ANÁLISIS / Brexit significa Brexit... o lo contrario

Si May pierde la votación en el Parlamento debe brindar a la Cámara, en tres días, un “plan B”. La lógica es que a resultas del mismo no se produzca la salida de Reino Unido de la UE

Xavier Vidal-Folch
El País
Las cuentas del pasado suelen acudir al presente en forma de cobros ásperos como pesadillas.


Poco después del referéndum del 23 de junio de 2016, Theresa May acuñó dos lemas de pretensiones inmarcesibles. A saber: “A partir de ahora todos somos brexiteros”, y “Brexit significa Brexit”.

Hoy ambos son morralla. Van decreciendo los partidarios del Brexit de May en el Parlamento, que hoy destruirá a su autora o la salvará al sonido límite del gong.

Y en la sociedad, pues las últimas encuestas detectan una distancia de ocho puntos entre los europeístas y los nacionalistas, en favor de aquellos. No en vano ha alcanzado la edad de votar una nutrida cohorte de jóvenes. Cosmopolitas.

May ha enredado al paisanaje con un perverso juego de pretender (ventajas) y fingir (logros), como se dice de algunos de los rescates financieros del último decenio.

Y ahora solo parecen quedarle a Westminster dos salidas algo realistas. Una es aprobar ya el Acuerdo de Retirada pactado por la primera ministra y los otros 27 socios de la Unión Europea (UE).

Es una salida al embrollo, sí, pero una mala solución. Peor para los británicos que su pertenencia al club, donde mandaban mucho más de cuanto les han explicado. Y que les deja en el limbo mundial, desprovistos de Imperio, de una Commonwealth relevante, y de la special relationship con EE UU, ya descartada por el aguijón de Donald Trump.

Y es peor para los europeos, que perderían a su tercer peso económico y un país de primera. Pero mejor que una retirada sin pacto, en modo caos. Podría ocasionar a Reino Unido otra gran recesión como la reciente, con una merma de hasta 8 puntos del PIB, según organismos internacionales y domésticos. Y a la UE, una disrupción comercial y política notables.

Si May pierde debe brindar a la Cámara, en tres días, un “plan B”. La lógica es que a resultas del mismo no se produzca el Brexit.

Y así lo augura y deletrea la mandataria, asegurando que se trata de la única alternativa a su proyecto.

O sea, sorry, que el Brexit no signifique Brexit. Es la coletilla “o no” del gran Mariano, que Theresa osó omitir. Lo más adecuado en este caso sería desandar lo que se anduvo, por igual senda: un segundo referéndum. Convocado por ella o por los demás.

Y eso, no por virtud de ese recurso asmático de democracia directa para dirimir abismos en una sociedad partida por la mitad. Algo infantil porque da salidas simples y binarias; inútil porque no suele amalgamar; falsario si proyecta, como proyectó, tanta mentira y engaño.

Sino porque es el modo menos indecente de sacar la patita del lodazal; dar voz a los nuevos ciudadanos y posibilitar una mejor cohesión; verificar si el cómo logrado en el pacto del Brexit satisface el impulso del qué deseado... Alegar que otro voto humillaría o menospreciaría a los electores es tontuno: la democracia implica votar muchas veces... y rectificar anteriores decisiones y normas erróneas.

Las otras salidas que se apuntan, como la de paralizar el proceso o la de reiniciar desde cero la negociación con la UE tienen cierto interés sobre el papel. Pero o constituyen meras plataformas para el retorno del hijo pródigo que tembló antes de huir. O eternizan un problema con riesgo de agotamiento de la paciencia europea, tan generosa como la del santo Job.

Tanto si los británicos permanecen en lo que es su casa, como si se van de excursión, alguien debería decirles que no será de recibo repetir esta historia pánica. Que la próxima debe ser a cuerpo entero, sin filigranas de estatutos especiales ya fracasados.

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