Egipto arresta a los hijos de Mubarak por manipulación bursátil
Alaa y Gamal Mubarak está acusados de haber adquirido la mayoría de acciones de varios bancos de manera fraudulenta
Ricard González
Túnez, El País
Alaa y Gamal Mubarak, los dos hijos del exdictador egipcio Hosni Mubarak, vuelven a estar entre rejas después de que un tribunal penal de El Cairo ordenara el domingo su arresto en el marco de un proceso por manipulación bursatil, según informó MENA, la agencia oficial de noticias egipcia. Su entrada y salida de prisión no ha sido un hecho raro desde el estallido de la revolución que en 2011 puso fin a tres décadas de dictadura de su padre. Tanto Mubarak como sus hijos fueron imputados y finalmente exonerados de cualquier responsabilidad por la represión de la revuelta, que se saldó con la muerte de más de 800 personas. Sin embargo, también han sido acusados por corrupción en diversos casos, y condenados en uno de ellos.
Según fuentes judiciales, Alaa y Gamal Mubarak están procesados junto con otras tres personas por haber comprado la mayoría de acciones de varios bancos a través de sociedades pantalla sin declararlo, como exige la ley, a las autoridades bursátiles. El juez ha ordenado su arresto para asegurarse que estén presentes en la próxima sesión de su juicio, prevista para el 20 de octubre. El propio Alaa Mubarak confirmó su arresto en su cuenta de Twitter. “Alabado sea Dios. Ha ordenado que nos detengan de nuevo en el caso de la Bolsa. Ojalá que, con el permiso del Todopoderoso, la verdad sea revelada”, reza su mensaje, trufado de referencias religiosas.
Durante el gobierno de Mubarak, Alaa, el mayor de los hermanos con 57 años, se dedicó en exclusiva a los negocios y amasó una enorme fortuna gracias a las conexiones paternas, pero nunca se interesó por la política. En cambio, Gamal, de 54 años, banquero de profesión, ocupó diversos cargos de responsabilidad en el partido del régimen y se cree que planeaba suceder a su padre en la cima del Estado. De hecho, muchos observadores consideran que el rechazo de la mayoría de la población a su ascenso al poder fue una de los motivos que encendieron la mecha revolucionaria.
En mayo de 2015, Hosni Mubarak fue condenado a tres años de cárcel, y sus dos vástagos a cuatro años, por el llamado “caso de los palacios presidenciales”. Un tribunal consideró probado que habían desviado para fines privados unos 125 millones de libras (cerca de 10 millones de euros) de fondos públicos, en teoría destinados a la renovación de varias mansiones presidenciales. En octubre de ese mismo año, Alaa y Gamal fueron puestos en libertad al haber cumplido ya la mayor parte de la sentencia mientras se hallaban en prisión preventiva. Desde entonces y hasta el pasado domingo, habían permanecido en libertad.
El patriarca de la familia Mubarak fue liberado en marzo de 2017 después de haber pasado la mayor parte de sus seis años de reclusión en un hospital militar. No obstante, el exdictador aún no ha saldado todas sus cuentas pendientes con la justicia egipcia, pues está siendo investigado por un caso de corrupción. Quizás fruto de un acuerdo con el régimen de Al Sisi, Mubarak se ha mantenido alejado de los focos tras su puesta en libertad, y ni tan siquiera ha proporcionado entrevistas a la prensa.
En verano del 2013, un golpe de Estado militar puso fin al experimento democrático iniciado en Egipto con la Revolución. Desde entonces, según los informes de las organizaciones de derechos humanos, la represión política ha alcanzado unos niveles muy superiores a los aplicados durante el Gobierno de Mubarak. A diferencia de los antiguos altos cargos policiales, que han mantenido sus posiciones en el nuevo régimen liderado por el mariscal Al Sisi, los empresarios del entorno de Mubarak que se enriquecieron gracias a sus prácticas corruptas no han recibido un trato de favor por parte de las nuevas autoridades. Alaa y Gamal Mubarak no han sido una excepción, percibidos como un lastre por su mala imagen entre la opinión pública. Leyendo entre líneas la narrativa oficial se percibe la creencia de que sus corruptelas y su ostentación, y no la falta de libertades, fueron los acicates del levantamiento popular que catapultó la Primavera Árabe a fenómeno regional.
Ricard González
Túnez, El País
Alaa y Gamal Mubarak, los dos hijos del exdictador egipcio Hosni Mubarak, vuelven a estar entre rejas después de que un tribunal penal de El Cairo ordenara el domingo su arresto en el marco de un proceso por manipulación bursatil, según informó MENA, la agencia oficial de noticias egipcia. Su entrada y salida de prisión no ha sido un hecho raro desde el estallido de la revolución que en 2011 puso fin a tres décadas de dictadura de su padre. Tanto Mubarak como sus hijos fueron imputados y finalmente exonerados de cualquier responsabilidad por la represión de la revuelta, que se saldó con la muerte de más de 800 personas. Sin embargo, también han sido acusados por corrupción en diversos casos, y condenados en uno de ellos.
Según fuentes judiciales, Alaa y Gamal Mubarak están procesados junto con otras tres personas por haber comprado la mayoría de acciones de varios bancos a través de sociedades pantalla sin declararlo, como exige la ley, a las autoridades bursátiles. El juez ha ordenado su arresto para asegurarse que estén presentes en la próxima sesión de su juicio, prevista para el 20 de octubre. El propio Alaa Mubarak confirmó su arresto en su cuenta de Twitter. “Alabado sea Dios. Ha ordenado que nos detengan de nuevo en el caso de la Bolsa. Ojalá que, con el permiso del Todopoderoso, la verdad sea revelada”, reza su mensaje, trufado de referencias religiosas.
Durante el gobierno de Mubarak, Alaa, el mayor de los hermanos con 57 años, se dedicó en exclusiva a los negocios y amasó una enorme fortuna gracias a las conexiones paternas, pero nunca se interesó por la política. En cambio, Gamal, de 54 años, banquero de profesión, ocupó diversos cargos de responsabilidad en el partido del régimen y se cree que planeaba suceder a su padre en la cima del Estado. De hecho, muchos observadores consideran que el rechazo de la mayoría de la población a su ascenso al poder fue una de los motivos que encendieron la mecha revolucionaria.
En mayo de 2015, Hosni Mubarak fue condenado a tres años de cárcel, y sus dos vástagos a cuatro años, por el llamado “caso de los palacios presidenciales”. Un tribunal consideró probado que habían desviado para fines privados unos 125 millones de libras (cerca de 10 millones de euros) de fondos públicos, en teoría destinados a la renovación de varias mansiones presidenciales. En octubre de ese mismo año, Alaa y Gamal fueron puestos en libertad al haber cumplido ya la mayor parte de la sentencia mientras se hallaban en prisión preventiva. Desde entonces y hasta el pasado domingo, habían permanecido en libertad.
El patriarca de la familia Mubarak fue liberado en marzo de 2017 después de haber pasado la mayor parte de sus seis años de reclusión en un hospital militar. No obstante, el exdictador aún no ha saldado todas sus cuentas pendientes con la justicia egipcia, pues está siendo investigado por un caso de corrupción. Quizás fruto de un acuerdo con el régimen de Al Sisi, Mubarak se ha mantenido alejado de los focos tras su puesta en libertad, y ni tan siquiera ha proporcionado entrevistas a la prensa.
En verano del 2013, un golpe de Estado militar puso fin al experimento democrático iniciado en Egipto con la Revolución. Desde entonces, según los informes de las organizaciones de derechos humanos, la represión política ha alcanzado unos niveles muy superiores a los aplicados durante el Gobierno de Mubarak. A diferencia de los antiguos altos cargos policiales, que han mantenido sus posiciones en el nuevo régimen liderado por el mariscal Al Sisi, los empresarios del entorno de Mubarak que se enriquecieron gracias a sus prácticas corruptas no han recibido un trato de favor por parte de las nuevas autoridades. Alaa y Gamal Mubarak no han sido una excepción, percibidos como un lastre por su mala imagen entre la opinión pública. Leyendo entre líneas la narrativa oficial se percibe la creencia de que sus corruptelas y su ostentación, y no la falta de libertades, fueron los acicates del levantamiento popular que catapultó la Primavera Árabe a fenómeno regional.