May busca el apoyo de Irlanda del Norte para salvar su plan del Brexit
"No permitiré el regreso de las fronteras del pasado", asegura la primera ministra británica
Rafa de Miguel
Londres, El País
Antes de viajar de nuevo a Bruselas, Theresa May ha decidido acudir al ojo de su particular huracán. Al único lugar de Reino Unido donde el llamado backstop impuesto por la UE no es objeto de chistes por lo que tiene de jerga política, ni un arma arrojadiza entre partidarios y contrarios del Brexit. Donde es una cuestión casi de vida o muerte. Un seguro para no regresar a los años de violencia terrorista. Irlanda del Norte. "El Gobierno británico no permitirá que regresen las fronteras del pasado. Yo no lo permitiré", ha asegurado este martes May en Belfast. La primera ministra conservadora busca desesperadamente la complicidad de los norirlandeses para que los "cambios" que exige a la UE sean suficientes para salvar en la Cámara de los Comunes el Acuerdo de Retirada.
May se reunirá el próximo jueves con el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker. Acudirá con un claro mandato parlamentario. Una mayoría de diputados respaldó la semana pasada una moción que exigía eliminar del acuerdo la salvaguarda irlandesa y buscar "soluciones alternativas". En contra de la que había sido hasta ese momento su línea oficial —"es el mejor acuerdo y no es posible negociar nada más"—, la primera ministra se situó en primera línea y respaldó la propuesta. Bajo su propia lógica, pensó que era el modo dejar claro a Bruselas que era posible aprobar un acuerdo del Brexit en Westminster si los líderes comunitarios cedían en la cuestión del backstop (salvaguarda). La moción desató el entusiasmo de los euroescépticos, y por primera vez en muchos meses, un extraño cierre de filas en torno a May. Enseguida llegó el baño de realidad. La UE dejó clara su negativa a reabrir el acuerdo. Y el ala dura de su partido advirtió de que, esta vez, no le valdrían meras componendas.
"Yo no estoy proponiendo convencer a la gente de que acepte un acuerdo que no contenga en el futuro esa póliza de seguridad", ha admitido May ante los empresarios norirlandeses que respaldaron el backstop acordado por el Gobierno y que hoy se sienten engañados y frustrados. Esa "póliza de seguridad" no solo evitaría, llegado el Brexit, que se estableciera una nueva frontera física entre las dos Irlandas y se pusiera en peligro la paz y estabilidad alcanzada en 1998 con los Acuerdos de Viernes Santo. Desde entonces, a pesar de todos los problemas, se ha logrado que los habitantes de Irlanda del Norte convivan sin renunciar a sentirse irlandeses, británicos o ambas cosas. Y sobre todo, sin nada que les recuerde que la separación existe. Permite además un intercambio comercial fluido, dentro del mercado interior de la UE, al que los norirlandeses no quieren renunciar. Un 55'8% de ellos votaron a favor de la permanencia en el referéndum de 2016. Así que May no pretende convencer a Bruselas de que elimine el backstop. Tan solo quiere convencerles al menos de una de las tres opciones alternativas que hoy se manejan. La primera —controles aduaneros digitales y en origen de las mercancías antes incluso que salgan de fábrica— no es viable. Por mucho que se empeñen los euroescépticos, la Unión Europea afirma que no existe aún ese tipo de tecnología. Las dos restantes son más realistas. Consistirían en lograr de Bruselas la garantía legal (no una mera carta o declaración) de que la salvaguarda irlandesa tendrá un tiempo limitado o de que el Parlamento de Reino Unido podrá rescindirla unilateralmente. Porque para no desgajar Irlanda del Norte del resto del país, May logró que la UE aceptara que Reino Unido permanecería dentro de la unión aduanera el tiempo necesario hasta negociar una nueva relación entre los dos bloques que diera con una solución al problema. Y los euroescépticos han visto en este remedio una trampa, un horizonte sin final en el que Reino Unido tendrá las manos atadas para negociar acuerdos comerciales con terceros países.
Así que, para intentar convencer a los suyos, May ha decidido empezar por convencer a los unionistas norirlandeses del DUP, que con sus diez diputados sostienen su mayoría parlamentaria. Camuflada bajo su habitual retórica de dureza —"El mandato del Parlamento es reemplazar el backstop, el actual backstop. Es algo tóxico para los que vivimos en Irlanda del Norte"—, la líder del DUP, Arlene Foster, ha tendido una mano este martes a May. En declaraciones a la BBC, Foster ha asegurado que no quería enredarse "en cuestiones de semántica", al preguntarle si exigía eliminar por completo la salvaguarda del acuerdo o si le bastaba con garantías legales sobre su temporalidad. Y sobre todo, se ha sumado a los que a toda costa desean evitar un Brexit sin acuerdo. Theresa May confía en que, esta vez, la semántica sea suficiente para sacar adelante su plan del Brexit.
La primera ministra ha demostrado en los dos últimos años su perseverancia y su capacidad de supervivencia, pero también su extraña tendencia a aferrarse a soluciones de corto plazo que acaban convirtiéndose en graves obstáculos al final del camino. Para prolongar durante unos días la frágil unidad de su partido, May ha dado alas y cobertura oficial a unas reuniones paralelas del denominado “grupo de trabajo para las soluciones alternativas”. Liderado por su ministro para el Brexit, Steve Barclay, y en el que se incluyen diputados conservadores euroescépticos y partidarios de la permanencia en la UE, trabaja a toda máquina en busca de alternativas tecnológicas a los controles físicos de aduanas. Esas mismas alternativas que la propia May admitió en su día que todavía no existen y que la UE ha descartado. Los euroescépticos —que tienen pesos pesados dentro del grupo, como el diputado Steven Baker—consideran este grupo su gran victoria, y no parece que vayan a encajar de buen grado que sus conclusiones se convirtieran en papel mojado.
Rafa de Miguel
Londres, El País
Antes de viajar de nuevo a Bruselas, Theresa May ha decidido acudir al ojo de su particular huracán. Al único lugar de Reino Unido donde el llamado backstop impuesto por la UE no es objeto de chistes por lo que tiene de jerga política, ni un arma arrojadiza entre partidarios y contrarios del Brexit. Donde es una cuestión casi de vida o muerte. Un seguro para no regresar a los años de violencia terrorista. Irlanda del Norte. "El Gobierno británico no permitirá que regresen las fronteras del pasado. Yo no lo permitiré", ha asegurado este martes May en Belfast. La primera ministra conservadora busca desesperadamente la complicidad de los norirlandeses para que los "cambios" que exige a la UE sean suficientes para salvar en la Cámara de los Comunes el Acuerdo de Retirada.
May se reunirá el próximo jueves con el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker. Acudirá con un claro mandato parlamentario. Una mayoría de diputados respaldó la semana pasada una moción que exigía eliminar del acuerdo la salvaguarda irlandesa y buscar "soluciones alternativas". En contra de la que había sido hasta ese momento su línea oficial —"es el mejor acuerdo y no es posible negociar nada más"—, la primera ministra se situó en primera línea y respaldó la propuesta. Bajo su propia lógica, pensó que era el modo dejar claro a Bruselas que era posible aprobar un acuerdo del Brexit en Westminster si los líderes comunitarios cedían en la cuestión del backstop (salvaguarda). La moción desató el entusiasmo de los euroescépticos, y por primera vez en muchos meses, un extraño cierre de filas en torno a May. Enseguida llegó el baño de realidad. La UE dejó clara su negativa a reabrir el acuerdo. Y el ala dura de su partido advirtió de que, esta vez, no le valdrían meras componendas.
"Yo no estoy proponiendo convencer a la gente de que acepte un acuerdo que no contenga en el futuro esa póliza de seguridad", ha admitido May ante los empresarios norirlandeses que respaldaron el backstop acordado por el Gobierno y que hoy se sienten engañados y frustrados. Esa "póliza de seguridad" no solo evitaría, llegado el Brexit, que se estableciera una nueva frontera física entre las dos Irlandas y se pusiera en peligro la paz y estabilidad alcanzada en 1998 con los Acuerdos de Viernes Santo. Desde entonces, a pesar de todos los problemas, se ha logrado que los habitantes de Irlanda del Norte convivan sin renunciar a sentirse irlandeses, británicos o ambas cosas. Y sobre todo, sin nada que les recuerde que la separación existe. Permite además un intercambio comercial fluido, dentro del mercado interior de la UE, al que los norirlandeses no quieren renunciar. Un 55'8% de ellos votaron a favor de la permanencia en el referéndum de 2016. Así que May no pretende convencer a Bruselas de que elimine el backstop. Tan solo quiere convencerles al menos de una de las tres opciones alternativas que hoy se manejan. La primera —controles aduaneros digitales y en origen de las mercancías antes incluso que salgan de fábrica— no es viable. Por mucho que se empeñen los euroescépticos, la Unión Europea afirma que no existe aún ese tipo de tecnología. Las dos restantes son más realistas. Consistirían en lograr de Bruselas la garantía legal (no una mera carta o declaración) de que la salvaguarda irlandesa tendrá un tiempo limitado o de que el Parlamento de Reino Unido podrá rescindirla unilateralmente. Porque para no desgajar Irlanda del Norte del resto del país, May logró que la UE aceptara que Reino Unido permanecería dentro de la unión aduanera el tiempo necesario hasta negociar una nueva relación entre los dos bloques que diera con una solución al problema. Y los euroescépticos han visto en este remedio una trampa, un horizonte sin final en el que Reino Unido tendrá las manos atadas para negociar acuerdos comerciales con terceros países.
Así que, para intentar convencer a los suyos, May ha decidido empezar por convencer a los unionistas norirlandeses del DUP, que con sus diez diputados sostienen su mayoría parlamentaria. Camuflada bajo su habitual retórica de dureza —"El mandato del Parlamento es reemplazar el backstop, el actual backstop. Es algo tóxico para los que vivimos en Irlanda del Norte"—, la líder del DUP, Arlene Foster, ha tendido una mano este martes a May. En declaraciones a la BBC, Foster ha asegurado que no quería enredarse "en cuestiones de semántica", al preguntarle si exigía eliminar por completo la salvaguarda del acuerdo o si le bastaba con garantías legales sobre su temporalidad. Y sobre todo, se ha sumado a los que a toda costa desean evitar un Brexit sin acuerdo. Theresa May confía en que, esta vez, la semántica sea suficiente para sacar adelante su plan del Brexit.
La primera ministra ha demostrado en los dos últimos años su perseverancia y su capacidad de supervivencia, pero también su extraña tendencia a aferrarse a soluciones de corto plazo que acaban convirtiéndose en graves obstáculos al final del camino. Para prolongar durante unos días la frágil unidad de su partido, May ha dado alas y cobertura oficial a unas reuniones paralelas del denominado “grupo de trabajo para las soluciones alternativas”. Liderado por su ministro para el Brexit, Steve Barclay, y en el que se incluyen diputados conservadores euroescépticos y partidarios de la permanencia en la UE, trabaja a toda máquina en busca de alternativas tecnológicas a los controles físicos de aduanas. Esas mismas alternativas que la propia May admitió en su día que todavía no existen y que la UE ha descartado. Los euroescépticos —que tienen pesos pesados dentro del grupo, como el diputado Steven Baker—consideran este grupo su gran victoria, y no parece que vayan a encajar de buen grado que sus conclusiones se convirtieran en papel mojado.