Trump visita Pittsburgh entre protestas y boicoteos

Familiares de una de las 11 víctimas del tiroteo antisemita y el alcalde le habían pedido que no acudiera a la ciudad


Joan Faus
Washington, El País
Fue una de las visitas más incómodas para Donald Trump. La familia de uno de los 11 asesinados y el alcalde le habían pedido al presidente estadounidense que no acudiera a la ciudad. Los líderes demócratas y republicanos del Congreso declinaron su invitación a acompañarlo. Un exdirector de la Liga Antidifamación defendió la visita del mandatario, pero para que constatara lo que “sus palabras ayudaron a crear”. Una manifestación recorrió el barrio de Squirrel Hill, epicentro de la comunidad judía, bajo el lema de que el presidente “no es bienvenido en nuestra ciudad y nuestro país”. Con ese paisaje de fondo, Trump y la primera dama Melania visitaron este martes Pittsburgh para mostrar sus condolencias por el tiroteo el sábado en una sinagoga, donde un antisemita mató a 11 personas e hirió a otras seis. Es el ataque más mortífero contra la comunidad judía en la historia de EE UU.


Donald y Melania Trump acudieron a la sinagoga atacada, El Árbol de la Vida, donde les recibió el rabino. También integraron la comitiva Ivanka Trump, hija del presidente, y su marido, Jared Kushner (con una kipá en la cabeza), ambos judíos y asesores en la Casa Blanca. Estaban, además, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, también judío, y el embajador israelí en EE UU, Ron Dermer, que ha defendido a Trump, tras el tiroteo, al alegar que no se le puede culpar del antisemitismo.

A pocas calles del centro religioso, varios centenares de personas se manifestaron pacíficamente contra la presencia del presidente en la ciudad. “No al odio. No a las armas. No a Trump”, rezaba una pancarta. Tras la visita de la sinagoga, la comitiva presidencial se dirigió a un centro médico, donde están siendo tratados algunos de los seis heridos del tiroteo.

Tristemente, una de las funciones habituales de los últimos presidentes estadounidenses es la de consolar a las víctimas de tiroteos masivos. Para el demócrata Barack Obama, se convirtió en una amargura: en sus últimos años en la Casa Blanca, no podía esconder su frustración por haber sido incapaz de convencer a un número suficiente de legisladores para endurecer los controles a las armas de fuego. El republicano Trump, en cambio, busca un difícil equilibrio: cree que la solución a la epidemia de violencia es que haya más armas y reniega de mayores restricciones, pero eso resulta irrespetuoso para algunos de los familiares de los fallecidos.

Pittsburgh es un feudo demócrata, rodeado de republicanos y en un Estado que ganó Trump en las elecciones de 2016. Tras el tiroteo del sábado, el presidente condenó enérgicamente el antisemitismo, pero aseguró que el desenlace podría haber sido distinto si la sinagoga tuviera guardas de seguridad. Prometió combatir el clima de odio, pero pocas horas después estaba mofándose de una congresista demócrata negra, que fue una de las víctimas de los paquetes con explosivos enviados la semana pasada por un seguidor de Trump a personalidades progresistas. Y por la noche, cuando el país digería el impacto de una nueva sinrazón, el presidente criticaba en Twitter las decisiones de un entrenador de un equipo de béisbol.

Atizar la división forma parte del ADN político de Trump. Y a ello se le unen los titubeos del presidente en condenar el extremismo. Por ejemplo, después de que un supremacista blanco matara a una contramanifestante en agosto de 2017 en Charlottesville, el republicano culpó a “ambos lados” de la violencia. También ha insultado a personalidades negras y el lunes llamó “invasores” a los inmigrantes centroamericanos que integran una caravana rumbo a EE UU.

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