ANÁLISIS / ¿Misión cumplida en Siria?

La retirada estadounidense beneficiará marginalmente al régimen sirio y a sus aliados, pero la derrota de los rebeldes es inevitable

Ana Belén Soage
El País
El inesperado anuncio de Donald Trump el pasado miércoles de que EE UU retiraría sus tropas de Siria ahora que el Estado Islámico ha sido derrotado ha generado una tormenta de reacciones, en su mayoría negativas. En particular, dicho anuncio provocó la dimisión del secretario de Defensa estadounidense, Jim Mattis, y ha sido criticada por partidarios de Israel, principal aliado de Washington en Oriente Próximo.


Críticos de la decisión afirman que da luz verde a Irán para proyectar su influencia sobre la región, lo cual representa una amenaza para Israel. Apuntan además que el presidente ruso, Vladímir Putin, ha dado su bienvenida al anuncio de Trump, lo cual indica claramente que la medida redundará en beneficio de Rusia.

Turquía ha expresado asimismo su satisfacción ante la decisión del presidente estadounidense, que deja expuestas a las tropas kurdas en el norte de Siria. De hecho, hace solo unos días Turquía anunció su intención de lanzar una campaña contra la milicia kurda YPG (Unidades de Protección Popular). El presidente Erdogan incluso afirmó que había obtenido una “respuesta positiva” de Trump al respecto.

Para las fuerzas kurdas que contaban con el apoyo de Estados Unidos, y que han sido decisivas en la derrota del Estado Islámico, la retirada es una traición que las deja a la merced del poderoso Ejército turco. Fuentes diplomáticas han revelado que las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), cuyo principal elemento es el YPG, amenazan con liberar a los más de 3.000 prisioneros del Estado Islámico que tienen retenidos. Aunque podrían no tener otra elección: los países de origen de los terroristas se niegan a aceptar su repatriación, y las FDS necesitarán a todas sus fuerzas ante el posible ataque turco.

Estos argumentos han sido avanzados por varios senadores republicanos prominentes que han condenado la decisión de Trump, entre ellos el influyente Lindsey Graham. Sin embargo, la presencia militar estadounidense en Siria era ilegal porque no había sido aprobada por el Congreso. Pese a las reacciones, es poco probable que el Congreso decida ahora aprobar una guerra que, tras la derrota del Estado Islámico, sería difícil vender al pueblo estadounidense.

El anuncio ha centrado la atención en la poco debatida cuestión de la presencia estadounidense en Siria. Dicha presencia comenzó bajo Obama durante el otoño de 2015, después de que fracasaran varios intentos de armar a grupos locales para luchar contra el Estado Islámico, y continuó creciendo con Trump. Con el actual presidente se han relajado las normas de combate y han aumentado exponencialmente los ataques con drones.

Si bien es cierto que el número de soldados estadounidenses desplegados en Siria no parece superar en mucho los 2.000, controlan casi una tercera parte del territorio del noreste del país a través de una red de bases militares y aeródromos. Trump había prometido repetidamente su retirada, pero The Washington Post informó hace solo una semana que permanecerían en Siria indefinidamente. Curiosamente, esa información no generó demasiado interés.

En esta ocasión, las críticas a Trump podrían no estar justificadas. Dado que el objetivo de las tropas estadounidenses era derrotar militarmente al Estado Islámico en Siria e Irak, y ese objetivo se ha conseguido, tiene sentido retirarlas. A pesar del alarmismo de algunos analistas, las fuerzas locales son capaces de ocuparse de los restos del grupo terrorista, y la presencia estadounidense solo ofrece munición al discurso ideológico del Estado Islámico, que sin duda será más persistente que su efímero califato.

La retirada estadounidense beneficiará marginalmente al régimen sirio y a sus aliados, pero la derrota de los rebeldes sirios es inevitable. Por su parte, los kurdos están acostumbrados a luchar sus propias batallas. En cualquier caso, contrarrestar la expansión de la influencia rusa e iraní en Siria requeriría un compromiso mayor que 2.000 tropas, y apoyar las justas demandas kurdas ante Turquía es una cuestión de voluntad política.

Ana Belén Soage es doctora europea en Estudios Semíticos por la Universidad de Granada y la University of Northampton.

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