Pasar más de trece horas al día sentados puede sabotear los beneficios del ejercicio
Gretchen Reynolds
Infobae
Sentarse la mayor parte del día puede hacernos resistentes a los beneficios metabólicos habituales del ejercicio, según un pequeño, pero preocupante nuevo estudio. Los hallazgos, publicados en el Journal of Applied Psychology, indican que la inactividad puede alterar nuestro cuerpo de maneras que no solo son poco saludables en sí mismas, sino que además mitigan las cualidades saludables del ejercicio.
Ya sabemos, por supuesto, que la actividad física es buena para nosotros y ser sedentarios, en su mayor parte, no lo es.
El ejercicio habitual reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiacas, diabetes tipo 2 y muchas otras afecciones crónicas. Incluso una sola sesión de entrenamiento puede mejorar nuestro metabolismo, según muestran los estudios, para que quememos grasa con mayor eficacia después de comer y mantengamos estables nuestros niveles de glucosa en la sangre y de insulina.
Mientras tanto, la inactividad tiene los efectos fisiológicos casi opuestos. La gente que pasa la mayor parte de sus horas de vigilia sentada tiene un mayor riesgo de desarrollar varias enfermedades crónicas. Esas personas suelen experimentar problemas metabólicos que elevan el riesgo de desarrollar diabetes y enfermedades cardiacas, incluyendo la resistencia a la insulina, un mal control de la glucemia y altos niveles de triglicéridos (los ácidos grasos de los alimentos que se quedan en la sangre si no se metabolizan).
Sin embargo, la interacción biológica entre la inactividad y el ejercicio ha sido desconcertante. ¿Estar sentado no es saludable principalmente porque no estamos haciendo ejercicio cuando estamos en esa postura? ¿O estar sentado tiene sus propios efectos únicos en nuestro cuerpo y, de ser así, podrían esas consecuencias de alguna forma alterar o incluso opacar las contribuciones positivas del ejercicio?
Esas preguntas motivaron hace poco a los científicos de la Universidad de Texas en Austin a decidirse a pedirle a un grupo de diez estudiantes de posgrado saludables y físicamente activos que se sentaran en su sofá o silla y se quedaran ahí, sin moverse, durante días enteros.
Los investigadores esperaban aprender más con este experimento sobre los efectos separados e interrelacionados de la inactividad y el ejercicio en el metabolismo de la gente sana y si era posible que uno opacara los efectos del otro.
Comenzaron por verificar la salud y la capacidad aeróbica de diez mujeres y hombres jóvenes que participaron voluntariamente en el estudio y les colocaron monitores de actividad para medir qué tanto se movían normalmente.
Luego les pidieron a los voluntarios que dejaran de moverse tanto y que en cambio dieran menos de cuatro mil pasos al día y que se quedaran quietos al menos durante trece horas.
Los voluntarios obedecieron y se quedaron sentados, casi de manera ininterrumpida, durante cuatro días seguidos.
También cambiaron ligeramente su dieta, consumieron menos calorías, de tal modo que no subieran de peso, lo cual podría haber cambiado su metabolismo, además de estar sentados.
A continuación, la mañana del quinto día, los voluntarios visitaron el laboratorio de desempeño humano de la universidad; ahí se les dio una malteada grande como desayuno, hecha con leche, crema de leche y helado derretido.
La idea, según Edward Coyle, profesor de Kinesiología de la Universidad de Texas en Austin y autor principal del nuevo estudio, era ver cómo respondería el metabolismo a este alimento tremendamente grasoso y azucarado tras días de holgazanería obligatoria.
Así que los investigadores midieron los niveles de triglicéridos, glucosa e insulina en la sangre de los participantes durante las seis horas siguientes.
Por último, los investigadores hicieron que sus voluntarios repitieran la parte del experimento en la que se sentaban en una silla durante cuatro días y, nuevamente, les pidieron que fueran casi sedentarios por completo.
Solo que, en esta ocasión, la noche del cuarto día, los voluntarios hicieron ejercicio, corriendo enérgicamente durante una hora en caminadoras en el laboratorio.
A la mañana siguiente, regresaron al laboratorio y se tomaron la misma malteada cremosa que antes. De nuevo, los investigadores analizaron su sangre para medir los ácidos grasos y la glucosa en la sangre. Luego, compararon los resultados metabólicos después de cada sesión en la que pasaron mucho tiempo sentados.
Resultó —para sorpresa de nadie— que cuatro días de no hacer casi nada de ejercicio habían dejado a los estudiantes con un metabolismo algo lento y sobrecargado. Incluso horas después de su desayuno empalagoso, mostraron altos niveles de triglicéridos y glucosa en la sangre y una baja sensibilidad a la insulina.
Lo más desalentador: el ejercicio no pareció ayudar. Los niveles de triglicéridos y glucosa en la sangre de los estudiantes no fueron mejores en la mañana en que corrieron que cuando no lo hicieron.
Esos resultados sugieren que ser sedentario por largos periodos puede crear condiciones en el interior de nuestro cuerpo que nos pueden hacer "resistentes a las mejoras metabólicas habituales derivadas del ejercicio extenuante", comentó Coyle.
En otras palabras: si permanecemos sentados por mucho tiempo, el ejercicio que hagamos puede perder parte de sus efectos esperados.
Sin embargo, este estudio fue pequeño, corto y centrado en aspectos muy específicos. No puede decirnos si distintas cantidades u horas en las que se permanece sentado —por ejemplo, diez horas al día, o cinco o quince— o se hace ejercicio pueden afectar nuestro metabolismo de manera distinta. Además, solo participaron voluntarios jóvenes, activos y sanos.
Además, no explica cómo la inactividad puede debilitar los beneficios del ejercicio, aunque Coyle sospecha que pasar largos periodos sentado aumenta la producción de ciertas sustancias bioquímicas indeseables del cuerpo y puede obstaculizar la liberación de otras sustancias benéficas que normalmente se producen durante el ejercicio.
Él y sus colegas esperan explorar algunos de esos problemas en estudios futuros. Sin embargo, incluso ahora, comenta él, los datos indican que "es muy buena idea no sentarse todo el día".
Infobae
Sentarse la mayor parte del día puede hacernos resistentes a los beneficios metabólicos habituales del ejercicio, según un pequeño, pero preocupante nuevo estudio. Los hallazgos, publicados en el Journal of Applied Psychology, indican que la inactividad puede alterar nuestro cuerpo de maneras que no solo son poco saludables en sí mismas, sino que además mitigan las cualidades saludables del ejercicio.
Ya sabemos, por supuesto, que la actividad física es buena para nosotros y ser sedentarios, en su mayor parte, no lo es.
El ejercicio habitual reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiacas, diabetes tipo 2 y muchas otras afecciones crónicas. Incluso una sola sesión de entrenamiento puede mejorar nuestro metabolismo, según muestran los estudios, para que quememos grasa con mayor eficacia después de comer y mantengamos estables nuestros niveles de glucosa en la sangre y de insulina.
Mientras tanto, la inactividad tiene los efectos fisiológicos casi opuestos. La gente que pasa la mayor parte de sus horas de vigilia sentada tiene un mayor riesgo de desarrollar varias enfermedades crónicas. Esas personas suelen experimentar problemas metabólicos que elevan el riesgo de desarrollar diabetes y enfermedades cardiacas, incluyendo la resistencia a la insulina, un mal control de la glucemia y altos niveles de triglicéridos (los ácidos grasos de los alimentos que se quedan en la sangre si no se metabolizan).
Sin embargo, la interacción biológica entre la inactividad y el ejercicio ha sido desconcertante. ¿Estar sentado no es saludable principalmente porque no estamos haciendo ejercicio cuando estamos en esa postura? ¿O estar sentado tiene sus propios efectos únicos en nuestro cuerpo y, de ser así, podrían esas consecuencias de alguna forma alterar o incluso opacar las contribuciones positivas del ejercicio?
Esas preguntas motivaron hace poco a los científicos de la Universidad de Texas en Austin a decidirse a pedirle a un grupo de diez estudiantes de posgrado saludables y físicamente activos que se sentaran en su sofá o silla y se quedaran ahí, sin moverse, durante días enteros.
Los investigadores esperaban aprender más con este experimento sobre los efectos separados e interrelacionados de la inactividad y el ejercicio en el metabolismo de la gente sana y si era posible que uno opacara los efectos del otro.
Comenzaron por verificar la salud y la capacidad aeróbica de diez mujeres y hombres jóvenes que participaron voluntariamente en el estudio y les colocaron monitores de actividad para medir qué tanto se movían normalmente.
Luego les pidieron a los voluntarios que dejaran de moverse tanto y que en cambio dieran menos de cuatro mil pasos al día y que se quedaran quietos al menos durante trece horas.
Los voluntarios obedecieron y se quedaron sentados, casi de manera ininterrumpida, durante cuatro días seguidos.
También cambiaron ligeramente su dieta, consumieron menos calorías, de tal modo que no subieran de peso, lo cual podría haber cambiado su metabolismo, además de estar sentados.
A continuación, la mañana del quinto día, los voluntarios visitaron el laboratorio de desempeño humano de la universidad; ahí se les dio una malteada grande como desayuno, hecha con leche, crema de leche y helado derretido.
La idea, según Edward Coyle, profesor de Kinesiología de la Universidad de Texas en Austin y autor principal del nuevo estudio, era ver cómo respondería el metabolismo a este alimento tremendamente grasoso y azucarado tras días de holgazanería obligatoria.
Así que los investigadores midieron los niveles de triglicéridos, glucosa e insulina en la sangre de los participantes durante las seis horas siguientes.
Por último, los investigadores hicieron que sus voluntarios repitieran la parte del experimento en la que se sentaban en una silla durante cuatro días y, nuevamente, les pidieron que fueran casi sedentarios por completo.
Solo que, en esta ocasión, la noche del cuarto día, los voluntarios hicieron ejercicio, corriendo enérgicamente durante una hora en caminadoras en el laboratorio.
A la mañana siguiente, regresaron al laboratorio y se tomaron la misma malteada cremosa que antes. De nuevo, los investigadores analizaron su sangre para medir los ácidos grasos y la glucosa en la sangre. Luego, compararon los resultados metabólicos después de cada sesión en la que pasaron mucho tiempo sentados.
Resultó —para sorpresa de nadie— que cuatro días de no hacer casi nada de ejercicio habían dejado a los estudiantes con un metabolismo algo lento y sobrecargado. Incluso horas después de su desayuno empalagoso, mostraron altos niveles de triglicéridos y glucosa en la sangre y una baja sensibilidad a la insulina.
Lo más desalentador: el ejercicio no pareció ayudar. Los niveles de triglicéridos y glucosa en la sangre de los estudiantes no fueron mejores en la mañana en que corrieron que cuando no lo hicieron.
Esos resultados sugieren que ser sedentario por largos periodos puede crear condiciones en el interior de nuestro cuerpo que nos pueden hacer "resistentes a las mejoras metabólicas habituales derivadas del ejercicio extenuante", comentó Coyle.
En otras palabras: si permanecemos sentados por mucho tiempo, el ejercicio que hagamos puede perder parte de sus efectos esperados.
Sin embargo, este estudio fue pequeño, corto y centrado en aspectos muy específicos. No puede decirnos si distintas cantidades u horas en las que se permanece sentado —por ejemplo, diez horas al día, o cinco o quince— o se hace ejercicio pueden afectar nuestro metabolismo de manera distinta. Además, solo participaron voluntarios jóvenes, activos y sanos.
Además, no explica cómo la inactividad puede debilitar los beneficios del ejercicio, aunque Coyle sospecha que pasar largos periodos sentado aumenta la producción de ciertas sustancias bioquímicas indeseables del cuerpo y puede obstaculizar la liberación de otras sustancias benéficas que normalmente se producen durante el ejercicio.
Él y sus colegas esperan explorar algunos de esos problemas en estudios futuros. Sin embargo, incluso ahora, comenta él, los datos indican que "es muy buena idea no sentarse todo el día".