Arde París
Hitler bailaría hoy de alegría ante las imágenes, por fin, tantos años después, de París, de su corazón que es Notre Dame, ardiendo como una tea
Jacinto Antón
El País
"¿Arde París?", preguntaba histéricamente Hitler por teléfono en agosto de 1944 al general Von Choltitz, gobernador alemán de la capital francesa, quien se negó —jugándose el cuello, pues bueno era Hitler si le desobedecías— a cumplir la orden de destruir la ciudad, cuyos principales monumentos habían sido minados. Dominique Lapierre y Larry Collins convirtieron la frase en título de uno de sus libros más famosos. Hitler bailaría hoy de alegría, como lo hizo al conquistar Francia, ante las imágenes, por fin, tantos años después, de París, de su corazón que es Notre Dame, ardiendo como una tea. El sueño de venganza del líder nazi hecho realidad en una tarde aterradora. Y en estos tiempos de resurgir de los fascismos.
Muchos hemos pensado con un estremecimiento en que hoy sí que arde París, culminando con iconografía digna del 11-S una ya larga serie de desgracias en la capital francesa.
La terrible estampa de Notre Dame en llamas nos remite a la de sus hermanas catedrales que, menos afortunadas entonces, hace más de 70 años, ardieron por toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial, como la de Coventry (San Miguel), de los siglos XIV-XV, destruida por un salvaje ataque de la Luftwaffe el 14 de noviembre de 1940 durante la Batalla de Inglaterra y de la que se decidió conservar las ruinas (se ha construido una catedral moderna en las cercanías), la de la santísima Trinidad de Dresde (ciudad considerada la Florencia del barroco, lo que no la salvó), arrasada hasta los cimientos en el infierno desatado por los bombarderos aliados en 1945 (hoy reconstruida), la de Colonia, que sufrió graves destrozos aunque no se derrumbó, la de Varsovia, la de Róterdam..., o la tan emblemática de San Pablo, en Londres, con la cúpula perforada por una bomba durante el Blitz, pero enarboladas sus heridas como símbolo de resistencia de los londinenses.
Sin olvidar a las víctimas de la primera contienda, donde ya empezó el vía crucis catedralicio, con la también tan simbólica catedral de Reims a la cabeza, calificada de “mártir” tras ser bombardeada premeditadamente por los alemanes.
En el caso de esa catedral (que volvió a ser tocada en la Segunda Guerra Mundial), hay algún paralelismo —bombas aparte— con lo que ha pasado en Notre Dame: un andamio dejado en la torre norte se incendió, lo que permitió que las llamas del bombardeo se propagasen por todo el armazón. Se fundió todo el plomo de la techumbre y se vertió por las gárgolas en una imagen verdaderamente infernal. Los vecinos recogieron piadosa y patrióticamente el plomo, que pudo volver a ser utilizado en la reconstrucción del monumento.
Las catedrales en llamas en Europa no son, desgraciadamente, como se ve, una novedad y, aunque hoy nos abismemos en la visión de Notre Dame hecha una pira, han sido un paisaje habitual en la historia contemporánea.
Jacinto Antón
El País
"¿Arde París?", preguntaba histéricamente Hitler por teléfono en agosto de 1944 al general Von Choltitz, gobernador alemán de la capital francesa, quien se negó —jugándose el cuello, pues bueno era Hitler si le desobedecías— a cumplir la orden de destruir la ciudad, cuyos principales monumentos habían sido minados. Dominique Lapierre y Larry Collins convirtieron la frase en título de uno de sus libros más famosos. Hitler bailaría hoy de alegría, como lo hizo al conquistar Francia, ante las imágenes, por fin, tantos años después, de París, de su corazón que es Notre Dame, ardiendo como una tea. El sueño de venganza del líder nazi hecho realidad en una tarde aterradora. Y en estos tiempos de resurgir de los fascismos.
Muchos hemos pensado con un estremecimiento en que hoy sí que arde París, culminando con iconografía digna del 11-S una ya larga serie de desgracias en la capital francesa.
La terrible estampa de Notre Dame en llamas nos remite a la de sus hermanas catedrales que, menos afortunadas entonces, hace más de 70 años, ardieron por toda Europa durante la Segunda Guerra Mundial, como la de Coventry (San Miguel), de los siglos XIV-XV, destruida por un salvaje ataque de la Luftwaffe el 14 de noviembre de 1940 durante la Batalla de Inglaterra y de la que se decidió conservar las ruinas (se ha construido una catedral moderna en las cercanías), la de la santísima Trinidad de Dresde (ciudad considerada la Florencia del barroco, lo que no la salvó), arrasada hasta los cimientos en el infierno desatado por los bombarderos aliados en 1945 (hoy reconstruida), la de Colonia, que sufrió graves destrozos aunque no se derrumbó, la de Varsovia, la de Róterdam..., o la tan emblemática de San Pablo, en Londres, con la cúpula perforada por una bomba durante el Blitz, pero enarboladas sus heridas como símbolo de resistencia de los londinenses.
Sin olvidar a las víctimas de la primera contienda, donde ya empezó el vía crucis catedralicio, con la también tan simbólica catedral de Reims a la cabeza, calificada de “mártir” tras ser bombardeada premeditadamente por los alemanes.
En el caso de esa catedral (que volvió a ser tocada en la Segunda Guerra Mundial), hay algún paralelismo —bombas aparte— con lo que ha pasado en Notre Dame: un andamio dejado en la torre norte se incendió, lo que permitió que las llamas del bombardeo se propagasen por todo el armazón. Se fundió todo el plomo de la techumbre y se vertió por las gárgolas en una imagen verdaderamente infernal. Los vecinos recogieron piadosa y patrióticamente el plomo, que pudo volver a ser utilizado en la reconstrucción del monumento.
Las catedrales en llamas en Europa no son, desgraciadamente, como se ve, una novedad y, aunque hoy nos abismemos en la visión de Notre Dame hecha una pira, han sido un paisaje habitual en la historia contemporánea.