La amarga realidad del 1.000º GP

La efeméride fue más importante para la organización que para los pilotos. Lució Damon Hill con el Lotus 49B de su padre, pero apenas hubo coches históricos.

Jesús Balseiro
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En todas las ruedas de prensa oficiales fue la primera pregunta, hasta volverse repetitiva: es el gran premio número 1.000, ¿cuáles son sus primeros recuerdos de la F1? Las respuestas fueron perdiendo intensidad conforme avanzó el fin de semana. En un paddock revestido para la ocasión, había mensajes y ciertas celebraciones por la efeméride, pero en los garajes, y sobre todo dentro de los coches, a nadie le ha importado especialmente cuántas carreras se cumplían en Shanghái. Lewis Hamilton no pudo ser más explícito cuando le asaltaron con el micrófono en el ‘drivers parade’: "¿Si me hace más ilusión ganar por ser el 1.000º GP? No".


La F1 se preparó su propia fiesta con varios descuidos. Para empezar, faltaban esos coches milenarios: apenas un Williams Renault firmado por Prost, un Lotus Renault y un Steward Ford de Barrichello aparcados en el hormigón. Unos monos colgados en perchas expuestos en una vitrina, varios volantes, una docena de cascos, media docena de réplicas de monoplazas y un motor TAG V12. No hace falta imaginar cuál habría sido el despliegue de las escuderías en un circuito europeo, cercano a cualquier fábrica, para trasladar coches históricos.

Antes de la carrera hubo foto de familia juntando a pilotos con jefes de equipo, los expilotos habituales y personalidades variopintas del paddock: Martin Brundle, Marc Gené, Jos Verstappen, Nico Rosberg, Alain Prost, Karun Chandhok, David Coulthard, Damon Hill, Helmut Marko… Después Hill pilotó el Lotus 49B con el que su padre, Graham, ganó en Mónaco 1969. Quizás la única postal emocionante del fin de semana, "estos coches eran mucho más peligrosos", dijo el protagonista, aunque las comparaciones fueron odiosas: cómo habría sido un GP 1.000 en Monte Carlo, donde cada kilómetro de asfalto es por sí solo un homenaje a la vieja Fórmula 1.

Porque no es Jiading, la ciudad que acoge el circuito, el centro neurálgico del automovilismo. Aunque la tribuna principal rozaba el lleno y las secundarias lucían pobladas, el trazado está a unos 40 kilómetros del centro de Shanghái (donde hubo un festival de F1 con varios DJ y una exhibición en el asfalto de Guanyu Zhou, el joven piloto chino probador de Renault). Las distancias son enormes en esta megalópolis de Oriente, y mucho más grandes las culturales en un deporte que habla inglés, francés e italiano, pero no mandarín.

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