May empuja a los euroescépticos a cargar la culpa de un Brexit duro
La primera ministra británica debe alcanzar un acuerdo de salida de Reino Unido de la UE que tranquilice a los mercados en menos de seis semanas
Rafa de Miguel
Londres, El País
Theresa May ha decidido tirar de la anilla de la granada. En menos de seis semanas debe alcanzar un acuerdo de salida de Reino Unido de la UE que tranquilice a los mercados y a unos ciudadanos británicos hartos del Brexit. Se enfrenta a una doble tarea: lograr que los jefes de Estado y de Gobierno de la UE insuflen vida a su propuesta negociadora, el conocido como plan Chequers (se fraguó en la residencia campestre de la primera ministra), y que la culpa de una salida abrupta y no negociada recaiga en los euroescépticos liderados por Boris Johnson, que han dedicado el verano a boicotear los planes de May.
“O sale adelante mi acuerdo, o no habrá ningún tipo de acuerdo”, dijo May este lunes al periodista Nick Robinson en el programa Panorama de la BBC. Horario de máxima audiencia para calentar el debate político interno en uno de los momentos más cruciales de la historia de Reino Unido. Existe un consenso cada vez más consolidado entre las principales instituciones económicas británicas, europeas y mundiales sobre el caos que podría generar un Brexit no negociado. Es decir, que se llegara a la fecha del 29 de marzo sin que Londres y Bruselas hubieran sido capaces de acordar un periodo de transición, una despedida en condiciones y un futuro marco de relaciones.
Si el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ya advirtió a los ministros de May de que una salida sin acuerdo vería incrementar en dos dígitos las cifras del desempleo y un desplome en los precios de la vivienda, este lunes el Fondo Monetario Internacional (FMI), con su directora gerente Christine Lagarde al frente, advirtieron de los “costes significativos” que una salida abrupta de la UE supondría para la economía de Reino Unido. Los euroescépticos del Partido Conservador, liderados por el exministro de Exteriores Boris Johnson y el ultracatólico Jacob Rees-Mogg, llevan todo el verano intentando reventar la propuesta negociadora de May, aprobada a principios de julio en Chequers. Hablan de vasallaje, acusan a May de haberse envuelto en “un chaleco suicida” y aseguran que un Brexit no negociado y una relación comercial con la UE similar a la que ahora tiene Canadá defendería mucho mejor los intereses de Reino Unido que la propuesta de May, que aspira a mantener una cierta unión aduanera con Bruselas respecto al comercio de bienes (no de servicios) y adaptar la legislación británica a gran parte de la legislación europea.
Los euroescépticos se han confabulado para derrotar a May en el Parlamento con una moción de confianza, han negado luego esa confabulación, han prometido presentar su propio plan económico para el Brexit solo para echarse atrás en el último momento y no han producido más que vaguedades con escaso fundamento económico. May está débil, pero es consciente de la debilidad que sufren también sus enemigos. Ha decidido pasar a la ofensiva, presentar su plan como la única salida viable para Reino Unido y cargar la culpa sobre Johnson y sus seguidores si finalmente se deciden a rechazar un posible acuerdo con la UE en el Parlamento. Cuenta además con un Partido Laborista ambiguo en su toma de posición. La amenaza de un adelanto electoral que pusiera el Gobierno en manos de Jeremy Corbyn resulta aún más aterradora para los euroescépticos que tragarse la píldora de ver cómo May logra sobrevivir de nuevo y cierra con Bruselas un acuerdo presentable.
Se trata, en cualquier caso, de una carrera de obstáculos con estaciones intermedias que paralizan cualquier avance consistente. En primer lugar, tanto el Partido Laborista como el Partido Conservador deben celebrar a finales de este mes sus respectivos congresos. En el primer caso, Jeremy Corbyn se enfrenta a la presión de los principales sindicatos y de figuras tan relevantes como el alcalde de Londres, Sadiq Khan, que reclaman ya abiertamente un nuevo referéndum sobre el Brexit.
Postura laborista
Corbyn, con un pasado contrario a la UE que se dejó notar en su tibia defensa de la permanencia de Reino Unido durante la campaña del referéndum, se verá forzado a tomar una posición más clara. Los laboristas ya han anunciado su decisión de votar en contra de cualquier acuerdo que logre May basado en el plan Chequers, pero sobre ellos recaería también la responsabilidad de que Reino Unido abandonara drásticamente la UE. Corbyn ha puesto todas sus cartas en la posibilidad de que el Gobierno se vea forzado a convocar nuevas elecciones.
Los conservadores tendrán su propia batalla interna. Al abandonar el Ejecutivo a principios del verano, para mostrar su desacuerdo con la propuesta de negociación de May y tener las manos libres para disputarle el liderazgo del partido, Boris Johnson perdió el derecho a poder intervenir en el plenario del congreso. No es algo que le vaya a detener. Tiene previsto realizar una intervención previa a la de la propia May en la que cargará con dureza contra ella.
Muchos conservadores están convencidos de que la deriva del partido es ya tal que un liderazgo de Johnson es algo inevitable. La única duda está en saber cuándo se producirá el motín. Existe sin embargo un reducto sólido de parlamentarios que no están dispuestos a tirar todo por la borda. Ya han anunciado que darán su respaldo a May, y al menos una docena de ellos ha amenazado con borrarse del Partido Conservador si el exalcalde de Londres se hace con el timón.
Rafa de Miguel
Londres, El País
Theresa May ha decidido tirar de la anilla de la granada. En menos de seis semanas debe alcanzar un acuerdo de salida de Reino Unido de la UE que tranquilice a los mercados y a unos ciudadanos británicos hartos del Brexit. Se enfrenta a una doble tarea: lograr que los jefes de Estado y de Gobierno de la UE insuflen vida a su propuesta negociadora, el conocido como plan Chequers (se fraguó en la residencia campestre de la primera ministra), y que la culpa de una salida abrupta y no negociada recaiga en los euroescépticos liderados por Boris Johnson, que han dedicado el verano a boicotear los planes de May.
“O sale adelante mi acuerdo, o no habrá ningún tipo de acuerdo”, dijo May este lunes al periodista Nick Robinson en el programa Panorama de la BBC. Horario de máxima audiencia para calentar el debate político interno en uno de los momentos más cruciales de la historia de Reino Unido. Existe un consenso cada vez más consolidado entre las principales instituciones económicas británicas, europeas y mundiales sobre el caos que podría generar un Brexit no negociado. Es decir, que se llegara a la fecha del 29 de marzo sin que Londres y Bruselas hubieran sido capaces de acordar un periodo de transición, una despedida en condiciones y un futuro marco de relaciones.
Si el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ya advirtió a los ministros de May de que una salida sin acuerdo vería incrementar en dos dígitos las cifras del desempleo y un desplome en los precios de la vivienda, este lunes el Fondo Monetario Internacional (FMI), con su directora gerente Christine Lagarde al frente, advirtieron de los “costes significativos” que una salida abrupta de la UE supondría para la economía de Reino Unido. Los euroescépticos del Partido Conservador, liderados por el exministro de Exteriores Boris Johnson y el ultracatólico Jacob Rees-Mogg, llevan todo el verano intentando reventar la propuesta negociadora de May, aprobada a principios de julio en Chequers. Hablan de vasallaje, acusan a May de haberse envuelto en “un chaleco suicida” y aseguran que un Brexit no negociado y una relación comercial con la UE similar a la que ahora tiene Canadá defendería mucho mejor los intereses de Reino Unido que la propuesta de May, que aspira a mantener una cierta unión aduanera con Bruselas respecto al comercio de bienes (no de servicios) y adaptar la legislación británica a gran parte de la legislación europea.
Los euroescépticos se han confabulado para derrotar a May en el Parlamento con una moción de confianza, han negado luego esa confabulación, han prometido presentar su propio plan económico para el Brexit solo para echarse atrás en el último momento y no han producido más que vaguedades con escaso fundamento económico. May está débil, pero es consciente de la debilidad que sufren también sus enemigos. Ha decidido pasar a la ofensiva, presentar su plan como la única salida viable para Reino Unido y cargar la culpa sobre Johnson y sus seguidores si finalmente se deciden a rechazar un posible acuerdo con la UE en el Parlamento. Cuenta además con un Partido Laborista ambiguo en su toma de posición. La amenaza de un adelanto electoral que pusiera el Gobierno en manos de Jeremy Corbyn resulta aún más aterradora para los euroescépticos que tragarse la píldora de ver cómo May logra sobrevivir de nuevo y cierra con Bruselas un acuerdo presentable.
Se trata, en cualquier caso, de una carrera de obstáculos con estaciones intermedias que paralizan cualquier avance consistente. En primer lugar, tanto el Partido Laborista como el Partido Conservador deben celebrar a finales de este mes sus respectivos congresos. En el primer caso, Jeremy Corbyn se enfrenta a la presión de los principales sindicatos y de figuras tan relevantes como el alcalde de Londres, Sadiq Khan, que reclaman ya abiertamente un nuevo referéndum sobre el Brexit.
Postura laborista
Corbyn, con un pasado contrario a la UE que se dejó notar en su tibia defensa de la permanencia de Reino Unido durante la campaña del referéndum, se verá forzado a tomar una posición más clara. Los laboristas ya han anunciado su decisión de votar en contra de cualquier acuerdo que logre May basado en el plan Chequers, pero sobre ellos recaería también la responsabilidad de que Reino Unido abandonara drásticamente la UE. Corbyn ha puesto todas sus cartas en la posibilidad de que el Gobierno se vea forzado a convocar nuevas elecciones.
Los conservadores tendrán su propia batalla interna. Al abandonar el Ejecutivo a principios del verano, para mostrar su desacuerdo con la propuesta de negociación de May y tener las manos libres para disputarle el liderazgo del partido, Boris Johnson perdió el derecho a poder intervenir en el plenario del congreso. No es algo que le vaya a detener. Tiene previsto realizar una intervención previa a la de la propia May en la que cargará con dureza contra ella.
Muchos conservadores están convencidos de que la deriva del partido es ya tal que un liderazgo de Johnson es algo inevitable. La única duda está en saber cuándo se producirá el motín. Existe sin embargo un reducto sólido de parlamentarios que no están dispuestos a tirar todo por la borda. Ya han anunciado que darán su respaldo a May, y al menos una docena de ellos ha amenazado con borrarse del Partido Conservador si el exalcalde de Londres se hace con el timón.