesco del Giocondo a Leonardo Da Vinci para conmemorar algún acontecimiento importante, algunos aseguran que el nacimiento de alguno de sus hijos.
Lo cierto es que el gran genio florentino comenzó este retrato en 1503 y jamás lo entregó a la familia. En 1508 se marchó con él hacia Venecia y la obra lo siguió en un largo derrotero -que incluyó Florencia y Milán- y que finalizó en 1519, el 2 de mayo de aquel año, del que hoy se cumplen 500 años, cuando falleció en Amboise, Francia.
Tras su muerte fue adquirida por Francisco I de Francia, quien lo dejó a sus herederos, pero cuando Robespierre mandó a guillotinar a la familia real, se convirtió en patrimonio del estado francés, pasó luego por la pared del dormitorio de Napoleón y finalmente llegó al Museo del Louvre, donde hoy descansa.
Quién fue: ¿Prostituta, travesti o una mujer noble?
Si bien hoy es aceptado que la mujer del retrato es Lisa di Antonmaria Gherardini, segunda esposa del empresario Francesco del Giocondo, una noble florentina de una familia originaria de la región de Toscana, en Italia, por mucho tiempo hubo diferentes hipótesis sobre su identidad.
Hubo presunciones varias como que fue la madre de Leonardo, una creación que surgió de la mixtura de diferentes modelos, femeninos y masculinos, y hasta un autorretrato de un travesti. De todas las conjeturas, la que tuvo mayor aval fue la que la señalaba como una prostituta y todo debido a su apariencia.
Según los expertos en el Renacentismo solo había un tipo de mujer que, en la Italia del siglo XVI, no llevaría cejas, pestañas o bigotes: las rameras. Solo un tipo de profesión podía ser representada con un rostro sin características esenciales, el de una mujer que no era nadie y que, por ende, debía ejercer el oficio más antiguo del planeta.
Otro punto a favor de esta teoría es que el peinado, en aquella época, estaba a la moda entre las furcias y también entre las jóvenes solteras, pero al estar La Mona Lisa casada, los especialistas aseguraban que debía ser sí o sí una señora de vida pecaminosa. Sin embargo, estudios posteriores con rayos infrarrojos determinaron que el cabello no está colgando, sino que se encuentra unido en la parte posterior a través de un moño, por lo que la teoría del peinado prostibular quedaría descartada.
Pascal Cotte, un ingeniero e inventor francés, centró su estudio en las cejas y las pestañas. Luego de capturar imágenes en Ultra-HD de la obra, llegó a la conclusión que Da Vinci pudo haberlas pintado originalmente, aunque por alguna razón desconocida luego las sacó. Cotte llegó a magnificar la zona hasta 24 veces y encontró una pincelada de un solo cabello sobre el ojo izquierdo.
Si bien ya se asume que es Lisa Gherardini, existen todavía algunos teóricos que afirman que en realidad la mujer es Constanza de Ávalos, duquesa de Francaville, una aristócrata italiana que fue Duquesa de Milán, entre 1489 y 1494.
Los secretos de sus ojos
Una de las características que se destacan de las pinturas de Leonardo fue esa capacidad, hasta entonces única, de otorgarle profundidad. De acuerdo a un trabajo del neurocientífico Christopher W. Tyler, de la City University de Londres, publicado por la revista Jama Ophthalmology, esto se debía a un "estrabismo intermitente llamado exotropía, con la alternancia de visión 2D y 3D, que de alguna manera hizo al artista más consciente de los detalles que generan la tridimensionalidad en las pinturas". Para sostener su tesis, el científico observó que está características se extienden a otras célebres obras como Salvator Mundi y El hombre de Vitruvio, en las que el artista habría reproducido su defecto visual, tal como también lo hizo con Mona Lisa.
Para los expertos en Da Vinci, la famosa novela de Dan Brown no hizo más que confundir las cosas con respecto al gran maestro, sin embargo algunos se miraron asombrados cuando el Comité Nacional para la Cultura de la Cultura descubrió que efectivamente La Mona Lisa si conservaba un código oculto.
"A simple vista, los símbolos no son visibles, pero con una lupa se pueden ver claramente", dijo Silvano Vinceti, presidente del Comité. De acuerdo a un estudio realizado con lupas HD el ojo derecho muestra las letras "LV" (probablemente sean la firma), mientras en el izquierdo hay dos interpretaciones: el número 72, las letras CE o una combinación, L2.
La sonrisa (enferma) de la Mona Lisa
Su expresión es, sin dudas, otro de los grandes misterios. Por cientos de años, los amantes del arte se han preguntado por qué sonreía, por qué tenía un gesto tan poco común, tan desconcertante.
La primera versión conocida es la de Giorgio Vasari, casi contemporáneo al genio florentino, quien aseguró que Da Vinci contrató a músicos y cómicos para que la entretuvieran durante las horas en que debía posar inmóvil. Aunque son las historias clínicas las que más peso ganaron en los últimos años.
La más conocida es la del doctor Vito Franco, de la Universidad de Palermo, quien en 2010 identificó una serie de signos que lo llevaron a concluir que la modelo tenía colesterol alto. "Muestra signos claros de una acumulación de ácidos grasos debajo de la piel, causada por el exceso de colesterol", sentenció en su informe, donde además sumó que "podría haber un lipoma, o tumor benigno de tejido graso, en su ojo derecho".
Por su parte, el año pasado, Mandeep Mehra -profesor de la Universidad de Harvard y director médico del Centro vascular y del corazón de Brigham, en Massachusetts- realizó un análisis minucioso de sus facciones, que se publicó el Proceeding Journal de la prestigiosa Mayo Clinic. Allí, aseguró que "por su cabello fino, su piel amarillenta y la evidencia de bocio en su papada, lo más probable es que sufriera de hipotiroidismo", lo que provoca un "retraso psicomotor y debilidad muscular" y eso que "podía explicar esa sonrisa incompleta en el rostro de la modelo".
"La dieta de los italianos durante el Renacimiento era escasa en iodo, por eso era habitual desarrollar hipotiroidismo, como se ve en muchas pinturas y esculturas de la época", dijo Mehra.
En 1992, el psiquiatra británico Digby Quested escribió un artículo para el Bulletin of the Royal College of Psychiatrists (1992), en el que sostenía la teoría del "Espejo invertido": "La sonrisa de Mona Lisa se inclina hacia la izquierda, gesto más común entre los hombres. La imagen es un autorretrato invertido, tanto en la mirada oblicua como en el género sexual". Quested llegaba a esta conclusión tras realizar un análisis de los rasgos por computadora, que, según él, "demostraban que los rasgos de la Mona Lisa y del conocido autorretrato de Da Vinci en su vejez se unían casi a la perfección".
La Mona Lisa es tan atrapante que incluso el mismísimo Sigmund Freud tuvo su propia especulación. Para el padre del psicoanálisis, escribe en Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci, la sonrisa no era otra cosa que la presencia de la madre del artista en el inconsciente: o sea, un recuerdo de su infancia que regresó para opacar la verdadera expresión de La Gioconda.
Por su parte, la experta en percepción visual estadounidense Margaret Livingstone sostuvo en 2005, durante un Congreso Europeo de Percepción Visual, que la enigmática sonrisa es "una ilusión que aparece y desaparece debido a la peculiar manera en que el ojo humano procesa las imágenes": "Da Vinci pintó la sonrisa de la Mona Lisa usando unas sombras que vemos mucho mejor con nuestra visión periférica". Entonces, reflexionó, para verla sonreír hay que mirarla a los ojos o centrar la visión en otro punto del cuando. O sea, una sonrisa que no es sonrisa.
Como si la historia clínica post mortem de la Lisa ya no tuviese demasiadas casilleros completos, Jonathan Jones -experto británico en arte y jurado del Turner Prize- sostuvo que la modelo padecía sífilis.
Su teoría se sustenta en dos documentos históricos. El primero resalta que cuando en 1503 Leonardo comenzó a pintar su obra más famosa, Europa se veía sacudida por una epidemia de sífilis. El segundo: en los registros del boticario de un convento de esa ciudad se pudo leer su nombre como compradora de agua de caracol, una sustancia que en esa época se bebía para paliar las consecuencias del mal. La penicilina sería descubierta por Alexander Fleming siglos después.
En 2005, para sumar más análisis a la pseudo sonrisa, un grupo de investigadores holandeses desarrolló un software para "reconocimiento de emociones" y tras analizar el cuadro aseguraron que la sonrisa está compuesta de felicidad en un 83 por ciento, por un 9% de disgusto, un 6% de miedo y un 2% de enojo, y menos de 1% neutral y 0% sorprendida.
¿En la dulce espera o madre reciente?
Al principio fueron observaciones: los brazos cruzados sobre el vientre y una barriga en desarrollo eran un indicio claro de que La Gioconda estaba embarazada. Luego, por documentación, se supo que su marido había sido padre entre 1503 y 1506, por lo que la teoría parecía tener mayor sustento. Y, por supuesto, la ciencia tuvo algo para agregar.
En 2006, un equipo de investigadores del National Research Council of Canada estudiaron la obra mediante escáneres láser e infrarrojos para generar una imagen en 3D, a partir de la cual pudieron observar detalles hasta entonces desconocidos.
Uno de ellos fue que una de las capas de pintura inferiores revelaba un guarnello sobre los hombros, una especie de chalina de gasa, que entonces utilizaban las embarazadas o las mujeres que habían sido madres recientemente.
Por su parte, Mandeep Mehra también aseguró, tras su estudio de las facciones- que no estaba embarazada, sino que ya había dado a luz. En su trabajo, el especialista concluyó que la modelo padecía de una tiroiditis de periparto, una inflamación de la tiroides posterior al embarazo.
¿Picasso detrás del robo del siglo?
El 21 de agosto de 1911, el pintor Louis Béroud descubrió un notable faltante en las paredes del Museo del Louvre. Entre los sospechosos que los investigadores tenían en la mira, había dos celebridades del arte: el poeta francés Guillaume Apollinaire y el pintor español Pablo Picasso. El primero, por haberle dado trabajo al belga Honoré Joseph Grey, quien había robado el Louvre en otras ocasiones, mientras que Picasso fue señalado por haberle comprado unas pequeñas estatuas ibéricas a este ladrón sin suerte.
Además, la postura pública de ambos artistas sobre que la obra debía ser destruida porque representaba todo lo que estaba mal con el sistema del arte, en especial con los museos y el arte académico.
Dos dos años después del robo, la policía detuvo a Vincenzo Peruggia, italiano, quien trabajaba como obrero en una serie de remodelaciones que se llevaban dentro del museo. Peruggia no tuvo inconvenientes para sacar la pintura y huir a Florencia, Italia, en donde fue descubierto al intentar vendérsela a un hombre llamado Alfredo Geri, quien avisó rápidamente a las autoridades policiales.
Escape a la libertad
Durante décadas, el investigador francés Gerri Chanel recopiló la historia de qué había sucedido con la pintura durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente durante la ocupación nazi entre 1940 y 1944, tal como lo escribió en su libro Salvando a la Mona Lisa.
"Fue a través de las tácticas dilatorias de un funcionario modesto llamado Jacques Jaujard que los objetos preciosos que más asociamos con el Louvre: la Mona Lisa, la Venus de Milo, las joyas de la corona francesa, así como miles de otros artículos, fueron salvado de la destrucción a través del bombardeo o la humedad", explicó Chanel en una columna publicada en el diario inglés Daily Mail.
Jaujard, entonces director de los Museos Nacionales, mandó evacuar todas las piezas valiosas de la Ciudad Luz entre agosto y septiembre de 1939.
Chanel describió cómo "envueltos cariñosamente en furgonetas en la oscuridad de la noche, fueron llevados a varios castillos en el sur y oeste de Francia, muchos de ellos recorriendo caminos llenos de refugiados aterrorizados que huían del avance nazi".
"La Mona Lisa, envuelta dentro de su caja de madera acolchada, pasó los años de la guerra a casi 450 kilómetros de París en una habitación soleada en el piso superior de Montauban. Ante cualquier señal de peligro por la humedad, los bombardeos o cualquier sospechoso alemán que buscara judíos o miembros de la Resistencia, las obras de arte debían ser retiradas a áreas aún más remotas", finalizó.