Lyra McKee no pudo escapar del odio

La muerte de la periodista a manos del Nuevo IRA ha puesto a la sociedad de Irlanda del Norte frente al espejo

Rafa de Miguel
Londres, El País
Lyra McKee tenía paciencia y confiaba en que, con el tiempo, todo iba a mejor. La periodista había rozado con la punta de los dedos algo parecido a la felicidad. Logró escapar del odio homófobo de una sociedad cerrada pero le alcanzó finalmente el odio a secas, indiscriminado, y una bala perdida acabó con su vida en Derry (Irlanda del Norte) el 18 de abril. Tenía 29 años.


“Las cosas mejoran. Mejoran para todos aquellos de nosotros que vivimos lo suficiente como para ver que las cosas mejoran”. Llevaba años repitiéndose a sí misma ese mantra cuando se lo dijo en 2017 a una audiencia entregada, seducida ante la seguridad, la bondad y la dulzura de una periodista menuda y valiente. Participaba en una jornada de las famosas charlas TED, en Belfast. La ciudad donde nació. “Necesitamos hacer aquello que yo más odiaba cuando dejé el colegio a los 16 años. Necesitamos conversar, sobre todo con aquellos que más se oponen a nuestra forma de vida”. Era ya entonces una periodista brillante y prometedora.

Una entrada de su blog The Muckcraker (El Fisgón) se había hecho viral en las redes sociales. Carta a mí misma con 14 años, se titula. “No puedes encontrar las palabras precisas y ella las acaba diciendo: ‘¿Eres gay?’ Y tú le dirás, ‘Sí, mamá, lo siento mucho’. Y en vez de enfadarse, ella te contestará ‘gracias a Dios, pensé que estabas embarazada”.

La tragedia de Lyra McKee ha sido un golpe seco que ha rebotado en tres cámaras de eco y ha agitado conciencias adormecidas y prejuicios acomodados. Ha recordado al establishment político del Reino Unido, atrincherado en las paredes de Westminster, que Irlanda del Norte no es el chivo expiatorio que se arrojan unos a otros en la batalla del Brexit, sino un avispero social que no puede agitarse alegremente.

A los partidos que se disputan el poder en este territorio del Reino Unido, los unionistas del DUP o los republicanos del Sinn Féin, les ha obligado a mirar a la cara el desprecio y hastío de la sociedad con sus enredos políticos. Y a los norirlandeses les ha enfrentado a la cruda realidad de que el Acuerdo de Viernes Santo de 1998 trajo la paz, pero no acabó con décadas de odio y resentimiento.
“El Nuevo IRA ha sido mucho más activo de lo que la gente quiere admitir. Desde marzo de 2018 a febrero de este año, ha intentado llevar a cabo 15 atentados con bomba y 37 atentados con armas de fuego, y ha asesinado a dos funcionarios de prisiones”, ha escrito Marisa McGlinchey, autora de Unfinished Business: The Politics of ‘Dissident’ Irish Republicanism (Asunto pendiente: Las políticas del republicanismo irlandés disidente).

Este grupúsculo, tan residual como mortífero, rechaza ser denominado con el término con el que se refieren a ellos: disidentes. Los disidentes son los otros, los que abandonaron la verdadera causa del republicanismo y el sueño de una Irlanda unida. “El Brexit y el vacío político de Irlanda del Norte son vistos por estos grupos republicanos como una oportunidad digna de ser explotada, porque aseguran que el hundimiento de Stormont [así se denomina a la asamblea autónoma de la región] es la prueba de que Irlanda del Norte es una entidad política fallida”, dice McGlinchey.

Creen la mayoría de los expertos en el conflicto norirlandés que la violencia que aún pervive en Derry, en algunas zonas de Belfast, en Strabane o en Armagh, está contenida. Que no hay vuelta atrás. El problema es que lo que no retrocede no tiene necesariamente por qué avanzar. Corre el riesgo de quedarse estancado. En el último año, el Servicio de Policía de Irlanda del Norte se ha incautado de 45 armas de fuego, 1.300 gramos de material explosivo y más de 3.300 balas en diversas operaciones de rastreo.

Expertos en violencia juvenil y bandas callejeras de las fuerzas de seguridad del Reino Unido se han comprometido a ayudar a la policía norirlandesa. Porque el problema está en que la memoria es débil, no resiste una generación, y el republicanismo residual se alimenta de una juventud que no vivió la brutal violencia de la era de The Troubles (Los Problemas, el eufemismo con el que se nombraron tres décadas de terrorismo y violencia sectaria), pero es cebo fácil de un romanticismo mal entendido.

Lyra McKee había escrito la historia de muchas víctimas anónimas y olvidadas de ese tiempo. Y en la noche en que la asesinaron, presenciaba horrorizada los enfrentamientos entre republicanos y policías en las calles de Derry. “Derry tonight. Absolute madness” (Derry esta noche. Locura absoluta) fue su último tuit.

Había abandonado Belfast para vivir con su nuevo amor, Sara, enfermera en un hospital de la ciudad. Su amiga, la periodista Susan McKay, escribía horas después de su muerte: “Que nadie se atreva a decir que murió por la libertad de Irlanda. Lyra era la libertad de Irlanda”. Era libre, y se repetía a sí misma que las cosas iban a mejor.

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